Lecciones de la revolución cubana
“En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en íconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para ‘consolar’ y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola”. LENIN (El Estado y la Revolución, capítulo I).
Una de las lecciones que nos dejó Fidel fue su herejía a toda prueba, tanto en la teoría como en la práctica. Su ejemplo de más de medio siglo de lucha y pedagogía revolucionaria, es una invitación a pensar con cabeza propia, a descubrir las vías de la revolución antimperialista y a actuar como se piensa. Todo esto reviste sin duda un carácter herético. Una revolución es acto de herejía porque despedaza dogmas y manuales. Los grandes revolucionarios del siglo XX, Lenin, Mao Zedong y Fidel Castro fueron estigmatizados como herejes y aventureros. Sus peores enemigos fueron los sacerdotes de la ortodoxia amenazada por bolcheviques, maoistas o fidelistas.
Sucedió con Lenin, artífice de la primera revolución proletaria. Una verdadera proeza en un país atrasado como la Rusia de 1917. En respuesta al desafío bolchevique, la burguesía internacional organizó una invasión con 14 ejércitos. Pero también a Lenin lo calificaron de “aventurero” y “apóstata” del marxismo los seniles administradores de la ortodoxia doctrinaria. Veinte años después, el fenómeno se repitió con Mao Zedong, el líder de la revolución china. El maoísmo se fundamentaba en el marxismo-leninismo pero en las condiciones de China, y planteaba hacer la revolución con los campesinos. Mao rompió con la dirección del partido comunista, dócil instrumento de Stalin. El dictador soviético apoyaba al Kuomintang, un movimiento nacionalista dirigido por Chiang Kai-shek. Cuando el partido comunista fue aniquilado a traición por el Kuomintang, Mao y sus seguidores emprendieron la larga marcha que culminó, en 1949, con la victoria de la primera revolución socialista de campesinos en un país inmenso pero atrasado y pobre.
Lo mismo -no podía ser de otro modo- ocurrió con Fidel. No solo fue atacado y calumniado por las clases opresoras de todo el mundo. También fue criticado con virulencia desde la “izquierda” que lo consideró un aventurero cuyas metas eran inalcanzables. Abogado y ex dirigente estudiantil, Fidel tenía 26 años cuando se separó del Partido Ortodoxo y se dio a la tarea de organizar un movimiento clandestino para derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista. El 26 de julio de 1953 -al frente de 131 combatientes-, Fidel asaltó el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. La derrota costó las vidas de muchos prisioneros asesinados por la soldadesca batistiana. Fidel libró con vida gracias a un oficial honorable. La acción, que pretendía insurreccionar al pueblo, no encontró apoyo en las organizaciones políticas. Más bien la reprobaron por “aventurera”. Lo mismo hicieron numerosos partidos comunistas en el mundo. En Chile un columnista del diario El Siglo sugirió que el asalto lo había organizado la CIA. Pero el heroísmo de los combatientes del Moncada dio origen al Movimiento 26 de Julio, que menos de seis años después consumó la victoria revolucionaria.
La historia me absolverá se convirtió en la piedra angular de la conciencia revolucionaria del pueblo. Fidel no solo fue comandante en jefe del Ejército Rebelde que derrotó al ejército de Batista. A la vez fue mentor ideológico del M-26-7 y educador político del pueblo. El rojinegro guerrillero se convirtió en bandera de millones. Sin embargo el liderazgo de Fidel y del M-26-7 se vieron disputados por otras organizaciones. Las críticas del Partido Socialista Popular, comunista, subrayaban que los dirigentes del M-26-7 eran elementos radicalizados de la pequeña burguesía. A su vez, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo -de origen estudiantil- montó una guerrilla en el Escambray. Sin embargo, en 1958 el PSP modificó su línea e incorporó algunos cuadros al Ejército Rebelde, reconociendo la conducción del Comandante Fidel Castro. La decisión del PSP liberó también a sus dirigentes sociales para apoyar a las milicias urbanas del M-26-7. La corrupta Central de Trabajadores de Cuba, controlada por el mafioso de origen catalán Eusebio Mujal, permaneció leal a Batista. En julio de 1961, tres años después del triunfo de la revolución, se dio un primer paso hacia la unidad de los revolucionarios. Se crearon las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), con el M-26-7, PSP y Directorio Revolucionario, que respetó -de los dientes para afuera- el liderazgo de Fidel. Sin embargo, el secretario de organización de las ORI, Aníbal Escalante, viejo cuadro del PSP, tramó una maniobra para desplazar a Fidel, acusándolo de “anti sovietismo”.
Fidel venía criticando el sectarismo del PSP que intentaba copar la estructura orgánica de las ORI. En marzo de 1962 se fundó el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y en octubre de 1965 el Partido Comunista de Cuba (PCC). No obstante estos avances hacia la decantación ideológico-política de la conducción revolucionaria, la oposición interna a Fidel se mantenía invocando los principios más puros del marxismo-leninismo y el ejemplo de la URSS. Esa tendencia consiguió hacer la vida insoportable a los cubanos en el oscuro periodo conocido como “el sectarismo”. Muchos revolucionarios fueron expulsados del partido. A otros se les impidió acceder a cargos de mayor responsabilidad. Se intentó reproducir en Cuba una burocracia partidaria al estilo de las “democracias populares” europeas. Se calificaba a Fidel de aventurerismo por su política de confrontación con el imperialismo y por su apoyo a la lucha revolucionaria en otros países. Se argumentaba que esto llevaría al aislamiento de Cuba del campo socialista. La crisis de los misiles que crispó las relaciones con la URSS, avivó las críticas de la ortodoxia marxista. En 1966 Raúl Castro denunció las maniobras de la “microfracción”, responsable del sectarismo. El grupo lo componían antiguos militantes del PSP que impugnaban las herejías ideológicas de Fidel. La “microfracción” había hecho contactos con dirigentes de los partidos comunistas de la URSS y Checoslovaquia. En septiembre de ese año, Fidel criticó los convenios financieros de la URSS con los gobiernos de Chile y Brasil, que a su juicio ayudaban a las oligarquías latinoamericanas. El diputado Orlando Millas, miembro de la comisión política del PC chileno, respondió a Fidel, lo que originó una dura réplica del lider cubano.
Cuba es la primera revolución socialista en América Latina. Si se miraba esa experiencia con el catalejo del reformismo parecía una aventura. Desafiar por más de medio siglo el bloqueo del imperio ubicado a tiro de cañón de esta pequeña isla (su tamaño es similar a la Región de Tarapacá), parecía una meta imposible. Pero Fidel y el pueblo cubano demostraron que sí se podía convertir a esa nación, cohesionada por una ideología revolucionaria, en una potencia mundial del internacionalismo. Numerosos países de América Latina, Africa y Asia recibieron -y reciben- la ayuda cubana en médicos y otros profesionales. Miles de soldados cubanos aseguraron la independencia de Angola y Namibia y dieron un golpe de muerte al régimen del apartheid en Sudáfrica.
La oposición del reformismo se basaba en que Cuba impulsaba la vía armada como forma principal de lucha por la independencia de América Latina. Todas las otras formas, incluyendo la electoral, debían contribuir a fortalecer la vía fundamental. En enero de 1966 se constituyó en La Habana la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) que hizo suyos esos principios. En agosto del año siguiente tuvo lugar la conferencia de la Tricontinental, para articular la solidaridad con la lucha armada. OLAS y Tricontinental fueron creaciones políticas de Fidel. Esas experiencias dejan en claro que Fidel y el Che compartían la misma visión estratégica sobre la lucha en América Latina, lo cual desmiente la trajinada hipótesis de que se había producido una ruptura entre ambos.
Un mes antes de su caída en Bolivia, el Che anotaba en su Diario de Campaña: “Un diario de Budapest critica al Che Guevara, figura patética, y, al parecer, irresponsable y saluda la actitud marxista del partido chileno que toma actitudes positivas frente a la práctica. Cómo me gustaría llegar al poder nada más que para desenmascarar cobardes y lacayos de toda ralea y refregarles en el hocico sus cochinadas”.(*)
Los tiempos han cambiado y las circunstancias también. Pero la consigna “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, sigue vigente. El desafío es el mismo que enfrentó Fidel en los años 50: descubrir el camino correcto y volcar todas las fuerzas a esa tarea aunque alborote las polillas del sectarismo. El prestigio de la revolución cubana y de su líder, Fidel Castro, creció en América Latina en los años 60, 70 y 80 del siglo pasado. Muchas experiencias nacieron bajo su influencia. El fidelismo y su símil, el guevarismo, se convirtieron en corrientes innovadoras del pensamiento revolucionario. Punto Final, por ejemplo, es tributario político de la revolución cubana. Ella fue el factor ideológico que cohesionó al grupo fundador de la revista. Proveníamos de los partidos comunista, socialista y mirista, de sectores cristianos e independientes, y éramos muy críticos de la Izquierda tradicional y del reformismo. La confianza de Fidel -que siempre respetó nuestra independencia, tal como hizo con todos los que recibieron la solidaridad cubana-, permitió a PF acometer su propia herejía. Por eso lloramos la muerte de Fidel como la de un hermano, sabio y siempre abierto a las nuevas ideas.
¡Gracias Fidel!
Manuel Cabieses D.
Punto Final
(*) Ver Diario del Che, en PF Nº 59.
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