La puesta en escena de la película es sublime: las descripciones visuales evidencian un trabajo a la perfección; la representación de la cultura aristocrática (el personaje de Alisa, interpretada por Sonya Priss) y de la nobleza (el capitán Arkady Trubetzkoy, interpretado por Kirill Andrejewitsch Saizew) al mínimo detalle hasta en sus formas de vida. En sintonía opuesta, la película también muestra el lado b de la Rusia prerevolucionaria: la clase trabajadora y los padecimientos en sus paupérrimas condiciones de vida a costa de un régimen parasitario (bajo el personaje principal de Matvey, interpretado por Fedor Fedotov).
Es interesante el contraste visual que aparece en diversas escenas de la película, poniendo como eje principal la diferencia y oposición de clase entre los protagonistas. Si bien estas descripciones generan un código narrativo visual, a la vez generan un tiempo cinematográfico diferente a lo acostumbrado, ya que ralentiza todas las secuencias de acción de la película.
La dinámica visual es exhaustiva en no dejar aspectos sin mostrar, el detalle se muestra en cada escena, y así también lo acompaña la musicalización de la película. La trama realista presenta el marco prerevolucionario en muchos aspectos: la protagonista intenta alcanzar su autodeterminación como mujer, intentando escapar del matrimonio arreglado, buscando la posibilidad de tener acceso a la educación formal, aún a costas de tensar las relaciones familiares.
El vínculo que establece con Matvey se forja en un pacto: ella no delatará que él es un ladrón en patines, si es que él accede a hacerse pasar por su esposo para lograr su incorporación a una institución educativa. Pero el analfabetismo de Matvey delata la falsedad del “esposo”. De esta forma, él le muestra otro tipo de conocimientos, la lleva a explorar su conciencia de clase, mostrándole que fuera de la fantasía de cuentos de hadas en la que ella vive, existe otra realidad: la que viven a diario los oprimidos. Es en los barrios bajos donde Alisa recibe “El capital” como regalo de navidad por parte de uno de los cómplices de la banda de ladrones a la que pertenece Matvey, Alex, el líder, la interpela con esta obra a que reconsidere su condición de clase: “no sé nada de la vida de los pobres”.
“Patines de plata” también presenta otras reminiscencias: la tragedia amorosa de Romeo y Julieta, no solo por las oposiciones de relaciones familiares, sino también por las escenas de balcones y persecuciones a las que se ven expuestos los protagonistas. Las prácticas oscurantistas de interpretar la realidad a partir de los astros o eventos que se consideran “mágicos” sin darle un marco científico se ven contrapuestas con la idea de la modernización (el automóvil, la electricidad e inclusive las reformas en el aparato estatal represivo).
La película es circular en cuanto al inicio y final en base al carácter estructural de los patines, como medio de transporte para la clase trabajadora y como un entretenimiento en los Bailes de Invierno para la clase alta de la sociedad. “Patines de plata” termina siendo una película “pochoclera” que no deja de ser un llamado a las posibilidades de correrse de los lugares asignados, romper con los esquemas familiares, y, sobre todo, adquirir conciencia de clase. Aunque ciertos temas son tratados superficialmente, no deja de llamar la atención que en una película de tono rosa romántico aparezca el realismo social bajo la lucha de clases y el planteo respecto de la conciencia de clase, como un interrogante a desarrollar.
Julieta Rusconi
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