En vísperas de la movilización de este lunes 21.
La marcha de enfermeras autoconvocados, médicos, residentes y otros trabajadores de la salud de este lunes 21 tendrá lugar en un escenario de fuertes contrastes sociales y políticos. El viernes, cuando tocaba la renovación de la mentirosa cuarentena, la clásica conferencia del presidente –o del trío con Kicillof y Larreta- fue reemplazada por un video por redes. El gobierno se borró, y no precisamente porque la pandemia haya pasado al recuerdo. Por el contrario, estamos en su momento más agudo: el número de contagios y muertes no sólo es alto y sostenido, sino que se ha extendido al interior del país, allí donde la miseria social y el déficit de estructura sanitaria son más agudos. Del otro lado, y en estos mismos días, el país se enteraba que las reservas del banco Central tocaban fondo, a pesar del nivel record de exportaciones y de que la parálisis económica desalentó el gasto de divisas para importar materias primas. La respuesta a este interrogante es sencilla: el año de la pandemia no frenó la alevosa fuga de capitales ni el pago de la deuda usuraria. Esa fuga, en una importante proporción, fue subsidiada por el propio Estado, al facilitarle a los grupos capitalistas créditos baratos y dólares también baratos. ¿Puede haber una confesión mayor respecto del carácter devastador y criminal de la organización social que gobierna el país? De un lado, corporaciones capitalistas rescatadas por el Estado. Del otro, una población librada a la suerte letal de la pandemia. En la primera fila, los trabajadores de la salud, que acumulan casi 20.000 contagios y 80 muertos en lo que va desde la llegada del Covid a la Argentina.
Liquidación de la fuerza laboral sanitaria
Las estadísticas de los estados capitalistas son siempre engañosas, en primer lugar, porque asumen al trabajo y al capital como factores independientes, y a éste último, por lo tanto, le asignan la capacidad de crear valor por sí mismo. La riqueza social, para ellos, es el “stock de capital”, como si éste no fuera trabajo acumulado, y como si su consumo productivo no exigiera la intervención de la clase obrera. Esto mismo ocurre con las estadísticas sanitarias desde que comenzó el Covid: para los funcionarios –sean “nacionales o populares” o Larretistas- el grado de saturación del sistema de salud se mide por el “número de camas” ocupadas. Esas cifras ocultan cuál es la situación del componente decisivo de hospitales y sanitarios, sus trabajadores. Hace varios meses que las posibilidades físicas de médicos, enfermeras y técnicos han sido largamente sobrepasadas, entre guardias, jornadas prolongadas o los dobles y triples empleos. La elevada letalidad del personal de salud se atribuye a la intensa “carga viral”. Pero la exposición intensa al virus es inseparable de las jornadas prolongadas o la ausencia de rotación, que aumenta las probabilidades de contagio. Por otra parte, cuando el virus golpea a un médico o enfermera, lo hace sobre un cuerpo exhausto a causa del sobretrabajo. El carácter “variable” o flexible del capital invertido en fuerza laboral aparece acá bajo la forma más brutal –la capacidad de trabajo estirada o prolongada entre múltiples enfermos, en diversos hospitales y sanatorios. Mientras los burócratas exponen “porcentajes de ocupación”, y los otros burócratas –los de la economía nacional- premian a los banqueros, el sistema social que ellos amparan –y no sólo la pandemia- consume la vida de los trabajadores de la salud.
Reivindicaciones urgentes
Como en todo el mundo, el tratamiento sanitario del Covid 19 en Argentina estuvo signado por la provisoriedad: más allá de los hospitales o instalaciones de campaña, ello se manifestó principalmente en la contratación precaria de trabajadores, por ejemplo, por un lapso de tres meses. El argumento de que esas incorporaciones sólo se justificaban “por la pandemia” es mentiroso y mezquino. Primero, porque la pandemia puso de manifiesto un colapso del sistema sanitario que la precedía. Lo que correspondía, por lo tanto, era un reforzamiento decisivo y permanente de todas sus estructuras, comenzando por la condición laboral y salarial de sus trabajadores. Curiosamente (o no tanto), cuando los capitalistas invierten en una fábrica, prevén una ´capacidad ociosa´ inicial para cuando deban ampliar la producción o sus ventas en un futuro. ¡Pero ello no vale para el sistema público de salud, donde lo que deben preservarse no son mercancías sino vidas humanas! Un gobierno dirigido y guiado por las necesidades de la mayoría trabajadora aseguraría una generosa estructura de recursos, con ´capacidad de reserva´, precisamente, para las emergencias sanitarias.
Pero otra vez, la realidad les ha dado una furiosa bofetada a los gobiernos de la “provisoriedad”: ocurre que, en todo el mundo, la pandemia llegó para quedarse, lo que se advierte en los rebrotes recurrentes que están teniendo lugar en casi todos los países. Estos rebrotes están generando verdaderas rebeliones sociales, porque los capitalistas y sus gobiernos han retornado a la acumulación de capital con independencia de la vida de los obreros que son llevados a las fábricas; de los maestros que son arrastrados a las aulas y, principalmente, del batallón exhausto de los obreros de la salud. Esta crisis, que ha incorporado a la pandemia a la estructura misma de la sociedad, le imprime a los reclamos de sus trabajadores un carácter estratégico y permanente: las reivindicaciones de la marcha de mañana -urgentes nombramientos en todos las especialidades; jornada de seis horas; equipamiento adecuado-paritarias y aumentos salariales urgentes, reconocimiento de las enfermeras como profesionales de la salud- no son planteos para la “emergencia”: son una cuestión crucial para una sector de la clase trabajadora que deberá atravesar todo un período –y no un par de meses- sorteando la enfermedad y la muerte. La extensión nacional de la pandemia, a su turno, plantea la urgencia de una centralización única del sistema de salud (público y privado). La experiencia de estos meses ha probado largamente que estas reivindicaciones urgentes y elementales son incompatibles con la organización social vigente. Esta incompatibilidad se está expresando a diario en crisis políticas, rebeliones y movilizaciones populares. Reforcemos con todo la lucha de enfermeras, médicos, terapistas, residentes, concurrentes: son la punta de lanza de una transformación social que se hará clamor en Argentina y el mundo.
Marcelo Ramal
20/09/2020
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