“Se cree que un régimen de terror es el gobierno de gentes que aterrorizan a los demás, cuando en realidad es un gobierno de gentes aterrorizadas. El terror suele reducirse principalmente a crueldades inútiles, realizadas por gentes que tienen miedo para tranquilizarse a sí mismas”.
Federico Engels. Correspondencia con Marx.
Los orígenes del siglo XXI, signado por sangrientos actos de terror y guerras fratricidas, han visto renacer las más diversas interpretaciones sobre el terrorismo de estado. En estos estudios recurrentes, el problema es crecientemente reconocido, pero el objeto de estudio en cuestión, en no pocas ocasiones, es mal situado. O se examina desde la apariencia, desde lo que se ve, es decir, de forma ahistórica y fenomenológica, o transcurre por los errados cauces de la concepción Düringchana que identifica la violencia como un fenómeno esencialmente político.
Al objetar ambos enfoques, sostenemos que el terrorismo de estado, si se quiere realmente llegar a su esencia, tiene que ser contextualizado, es decir, colocado en las condiciones históricas concretas en que transcurre, comprender con qué objetivos se hace, qué clase la hace, y sobre todo, qué fin político se persigue. No se debe suplantar la teoría por el simple registro de los hechos; es preciso enfocar los fenómenos con una óptica más amplia, mirar más al fondo.
El Terrorismo de Estado como instrumento de dominación
Reconstruir el itinerario del terrorismo de estado significa adentrarnos en la brutal historia del desarrollo de la burguesía. No es que el capital haya inventado el terrorismo de estado. Esta forma de terror también existió bajo la esclavitud, bajo la servidumbre de la gleba y en otros regímenes basados en la crueldad. Mas solo florece, solo despliega todas sus energías allí, donde ocurre su fusión con el capital. Es precisamente en los inicios de la llamada modernidad capitalista, donde el terrorismo se enlaza a los procesos de acumulación originaria del capital, ocurre su conversión en instrumento de dominación efectivo y adopta, en la medida que emerge como resultado de un modo material de vida dominante, la forma de voluntad dictatorial. Por ser ya una clase social, y no un simple estamento, la burguesía, desde su posición de poder, configura un nuevo paradigma de terrorismo vinculado a la lógica histórica del desarrollo capitalista que expresa el carácter necesariamente coercitivo de dicho sistema. De tal modo, una caracterización inicial del terrorismo de estado solo es posible si se le concibe como parte del movimiento expansivo que genera el propio capital en su devenir histórico, si se examina como un modo particular de producción que lo subordina, inexorablemente, a su ley general. Tan pronto como se expone este proceso, deja de ser una simple colección de hechos violentos y comienza su exposición práctica, objetiva y real.
Analizar el terrorismo de estado como un mero acto de voluntad criminal es como ignorar el ABC del marxismo. La burguesía no se vale del terror de masas o de naciones únicamente por su vocación canallesca. Lo que prima en esto, es su deseo instintivo de conservación ante la imposibilidad de compensar por otros medios la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y el agotamiento de los espacios productivos en los que se realiza la reproducción ampliada del capital. Lo acaecido en los Balcanes, primero, y lo que acontece en Afganistán e Irak, ahora, es una prolongada reiteración del ciclo de barbarie que necesariamente genera el capital en su movimiento real y no una simple violación de la ley. En todos los casos recorre el mismo camino, atravesando por los mismos errores etapa tras etapa. Este rasgo esencial, lo aherroja ineludiblemente a la lógica de la lucha de clases a nivel de cada sociedad capitalista en particular y del mundo en general.
El terrorismo de estado es, en este sentido, el corolario de un tipo concreto de relaciones de producción que lo nutre constantemente y le permite contar con el soporte tecnológico y militar necesario. Esto equivale a decir, que no es ningún bandido coronado1 el terrorista mayor, sino el propio sistema de dominación existente. Lo anterior, lógicamente, no desmerita para nada a Hitler, ni incluso al propio Bush. Solo ratifica que el poder dominante, en el contexto capitalista, nunca ha sido otro que aquel que ha logrado desplegar el capital en su movimiento real.
No es que la economía se torne en ámbito exclusivo y excluyente del poder y todo lo demás, efectos puramente pasivos. En el análisis de los procesos sociales tan incorrecto es ignorar el papel determinante de la base económica respecto a la superestructura, como la real influencia inversa de esta dentro del proceso de desarrollo histórico. Las condiciones económicas finalmente determinan, pero lo jurídico, lo político e incluso los factores sicológicos, desempeñan también un papel importante. El propio Marx señala que en el capitalismo desarrollado, o sea, en el modo de producción capitalista ya constituido, sigue usándose la violencia cuando es necesaria, aunque aclara a continuación que solo excepcionalmente. Lo erróneo aquí, consiste en apelar a la violencia extraeconómica para fundamentar el terrorismo de estado. En el caso que nos ocupa, toda la superestructura opera en función de legitimar y garantizar la hegemonía económica de la clase dominante. “La violencia- señalaba Engels- no es más que el medio [...] el fin reside en el provecho económico. Y cuanto más fundamental es el fin respecto a los medios aplicados para alcanzarlo, tanto más fundamental es en la historia el aspecto económico de la relación comparado con la política”2.
El terrorismo de Estado en el Capitalismo Monopolista Transnacional
En el actual ciclo de acumulación capitalista, el capital continúa siendo el punto de partida y el punto final de todas las relaciones burguesas. Es a la vez, el hilo conductor que nos permite desentrañar la embrollada madeja de relaciones reciprocas que se establecen entre el actual proceso de concentración y transnacionalización del capital y los mecanismos de poder existentes.
Aunque el terrorismo de estado sigue siendo, en esencia, terrorismo de estado, y sus objetivos estratégicos son exactamente los mismos, la forma en que se manifiesta ha sufrido importantes cambios, en parte, por el carácter cada vez más transnacional del capital, en parte, a causa de los contextos internacionales cambiantes. Ahora es infinitamente más brutal, desmedido y global. Con una nueva correspondencia de fuerzas, donde la Oligarquía financiera transnacional se encuentra a la ofensiva, el imperialismo acude a formas más desarrolladas de terrorismo de estado para subvertir el status quo e implantar un imperio transnacional. No podemos soslayar, que la economía mundial se encuentra hoy dominada por menos de 200 empresas transnacionales, las cuales controlan la tercera parte de la producción mundial y dos terceras partes del comercio global. La contundencia de estos datos nos excusa de mayores comentarios.
El poder político en la sociedad burguesa constituye la forma por excelencia en que se manifiesta la fuerza del capital. En este sentido, la concentración transnacional que se manifiesta en los países imperialistas contemporáneos, expresa la necesidad de construir una maquinaria de violencia transnacional, capaz de cumplir sus funciones políticas. Esta maquinaria de poder, a su vez, se caracteriza por la proyección transnacional de su poder militar. De ahí, que el terrorismo de estado, en este contexto, adquiera también este carácter.
Lo que Engels subrayó entonces sobre el gasto militar y el militarismo no es nada comparado con la situación actual. La guerra cibernética, la nanotecnología aplicada, o el láser, han dejado de ser una visión futurista de los militares. Solo el Pentágono, gasta alrededor de mil millones de dólares cada día para el mantenimiento de su maquinaria bélica, mientras miles de seres humanos mueren por falta de alimentos en el planeta.
El desarrollo del actual ciclo de acumulación capitalista entraña la conformación de una geocultura “legitimadora”, capacitada, al menos técnicamente, para certificar dicho proceso. En razón del virtual control del mercado noticiario del mundo por las grandes transnacionales, argumentos tan absurdos como sucede con la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico, la acusación de producción de armas de destrucción masiva, e incluso, las visiones fundamentalistas de la religión del señor presidente Bush, son presentadas sin el menor escrúpulo posible para justificar la guerra. Ni el propio Goebbels se hubiese atrevido a presentar pretextos tan evidentes.
Si bien la idea de fabricar adversarios es realmente muy simple y antigua, su conversión en prerrogativa absoluta de una superpotencia que pretende erigirse en juez mundial no lo es. Solo un sofista, a nuestro juicio, podría deshacer la diferencia entre el terrorismo de estado que hoy usufructúan las principales potencias imperialistas, en particular, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica y los actos terroristas perpetrados contra el World Trade Center y el Pentágono (por cierto, nunca han sido totalmente clarificados estos hechos). Pensamos que tal parcelación resulta un galimatías inexplicable. Lo que diferencia estos episodios es, sin otra cosa, su contenido clasista. No es el tipo de terrorismo, insisto nuevamente, sino los intereses de clase que postula el sujeto que lo realiza, lo que compone el único punto de vista desde el que se puede afrontar el estudio de una problemática tan compleja.
Son muchas las causas que nos hacen pensar que detrás de un discurso de “legalidad” y “justicia infinita“ subyacen objetivos y estrategias de dominación previstas desde hace mucho tiempo. No es casual, que todo este proceso se desarrolle en un contexto caracterizado por un declive económico mundial que tuvo su arranque mucho antes de los sucesos de septiembre del 2001. Coincidiendo con Samir Amín, a quien parafraseo, la opción militarista del establishment de EEUU no es otra cosa que el reconocimiento de que EEUU no dispone de otros medios para imponer su hegemonía económica. No menos importante, resultan los nexos que establece el despliegue de dicho fenómeno con los procesos de metamorfosis transnacional del derecho, diseñado y orquestado para certificar no solo de facto, sino también de jure la dominación de la clase global gobernante. Según los nuevos criterios de antijuricidad, el poder arbitrario de los nuevos oligarcas no se considera comprometido legalmente con sus actos. El problema es manifiesto, por ejemplo, en la polémica ley de protección del personal de servicio de Estados Unidos, que objeta cualquier alegación de jurisdicción sobre los ciudadanos estadounidenses por parte del Tribunal Penal Internacional.
A la sazón, se nos presenta una nueva “racionalidad” jurídica y política que intenta validar en lo ulterior una visión sacra de la existencia del poder transnacional como autoridad absoluta, a la vez que induce la aceptación fatalista del rol obediente del llamado Tercer Mundo. Tal “racionalidad”, resulta en extremo perniciosa, no solo por los instrumentos que emplea, sino también, por el simbolismo subyacente.
Los actos de barbarie y desalmada crueldad desatados por los EE.UU. en las guerras de Kosovo, Afganistán e Irak, no son un episodio pasajero, sino más bien, el principio de una dictadura de dominación mundial en función del capital financiero transnacional que encuentra en el terror un arma de inestimable valor.
Los acontecimientos de hoy en día, reflejan que la lógica brutal que moviliza al capitalismo monopolista transnacional contemporáneo no implica una ruptura esencial con las formas de terrorismo de estado precedente, incluyendo el nazismo, sino un período de más alta reestructuración del sistema de dominación burgués. Este proceso se condensa en la instrumentación de todo un sistema de métodos de violencia y terror que van desde el asesinato colectivo hasta el uso indiscriminado de armas sofisticadas de alto poder destructor. Un componente exclusivo lo encontramos en los mecanismos de dominación económica, enrumbados a garantizar, por vía del terror, el flujo de las ganancias en una sola dirección. El capital se hace cada vez más irracional y aterrador. Cohetes cruceros, bombas guiadas por láser, torturas y secuestros, se articulan ahora a un no menos inhumano engrandecimiento de la tasa de explotación, a capitales crediticios que rinden beneficios a perpetuidad mediante la apropiación de riquezas ya producidas o a capitales ficticios que frenan la capacidad productora de la humanidad y comprometen el futuro de la vida misma.
Este tipo relaciones, fuertemente asimétricas y jerarquizadas, actúan a través de una amalgama de estructuras, al estilo del FMI, BM, OMC, que desentendiéndose de cualquier consecuencia social posible, facilitan por razón de la extorsión internacional, el chantaje y las presiones de todo tipo, el saqueo y la depredación de pueblos enteros.
El terrorismo de estado engendra, con la fuerza inexorable de un proceso innatural, su propia negación. Nada más elocuente que la inconsistencia de sus premisas políticas e ideológicas de partida y el aspecto ético y jurídico del problema, en particular, lo referente a los antecedentes de ilegalidad implícita en su contenido. Es a la vez, fuente de contradicciones de todo tipo: contradicciones entre las naciones, contradicciones entre diferentes culturas, las clases al interior de las naciones, entre el capital y el trabajo, e incluso, aquellas que emanan de las rivalidades entre el completo militar-industrial que busca aumentar los gastos militares y el resto de la clase gobernante, que busca amplias reducciones de impuestos. Todo parece indicar, sin embargo, que estas contradicciones se profundizarán, en la medida que se incremente la crisis económica, dando lugar a formas más sofisticadas y crueles de terror. Todo ello, nos permiten comprender su potencial para crear una nueva situación revolucionaria a escala internacional y una nueva crisis de legitimidad del sistema. Por supuesto, esto no significa indicar que la destrucción del capitalismo ocurrirá sencillamente por la exacerbación de las contradicciones del capital. Se necesita, sobre todo, la acción consciente y organizada de los pueblos.
El terrorismo de Estado Monopolista Transnacional es, en resumen, un momento definitorio en la expansión de la metamorfosis de las relaciones de poder vinculada a la nueva forma histórica del capitalismo y más concretadamente, un poderoso instrumento dirigido desde los grandes centros financieros transnacionales que virtualmente no reconoce territorios ni adversarios definidos fuera de sus intereses clasistas. Sintetiza un tipo de dominación sui géneris que ilustra, a todas luces, que el siniestro sistema capitalista es estructuralmente incompatible con los intereses humanistas de la humanidad.
MCs Joel González García
Instituto Técnico Militar “José Martí”
1 El término es de Lenin
2 Engels , Federico. “Anti-Duhring”, Edit. Pueblo y Educación, La Habana 1984, p. 195
No hay comentarios.:
Publicar un comentario