Es el país con mejores resultados en las pruebas y también las tasas más altas de suicidio infantil
En estos días se volvió a desatar la polémica en torno a los resultados de las PISA en Argentina. Un cúmulo de opinadores se expresaron a favor de la política del gobierno argentino de reformar el sistema educativo para lograr resultados que “nos incluyan en el mundo” pero el mundo de los triunfadores de las evaluaciones de la OCDE no sería tan beneficioso como nos lo venden.
Singapur es uno de los cuatro tigres del gigante asiático. Un “milagro económico” que en 22 años quintuplicó su PBI, que alcanza a 47.663 euros per cápita. La clave del éxito estaría –dicen sus apologistas- en su extremo liberalismo económico (casi no se pagan rentas sobre las fortunas), un Estado mínimo y una economía basada en servicios financieros, emporios del juego, mercado portuario, y producción electrónica y petroquímica.
En medio de este boom financiero, Singapur viene obteniendo los mejores resultados tanto en las PISA como en el resto de las evaluaciones internacionales, algo que hace que hasta los más acérrimos progresistas vean con agrado la orientación que ofrece el “neoliberalismo“ en materia educativa. Sería interesante recordarles que las PISA están diseñadas por un organismo de comercio sin relación alguna con la educación o la infancia y que sus premisas son eficacia y competitividad, dos conceptos incompatibles con la escuela.
Lo que nos cuentan los organismos financieros, el Banco Santander y el ministro Bullrich con el caso de Singapur y su desempeño en las pruebas PISA es la teoría del derrame en su máximo esplendor. Pero es este resultado el que muestra mejor que nada la miseria que significan las fórmulas educativas macdonalizadas.
El plan ministerial se llama “enseñar menos, aprender más”, en alusión a la baja constante de contenidos a la que denominan adaptación al mundo que, por otra parte, se basa en la enseñanza del inglés como lengua escolar en detrimento de las lenguas propias. A partir de los 3 años la escuela enseña a programar circuitos, drones y videojuegos, algo que puede ser muy moderno a simple vista pero que recorta las posibilidades de los chicos a lo que la industria manufacturera reclama.
El sistema educativo de Singapur es un sistema de formación para la empresa que incluye la represión a cualquier forma de organización y la sobreexigencia a nivel individual. Entre los 6 y los 12 años, los niños son sometidos a presión extrema ya que se decide su futuro sin atenuantes: la prueba final determina si podrá seguir estudiando y donde. Sólo un selecto grupo podrá acceder a la Raffles Institution, la escuela de los dirigentes. No es de extrañar que haya aumentado considerablemente el suicidio infantil (un estudio realizado en 2009 por los médicos de la Unidad de Salud Mental del Hospital Woodbridge de Singapur, en el que se examinó a 600 niños, indicó que el 22% de los niños con edades comprendidas entre 6 y 12 había pensado en suicidarse). También forma parte de esta educación tan avanzada los castigos corporales de disciplinamiento, un primer escalón para los que recibirán luego en el servicio militar obligatorio. Semejante abuso no responde a condiciones culturales ancestrales, sino a la extrema explotación en la que desarrollarán sus vidas ya que el empleo cualificado es escaso y quien no triunfe en su educación (en el sentido meritocrático) deberá convivir con los miles de migrantes que trabajan en condiciones miserables, con salarios diferenciados por país de origen, sin días de licencia médica y con jornadas laborales de hasta 14 horas.
Pero más allá de las consideraciones al interior de la escuela, la situación de los niños en Singapur sigue siendo atroz ya que el trabajo infantil está legalizado y reglamentado, y allí donde existen las multinacionales, ni siquiera los cubre la ley: Apple fue parte de un escándalo por el uso de niños en sus fábricas. La edad mínima de responsabilidad penal desciende a… ¡los 7 años! Y muchas veces son juzgados por denuncias realizadas por los propios padres. Los castigos van desde los golpes hasta la prisión. Un niño puede ser condenado a cadena perpetua. Más que de un país de avanzada, la situación de la infancia es un mapa de la barbarie. Las tasas de natalidad han descendido al ritmo que crece la producción y ni mediante promesas de subsidios logran que los niños nazcan.
Otro gran dato que no aparece en ningún informe financiero es que la escolarización masiva y seguridad social es exclusivamente para los nativos que viven en la Ciudad-Estado capital, no para los habitantes de las 61 islas que componen el país (que carece de recursos naturales) ni para los miles de migrantes que, previo pago a las mafias, llegan a la ciudad con promesas de trabajo pero solo encuentran servidumbre y prostitución.
La calidad educativa que prometen con las reformas, nada tiene que ver con mejorar la vida y amplificar el conocimiento de las futuras generaciones, sino con la creación de condiciones cada vez más extremas y deshumanizadas de subsistencia en la etapa final del capitalismo. Formar millones de niños en la competencia individual descarnada, adultos en miniatura entrenados en la obediencia y el miedo al castigo, no es la mejor idea. No sirve a la humanidad sino a los que lucran con la explotación. Es necesario combatir esta orientación que viene a instalarse en nuestras escuelas.
Lidia
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