sábado, julio 28, 2007

Necesitamos la Nueva Colombia


Ante el Primer Ministro canadiense y sin que nadie se lo estuviera preguntando el Presidente Uribe manifestó que él no era paramilitar y que en el 2002 las FARC estuvieron a punto de tomarse el poder.
Lo primero sólo puede brotar de un hombre acorralado como él, por ese engendro del Estado que es el Frankenstein de la narco-para-política. Es como si divagara acicateado por el repudio internacional y las abrumadoras evidencias.
Los hechos son graves y contundentes. Toda la cúpula del Estado está involucrada. Sus ministros más importantes, el de Defensa, el de Hacienda, el Vicepresidente de la República, el comandante del ejército, unos 80 congresistas uribistas, varios gobernadores, su ex jefe de seguridad, la ex canciller…, todos ellos chapotean sin salida en ese pantano de la podredumbre que es la narco-para política.
El de Colombia no es un gobierno confiable. Eso debió percibirlo Uribe de repente frente al ilustre visitante. No puede inspirar confianza un gobierno forajido y manipulador cuando se trata de abordar las relaciones con otros gobiernos, instancias y organismos internacionales. Algo debe motivar a los senadores demócratas para dejar en el limbo las relaciones con Uribe mientras no resuelva el asunto de la para-política y de los derechos humanos.
Es que se trata de un gobierno montado sobre miles de fosas comunes, millones de desplazados, de motosierras paramilitares, de torceduras de cuello a la Constitución, de fraudes electorales y dineros del narcotráfico.
Ese “yo no soy paramilitar” escapado sin convicción de los labios de Uribe hace parte de esa terca costumbre que lo arrebata de contradecir su propia conciencia.
Y en cuanto a la inminencia de la caída del gobierno y de la toma del poder por las FARC, acción sólo frustrada por Uribe en sus fantasías, debemos decir que es un tema de otras honduras y magnitudes.
Es cierto que en ese entonces teníamos en nuestro poder cerca de 500 prisioneros de guerra, todos capturados en combate; que habíamos asestado golpes demoledores a las tropas oficiales en varios puntos del país; que -como dice el general Tapias- si hubiésemos tomado un batallón se habría desmoronado la moral del ejército; que seguramente existían como hoy condiciones objetivas para la toma del poder, pero no habían condiciones subjetivas que lanzaran al pueblo a las calles, a las barricadas y a la insurrección, con esa decisión de los pueblos que en un momento determinado de la historia los compele a no dejarse gobernar más por los opresores, y que es componente esencial del Plan estratégico de las FARC que también llamamos Campaña Bolivariana por la Nueva Colombia.
A lo que más le teme esta oligarquía, y le teme como el diablo al agua bendita, es a la explosión social con la existencia en las montañas de un ejército guerrillero, bolivariano como las FARC; porque sabe que en la confluencia, en el encuentro de esas dos fuerzas demoledoras, está la clave de la victoria popular. Y no sólo. Sabe muy bien que se levantaría entonces en el norte de Suramérica la gran ola de la revolución continental y la posibilidad del surgimiento en este hemisferio de la Patria Grande soñada por el Libertador.
Es esta perspectiva la que mueve a la Casa Blanca a escalar su intervención militar en el conflicto interno de Colombia. El Plan Patriota -componente militar de la “Seguridad Democrática”- diseñado por los estrategas del Comando Sur del ejército de los Estados Unidos, busca cortar esta posibilidad planteándose la derrota militar de la guerrilla, o al menos quebrantar su voluntad de lucha para llevarla doblegada a la mesa de negociaciones.
La conversión paulatina de la base aérea de Tres Esquinas y del puesto de mando de Larandia en el Caquetá en enclaves o bases militares estadounidenses, hace parte de este intrincado juego del ajedrez militar. Los gringos con su tecnología de punta, sus satélites, sus “predators” y sus helicópteros Chinook no han venido al sur de Colombia solamente a matar mosquitos en el tedio del mediodía de la selva amazónica.
La verdad es que en este nuevo intento de aniquilar la resistencia llevan más de 5 años y no han podido. El Plan Patriota es un fracaso, lo reconocen tirios y troyanos. Ocuparon –tal como lo proyectaron- el “corazón de la rebelión” y han trillado la selva y rebuscado cordilleras, pero no presentan resultados consistentes. Parece que no entendieran que se enfrentan es a una guerra de guerrillas móviles, que no cesa de causarles bajas y de depararles sorpresas, y más sorpresas. Al contrario de lo que se proponían, lo que se está quebrantando es la voluntad de lucha de las tropas oficiales. Como dice el general Tapias, la guerrilla se acostumbró al concepto de las fuerzas de despliegue rápido, de unidades móviles y de apoyo aéreo. Del fragor de los combates está surgiendo el guerrillero de la ofensiva final, el que sabe que cuenta con el amor del pueblo, porque esta lucha tiene las más profundas raíces sociales y políticas.
El Plan Patriota no ha modificado sustancialmente el despliegue estratégico de la fuerza estipulado en el Plan General de las FARC. Se avanza, como en todo proyecto, con los altibajos que imponga la realidad. Cuando una fase logra sus objetivos, se pasa a la siguiente hasta que se considere llegado el momento de la ofensiva final, del gobierno de coalición democrática o del revolucionario, según la vía por la que se acceda a él.
Deseamos la solución política, pero los gobiernos de la oligarquía sólo quieren la rendición y la entrega de las armas, sin cambios estructurales, sin ceder a sus privilegios, sin discutir el asunto de la conformación de las Fuerza Armadas, sin justicia social y sin darle paso a un nuevo Estado. Todos se han ido por esa vía. Pastrana miente cuando dice que el proceso del Caguán fracasó por la FARC. Fracasó porque ese Presidente se le corrió a la discusión sobre el desempleo y el sistema económico. Y sobre todo porque necesitaba ganar tiempo para concluir lo que se ha dado en llamar la reingeniería del ejército para seguir tozudamente tras esa quimera de la derrota militar de la guerrilla. Ahora saca pecho diciendo que en el acuerdo humanitario pactado con la guerrilla logró la liberación de cerca 400 militares. Por el acuerdo humanitario sólo quedaron en libertad 13 guerrilleros y unos 47 militares. El resto, 305 militares y policías prisioneros, fueron liberados como un gesto unilateral de las FARC. Es mejor que se busque otro caballito de batalla, y que abandone esa ridícula pretensión de ganar indulgencias con padrenuestros ajenos.
En la búsqueda de una solución del conflicto por la vía política, diplomática, levantamos la bandera de la plataforma bolivariana por la Nueva Colombia, de 12 puntos, la Agenda Común del Caguán, y a los pueblos la propuesta de organización en el Partido Clandestino y en el Movimiento Bolivariano.
Los diálogos de paz con las FARC son en Colombia, de cara al país, con participación de organizaciones políticas y sociales, y con un territorio despejado de tropas.
Mientras tanto, el Plan estratégico de las FARC seguirá su avance en sus dos vertientes: la vía del acuerdo nacional para la solución política, y la vía armada. Uribe no está ganando la guerra que niega en su mentalidad de avestruz. Él, que recibe toda la ayuda bélica injerencista de los Estados Unidos, se rasga ahora las vestiduras porque en el hermano Ecuador una organización política social resolvió solidarizarse con los esfuerzos de la insurgencia colombiana y con las formas de lucha que asuman los pueblos. Sólo faltaba eso: que los torquemadas de la derecha y el fascismo que se tomaron por asalto el Palacio de Nariño ahora quieran colgar y condenar a la hoguera a los dirigentes sociales de la América nuestra. Eso explica las barbaridades que han cometido contra los dirigentes populares del país, además de reafirmar que lo que han aplicado aquí es el delito de opinión.
El país no tiene porqué seguir a un presidente irracional, desaforado, que ante la palabra FARC se eriza y entra en una especie de trance convulsivo. Lo que no pudo lograrse con el Plan Patriota no se alcanzará con disparos de adjetivos. Negar la inversión social para colocarla al servicio de la voracidad de la guerra, como lo hace Uribe, no acelerará la victoria militar del Estado, sino el alzamiento popular generalizado. Necesitamos pronto la Nueva Colombia.

Iván Márquez / Integrante del Secretariado de las FARC-EP

Montañas de Colombia, julio 24 de 2007

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