lunes, marzo 14, 2016

La CEOcracia en su laberinto: noventa días al borde de un ataque de nervios



Un discurso sombrío para aceitar el ajuste. Republicanismo de cartón y nepotismo. Tensiones y acuerdos con el peronismo territorial. La tregua de las CGT y la resistencia en curso.

A tres meses de iniciado su mandato, el gobierno de Macri evidencia los límites impuestos a su gobernabilidad por la relación de fuerzas más general entre las clases y por la forma que revistió su triunfo electoral. Sus ventajas, hasta el momento, derivan más de las concesiones de sus (siempre relativos) adversarios que de las fortalezas propias.
Sin embargo, ninguno de sus avances se ha logrado sin grandes tensiones. Desde el acuerdo con los fondos buitre hasta las negociaciones con los gobernadores, el carril de la “normalidad” ha estado semivacío.
En ese marco, el poder territorial y el poder sindical peronista, como ayer lo hacían bajo el “proyecto nac&pop”, son garantes de estabilidad para el gobierno. Cierto es que también se juegan sus prebendas y, en algunos casos, su propia gobernabilidad.
Lejos de la “revolución de la alegría” y la “positividad”, el horizonte aparece marcado por la incertidumbre. Un discurso sombrío es instalado desde el mismo gobierno como una suerte de repetición de la triada “infierno-purgatorio-cielo” que desplegara el kirchnerismo. Pero para Cambiemos –si alguno leyó a Dante- apenas estaríamos en el sexto círculo del primero.
El objetivo fundamental de este nuevo relato es darle aire al ajuste en curso. Pero el gobierno de Macri nació basado en las expectativas de una mejora en las condiciones de la economía, no de su deterioro. Lo que podría definirse como su “legitimidad de origen” está entonces en proceso de cuestionamiento desde el pasado 10 de diciembre.

“Traiciones” al republicanismo

Si el proceso político tiene su vara última en las tendencias económicas, eso no niega que el devenir macrista en el terreno “institucional” no goza de la mejor performance. Su “republicanismo” de cartón se degrada como, valga la redundancia, cartón mojado.
La “gobernanza” por decreto durante tres meses es el ejemplo paradigmático de una política donde el “diálogo” no es más que un subterfugio para incautos.
Pero además, en los últimos tiempos, lo que entró en un cono de sombras fue la llamada “transparencia”. El ejemplo de esta semana lo dio Laura Alonso, titular de la Oficina Anticorrupción, quien demostró la vigencia del teorema de Baglini, al defender el carácter secreto de las cláusulas del acuerdo entre Repsol y Chevron. Había sido su crítica furibunda hasta ayer nomás, cuando era oposición. Hoy dice tener “más información”. Por lo visto, la ex legisladora suele emitir opinión sin tener idea del tema.
Eso pone en cuestión aquella definición que dice que se debe gobernar “con los mejores”, no con los afines. Afirmación que el gobierno repite sin cesar. Pero la misma también es torpedeada por el creciente nepotismo en los diversos niveles del Estado. Parientes y ex parientes se convierten, a velocidad, en funcionarios de rango. Hasta la hermana de la reina de Holanda mereció un cargo, cuyo extenso título hace palidecer a la ya inexistente Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.
Nada que envidiar a los funcionarios del anterior gobierno. El poder político en el Estado capitalista, sea para kirchneristas o macristas, sabe conservar sus mieles.

El territorio y los votos

La realidad de estos tres meses ha reconfirmado el poder del territorio en la Argentina. Gobernadores e intendentes han estado en el centro de las miradas, los hostigamientos y alguna que otra “caricia”.
En el caso de los primeros su poder no reside solo en el control de una determinada franja del espacio geográfico nacional, sino en los votos que pueden acercar al oficialismo en el recinto del Congreso Nacional. Allí se librarán algunas de las próximas peleas. Se trata de un terreno pantanoso donde Cambiemos, a pesar de tejes y manejes, no tiene garantizado un camino de rosas.
Recordemos que el macrismo gobernó por decreto por casi tres meses. Poco antes del inicio de sesiones, logró un triunfo parcial con la conformación del llamado Bloque Justicialista, que se sumó al acuerdo parcial con Massa.
Pero esta semana el Frente Renovador le dio un golpe, en la Comisión Bicameral, al decreto de Macri sobre el impuesto a las Ganancias. Se evidenció así lo endeble de ese acuerdo. Massa, como buen peronista, jugará en ese espacio. Y ese espacio tiene los ribetes de la oposición.
La negociación con los gobernadores debe verse entonces dentro del complicado armado que va de la primera minoría al quórum y del quórum a la aprobación de las leyes. El DNU que anuló otro DNU (¡viva la democracia!) que devolvía el 15% de coparticipación a las provincias ha ocupado el centro de los “debates” desde hace tiempo.
Esta semana dejó la imagen de una nueva reunión en Casa Rosada, donde, más allá de las palabras, los ganadores fueron los gobernadores. Marcos Peña había advertido que no harían de la votación en el Congreso un “toma y daca”. Fue un anuncio solo para la tribuna. Los mandatarios volvieron a sus pagos con un acuerdo claramente favorable.
Allí, en el terreno de la negociación política “en las alturas”, también se ponen de manifiesto los límites del poder Ejecutivo.

Tregua y traición (o como ser de la CGT)

Otro gran actor de la escena política nacional en estos tres meses ha sido la burocracia sindical. No por acción sino por omisión. Omisión de respuesta frente a los despidos masivos, el crecimiento de la inflación y la persecución creciente en el terreno laboral y político.
Su reunión de este jueves en la sede de UPCN confirmó lo limitado de su programa, que se reduce a negociar (no luchar) por una modificación del Impuesto a las Ganancias. Se proclama que irá por la derogación de la norma, pero todo indica que la modificación de las escalas será un trofeo aceptable. De todos modos, ni este “modesto” objetivo aparece como sencillo en el marco del ajuste fiscal en curso.
El rol que cumplen las CGT implica, como ocurrió bajo el ciclo kirchnerista, dejar a la deriva a la enorme mayoría de la clase trabajadora, no alcanzada por ese gravamen.
Si en el tema Ganancias no hubo acuerdo, sí parece haberlo en el tema paritarias. Se trataría de un acuerdo frágil e inestable. Ya nadie recuerda el famoso “techo” salarial del 20-25 % esgrimido por Prat Gay, pero “sin gritos ni estridencias” patronales y conducciones sindicales de sectores no menores -Comercio y SMATA, entre ellos- vienen firmando acuerdos semestrales que, proyectados anualmente, se acercarían al 40 %.
Esos acuerdos vuelven a poner en evidencia la relación de fuerzas entre las clases sociales. Lejos de poder imponer un techo cuasi irreal el gobierno tuvo que aceptar los marcos de una inflación que no cesa de crecer, como lo demuestran todas las fuentes, incluido el mismo oficialismo. Su apuesta es a bajar la inflación en el segundo semestre. Un manto de incertidumbre cubre ese objetivo.
El descontento social existente se canaliza a través de múltiples luchas de resistencia al ajuste, los despidos y los techos salariales en las provincias. El paro nacional convocado por ATE para el miércoles próximo da cuenta de la bronca que anida en amplios sectores de los trabajadores estatales.
Precisamente la continuidad de las medidas y un plan de lucha son fundamentales para que esa fuerza no se desgaste. No fue esto lo que ocurrió después de las importantes movilizaciones del pasado 24 de febrero. Ese día el Frente de Izquierda y los sectores combativos del movimiento obrero jugaron un rol central en la protesta. El PTS impulsó el masivo piquete que abrió esa jornada desafiando el protocolo antipiquete, a cuyo frente estuvo la agrupación Marrón Clasista de ATE.
El gobierno, a pesar de no haber podido aplicar de manera generalizada el anunciado protocolo antipiquetes, ha realizado represiones parciales en diversas movilizaciones y sostiene la criminalización de la protesta social. Se evidencia que el ajuste, con o sin acuerdo con los buitres, lleva la marca de la represión. Pero estos tres meses evidencian también la continuidad y crecimiento de la resistencia.
90 días de gobierno de Macri, 90 días al borde de un ataque de nervios. Y esto recién empieza.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

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