La gira de Barack Obama a Cuba completa la del Papa Bergoglio que sin duda fue discutida largamente entre las diplomacias del Vaticano, de Estados Unidos y al menos un sector de la burocracia reformista de Cuba los cuales están buscando la forma más pacífica y menos traumática de favorecer una transición rápida y completa de Cuba hacia una integración total en el capitalismo.
Con China en dificultades crecientes, el gobierno de Venezuela sobre la cuerda floja, el de Brasil al borde del impeachment y ante una situación económica mundial que manda a un futuro lejano los proyectos del canal interoceánico por Nicaragua y de construcción por los capitales brasileños del megapuerto para los containers que esperarían en el Mariel su paso hacia el Pacífico y China, Washington y el Vaticano se preparan para lo que consideran tiempos muy buenos para ellos y la burocracia que dirige el capitalismo de Estado en Cuba opta por soluciones inmediatas que le permitirían conservar el poder.
O sea, a un acuerdo con Washington, una apertura comercial rápida y amplia que mejore el abastecimiento y permita tener un dólar único anclado sobre el de Estados Unidos y, como corolario, un simulacro de elecciones pluralistas en las que puedan participar los opositores presentables y menos dañinos (socialcristianos, socialdemócratas, liberales respaldados por la Iglesia).
Francisco preparó para eso a la Iglesia cubana y acercó a la tendencia Obama del imperialismo estadounidense a la tendencia nacionalista y pragmática encabezada por Raúl Castro. La presión de sectores medios del capital agrario y de los servicios –e incluso de grupos republicanos- por hacer negocios inmediatamente en un mercado que ahora está en otras manos y la lógica de que la venta de pasajes turísticos legitima cualquier otra venta (hasta una venta futura de cohetes) empujan a Obama por esa ruta en la que tiene todo para ganar porque ofrece una zanahoria que no tiene ya que tanto el cierre de Guantánamo como el fin del bloqueo dependen, no de él sino del Congreso, donde no tiene mayoría. Obama expresa la tendencia imperialista que se opone al nacionalismo agresivo del Tea Parthy y de Trump pero tiene los mismos objetivos: combatir la pérdida creciente de hegemonía que alimenta temores en Washington y recuperar posiciones con el menor costo posible.
El último presidente estadounidense que visitó Cuba lo hizo en 1928, pero que desde entonces Washington la ocupó sucesivamente, le impuso dos dictaduras, la invadió en Playa Girón, mantuvo una guerrilla en el Escambray, sembró el dengue hemorrágico, entre otras enfermedades, impuso a los demás países el bloqueo que costó a Cuba cien mil millones de dólares, pagó espías y contrarrevolucionarios a granel y da refugio a terroristas asesinos, además de organizar decenas de intentos de asesinatos de Fidel Castro. Obama apenas si se ha referido a ese pasado justificándolo y minimizándolo sin ninguna autocrítica.
Esa audacia arrogante basada en la seguridad de que le aceptarían cualquier actitud por ofensiva que fuese hace aún más atroz la actitud sumisa de Raúl Castro, que le levantó la mano a Obama como si éste fuese un boxeador triunfante y además ni siquiera hizo una referencia al objetivo aún oficial del socialismo. Los cubanos y los latinoamericanos tuvieron la terrible sensación de que Cuba está condenada e indefensa pues ni el cubano ni los demás gobiernos “progresistas” reaccionan y explican la gira de Obama.
La parte argentina de la misma fue simplemente un período de vacaciones para Obama. Éste llegó en efecto en medio de la pasividad de los peronistas (que antaño cantaban “ni yanquis ni marxistas, peronistas” y hoy se hacen invitar, como el presidente del Senado o los líderes de las tres CGT, a la cena de gala en honor de Obama) y del desinterés de los votantes macristas (que se fueron en masa a la Costa aprovechando el feriado). Los grupos trotskistas y de la nueva izquierda y los organismos por los Derechos Humanos salvaron el honor con una manifestación, pero el patrón-huésped pudo dar su espaldarazo al pobre diablo que será para él el “hombre fuerte” después de comprobar los efectos de la descomposición de los “gobiernos progresistas” tras la desaparición de Chávez y de Kirchner y la transformación del kirchnerismo y del PT brasileño en vulgar carne molida. Ya satisfecho, comió buena carne, bailó un tango y se fue a Bariloche, como un turista cualquiera…
El balance es claro: con México desde hace rato en el saco, el Tío Sam está decidido poner en orden el gallinero latinoamericano donde los gallos “progresistas” son muy flacos y escasean los huevos.
Lo primero es Cuba que espera “normalizar” antes de que cumpla 57 años en independencia. Lo siguiente es la reintegración del peronismo de derecha a las “relaciones carnales con Estados Unidos” de las que se enorgullecía el canciller de quien formó políticamente (es un modo de decir) a Menem, Cristina Fernández y tutti quanti en la política argentina. Lo tercero es derribar a Dilma Rousseff y devolver al país más poblado de América Latina el papel de algo parecido a un subimperialismo, como durante la dictadura militar. La presencia en la región de las economías china y rusa, en tales condiciones y con gobiernos tipo Peña o Macri, prácticamente se reduciría a poco.
Pero esos planes, si se concretasen, a mediano plazo radicalizarían las reacciones populares, liberadas de los corruptos e impotentes y enfrentadas directamente con el enemigo de clase y nacional. Una vez más no hay alternativa: liberación nacional y social o Colonia, socialismo o esclavitud y miseria crecientes.
Guillermo Almeyra
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