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miércoles, diciembre 21, 2016
2001: "El Que se vayan todos fue una expresión vital y necesaria"
Entrevistamos a la socióloga Mariana Frega, especializada en economía popular desde una perspectiva de género, militante territorial y feminista; acerca del proceso del 2001.
Mariana Frega es socióloga, becaria doctoral del CONICET e investigadora de la UNDAV. Estudia temas vinculados con la economía popular desde una perspectiva de género. Docente Ad Honoren de la UBA. Militante territorial y feminista.
Pasados 15 años del 19 y 20 de diciembre y la caída de De la Rúa, ¿cuál es su evaluación de los acontecimientos en cuanto al rol de las masas, los partidos y los sindicatos?
Repensar las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 en un contexto político y social como el actual obliga dar cuenta de la complejidad de los procesos y luchas de nuestro pueblo, de los avances y retrocesos de la clase trabajadora y sus organizaciones. A 15 años de aquella rebelión popular queda en la memoria la presencia de miles y miles en la calle, cortando rutas, ocupando plazas, combatiendo la represión y enfrentando el estado de sitio impuesto por el decrepito gobierno de la Alianza. La ocupación de las calles como territorio de disputa cuerpo a cuerpo contra el poder político, contra el hambre y la desocupación, contra la farsa de la anti-corrupción que se instaló como el “discurso encantador” frente a los años del menemismo, fueron los motores de esos días de combate. Pero también debemos decir que aquellas jornadas no emergieron de la nada, que fueron producto de un largo proceso, fragmentado por cierto, de distintas luchas de organizaciones y sectores que durante los noventa no se plegaron a la pasividad y siguieron dando la pelea. Se conjuraron un conjunto heterogéneo de actores y actrices que fueron el motor de esa explosión: el surgimiento del movimiento piquetero y puebladas de mediados de los 90, las luchas de los despedidos por los recortes en el Estado, la resistencia obrera contundente en cientos de fábricas contra el vaciamiento y la flexibilización, el completo divorcio entre la burocracia sindical y las bases, una clase media pauperizada que se vio directamente atacada por las medidas del corralito, y una juventud sin alternativas de futuro. En este marco las organizaciones de izquierda en sus variadas expresiones ideológicas se vieron en la necesidad de reconfigurar su intervención, caracterizar a los y las sujetos que protagonizaron esos procesos, todo esto al calor de las propias vivencias de la militancia que transitada en carne propia la rebelión. En este sentido, debemos hacer una lectura crítica de esas intervenciones, de cierta incapacidad de previsión y estrategia común para conducir ese proceso. El surgimiento de las asambleas populares pos 2001 que tuvieron su momento de auge con un componente sumamente heterogéneo y su pronta paralización, una endeble alianza sostenida bajo la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, mostro a las claras la falta de una dirección de toda esa rabia. Estas debilidades no implican un desmerecimiento a estas experiencias y su potencial para nuestra memoria de lucha. Son más bien un bosquejo de las tareas pendientes, de la necesidad de las organizaciones de izquierda, de los movimientos populares de trazar una estrategia que permita enfrentar este nuevo contexto con otras herramientas y perspectivas unitarias, interpelando al conjunto de la clase que vive de su trabajo, recogiendo las experiencias acumuladas para potenciarlas.
¿Era correcta la consigna "¡Que se vayan todos!"? ¿Cuál fue el resultado y por qué?
La gran crisis económica y social iba de la mano del deterioro y cuestionamiento al poder político, a la estructura burguesa y a la democracia maquillada. El que se vayan todos fue una expresión vital y necesaria de esto, que sin embargo, no dio cuenta de una alternativa concreta para el después. De ahí la potencialidad y las limitaciones de aquella consigna. No todos los procesos populares y rebeliones que irrumpen en el escenario de la lucha de clases son efectivos de por si para construir un nuevo poder, una fuerza capaz de derrotar de un plumazo a la clase dominante. Efectivamente la llegada del kirchnerismo al gobierno y el despliegue de un conjunto de políticas que en gran parte intentaban dar respuesta a los reclamos y banderas del 19 y 20 de diciembre dieron cuenta de lo complejo del devenir de un proceso que distaba de ser abiertamente revolucionario. Se trató entonces de una reacción profunda de nuestro pueblo, del momento más álgido de un ciclo de avance feroz sobre nuestra clase. Las expresiones organizativas que dejaron las jornadas fueron muchas: el crecimiento de los movimientos piqueteros principalmente en el conurbano, fabricas ocupadas y recuperadas y también una nueva camada de activismo sindical anti burocrático que fue acumulando fuerzas poco a poco y una creciente juventud militante que resignificaron esas consignas en alternativas de lucha a largo plazo. En este sentido, el balance de los resultados en gran medida es complejo de definir en términos de positivo o negativo, porque ha dejado huellas profundas en la memoria popular, ha sido reutilizado por los sectores dominantes como plataforma para no transformar absolutamente nada de raíz, y es por otra parte, la experiencia más cercana de lucha concreta para las nuevas generaciones.
¿Qué se conquistó y qué tareas quedaron inconclusas?
Volviendo a mi planteo inicial, es muy significativo pensar en un balance de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre del 2001 a pocos días de cumplirse el primer año de gestión del gobierno de Cambiemos. Debe ser este balance un llamado de atención para todas las fuerzas revolucionarias y del campo popular. Efectivamente estos 15 años no han sido fáciles para la construcción de una alternativa que interpele a las mayorías. Grandes luchas se han dado: nuevos referentes obreros emergieron contra las burocracias parasitas que ocupan los sindicatos, muchas organizaciones populares han logrado un salto cualitativo en sus construcciones territoriales y reivindicativas, un movimiento de mujeres en pleno desarrollo impulsado por el incansable trabajo de las feministas durante años, las alianzas y articulaciones entre organizaciones como el FIT, la juventud y los estudiantes que han dado muestras de su irreverencia frente a los intentos de destruir a la educación pública, la resistencia de lxs trabajadorxs frente a los despidos y el ajuste en el Estado. Es decir, un sinfín de luchas pequeñas y grandes, visibles e invisibles que dan cuenta de los triunfos y conquistas conseguidas como fruto de la lucha paciente y combativa de nuestro pueblo. La memoria viva de aquellas jornadas nos obliga a repasar lo pendiente en este contexto de hambre, ajuste y represión. Tenemos la enorme tarea de defender lo conquistado en estos años, de construir marcos de unidad que potencien y no debiliten los procesos que se vayan dando. Necesitamos prever, allí donde emergen los conflictos, cuales son las alternativas unitarias que permiten dar respuestas concretas a las necesidades y reivindicaciones de nuestra clase. Esta unidad no puede pensarse en términos de alianzas coyunturales para la acumulación propia. Tiene que ser el motor que pueda conducir un nuevo proceso de agitación y construcción de un programa con la pretensión de transformar la rabia que se irá acumulando en una alternativa real para el conjunto del pueblo trabajador. Todo esto es parte de aquellas tareas inconclusas y que hoy se vuelven urgentes y necesarias.
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