Que desde las filas de la burguesía se alcen cada día más voces defendiendo que las relaciones sexuales entre seres humanos son un terreno más que explotar para la obtención de beneficios, tiene su lógica. Desde su punto de vista, los oprimidos no merecen más consideración que la maquinaria o materia prima que albergan sus fábricas. Otras prácticas habituales como la explotación infantil demuestran que en su concepción de la sociedad, los sectores más débiles y desprotegidos también son despojados del derecho a una vida plena y feliz.
Sin embargo, cuando desde las direcciones de organizaciones construidas por los trabajadores se reivindica la prostitución como una "actividad laboral" más, estamos ante una de las expresiones más repugnantes de su bancarrota ideológica. Tal es el caso del Grupo Parlamentario de IU-ICV, que en febrero de este año defendió la necesidad de impulsar una regulación que ofrezca garantías sociales, laborales y de seguridad para las mujeres y hombres que ejerzan en el negocio del sexo de manera voluntaria. O de la dirección de CCOO, que el pasado junio, en la presentación de un libro titulado Derechos de ciudadanía para trabajadoras y trabajadores del sexo, nos explicaba por boca de la profesora Ruth Mestre, que la prostitución es un trabajo porque "se utilizan energías para satisfacer necesidades básicas". Esa es la clave, hacer un negocio, mercantilizar las necesidades básicas de los seres humanos. Se trata de la misma lógica que les lleva a admitir que empresas privadas tienen derecho a explotar necesidades tan elementales e imperiosas para las personas como la atención médica o la educación. Desde su punto de vista, el derecho de los capitalistas a obtener beneficios está por encima de cualquier otra consideración, incluso la salud y el bienestar emocional de los individuos.
Estos elementos que se definen de izquierdas y progresistas, en realidad están profundamente intoxicados por la ideología burguesa, admitiendo como verdades las mentiras que el capital fabrica para seguir sometiendo a nuestra clase. De hecho, su coartada ideológica en el debate sobre la legalización de la prostitución es la voluntariedad con la que muchas mujeres y también hombres, ejercen este "oficio". Hace muchos años ya que Marx y Engels desmontaron la falacia de que bajo el capitalismo las personas son libres de elegir. Explicaron que si bien, a diferencia de la esclavitud o la servidumbre, el asalariado no es propiedad de un capitalista individual, el conjunto de la clase obrera es propiedad del conjunto de la clase capitalista, ya que está condenada a vender su fuerza de trabajo en el mercado laboral para poder subsistir. Es francamente trágico, que encaramados sobre las siglas de organizaciones obreras como IU o CCOO, encontremos individuos que hablen de voluntariedad en el ejercicio de la prostitución, cuando estudios independientes afirman que el 90% de las mujeres afectadas son inmigrantes, en muchos casos en situación irregular, explotadas por mafias sin escrúpulos.
Abolir la prostitución y la sociedad de clases
Es más, a pesar de ser conocida popularmente como "el oficio más antiguo del mundo", la prostitución no ha existido siempre. Semejante afirmación, al igual que otras como "siempre ha habido pobres y ricos", no sólo es engañosa, también interesada. Nos da a entender que las cosas siempre han sido y serán así. Sin embargo, tal y como Engels demostró en su texto El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, antes de la sociedad dividida en clases existió el comunismo primitivo: "Sin soldados, gendarmes ni policía; sin nobleza, reyes, gobernadores ni prefectos; sin jueces, cárceles ni procesos". Los instrumentos de coerción no eran necesarios, ya que hombres y mujeres eran iguales en derechos, no existía la explotación del hombre por el hombre ni la opresión de la mujer.
La prostitución era por tanto inconcebible, tanto como el hambre de unos frente a la opulencia de otros. Fue la aparición de excedentes en la producción y el nacimiento de la propiedad privada, lo que introducirá diferencias entre los miembros de una misma comunidad, abriendo así la puerta a la desigualdad, al sometimiento de una parte de la sociedad por otra, a la opresión de la mujer, a la mercantilización de todas las facetas de la vida humana: el trabajo, la alimentación o las relaciones familiares y sexuales. La prostitución, que no es más que una variedad de explotación, es una consecuencia más de la sociedad dividida en clases, al igual que la pobreza y la opresión.
En el fondo, la defensa de ideas como el reconocimiento de "actividad laboral" de la prostitución, no es más que otra consecuencia del abandono por parte de los dirigentes reformistas de las organizaciones obreras de la lucha por acabar con la sociedad dividida en clases, o lo que es lo mismo, de su convencimiento de que el capitalismo es el mejor de los sistemas posibles.
Que algo exista, incluso aunque sea desde hace mucho tiempo, no lo hace ni justo ni aceptable. Seguramente desde los escaños del Parlamento o desde los despachos enmoquetados de la sede confederal de un sindicato, la prostitución se ve desde una "perspectiva" distinta a la de un bar de alterne o una calle oscura. Nunca, desde el marxismo revolucionario, cuestionaremos la indudable dignidad de las mujeres, hombres y niños obligados a prostituirse para sobrevivir. Por el contrario, precisamente porque consideramos que el hecho de ser un ser humano, sin distinciones de sexo, raza o clase, confiere a cualquier individuo el derecho inalienable a una vida digna y plena, luchamos no sólo por un salario decente, por el acceso a una vivienda digna, por disfrutar de una enseñanza y una sanidad pública y de calidad; también exigimos el acceso real a la cultura, al arte, al tiempo libre, a la afectividad y sexualidad libre, a todo aquello que nos hace realmente humanos. Queremos el pan, y también las rosas. Por eso combatimos por la abolición de la lacra de la prostitución, en todas sus manifestaciones.
Nuestra moral es una moral revolucionaria, que se basa en todo aquello que sirve para hacer avanzar la lucha de los oprimidos por su liberación. Por ello nos permitimos dudar de la dignidad de aquellos que, desde su cómodo estatus social y material obtenido a través de un sindicato o un partido obrero, se emancipan individualmente a cambio de defender la perpetuación de la opresión de la clase a la que dicen representar.
Bárbara Areal
Jueves, 05 de julio de 2007
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