Guy Theunis, un cura católico belga de 60 años, fue detenido el 6 de setiembre de 2005 por las autoridades ruandesas por su participación en el genocidio de 1994 en calidad de inspirador y responsable directo.
El cura, perteneciente a la congregación Misioneros de África, también conocida como Padres Blancos, vivió en Ruanda entre 1970 y 1994. Contra él pesaba una orden internacional de busca y captura, y fue identificado y detenido en el aeropuerto de la capital, Kigali, donde se hallaba de tránsito.
Theunis compareció el 11 de setiembre ante un tribunal popular, conocidos como gacaca, del distrito de Ubumwe (centro de Kigali), donde, vestido con el uniforme rosa de los presos ruandeses, se defendió en kinyarwanda, la lengua local, ante más de 1.000 personas de las acusaciones que pesan contra él. Entre el público, además de los testigos, había responsables ruandeses, de los cuales varios declararon, miembros del cuerpo diplomático y representantes de organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Está Usted acusado de haber incitado a la gente al genocidio. ¿Qué tiene que decir?, le empezó preguntando el presidente del tribunal gacaca de Ubumwe, Raymond Kalisa.
El fiscal Emmanuel Rukangira ha indicado que el sacerdote incitó al genocidio al publicar artículos de la revista extremista Kangura en su propia revista, titulada Diálogo, de la que el cura era editor. El antiguo responsable de Kangura, Hassan Ngeze, fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, que funciona en la ciudad tanzana de Arusha.
También le acusan de haber enviado faxes a Europa en los primeros días del genocidio en los que nunca indicó que los tutsis estaban siendo masacrados, según un investigador de derechos humanos que testificó. Más bien al contrario, el sacerdote aludía a las acciones de la guerrilla tutsi del Frente Patriótico Ruandés para encubrir los hechos. Los documentos remitidos utilizaban expresiones como limpieza y trabajo corrientemente utilizadas por los genocidas hutus para referirse a los asesinatos de tutsis.
El misionero alegó que seguía órdenes de sus superiores cuando firmó los documentos y que las decisiones eran tomadas por el jefe de la congregación terrorista, el también belga Jef Vleugles.
Finalmente, los nueve jueces del tribunal popular gacaca decidieron remitir la causa a la justicia ordinaria porque el sacerdote había sido uno de los planificadores del genocidio, asunto que compete a los tribunales ordinarios. Su caso será juzgado por los tribunales ordinarios, ya que los tribunales populares han decidido que no tienen competencia para ello, aseguró el secretario general del Ministerio de Justicia ruandés, Johnston Busingye. Eso significa que el cura católico fue uno de los máximos dirigentes del genocidio: Las acusaciones caen en la categoría máxima de planificadores del genocidio y las cortes populares juzgan sólo a los ejecutores, añadió Busingye. Por lo tanto, el sacerdote puede ser condenado a pena de muerte ya que ha sido catalogado como número 1 entre los dirigentes del genocidio.
Entre 1992 y 1993 el cura Theunis fue delegado en Ruanda de Reporteros Sin Fronteras, una organización de la CIA, de la que hablamos en este sitio (léelo pulsando el enlace). Naturalmente Reporteros Sin Fronteras ha condenado la detención del sacerdote en un comunicado público.
Dado que muchos ciudadanos comunes cometieron los asesinatos, los detenidos tras el genocidio superaron pronto los 100.000 y, consciente de que le llevaría más de cien años juzgarlos por la vía ordinaria, el gobierno ruandés organizó la gacaca. Según este sistema, los acusados son llevados al lugar en el que cometieron sus crímenes, donde ellos mismos y los habitantes testifican en contra o favor del acusado ante un panel de jueces elegidos por y entre la población. Para los responsables de alto rango del genocidio se reservan los tribunales ordinarios, donde pueden ser condenados a pena de muerte.
Organizaciones como Amnistía Internacional han admitido que la gacaca es el único modo de hacer justicia en Ruanda. El sistema lo consideramos equitativo y justo, aseguró el director de la Unidad Jurídica de la gacaca, Augustin Nkusi.
Otro sacerdote católico que afronta cargos de genocidio es el ruandés hutu Athanase Seromba, que se negó a acudir el 20 de setiembre de 2004 al inicio de su juicio ante el Tribunal Penal Internacional para Ruanda.
Según el acta de acusación, tras la muerte del presidente Habyarimana el 6 de abril de 1994, Seromba se reunió con los caciques locales del pueblo de Kivumu, en la provincia occidental de Kibuye, para preparar y ejecutar un plan de exterminio de la población tutsi. Fríamente, en dichas reuniones decidieron concentrar a la población tutsi de Kivumu en la parroquia de Nyange, de la cual Seromba era el máximo responsable. Más de 2.000 personas abarrotaron la iglesia del cura, que a partir del 15 de abril fue sometida a ataques regulares por parte de militares y milicias Interahamwe, en presencia del párroco.
Finalmente, el sacerdote ordenó el derribo de la parroquia con máquinas excavadoras, tras lo cual los pocos supervivientes fueron rematados. Concluida la matanza, Seromba ordenó a las milicias que limpiaran la basura, en referencia a los cadáveres.
Al juicio tampoco acudió ninguno de los otros acusados principales: los ex jefes del Ejército y al Policía paramilitar de Ruanda, los generales Augustin Bizimungu y Ndindiliyamana, respectivamente.
Sus abogados acusaron al tribunal de ser parcial, ya que, según adujeron, servía los intereses del actual Gobierno ruandés, dominado por la minoría tutsi y sus aliados occidentales.
La implicación de los cristianos en el genocidio
Las matanzas en Ruanda comenzaron el 6 de abril de 1994, horas después de la muerte del presidente Juvenal Habyarimana, cuyo avión fue derribado al disponerse a aterrizar en Kigali.
Durante tres meses, organizadas por las autoridades hutus entonces en el poder y alentadas por caciques locales y por la Radio Televisión Mil Colinas, las matanzas se cobraron, según distintas fuentes, la vida de entre medio millón y un millón de tutsis y hutus. Los tutsis, que en Ruanda representan un 14 por ciento de la población, frente al 85 por ciento hutu, fueron los más perseguidos y cientos de miles murieron descuartizados con machetes y armas de fuego por milicias extremistas, soldados y la propia población civil.
Miembros de la jerarquía católica en el país tenían estrechos vínculos con los políticos ultras y apoyaron a las milicias hutus en la matanza de 1994. Muchas de las matanzas en Ruanda, que es el país con más cristianos de África y donde un 60 por ciento de la población abrazaba el catolicismo, se produjeron en las iglesias católicas, donde la gente buscó refugio.
Según la organización African Rights, hay una evidencia abrumadora de que líderes de las iglesias anglicana, metodista, presbiteriana y católica estuvieron implicados en el genocidio. En el informe esta organización humanitaria afirma que no sólo muchos cristianos cometieron atrocidades sino que muchas masacres tuvieron lugar en las parroquias.
Hoy, gran parte de los memoriales del genocidio que pueblan Ruanda son iglesias: en el templo de Nyamata murieron cerca de 10.000 personas y en la iglesia de Ntarama otras 5.000.
En tribunales nacionales, la participación de la Iglesia católica en el genocidio fue puesto de manifiesto por la justicia belga, que condenó en junio de 2001 a dos monjas católicas ruandesas a 12 y 15 años de cárcel por su papel en la espantosa masacre. Ahora ya se va haciendo más habitual, pero entonces era la primera vez que el catolicismo ve a uno de sus miembros sentarse en el banquillo de los tribunales con acusaciones tan graves.
En febrero de 2003, el TPIR condenó a diez años de prisión por genocidio al pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día Elizaphan Ntakirutimana, y otros cuatro religiosos están detenidos por el Tribunal Internacional y a la espera de juicio, entre ellos, dos párrocos católicos, Hormisdas Nsengimana y Emmanuel Rukundo. Un tercero es el obispo anglicano Samuel Musabyimana, que murió por enfermedad en 2003 en el Centro de Detención de Arusha.
Las iglesias cristianas, que desde hace años tienen desatada una gran campaña internacional contra el fundamentalismo islámico, tienen mucho de qué callar. Desde siempre su historia no es más que una historia de matanzas por amor al prójimo.
Cuando los imperialistas se acabaron de repartir el mundo a comienzos del siglo XX, a Bélgica le correspondió Ruanda en 1916. Para asentar su dominio se apoyaron en la congregación de los Padres Blancos, que estaban en el país desde 1900. Conforme a sus tesis racistas, imperialistas y evangelizadores seleccionaron a la minoría tutsi como élite dominante, iniciando una campaña de discriminación contra la mayoría hutu, que se vio marginada.
Las tornas cambiaron en 1959 cuando, con vistas a la descolonización, pusieron a los hutus al mando del país. Entonces, mientras los hutus quedaron ligados al imperialismo franco-belga, los tutsis tuvieron el sostén de británicos y estadounidenses, entablándose feroces matanzas entre ambas etnias. Divide y vencerás. Desde 1990 los paracaidistas franceses ocupan el país para combatir a la guerrilla tutsi del Frente Patriótico Ruandés, considerado como la vanguardia de la penetración de los imperialistas estadounidenses en la región. El actual presidente de Ruanda, Paul Kagame, tutsi y miembro del FPR, ha recordado públicamente las amenazas de los imperialistas franceses: En 1991 ó 1992, fui a París invitado por las autoridades. Un oficial me dijo: 'Si Usted no para la guerra, cuando vuelva a Kigali todos los suyos habrán muerto'. Jamás he olvidado esta frase, que testimonia la implicación directa del gobierno francés en el genocidio.
Después de la masacre, los imperialistas franceses ocultaron y protegieron a los responsables en el marco de la Operación Turquesa, calificada en París de misión humanitaria. A pesar de la matanza, los hutus perdieron el poder. Decenas de miles de genocidas hutus penetraron en la República centroafricana y en Zaire, en la región de Kivu, como refugiados donde los franceses los reorganizaron y entrenaron para tratar de reconquistar el país.
Bruguière y el genocidio de Ruanda
El 10 de abril de 2004, para tapar el décimo aniversario del genocidio, el juez antiterrorista francés Bruguière y el diario Le Monde lanzaron una operación mediática difundiendo un informe falso para exculpar al imperialismo francés del asesinato del presidente Juvenal Habyarimana, que se imputaba al actual presidente Paul Kagame. La reacción de éste, que acababa de ganar las elecciones, fue la siguiente: Bruguière y otros fueron los responsables franceses de lo que sucedió en Ruanda. Incluso están tratando de trasladar la responsabilidad a las víctimas. En Francia algunos tienen las manos manchadas de sangre. En uno u otro momento, tendrán que responder de sus actos. ¿Acaso esos elementos implicados en el genocidio están por encima de las leyes? El Tribunal Penal Internacional para Ruanda o el Tribunal Penal Internacional están reservados a los países del tercer mundo? Tenemos mucha información sobre el genocidio. Veremos cómo se comportan algunos, quizá llegue el día en el que se encuentren en el banquillo de los acusados.
Sobre esta campaña de manipulación escribió también Luigi Elongui en Le Nouvelle Afrique-Asie (abril de 2004): Una operación así está destinada a ocultar, una vez más, la implicación de Francia en la tragedia ruandesa.
En efecto, pese a los informes fraudulentos del juez Bruguière, la comisión internacional de investigación de la ONU, además de reconocer su propia responsabilidad en el genocidio, acusó en su momento a las autoridades francesas de empujar a la región hacia una catástrofe de consecuencias incalculables. En esa misma línea, los escritores François-Xavier Verschave y Philippe Hauser, escriben en su libro Au mépris des peuples. Le néo-colonialisme franco-africain (Editions La fabrique, 2004): No se puede reducir el genocidio a una sola causa. Por el contrario, lo que es una obra franco-africana ejemplar es la complicidad de Francia en el genocidio. Esta complicidad no explica todo, pero fue decisiva [...] Durante los tres meses del genocidio, Francia mantuvo un apoyo diplomático constante al gobierno que cometía ese crimen de crímenes. No cesó de suministrar armas al ejécito que cometió el genocidio, envió a Paul Barril al rescate como instructor de una operación que se llamó 'insecticida' y los tutsis fueron calificados como cucarachas. Los principales bancos franceses alimentaron la caja del gobierno genocida hasta el 15 de julio, tras el fin del genocidio [...] Hay que repetirlo: la complicidad de Francia en el genocidio de los tutsis es el peor crimen francés del siglo XX [...] En el genocidio perpetrado en Ruanda nuestro honor está en duda; nuestro honor se ha ensuciado con el crimen. Como los diputados no han querido hacer el trabajo de investigación, corresponde a las asociciones, a los intelectuales, a las personalidades, sustituirlos y exigir que se haga luz.
Pero hace ya mucho que Francia, la patria de los derechos humanos, se ha convertido en una cloaca imperialista, como bien saben nuestros camaradas allá encarcelados por el genocida Bruguière con sus habituales malas artes.
En Ruanda como en Irak o en los Balcanes
En 1997 se creó en Bélgica una comisión parlamentaria de investigación para analizar (más bien encubrir, como es habitual) lo sucedido. Un año después, la Asamblea francesa abrió otra investigación para encubrir las responsabilidades del gobierno socialista en el genocidio. El presidente socialfascista François Mitterrand había declarado entonces que en un país de esos, un genocidio no es muy importante.
Aunque no sirvieron para depurar responsabilidades, las investigaciones confirmaron, sin embargo, bastantes aspectos claves que proporcionan hoy un panorama muy distinto del que los medios de intoxicación nos pintaron en su momento.
Cada vez que este tipo de noticias brutales aparece en la prensa, pretenden que nos quedemos únicamente con el espanto y la barbarie de las muertes en masa, las torturas y las mutilaciones. A la hora de buscar soluciones y, por tanto, a los responsables que las planifican, todo son vaguedades. Lo que nos quieren llevar a pensar es que en el Tercer Mundo se vive en un estado primitivo, salvaje y tribal: no son capaces de gobernarse a sí mismos; nos necesitan para que les rescatemos para la civilización occidental.
Esto se viene denominando ahora intervención por razones humanitarias y, junto a los mercenarios, es el terreno favorito de actuación de esas infumables ONG, cómplices de toda la política imperialista de expansión y exterminio. En Irak como en Ruanda o en Yugoeslavia, parece como si de repente en un país casi desconocido surgen matanzas todos los días y se exige la intervención de los países civilizados para poner fin al horror. Allá acuden los mercenarios imperialistas armados hasta los dientes para poner paz y orden y, a su lado, esa cohorte de ONG, remedo de aquellos viejos misioneros evangelizadores que hicieron que en el Imperio español nunca se pudiera el sol. No importa que luego esos mismos mercenarios y cascos azules en tareas humanitarias cometan saqueos, violaciones y otros abusos contra las indefensas poblaciones, como ha sucedido en Somalia y Costa de Marfil, entre otros ejemplos. ¿Acaso pretenden que su ayuda sea gratuita? No hay ejército expedicionario que no haya traído a su casa un pequeño souvenir como recuerdo de sus andanzas por tan exóticos parajes.
Lo cierto es que siempre que pasa la riada de sangre y caen los matarifes y sus correspondientes gobiernos, comienza a alzarse el velo. Resulta que las atrocidades en masa no eran casualidad, que no se elegían las víctimas al azar, como parecía. Resulta que no se trata de hutus contra tutsis, que no es una guerra sorpresiva de vecinos, sino resultado de una cuidada planificación en los lujosos palacios de las cancillería de París, de Londres, de Washington, de Bruselas, de Bonn o de Madrid. Que los matarifes habitan entre nosotros y, mientras se llenan la boca de derechos humanos, aprietan el botón del mando a distancia, y miles de seres empobrecidos mueren en la región de los Grandes Lagos, en los desiertos de Asia central o en los bosques balcánicos.
No cabe duda alguna de que la espantosa agitación que atraviesa todo África no es responsabilidad de hutus y tutsis sino de imperialistas de viejo cuño. Ahora lo sabemos de Ruanda, Guinea, Congo o Argelia y mañana lo sabremos también de Sudán. Por un lado está la esquilmación sin cuento que los viejos imperialistas europeos y sus testaferros locales vienen poniendo en práctica. Por el otro lado está el imperialismo norteamericano, tratando de sacar partido de la situación de crisis de los europeos en África y del desplazamiento de la influencia franco-belga.
Pero no es ésta la única conclusión (ni siquiera la más importante) que cabe extraer de la nueva situación estratégica en África. Si es cierto, como parece, que las matanzas diversas que hemos conocido en el continente negro no son más que el vehículo por el cual los americanos están desplazando allá la influencia europea, realmente lo que vemos aparecer son distintos bloques imperialistas disputándose la hegemonía y rivalizando entre sí. Y como siempre que históricamente se han formado esos bloques, encabezados por las grandes potencias capitalistas, han comenzado peleándose a través de terceros países inicialmente.
Pero esto no es más que una fase, cuya culminación es la pelea de los grandes entre sí. Y si causa espanto saber de lo que son capaces los países civilizados en pequeñas y lejanas tierras, podemos imaginarnos las fechorías que pueden cometer cuando tengan que vérselas entre ellos mismos. Es para estar preocupados y no con vistas a un futuro remoto. Los Balcanes no son ni Irak ni África, sino la misma Europa.
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