Un poco de ultraviolencia
La Naranja Mecánica -basada en el libro homónimo de Anthony Burgess, publicado en 1962- fue llevada a la pantalla grande por Stanley Kubrick, considerado uno de los genios del cine, realizador de otras grandes películas como “2001: Odisea al Espacio” y “El Resplandor”. Kubrick fue responsable de la producción, guion y dirección del film.
Al momento de su estreno, La Naranja Mecánica generó revuelo por su tratamiento de la violencia, su temática fuerte y su satírica denuncia contra la ley y el orden. La película está ambientado en un futuro distópico, pero cercano, en una Inglaterra derruida y decadente. Alex y sus amigos son un producto de esta decadencia: unos jóvenes lúmpenes, que gastan su tiempo en golpear ancianos, pelearse con otras pandillas y cometer todo tipo de fechorías. Kubrick, un obsesivo de la simetría, del detallismo y del perfeccionismo, organiza esa violencia descarnada como una danza, con una banda de sonido compuesta de piezas clásicas, especialmente de Beethoven, músico por el que Alex muestra una total devoción, combinando versiones originales con las interpretaciones para sintetizadores a cargo de Wendy Carlos.
La Naranja Mecánica es, en gran medida, una denuncia de la Inglaterra en los años 60s, de sus jóvenes arrastrados siempre a los bordes del imperio. Diversas instituciones y personalidades podridas, corruptas y crueles del estado capitalista descompuesto son mostradas a lo largo de la película, desde el “asistente social” que viene a ´corregir´ a Alex hasta la policía, la curia y los políticos.
Tratamiento Ludovico
Alex comete un asesinato y es condenado a 14 años de prisión. Pero se gana la confianza del cura de la prisión luego de dos años y logra convencerlo de que quiere dejar su vieja vida de lado y redimirse. Hace su aparición el primer ministro, estupendamente retratado como un político liberal, conservador, demagogo que trae ideas “innovadoras” para hacer frente a la delincuencia y la barbarie que, claramente, traerán más barbarie. Y, con tal de salir de la cárcel, Alex acepta someterse al “Tratamiento Ludovico”, una terapia de aversión y condicionamiento conductual que anula la elección consciente del individuo. Se institucionaliza, de este modo, la violencia atroz de la cual se quiere supuestamente “rehabilitar” al protagonista: sentado, drogado, sin poder moverse o dejar de mirar, se le hacen visionar imágenes de durísima violencia, violaciones, etcétera. Alex es llevado al extremo de la tortura psicológica y el tratamiento da resultado: no acepta ninguna agresión ni puede llevarla a cabo o defenderse, no puede tocar a una mujer, es decir, es convertido en una especie de ente que no puede decidir. La psiquiatría es utilizada de forma totalmente cruel por el estado que no tiene ninguna intención de realmente terminar con la violencia, ya que es parte de la naturaleza misma del régimen. El “nuevo Alex”, mostrado por el primer ministro como trofeo y éxito de su política, es ahora una víctima del sistema.
Y así lo sufrirá: sus padres no lo aceptan, sus antiguas víctimas toman venganza contra él y sus viejos amigos, aquellos lúmpenes desquiciados con los que compartía andanzas, ahora son policías. Así “reforma” también el estado capitalista a esos “seres deplorables”: los convierte en máquinas desclasadas al servicio del poder. Ambos se desquitan con Alex, al punto de llevarlo casi hasta la muerte.
Alex se refugia en la casa de un escritor progresista que lo reconoce como el ´conejillo de Indias´ del Método Ludovico. Este reúne a otros intelectuales para que conozcan al pobre joven. Pero finalmente, el escritor se da cuenta de que Alex fue su victimario y también se toma la revancha. El “humanista bienintencionado”, finalmente, recurre a la “justicia por mano propia”. Nadie se salva en esta cinta de la sátira feroz.
Todo sigue igual de bien
Alex está en el hospital. Sus padres le piden perdón. Ahora es un pobre joven con el cual el régimen se equivocó: el primer ministro va a verlo, le pide disculpas y le ofrece un cargo si apoya su candidatura, ya que todo el escándalo suscitado por el método Ludovico lo hizo quedar mal con la opinión pública. Alex acepta y docenas de fotógrafos sacan fotos de ambos dándose la mano amigablemente. El gobierno coopta al viejo delincuente, convirtiéndolo en un ejemplo para la juventud, método más antiguo que el estado mismo. “Estoy curado”, piensa Alex, mientras visualiza una fantasía lasciva con una mujer. Es el mismo sádico violento que al principio de la película.
50 años de vigencia
La Naranja Mecánica es una película que se inscribe en la mejor tradición de la ciencia ficción distópica de la literatura inglesa, junto a obras como “Un mundo feliz” (Aldous Huxley, 1932) y “1984” (George Orwell, 1949), que indagan en la enajenación del ser humano dentro de un sistema de opresión y violencia. En Argentina, su estreno se postergó hasta 1985, debido a la censura que atravesó a las dictaduras de Lanusse a Videla, pasando por el gobierno de Perón-Perón.
A 50 años de su estreno, La Naranja Mecánica continúa siendo una película potente, una obra de perfección pop, que interpela a todas las instituciones del régimen. Lo que Kubrick llamó “una sátira social, un cuento de hadas sobre la justicia y el castigo y un mito psicológico” se convirtió en una obra maestra que nos recuerda, aún hoy, que tenemos que modificar el mundo de raíz para acabar con la ultraviolencia capitalista.
Matias Melta
03/06/2021
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