¿Ha terminado la época dorada del gigante asiático?
El mercado chino se vio sacudido frente a la noticia de que una de las mayores inmobiliarias comerciales de China, Dalian Wanda Group, no estaría en condiciones de pagar los vencimientos que se aproximan de su deuda. Se trataría de la mayor compañía inmobiliaria desde Evergrande en dicha situación.
Las principales consultoras rebajaron la calificación de este grupo económico. Según los trascendidos, la corporación contaría con la disponibilidad 200 millones de dólares en momentos en que debe hacer frente a un pago inmediato de deuda de 400 millones de dólares. Frente a este panorama, los bonos de la empresa se desplomaron de forma drástica.
Otras empresas inmobiliarias chinas de alto perfil, pero con problemas de endeudamiento, también sufrieron importantes caídas, a medida que han surgido más noticias negativas en torno al sector, que aportaba alrededor del 25% del PBI de China, antes del desplome de las ventas de viviendas en los últimos dos años. Las empresas chinas Central China y Leading Holdings se sumaron recientemente a la larga lista de compañías del maltrecho sector que incurren en el impago de sus obligaciones financieras.
Como resultado de la crisis inmobiliaria hay cada vez más obras paralizadas y los compradores desesperados boicotean el pago de hipotecas. Sin acceso al flujo de dinero fácil que había alimentado el “boom” en las últimas décadas, muchas empresas empezaron a incumplir sus compromisos. El hecho de que millones de familias no puedan acceder a las viviendas que han comprado por adelantado se está convirtiendo en un asunto explosivo y, por supuesto, una amenaza para el régimen. En los últimos meses, las autoridades de varias regiones han reprimido las quejas de los ciudadanos por las viviendas inacabadas, según participantes en el boicot hipotecario.
Límites de la política de estímulo
El gobierno chino ha procurado morigerar la situación recortando los tipos de interés hipotecario y otorgando más préstamos a las compañías en aprietos, pero el margen de maniobra de las autoridades no es muy grande, pues toda indica que el efecto contagio ya se ha producido, afectando a todo el sector inmobiliario, pero además a otros sectores de la economía. Hay que tener presente que el endeudamiento en China ha crecido como una bola de nieve y hoy triplica el PBI y se ha vuelto insostenible. En ese contexto, el Estado chino tiene cada vez menos capacidad pilotear la emergencia. “El pronóstico para el sector ‘parece funesto’, indicó una nota del banco japonés Nomura publicada en junio” (La Nación, 20/3).
La crisis no se circunscribe al sector inmobiliario. China está sufriendo una desaceleración económica. La economía del país perdió impulso en el segundo trimestre del año, como resultado de una caída en la demanda interna y externa. La expectativa de que la supresión de la política de Cero Covid, que dispuso el gobierno chino bajo presión del capital internacional, iba a provocar un florecimiento económico no se cumplió. En el período de abril a junio, el Producto Interior Bruto (PIB) de China aumentó solamente un 0,8% intertrimestral, poniendo en duda el objetivo de crecimiento anual, que el gobierno fijó en un modesto 5% para el 2023.
Una de las cifras más significativas fue el aumento del paro juvenil. Entre los 16 y los 24 años alcanzó un nuevo récord del 20,4%. Importa destacar que, a diferencia de lo ocurrido en las economías capitalistas avanzadas, los precios de producción están cayendo, lo que habla de una tendencia deflacionista.
“Las probabilidades de que la coyuntura en China pueda mejorar a corto plazo son escasas. Los indicadores del consumo chino ahora mismo presentan sus peores registros de las últimas décadas. El empleo urbano registrado, que no incluye las zonas rurales, cayó por primera vez desde 1962. Las ventas minoristas en China, con un descenso del 0,2% durante 2022, registraron su segundo peor dato desde 1968. Y la renta per cápita disponible, con un alza inferior al 3%, está en sus peores niveles desde finales de los años 80” (Infobae ,2/7).
Tambalean los pronósticos
A partir de este panorama, hay quienes han ido más lejos y pronostican que esto va a condicionar el crecimiento chino en la próximas décadas y terminar por echar por tierra los pronósticos optimistas que auguraban que el gigante asiático iba a superar a Estados Unidos y poner fin a la brecha que lo separa de las economías occidentales. No olvidemos, además, que la población activa y la base de consumidores de China están disminuyendo, mientras que aumenta la masa de jubilados.
Al igual que en el sector inmobiliario, el gobierno ha empezado a alentar medidas de estímulo para apoyar el empleo en el sector manufacturero pero los límites del Estado en la materia son muy pronunciados dado los niveles de endeudamiento señalados. La única salida sería un estímulo fiscal rápido, sustancial y sostenido, pero el Estado chino no está en condiciones de repetir lo que hizo en la crisis financiera de 2008. China enfrenta lo que diversos economistas denominan “recesión de balance”, en la que los consumidores y las empresas están apostando por cancelar deuda en lugar de pedir prestado e invertir. Esto es parte de la mecánica usual de cómo se inician las depresiones. La experiencia de los últimos años indica que el gasto público es cada vez más ineficaz para reactivar la economía del país: ha generado más deuda que crecimiento.
No se nos puede escapar que, a diferencia de 15 años atrás, en lugar del acople chino-norteamericano asistimos hoy a un escenario de guerra comercial y su traducción al plano diplomático y militar. El belicismo se ha potenciado con la cuestión de Ucrania y estamos frente el riesgo de una conflagración generalizada. La disputa en el Pacífico y en torno a Taiwán está colocada en el centro de las tensiones.
Frenazo
La reducción de la tasa de interés ha acelerado una devaluación del yuan que se ha depreciado un 6% respecto a la divisa norteamericana este año. Esto, por supuesto, desaliente las importaciones, lo cual ha encendido las alarmas del capital internacional porque echaría leña al fuego a las tendencias recesivas ya imperantes en la economía mundial.
No se nos puede escapar que la posibilidad de sanciones contra China, bien por su cada vez más estrecha relación con Rusia o por un conflicto en Taiwán, hace que Beijing priorice proteger sus reservas internacionales de divisas preservando su superávit comercial. Es decir, si las exportaciones caen -como ya viene ocurriendo por la recesión mundial que está asomando y la guerra comercial- también lo harán las importaciones. Esto merece especial atención para América Latina cuyas expectativas están depositadas en la demanda china. Durante los cinco primeros meses de 2021, según estadísticas oficiales chinas, el comercio total chino con América Latina creció interanualmente un 45%. Pero en este año 2023, tomando también como referencia los meses de enero a mayo, el frenazo comercial bilateral se materializó con un ascenso muy moderado en torno al 3%.
La menor demanda externa, por razones geopolíticas, puede atascar todavía más el motor del crecimiento e infligir un daño mayor al empleo de seguir cayendo las exportaciones. En este contexto, las importaciones quedarán reducidas al mínimo imprescindible. Y el círculo vicioso lo cierran un consumo doméstico e inversión privada sin robustez suficiente como para tirar del crecimiento en China.
No nos debe sorprender que, con el aumento de las tensiones entre Estados Unidos y China, cada vez más compañías del gigante asiático elijan distanciarse del régimen de Beijing. Muchas establecieron nuevas fábricas y sedes en el extranjero y eliminaron menciones a “China” en sus sitios web, según The New York Times. TikTok, por ejemplo, se estableció en Los Ángeles y Singapur, mientras que Temu ha trasladado su sede a Boston y su empresa matriz a Irlanda. Asimismo, otras firmas, incluidas las de propiedad extranjera, se separan de sus operaciones chinas de sus negocios globales para cuidar su reputación.
En este marco, muchas fábricas ya decidieron relocalizar sus instalaciones en otros países del sudeste asiático. A lo que habría que agregar el hecho que países, en especial del sudeste asiático, vienen ofreciendo oportunidades más lucrativas de inversión a partir de una mano de obra más barata comparado con los costos salariales vigentes en China. Tengamos presente que la crisis que estalló con el Covid y, ahora, con la guerra de Ucrania ha replanteado la política del imperialismo que aspira a no quedar expuesto al riesgo a una ruptura de la cadena de suministro, como ocurrió estos últimos años, lo que ha llevado a una paralización de la producción mundial en muchas actividades. La relocalización, radicando incluso ciertas fábricas dentro de sus propias fronteras, apunta a revertir esta situación.
Perspectivas
¿Ha terminado la época dorada de China? “La economía china no está a punto de implosionar, pero no está volviendo a la década dorada de 2010, cuando crecía a un nivel de dos dígitos”, dice a DW Steve Tsang, director del Instituto de China en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (Soas), con sede en Londres” (Infobae, 15/5).
Lo que está a la vista es que en lugar de que China saque al mundo de la crisis, como vaticinaban muchos gurúes, fue arrastrada por el torbellino de la crisis. Resta ver cómo las crecientes contradicciones que atraviesa el gigante asiático se trasladan al plano social y político. Las grietas del modelo chino están llamadas a provocar nuevas penurias, privaciones e inseguridad en la existencia de la población trabajadora china, lo cual es un caldo de cultivo para estallidos populares y crea un nuevo terreno para que la clase obrera china irrumpa en la crisis con un perfil político propio e independiente.
Pablo Heller
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