Reformismo (también) en los lenguajes audiovisuales
Victimado por el novedosísmo de mercado el “lenguaje audiovisual”, en todas sus presentaciones, cruza por el pantano de la repetición insana. Es una tara esclerotizada que suele disfrazarse como genialidad creativa para que siga funcionando el consumismo en los negocios de la imagen y el sonido. El último resquicio, o casi, para sorprender al “público” es contar con su ignorancia para exhibirle, envueltas en parafernalias publicitarias, viejas fórmulas re-manidas con trucos y trucajes narrativos manoseados hasta el hartazgo. Expresión grave de la crisis de sobreproducción en general y en particular.
También el reformismo fundamentalista que “cambia” todo para que nada cambie, hace de las suyas en la producción audiovisual (cine, t.v., video y todos sus derivados y conexos) ¿Y quién regula esto? Una y otra vez, van y vienen las generaciones de cinéfilos, videastas, publicistas, blogueros (o como se llamen) empeñados en ofrecer eso “nuevo” que creen haber encontrado entre los pantanales de la mediocridad con que se educan, con que filosofan al mundo y con que enuncian lo que creen que vale la pena ser enunciado. Y aspiran a que sea visto y disfrutado (u odiado) por “públicos masivos” como si fuese poca la impudicia. Honremos, por método, a las (raras) excepciones.
Ese negocio basado en producir piezas audiovisuales (en todos sus géneros desde el videoclip hasta el largometraje “Grand premier”) tiene, de suyo, la exigencia despiadada de entregar al mercado su “producción creativa”. Exigencia de obras llamativas, seductoras, interesantes o novedosas para habilitarse a ganar en un mercado donde compiten millones de productos. Sueñan con “triunfar” en una industria que no se detiene ni un minuto y que devora, sin cesar, toda chispa de creatividad en menos tiempo del que toma producirla. La línea de producción devorada por la línea de consumo.
Pero esa “creatividad” está secuestrada en los márgenes del “gusto” predominante porque de lo que se trata es de vender -a muchos- la mercancía audiovisual fabricada para millones y millones que, en todo el mundo, compran cultura industrializada sin chistar. En todo caso, esos “márgenes” del gusto son parámetros de taquilla, de “raiting” o de mercadotecnia, que aceptan audacias sólo si devienen ganancias en sus expresiones ideológicas y monetarias. Con el sentido del “gusto” prefabricado para el mercado, lo creativo se solaza en ser repetitivo, especialmente en el abuso del efectismo y los trucajes que no parecen tener más límites que las limitaciones estéticas e ideológicas de sus productores y sus receptores. La moral burguesa sigue siendo la misma. Y esas limitaciones no son otras que las del mercado burgués, su ideología chatarra y sus intereses de clase. Lo nuevo entonces es una trampa estética maquilladora de lo mismo para licenciar las taras narrativas mercantiles como baluartes de la creatividad del establishment. Y en esos márgenes hay que moverse si se quiere ser hijo predilecto de los medios y generador eficiente de ganancia para la industria. O sea, nada nuevo.
Ni los ritmos, ni las texturas, ni los maquillajes ni las miles de canalladas inventadas sobre la mesa para atrapar la atención de los “espectadores”, ocultan la desesperación de los mercados y sus monopolios por adueñarse del territorio comercial y del territorio emocional de sus “target”. En eso, todos hacen exactamente lo mismo, diariamente y sin descanso. No importa si eso satura o sobresatura, si eso engaña o desconcierta, si defrauda o si enferma. Aunque lo vendan como “nuevo”, todos fabricarán las mismas estructuras narrativas con los mismos tiempos de pantalla, los mismos anunciantes, los mismos valores protagonistas y las mismas “moralejas” de un discurso tautológico pronunciado en el callejón sin salida del capitalismo y su ética opresora.
Por ejemplo. Lo único nuevo, si ha de serlo, es aquello que no hemos visto, es decir, la emancipación de los seres humanos que derrotan al capitalismo, paso a paso, en todos sus frentes y definitivamente. Objetiva y subjetivamente. Lo nuevo es dejar de usar el discurso del patrón y sus relojes. Su ética y su estética. Lo nuevo es dejar de pensar en la vida secuestrada por el salario del amo. Lo nuevo es imaginar un mundo ya sin los problemas que el capitalismo impone y debatir los problemas que nos impone desarrollarnos todos ser mejores todos en todo. Por ejemplo. Lo nuevo es la reclasificación de la realidad bajo los parámetros de una vida sin el opio de mercados religiosos, sin fundamentalismo de marcas, sin los “gustos” y sin lo “placeres” inoculados por un sistema enfermo de maldades, crímenes, humillaciones y violencia rentables. Lo nuevo es un mundo sin la propiedad privada de las herramientas para la subsistencia y sin el secuestro de nuestro tiempo vital. Eso nuevo impregnado por una ética y una estética porvenir, no es de interés comercial para la industria y sus feligresías audiovisualistas. No vende.
El capitalismo es, también, una máquina de producir cansancios. Y eso nos tiene también muy cansados. Ellos lo saben e incluso han inventado espejismos para hacernos creer que produce descansos sólo que a precio de clase. Entre otros, nos ha vendido el espejismo de la industria del “entretenimiento” y del “espectáculo” que incluye a lo audiovisual como una forma del “esparcimiento”, de la “diversión” y del “descanso”. Y entonces, nos han convencido de consumir, cuantas veces ellos lo quieran, el mismo paquete ideológico cocinado por sus “creativos” audiovisuales en todo el mundo y bajo los mimos mecanismos de exhibición que son propiedad de los mismos fabricantes audiovisuales a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Si la novedad es mirar por “on demand” y en un teléfono, lo que “cambió” es la capa entérica que se comportará igual que todas, como un callejón sin salida, hacia el mismo paquete de consumo ideológico burgués. Y ellos quieren que se los agradezcamos, que se los aplaudamos a rabiar y que aceptemos que siempre han tenido la razón en vendernos sus cuentas de vidrio alienantes como la novedad histórica, como la revelación de creatividad que nos deja satisfechos, como el ingenio que sólo ellos tienen. O dicho de otro modo, nada nuevo.
Fernando Buen Abad Domínguez
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