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sábado, septiembre 09, 2017
Rock Hudson, un retrato roto
Rock Hudson, cuya vida parece propia de un personaje de un melodrama. Había sido la máxima expresión de “guaperos” de Hollywood, estrella reluciente en los años 50 y 60, al fallecer Rock a los 60 años (1925-1985), en la mayor celebridad victima del SIDA, en un final trágico que habría encajado en una de las grandes películas del director que mejor partido extrajo de él: Douglas Sirk. Conocido durante sus primeros 25 años como Roy Harold Scherer Jr. (Winnetka, Illinois), no fue un buen estudiante, sufrió los malos tratos de su padrastro, Wallace Fitzgerald, un hombre rudo y agresivo, y desde muy joven trabajó como camionero, luego en el servicio de correos y tras prestar servicios durante la II Guerra Mundial se trasladó a California donde su imponente atractivo físico no pasó inadvertido a un “cazatalentos”. Roy consiguió ser representado por Henry Wilson y éste logró que firmara un contrato con la Universal, para debutar en breves apariciones a finales de los 40, y alcanzar un rápida fama en el género de aventuras y en el western en una época en la que las películas en technicolor se imponen, cuando se vive el canto del cisne del cine de estudios de Hollywood.
Los muchachos de los cincuenta lo recordaran con entusiasmo en modestos pero atractivos título de aventuras como Capitán Panamá (Scarlet Angel) (Sidney Salkow, 1952), un modesto pero entretenido film con un toque londoniano al lado de la rutilante Ivonne de Carlo con la que repitió en la igualmente modesta pero sin duda atractiva de Victor Hugo, Los gavilanes del estrecho (Sea Devils) (Raoul Walhs, 1953); La espada de Damasco (The Golden Blade) (Nathan Juran, 1953), una muy atractiva variante de la leyenda artúrica desde el prisma de la “fantasía oriental”; Vuelta a la vida (Back to God’s Country) (Joseph Pevney, 1953), una voluntariosa adaptación de una novela de James Oliver Curwood, sin olvidar la colonialista Rifles de Bengala (Bengal Brigade) (Laslo Benedeck, 1954). Sin ser obras mayores, resultan películas pequeñas pero con un gran atractivo.
No menos suerte conoció Hudson en el western. Trabajó con el equipo formado por Anthony Mann-Borden Chasse-James Stewart en la inaugural Winchester 73 (1950) donde encarnó a un belicoso indio por el que también pasa en celebrado rifle, y en la que también aparecía brevemente Tony Curtis de carrera bastante paralela, logrando un papel secundario de primera línea en Horizontes lejanos (Bend of the River, 1952)…Lo hizo igualmente con otro grande del género, Budd Boetticher en Horizontes del Oeste (Horizons West, 1952) rivalizando con Robert Ryan, pero sobre todo en Traición en Fort King (Seminole, 1953), notable alegato proindio donde fue hermano-enemigo del seminola encarnado por Anthony Quinn. Pero su mayor suerte la conoció con el veterano Raoul Walhs por entonces en la plenitud de su creatividad con el que trabajó en la irregular Fiebre de venganza (Gun fury, 1953), y especialmente en Historia de un condenado (The Lawless Breed, 1953), sin duda su mejor interpretación hasta entonces como John Wesley Harding y que fue un título emblemático que llegó a ser un verdadero “cult-movie” para toda una generación. Aún siendo una producción barata y realizada en poco tiempo, condensa con brío la autobiografía de un fuera de la ley a partir de un enfrentamiento con su fanático padre. Entre sus otras prestaciones al género sobresale El último atardecer (The Last Sunset, 1961), obra compleja de Robert Aldrich en la que un sosegado Rock actuó como contrapunto de un enfebrecido Kirk Douglas
Pero el mejor Rock Hudson fue el que trabajó para el sabio y elegante Douglas Sirk con el paseó por diversos géneros, comenzando por la agradable comedia ¿Has visto a mi chica? (Has Anybody Seen My Gal?, 1952)., en la que también aparecía james Dean; en el único western del cineasta, Taza, Son of Cochise (1954) una secuela de la paradigmática Flecha rota; en su único título “de aventuras”, Orgullo de raza traducción surrealista de Captain Lightfoot (1955), realizada con el mismo equipo (Barbara Rush como “chica”, y que resulta una simpática exaltación del independentismo irlandés situado a principios del siglo XIX…Fueron como prólogos al conjunto de melodramas que escribieron una página en la historia del cine: Obsesión (Magnificent Obsession, 1954); Sólo el cielo lo sabe (All That Heaven Allows, 1955), ambas en compañía de Jane Wyman; la arrebatadora Escrito sobre el viento (Written on the wind, 1956) con unos insuperables Lauren Bacall, Robert Stack y Dorothy Malone. Con estos dos últimos repetirá en una soberbia adaptación de William Faulkner, Ángeles sin brillo (The Tarnished Angels) (1957)
Luego la vida se va complicando.
Entre medio no queda mucha cosa, Gigante (Giant, 1956), adaptación de la novela homónima de 1952 de la inconformista escritora judía Edna Ferber, donde fue acompañado por Elizabeth Taylor (su mejor amiga en las horas más bajas) y James Dean que falleció después. Rock fue nominado al Oscar como mejor actor principal. En los sesenta cultivará con éxito la comedia, sobre todo haciendo pareja con Doris Day, pero a pesar de que fue un buen imitador de Cary Grant y que cosechó numerosos éxitos, casi ninguno de sus títulos superó la prueba del tiempo, la excepción sería Su juego favorito (964), un Howard Hawks. Hizo una apuesta valiente en el excelente thriller psicológico Plan Diabólico (Seconds 1966) de John Frankenheimer, pero no fue comprendido. En los 70 encontró acomodo en series televisivas (“McMillan”) sin abandonar la pantalla grande, interviniendo en films como la original Darling Lily (Blake Edwards, 1970) con Julie Andrews, pero ya nada era igual. .
A partir de los ochenta rock comenzó a protagonizar otro tipo de noticias. Hasta entonces, Rock, como otros actores famosos, se había apañado para esconder su homosexualidad gracias a su dinero y a la complicidad de los estudios. En su momento estos le habían obligado a casarse con la actriz Phillys Gates, la misma escribió un libro titulado Mi esposo: Rock Hudson donde relató que su matrimonio fue un martirio lleno de mentiras, llamadas masculinas sin sentido que el actor declaraba como de fans, accesos de violencia marital, ausencias y vacíos. Años más tarde, cuando se supo que había contraído el SIDA se convirtió en un “apestado” para sus antiguos amigos, algunos como Ronald Reagan, se negaron a recibirle. Perseguido por los medios, Hudson decidió hacer pública su enfermedad y ocupó la portada de los diarios del mundo. En su sepelio, dejó escrito un mensaje que fue leído por Burt Lancaster, uno de los pocos amigos que le quedaban. En él decía: “No estoy feliz por tener sida, pero si esto puede ayudar a otros, al menos puedo saber que mi propia desgracia tiene un valor positivo”.
Pepe Gutiérrez – Álvarez
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