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domingo, diciembre 04, 2016
El regreso de Engels
Con motivo del reciente aniversario de su nacimiento, celebremos las increíbles contribuciones del compañero de Marx, Friedrich Engels.
Pocas asociaciones políticas e intelectuales pueden competir con la de Karl Marx y Friedrich Engels. Ellos no solo fueron coautores del famoso Manifiesto Comunista en 1848, habiendo participado en las revoluciones sociales de ese año, sino también de dos obras previas: La Sagrada Familia en 1845 y La ideología alemana en 1846.
A finales de la década de 1870, los dos socialistas científicos finalmente pudieron vivir cerca e intercambiar opiniones todos los días. A menudo se paseaban de un lado al otro del estudio de Marx, cada uno en su propio lado de la habitación, gastando el piso de tanto ir y venir, mientras discutían sus diversas ideas, planes y proyectos.
Con frecuencia se leían en voz alta pasajes de sus obras en curso. Engels leyó todo el manuscrito de su obra Anti-Dühring (al que Marx contribuyó con un capítulo) a Marx antes de su publicación. Marx escribió una introducción a la obra de Engels Del socialismo utópico al socialismo científico. Después de la muerte de Marx en 1883, Engels preparó los volúmenes II y III de El capital para la publicación de los borradores que su amigo había dejado atrás. Si Engels, y él mismo fue el primero en admitirlo, estuvo a la sombra de Marx, fue asimismo un gigante intelectual y político por mérito propio.
Sin embargo, durante décadas algunos académicos han sugerido que Engels degradaba y distorsionaba el pensamiento de Marx. Como observó críticamente el politólogo John L. Stanley en su póstumo Mainlining Marx (obra aun no traducida al español, NdT) del 2002, los intentos de separar a Marx de Engels –más allá del hecho evidente de que eran dos individuos diferentes con diferentes intereses y talentos– han tomado cada vez más la forma de disociar a Engels, visto como la fuente de todo lo que es reprobable en el marxismo, de Marx, visto como el epítome del hombre de letras civilizado y él mismo como un no marxista.
Hace casi cuarenta y dos años, el 12 de diciembre de 1974, asistí a una conferencia a cargo de David McLellan llamada "Karl Marx: las vicisitudes de una reputación", en el Evergreen State College en Olympia, Washington. Un año antes McLellan había publicado Karl Marx: su vida y pensamiento, el cual yo había estudiado con detenimiento. Pero el mensaje de McLellan ese día, en pocas palabras, era que Karl Marx no era Frederich Engels. Para descubrir al auténtico Marx, era necesario separar la “paja” Engels del “trigo” Marx. Según sostenía McLellan, habría sido Engels quien introdujo el positivismo en el marxismo, apuntalando a la II y la III Internacional, y, eventualmente, al estalinismo. Unos años más tarde, McLellan puso algunas de estas opiniones en la breve biografía Friedrich Engels.
Esta fue mi primera introducción a la perspectiva “anti-Engels” que surgió como una característica particular de la izquierda académica occidental, y que estaba estrechamente relacionada al crecimiento del “marxismo occidental” como una distintiva tradición filosófica –en oposición a lo que a veces se llamó marxismo oficial o soviético. El marxismo occidental, en este sentido, tuvo como axioma el rechazo de la dialéctica de la naturaleza de Engels, o "dialéctica meramente objetiva", como la llamó Georg Lukács.
Para la mayoría de los “marxistas occidentales”, la dialéctica era una relación de identidad objeto-sujeto: podríamos entender el mundo en la medida en que lo habíamos creado. Esta visión crítica constituyó un bienvenido rechazo al crudo positivismo que había infectado a gran parte del marxismo y que había sido racionalizado en la ideología oficial soviética. Sin embargo, también tuvo el efecto de empujar el marxismo hacia una dirección más idealista, lo que llevó al abandono de la larga tradición de ver el materialismo histórico relacionado no solo con las ciencias humanas y sociales –y por supuesto de la política– sino también con las ciencias naturales.
Despreciar a Engels se convirtió en un pasatiempo popular entre los académicos de izquierda, con algunas figuras destacadas, como el político teórico Terrell Carver, que construyeron enteras sobre esta base. Una maniobra común era utilizar a Engels como el dispositivo para extraer a Marx del marxismo. Como escribió Carver en 1984: "Karl Marx negó que él fuese marxista. Friedrich Engels repitió el comentario de Marx, pero falló en lograr el punto. Justamente, ahora es evidente que Engels fue el primer marxista, y se acepta cada vez más que él de alguna manera inventó el marxismo". Para Carver, Engels no sólo cometió el pecado capital de inventar al marxismo, sino también cometió muchos otros pecados, como promover el cuasihegelianismo, el materialismo, el positivismo y la dialéctica –todos los cuales se dice que están a "millas de distancia del eclecticismo minucioso de Marx”.
La misma idea de que Marx tenía “un método” fue atribuida a Engels, y por lo tanto declarada falsa. Apartado de su asociación con Engels y despojado de todo contenido determinado, Marx fue fácilmente aceptable para el statu quo, como una especie de precursor intelectual. Como Carver ha dicho recientemente, sin aparente sentido de la ironía, “Marx era un pensador liberal”.
Pero la mayoría de las críticas a Engels han sido dirigidas a su supuesto ‘cientificismo’ en el Anti-Dühring y su inacabada Dialéctica de la naturaleza. McLellan, en su biografía de Engels, afirma que el interés de este último en la ciencia natural “hizo que hiciera hincapié en una concepción materialista de la naturaleza en lugar de la historia.” Fue acusado de introducir “el concepto de la materia” en el marxismo, que era “totalmente ajeno a la obra de Marx”. Su principal error fue intentar desarrollar una dialéctica objetiva que abandonó “el aspecto subjetivo de la dialéctica”, y que dio lugar a “la asimilación gradual de las ideas de Marx a una concepción científica del mundo”.
“No es sorprendente”, alegó McLellan, “que, con la consolidación del régimen soviético, las vulgarizaciones de Engels deben haberse convertido en el principal contenido filosófico de los libros de texto soviéticos”. Del mismo modo en que Marx era presentado cada vez más como el intelectual refinado, Engels fue visto cada vez más como el divulgador grosero. Por lo tanto, Engels ha servido al discurso académico en el marxismo como un chivo expiatorio.
Sin embargo, Engels tenía también sus admiradores. La primera señal real de un cambio en la progresiva desaparición dentro de la teoría marxista contemporánea surgió con Miseria de la teoría, del historiador E. P. Thompson de 1978, que fue dirigida principalmente contra el marxismo estructuralista de Louis Althusser. En este, Thompson defendió al materialismo histórico contra una teoría abstracta e hipostasiada divorciada de cualquier sujeto histórico y de todos los puntos de referencia empíricos. En el proceso, él valientemente –y en lo que siempre he visto como uno de los puntos más altos en la literatura inglesa de finales del siglo XX– defendió a ese “viejo zonzo de Federico Engels”, quien había sido el objetivo de gran parte de la crítica de Althusser.
Sobre esta base, Thompson defendió una especie de empirismo dialéctico –lo que más admiraba en Engels– como esencial para un análisis histórico-materialista. Unos cuantos años más tarde, las Cuatro conferencias sobre el marxismo del economista marxista Paul Sweezy comenzaron reafirmando audazmente la importancia del abordaje de Engels de la dialéctica y su crítica a las opiniones mecanicistas y reduccionistas.
Pero el cambio real que era restaurar la reputación de Engels como un gran teórico del marxismo clásico junto a Marx tuvo que surgir, no de los historiadores y economistas políticos, sino de los científicos naturales. En 1975, Stephen Jay Gould, que escribía en la revista Natural History celebrando abiertamente la teoría de Engels sobre la evolución humana, que había enfatizado el papel del trabajo, describiéndolo como la concepción más avanzada del desarrollo evolutivo humano en la era victoriana, anticipando el descubrimiento antropológico en el siglo XX del Australopithecus africanus.
Algunos años más tarde, en 1983, Gould explayó su argumento en la revista New York Review of Books, señalando que todas las teorías de la evolución humana eran teorías de la “coevolución gen-cultura” y que “la mejor defensa de la coevolución gen-cultura fue hecha por Friedrich Engels en su notable ensayo de 1876 (publicado póstumamente en Dialéctica de la naturaleza), “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”.
Ese mismo año, el sociólogo médico y doctor en medicina Howard Waitzkin dedicó gran parte de su hito La segunda enfermedad al papel pionero de Engels como epidemiólogo social, mostrando cómo Engels, de veinticuatro años, al escribir La condición de la clase trabajadora en Inglaterra en 1844, había explorado la etiología de la enfermedad de maneras que prefiguraron descubrimientos posteriores dentro de la salud pública. Dos años después, en 1985, Richard Lewontin y Richard Levins salieron con su obra ahora clásica El biólogo dialecto, con su mordaz dedicación: “A Frederich Engels, quien se equivocó muchas veces, pero que acertó allí donde importaba”.
Los años de la década de 1980 fueron los que vieron el nacimiento de una tradición ecosocialista dentro del marxismo. En la primera etapa del ecosocialismo, representada por el trabajo pionero de Ted Benton, Marx y Engels fueron criticados por no haber tomado suficientemente en serio los límites naturales de Malthus. Sin embargo, a finales de los años noventa, los debates que siguieron dieron lugar a una segunda etapa del ecosocialismo, comenzando con Marx y la naturaleza, obra de Paul Burkett en 1999, que buscaba explorar los elementos materialistas y ecológicos que se encontraban dentro de los fundamentos clásicos del materialismo histórico mismo.
Estos esfuerzos se centraron inicialmente en Marx, pero también tuvieron en cuenta las contribuciones ecológicas de Engels. Esto fue reforzado por el nuevo proyecto MEGA (En alemán, Marx-Engels Gesamtausgabe; Obras completas de Marx-Engels, NdT), en el que fueron publicados por primera vez los cuadernos científico-naturales de Marx y Engels. El resultado ha sido una revolución en la comprensión de la tradición marxista clásica, gran parte de ella en resonancia con una nueva praxis ecológica radical que se desarrolla a partir de la crisis de la época actual (tanto económica como ecológica).
El creciente reconocimiento de las contribuciones de Engels a la ciencia, junto con el surgimiento del marxismo ecológico, han despertado un interés renovado en Dialéctica de la naturaleza de Engels y sus otros escritos relacionados a las ciencias naturales. Gran parte de mi propia investigación desde el año 2000 se ha centrado en la relación de Engels –y otros influenciados por él– a la formación de una dialéctica ecológica. Tampoco estoy solo en este sentido. El economista político y marxista ecológico Elmar Altvater recientemente publicó un libro en alemán abordando la dialéctica de la naturaleza de Engels.
La indispensabilidad de Engels para la crítica del capitalismo en nuestro tiempo tiene sus raíces en su famosa tesis en el Anti-Dühring de que “la naturaleza es la prueba de la dialéctica.” Ésta a menudo fue ridiculizada dentro de la filosofía marxista occidental. Sin embargo, la tesis de Engels, que refleja su propio análisis profundo dialéctico y ecológico, tendría que traducirse al lenguaje actual: la ecología es la prueba de la dialéctica –una afirmación cuya significación pocos estarían preparados hoy para negar. Visto de esta manera, es fácil ver por qué Engels ha asumido un lugar tan importante en las discusiones ecosocialistas contemporáneas.
Los trabajos en el marxismo ecológico citan comúnmente como leitmotiv sus famosas palabras de advertencia en Dialéctica de la Naturaleza:
“No debemos (...) lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de la derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros. (…) Y, de la misma o parecida manera, todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente”.
Para Engels, como para Marx, la clave para el socialismo era la regulación racional del metabolismo de la humanidad y la naturaleza, de tal manera que favorezca al máximo el potencial humano posible, salvaguardando al mismo tiempo las necesidades de las generaciones futuras. No es de extrañar, entonces, que estemos viendo, en el siglo XXI, el regreso de Engels, quien, junto con Marx, continúa dando forma a las luchas e inspirando las esperanzas que definen nuestra época cargada de crisis y, necesariamente, revolucionaria.
John Bellamy Foster
*Artículo publicado originalmente en inglés en la revista Jacobin, traducido por Ericka Cuyckens y corregido por Federico Berg.
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