A un mes del inicio de la rebelión popular en Colombia, donde los piquetes y las movilizaciones a lo largo y ancho del país han logrado tumbar la reforma tributaria y la reforma de salud, el pueblo colombiano sigue en las calles. Y va contra todas las reformas hambreadoras de Duque, contra la situación insostenible de precarización y desocupación, contra el Estado policial profundamente represivo que asesina sistemáticamente a los líderes sociales en las represiones feroces contra las jornadas de protesta.
Dentro de este escenario, somos las mujeres de la clase obrera el sector más golpeado: sometidas a una mayor precarización laboral y desocupación, donde la pauperización de nuestras condiciones de vida nos deja más expuestas a sufrir múltiples violencias de género. Además, somos también quienes sufrimos doblemente la violencia y los abusos de las fuerzas policiales, llegando, por ejemplo, a la cifra de 22 víctimas de violencia sexual por parte de la fuerza pública en el curso de las represiones contra la rebelión popular.
Siendo las mujeres quienes ponemos el cuerpo ante todas estas realidades, enfrentando al hambre y a las fuerzas represivas del Estado, organizándonos en los barrios, tomando las tareas de cuidado –invisibilizado- o en las asambleas de mujeres contra las violencias, la lucha que se libra actualmente en Colombia no responde a un escenario aislado; sino que parte de una realidad que en los países de nuestra región es similar y hace parte de una oleada de rebeliones populares de los últimos años. En ese sentido, en las movilizaciones de Colombia se han recuperado experiencias del pueblo chileno, en particular de la primera línea, un sector de manifestantes que se enfrenta a las fuerzas policiales defendiendo al resto de la movilización. Allí, la juventud ha cobrado un lugar protagónico, aunque lo novedoso en Colombia es que en Bogotá se organizaron las «Mamás primera línea», madres cabeza de hogar que han liderado las protestas con el fin de proteger a los jóvenes en las represiones luego de ver cómo los masacraban brutalmente.
Algo interesante es que no siempre los hijos de estas madres están en la primera línea, sino que ellas mismas entienden a todos los jóvenes que salen a la calle a luchar como sus propios hijos. Son múltiples los casos en donde las madres, a partir de la lucha por justicia por sus propios hijos, concluyen que estos no son casos aislados, sino que responden a ataques sistemáticos de los Estados; y empiezan a luchar por reivindicaciones más amplias. Uno de los casos más emblemáticos es el de las Madres de Soacha, madres de los conocidos como “Falsos positivos”, que luego de una ardua lucha lograron desnudar la alarmante cifra de 6.402 jóvenes asesinados por militares del Ejército Nacional de Colombia presentados como guerrilleros muertos durante el gobierno de Álvaro Uribe.
La juventud, en todos los países de la región, es hostigada y asesinada por las fuerzas de seguridad, y los agresores tienen la impunidad del poder. El sábado pasado tuvo lugar en Argentina el Segundo Congreso del Plenario de Trabajadoras, con la participación de más de 4500 compañeras en distintas comisiones. En una de ellas, la de Femicidios, violencia y lucha contra la impunidad del Estado, aparecieron cientos de testimonios de compañeras que se organizan ante situaciones similares en Argentina. Las experiencias de las madres, hermanas y familiares de los jóvenes reprimidos muestran que el camino es en las calles, con una organización independiente de los gobiernos de turno, las iglesias y las burocracias sindicales.
La lucha en Colombia continúa, con asambleas de jóvenes, asambleas de mujeres y distintas manifestaciones y piquetes. En Argentina, este 3 de junio, tenemos una nueva instancia de lucha para exigir Ni una Menos, y hacerle frente a este régimen de hambre y de violencia. Basta de represión. Viva la rebelión colombiana.
Karen Medina Díaz
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