Sumario:
→ Introducción
→ El dinero y la inflación
→ Influencia de los salarios en los precios
→ Influencia de la materias primas y los medios de producción en los precios
→ Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
→ Los monopolios y la inflación
→ Notas
Cuando oímos hablar sobre la inflación, enseguida pensamos en la subida de los precios o en que con nuestro dinero podemos comprar menos cosas cada vez. Ahora bien, si queremos saber el origen de la inflación no nos sirve de nada decir que está originada por la subida de precios, porque no toda subida de precios provoca inflación.
Tomemos cualquier mercancía, los zapatos, por ejemplo. Los productores de zapatos venden sus artículos a los consumidores por un precio más o menos aproximado, fruto de la competencia que existe entre ellos. Los zapatos pueden poseer un valor de 2.000 pts., pero se pueden vender por 1.900, 2.000, 1.950, 2.050, 2.100 pts., etc. Esta fluctuación de precio no crea inflación, no hace que los zapatos cuesten socialmente más caros. Lo que gana de más un zapatero, lo pierde otro. Socialmente no se altera el valor de los zapatos, pues la media de los precios sigue coincidiendo con el valor del zapato. Aquí lo único que hay es un reparto de los beneficios entre los capitalistas.
No hemos de olvidar que el valor de una mercancía lo determina el trabajo que socialmente cuesta producirla. Es decir, a un fabricante puede resultarle más barata la producción de sus zapatos porque posea mejor maquinaria que la competencia, porque explote más a sus obreros, porque esté más cerca del lugar de venta de sus mercancías o por otras múltiples razones. Al mismo tiempo, otro zapatero puede hacer sus zapatos de forma más artesanal, con una producción muy limitada. A cada uno de nuestros zapateros sus zapatos le costarán distinto porque emplearon distinta cantidad de trabajo en la elaboración, pero, socialmente, el valor de los zapatos que fabrican los dos es el mismo, pues el valor viene determinado por el trabajo socialmente necesario para producir los zapatos, no por el trabajo que individualmente necesita cada productor.
Obviamente, nuestro pequeño productor necesita más trabajo para elaborar sus artículos que el socialmente necesario y, por eso, sus zapatos salen mucho más caros que el valor real (social) de los mismos. Por su parte, al industrial zapatero sus zapatos le salen más baratos porque necesitan menos trabajo para ser producidos. Ahora bien, la competencia hace que nuestro pequeño fabricante no pueda vender sus zapatos tan caros como a él le cuesta producirlos porque, si no, nadie se los compraría y todos llevarían zapatos del industrial. Al mismo tiempo, el industrial zapatero puede poner a la venta sus zapatos más caros de lo que le cuesta producirlos si en la sociedad existe una necesidad de zapatos que no esté cubierta por los demás productores. La competencia y la productividad de cada zapatero hace que los precios individuales varíen arriba o abajo del valor social del calzado.
Aquellos zapateros que sean capaces de producir sus mercancías de forma más barata de lo que socialmente cuesta producirlas pueden vender sus artículos más caros de lo que a ellos les valen. Pero aquí no se produce ninguna inflación, porque el sobreprecio que obtienen es sobre el valor de sus mercancías. El valor social de los zapatos puede ser 2.000 pts. y nuestro fabricante ser capaz de producir zapatos cuyo valor sea 1.810 pts. Si vende sus zapatos a 1.900 pts., aunque los pone 90 pts. más caros de lo que a él le valen, lo socialmente importante es que los vende 100 pts. más baratos de su valor social. Por eso, aunque venda sus zapatos más caros de lo que a él le cuesta producirlos, en realidad no sólo no hace que suba el precio social de los zapatos sino que puede hacerlo bajar.
Por su parte, al pequeño fabricante cada zapato que produce le sale más caro de lo que socialmente vale. Pongamos que sus zapatos valen 2.190 pts., pero como su valor social es de 2.000 pts. decide bajar el precio de sus zapatos a 2.100 pts. para poder venderlos, es decir, renuncia a 90 pts. de la plusvalía que le corresponde por cada zapato que produce (en realidad estas 90 pts. que él deja de percibir son las 90 pts. que adquiere de más el industrial zapatero). Nos encontramos así con la paradoja de que aunque está vendiendo sus zapatos (2.100 pts.) más baratos de lo que le cuesta producirlos (2.190 pts.), al venderlos más caros de lo que valen socialmente (2.000 pts.), en realidad, esta haciendo que suban los precios sociales de los zapatos.
A lo anterior hay que añadir que la propia competencia obliga a los zapateros poco productivos a conseguir nueva maquinaria para ser más competitivos (so pena de desaparecer). De esta forma, al generalizarse el uso de los nuevos medios de producción, el número de zapatos aumenta, la cantidad de trabajo socialmente necesario para fabricarlos disminuye y, con ello, el valor social de los zapatos baja. Ahora los zapatos no valen 2.000 pts. Su nuevo valor social es 1.810 pts. El sobreprecio que antes conseguía el industrial desaparece fruto de que la competencia obliga al resto de zapateros a ser más productivos.
Tenemos pues, que la competencia y el distinto grado de productividad de cada fábrica no sólo no crean inflación, sino que hacen que el resto de capitalistas de su rama de producción intenten mejorar su productividad haciendo que a la larga bajen los precios. Se demuestra, por tanto, que aquí no se genera ninguna inflación.
El dinero y la inflación
Otra de las explicaciones que pretenden darnos los capitalistas sobre el origen de la inflación es que está originada porque hay demasiado dinero en circulación. Este argumento no explica nada. Es como si alguien preguntara cuál es el origen de las riadas y le contestáramos que nacen de que los ríos llevan mucha agua. Obviamente todas las riadas llevan mucha agua y, si no hay mucha agua no hay riadas, pero por muchas vueltas que le demos al asunto la cantidad de agua no logra explicarnos el porqué existe la riada. De la misma forma podemos decir que siempre que existe inflación hay mucho dinero en circulación, pero de ahí no podemos deducir por qué hay tanto dinero en circulación ni cual es el origen de la inflación.
El dinero es una mercancía como otra cualquiera. Lo único que diferencia el dinero del resto de mercancías es que lo utilizamos como equivalente general para facilitar el intercambio de mercancías. Las mercancías pueden intercambiarse porque todas ellas son fruto del trabajo humano. Una mercancía vale el trabajo que socialmente cuesta producirla.
Cuando se producen más mercancías de las que son socialmente necesarias, el valor de las mismas disminuye. Esto es así porque aquellos productores que producen más caro no logran vender sus productos y, o bien desaparecen, o bien bajan sus precios hasta el nuevo valor social de sus mercancías, es decir, hasta que el valor social de sus mercancías se ajuste con el trabajo socialmente necesario para producirlas. Esto mismo pasaba con el oro y el resto de las mercancías que en su día dieron origen al dinero al ser utilizadas como equivalente general. Cuando la producción de oro aumentaba (por el descubrimiento de nuevos yacimientos, el aumento de productividad de los anteriores o cualquier otra razón) el valor del mismo disminuía. De esta forma con la misma cantidad de oro podían comprarse menos cosas o, lo que es lo mismo, para adquirir las mismas mercancías era necesaria una mayor cantidad de oro. Los precios en oro de las mercancías subían porque el valor del oro bajaba. El valor del oro bajaba porque había aumentado la cantidad de oro en circulación y porque la producción de oro requería menor trabajo socialmente necesario para su producción.
Al ejercer el oro como equivalente general, cuando el valor del oro disminuye es como si el resto de mercancías aumentara su valor respecto a él, aunque de hecho sigan teniendo el mismo valor. Si antes producíamos un par de zapatos en 5 horas y podíamos cambiarlos por 10 gramos de oro (que también requerían un trabajo productivo de 5 horas), ahora el aumento de producción del oro hace que en 5 horas se produzcan 15 gramos, esto quiere decir que antes teníamos: Un par de zapatos = 5 horas de trabajo = 10 gramos de oro; y ahora tenemos: Un par de zapatos = 5 horas de trabajo = 15 gramos de oro. El precio en oro de los zapatos ha aumentado aunque su valor (el trabajo socialmente necesario para producirlo) no ha variado. Los zapatos cuestan más porque el oro vale menos. Dado que el oro funciona en este caso como dinero, podemos decir que cuando el valor del dinero disminuye, o cuando hay más dinero en circulación, el precio de las mercancías sube aunque el valor de las mismas (el trabajo socialmente necesario para producirlas) no varíe.
Ahora bien, aquí nos encontramos con dos nuevos problemas. En primer lugar, si bien es cierto que la disminución del valor de la mercancía-dinero aumenta el precio del resto de las mercancías, no es menos cierto que la mercancía-dinero no siempre baja su valor. Como cualquier otra mercancía sufre procesos en los que el tiempo socialmente necesario para producirla aumenta o disminuye. Los yacimientos de oro pueden agotarse, el transporte del mismo entorpecerse... Tendríamos entonces que la cantidad de oro en circulación variaría en cada momento en función de sus condiciones de producción, de forma que unas veces habría más y otras menos. Si esto fuese así, veríamos que los precios en oro (o en cualquier otra mercancía-dinero) unas veces subirían (cuando hubiese mucho oro y el valor de éste bajase) y otras veces el precio de las mercancías bajaría (cuando hubiese poco oro y el valor del mismo subiese). Y todo ello permaneciendo constante el valor real (social) del resto de las mercancías, esto es, permaneciendo constante el tiempo socialmente necesario para producirlas.
En realidad vemos que no es verdad que los precios de las mercancías unas veces suban y otras bajen. Suben siempre, al margen del precio del dinero. Esto demuestra que, si bien el precio del dinero o la cantidad de dinero en circulación influyen en la subida de precios, no son la causa fundamental de dicha subida. Confirmamos continuamente que los precios suben haya mucho o poco dinero en circulación, baje o suba el precio del dinero. La causa de la inflación debe encontrarse, pues, en otro sitio. (Aquí hablamos de la subida general del precio de las mercancías, lo que no impide que alguna mercancía en concreto pueda bajar. Lo cierto es que vemos que la media de los precios de todas las mercancías sube continuamente).
A lo anterior se añade que desde que los Estados dejaron en los años 70 el patrón oro como referente para la fijación del dinero, la cantidad de dinero en circulación y el precio del dinero no vienen marcados por el trabajo socialmente necesario para producirlo. Vienen determinados por intereses especulativos, económicos y políticos de los grandes capitalistas que controlan el capital financiero de forma monopolística. Pero incluso en esta ocasión, que el precio del dinero y su cantidad vienen determinadas por los intereses capitalistas, no puede presentarse ni un solo caso en que la subida del precio del dinero y/o la reducción en su circulación haya evitado que más tarde o más temprano los precios sigan subiendo (basta observar las consecuencias de las políticas monetaristas que el FMI y el BM han impuesto en los países dependientes). En el mejor de los casos las políticas monetaristas, fiscales o estructurales que llevan adelante los gobiernos hacen que la subida de los precios sea menor (a cambio de un enorme coste social), pero la subida de precios sigue existiendo, de manera que tenemos que buscar en otro lugar el origen de la inflación.
Para que el valor de cualquier mercancía varíe tiene que cambiar necesariamente alguno de sus componentes (M = c+v+p) (*). Veamos pues cómo influye cada uno de los componentes del valor de la mercancía en la formación de los precios.
Influencia de los salarios en los precios
El capital variable es la parte del capital empleada en la fuerza de trabajo. Se nos presenta bajo la forma de dinero invertido en salarios. Lo primero que conviene destacar aquí es que lo que compra el capitalista no es el trabajo que realiza el obrero. Lo que adquiere es la fuerza de trabajo de su trabajador, la capacidad que tiene éste para realizar una tarea determinada. Es de aquí de donde parte el núcleo del problema que estudiamos y, en general, es la base en que descansa la explotación en el sistema capitalista.
Los capitalistas plantean que pagan a sus obreros por su trabajo. Si esto fuese cierto, las mercancías valdrían tan sólo lo que costase producirlas, es decir, lo que costasen las materias primas, el desgaste de los medios de producción y los salarios, de forma que el valor de las mercancías sería c+v, lo cual es absolutamente falso, pues desaparecería la posibilidad de conseguir beneficios (plusvalía) para los capitalistas y sabemos que el fin de los capitalistas es precisamente la obtención de plusvalía. c+v es el precio de coste, no el precio de mercado. La competencia entre capitalistas no crea plusvalía, tan sólo la reparte, por tanto, la plusvalía que adquiere el capitalista no puede proceder de la venta. Debe tener su origen en la producción. Pero, además, debe partir del intercambio de equivalentes. El capitalista debe adquirir una mercancía por su valor y luego vender él la mercancía que produce también por su valor y, sin embargo, obtener un valor mayor que el que invirtió.
Esta mercancía, cuyo valor de uso es fuente de valor es la fuerza de trabajo, que es el compendio de aptitudes físicas e intelectuales que el ser humano pone en funcionamiento para producir valores de uso de cualquier clase: Lo que ella [la economía capitalista] llama valor del trabajo es, en realidad, el valor de la fuerza de trabajo, que existe en la personalidad del obrero, y que es tan distinto de su función, del trabajo, como lo es la máquina de sus operaciones (1).
El valor de la fuerza de trabajo, como el valor de toda mercancía, es lo que cuesta producirla. Es decir, el valor de la fuerza de trabajo es lo que cuesta producir al obrero, esto es, el tiempo socialmente necesario para producir sus medios de subsistencia, formación y reproducción.
El capitalista compra la fuerza de trabajo por su valor, pero al usarla no se limita a gastar el trabajo necesario para reponer el valor de esa fuerza de trabajo, sino que obliga al obrero a seguir trabajando un tiempo más. Es de aquí, de este trabajo que el obrero realiza y que el capitalista no le paga, de donde sale la plusvalía. Vemos por tanto que la creación de plusvalía sólo brota del valor de uso de la fuerza de trabajo que compra el capitalista, de su consumo, es decir, del trabajo usado en la producción y no pagado al obrero: La forma del salario borra toda huella de la división de la jornada laboral en trabajo necesario y plustrabajo, en trabajo retribuido y trabajo no retribuido. Todo trabajo aparece como retribuido [...] Por eso se comprende la importancia decisiva de la transformación del valor y precio de la fuerza de trabajo en la forma de salario o en valor y precio del propio trabajo. En esta forma de manifestación, que oculta la relación real y muestra precisamente la contraria, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y del capitalista, todas las mistificaciones del modo de producción capitalista, todas las ilusiones de libertad, todas la pamplinas apologéticas de la economía vulgar (2).
Tenemos pues que, cuando escuchamos que los capitalistas nos pagan por nuestro trabajo, nos están engañando. Nos están ocultando que en realidad nos pagan por nuestra fuerza de trabajo. Nos dicen que realizamos para ellos un trabajo remunerado, pero nos ocultan que también realizamos un trabajo no remunerado que es el que origina la plusvalía que ellos se apropian a nuestra costa.
De lo anterior se deduce que es falso que al subir los salarios deban subir los precios de las mercancías. Como los capitalistas sólo nos pagan un salario que equivale a una parte del tiempo que hemos trabajado, cuando el salario sube lo único que, en todo caso, puede modificarse es que ahora se vean obligados a pagarnos parte del trabajo no retribuido que realizamos para ellos. O lo que es lo mismo, si los salarios suben no tienen por qué variar los precios. Pueden subir los salarios y que las mercancías sigan teniendo el mismo valor (es decir, que sigan necesitando el mismo trabajo socialmente necesario que antes).
La realidad que ocultan los capitalistas es que pueden subir los salarios si baja la explotación obrera, permaneciendo constante el valor de la mercancía, ya que lo que aumenta el salario lo disminuyen las ganancias del capitalista, es decir, lo que aumenta el trabajo retribuido disminuye el trabajo no retribuido. Podemos afirmar, por tanto, que cuando los capitalistas acusan a los salarios de los trabajadores de ser los causantes del alza de los precios, en realidad, lo único que hacen es defender que sus beneficios no disminuyan. El precio de sus mercancías no les importa lo más mínimo (siempre que encuentren mercados para venderlas). A los capitalistas lo único que les importa es obtener plusvalía y ésta procede del trabajo no retribuido de sus obreros. Si el aumento de salarios incrementa el precio de las mercancías es, única y exclusivamente, porque toda elevación de salarios la trasladan a los precios para que sus ganancias no disminuyan y continúen sin pagar a sus obreros una mayor porción del trabajo no retribuido que laboran para ellos.
Tomemos a nuestro industrial zapatero, sus mercancías valen:
120M = 80c+20v+20p
Es decir, el valor de sus mercancías (120M) está compuesto por lo que gasta en materias primas y desgaste de maquinaria (80c), lo que gasta en la fuerza de trabajo de sus obreros (que él llama salarios, 20v) y la plusvalía que se apropia (que él llama ganancia, 20p).
Los 20v reflejan el valor del trabajo realizado por los obreros y pagado por el industrial. Los 20p reflejan el trabajo realizado por los obreros y no pagado por el industrial. Suponiendo que las condiciones de trabajo no varíen, el valor (precio) de los zapatos seguirá siendo el mismo aunque suba el capital variable:
Antes teníamos
120M = 80c+20v+20p
Si en las mismas condiciones de trabajo sube el capital variable (salarios) tendríamos
120M = 80c+25v+15p
El valor (precio) de la mercancía no ha variado (en los dos casos 120M) y el capital variable (salarios) ha subido (ha pasado de 20 a 25v). El único efecto que tiene la subida de v es que la plusvalía (ganancia) que obtiene el capitalista disminuye (pasa de 20 a 15p).
Las subidas o bajadas del capital variable (los salarios) no tienen nada que ver con el origen de la inflación. La subida o bajada del capital variable (los salarios) sólo hacen referencia al grado de explotación que sufren los obreros. Al ser el salario una forma mistificada del capital variable que borra la división de la jornada laboral en trabajo retribuido y trabajo no retribuido, los capitalistas, nos ocultan el origen de sus beneficios, nos ocultan la explotación asalariada y pretenden hacer culpables a los obreros de la subida de precios que ellos realizan para no disminuir sus ganancias.
No tiene, pues, ningún sentido el argumento del gobierno, patronal, sindicatos y demás organismos oficiales de que la subida salarial influye en la inflación. No es cierto que cuando nos suben el salario nos estén pagando más por nuestro trabajo. No nos pagan nuestro trabajo, nos pagan nuestra fuerza de trabajo. Cuando nos suben los salarios tan sólo nos devuelven parte de la plusvalía que nos roban. Además, da lo mismo que los salarios suban más o menos, permanezcan invariables o incluso bajen. En ningún caso, sea cual sea su variación, los salarios son culpables de la inflación. En todo caso, si al subir los salarios suben los precios, es única y exclusivamente porque los capitalistas no están dispuestos a ver disminuir sus beneficios, porque los capitalistas desean seguir explotando más y más a sus obreros.
En todo este apartado hablamos de salarios reales, es decir, hemos visto cómo influye la variación de la capacidad de compra de los obreros. Todos sabemos que a veces los salarios nominales (esto es, el dinero que nos paga el capitalista) pueden subir, pero si los precios de los artículos de primera necesidad suben más aún que nuestros salarios, en realidad, es como si éstos hubiesen bajado, porque podemos comprar menos cosas que antes. Aquí también se demuestra como incluso una subida de salarios nominales supondría realmente una mayor subida de beneficios capitalistas, del trabajo no retribuido que éstos se apropian.
Para terminar este apartado podemos añadir que a diario vemos que cuando bajan los salarios nunca bajan los precios. Los capitalistas se apropian de mayor cantidad de trabajo no remunerado. Ejemplos de ello los tenemos en el trabajo sumergido, el trabajo de la mujer y el infantil, los contratos temporales y precarios, las ETT, el aumento de la intensidad o del tiempo trabajado por igual salario, etc. En estos casos los salarios bajan o son irrisorios de por sí, sin embargo las mercancías o servicios que generan nunca bajan sus precios, sólo aumentan los beneficios del capitalista de turno. Esta es una prueba más de que los salarios no tienen nada que ver con la inflación.
Influencia de la materias primas y los medios de producción en los precios
El capital constante es la parte que el capitalista invierte en las materias primas y medios de producción. En El Capital, Marx plantea que
el obrero no puede añadir nuevo trabajo, o sea, no puede crear nuevo valor, sin conservar valores antiguos, pues siempre tiene que incorporar el trabajo en una forma útil, y no puede añadirlo en forma útil sin convertir productos en medios de producción de un producto nuevo, transfiriendo así su valor al nuevo producto. Es, pues, un don natural de la fuerza de trabajo puesta en acción, del trabajo vivo, conservar valor añadiéndolo, un don natural que no le cuesta nada al obrero, pero que le rinde mucho al capitalista, la conservación del valor existente en el capital. Mientras los negocios marchan bien, el capitalista está demasiado metido en la obtención de ganancia para pararse a mirar este regalo del trabajo. Las interrupciones violentas del proceso de trabajo, las crisis, se lo hacen notar de manera sensible.
Lo que se consume en medios de producción es su valor de uso, cuyo consumo hace que el trabajo cree productos. De hecho su valor no se consume, o sea, tampoco puede reproducirse. Se conserva, pero no porque sufra operación alguna en el proceso de trabajo, sino porque el valor de uso desaparece, por cierto, pero sólo desaparece en otro valor de uso. Por eso, el valor de los mismos medios de producción vuelve a aparecer en el valor del producto, pero, hablando en términos exactos, no se reproduce. Lo que se produce es el nuevo valor de uso en donde reaparece el viejo valor de cambio (3).
De lo anterior podemos sacar dos importantes conclusiones: 1) Los medios de producción no crean nuevos valores; 2) El valor de los medios de producción reaparece como parte integrante del valor de las mercancías como consecuencia del trabajo de los obreros.
Las máquinas y las materias primas por sí solas no dan lugar a ninguna mercancía. Necesitan el trabajo humano para transformarse en nuevas mercancías. Es sólo gracias al trabajo que el nuevo producto incorpora el valor de los medios de producción. Sólo el trabajo de los obreros mantienen el valor del capital invertido en medios de producción, materias primas y en fuerza de trabajo y, además, es capaz de crear nuevos valores (plusvalía).
En segundo lugar, tenemos que el trabajo humano, al hacer que el valor de los medios de producción forme parte de las mercancías producidas, lo conserva, es decir, el trabajo hace que el valor de los medios de producción entre a formar parte del precio de las mercancías. Esto quiere decir que, suponiendo que las condiciones de trabajo no varíen, la subida o bajada de los valores de los medios de producción influye en la subida o bajada del valor (precio) de las mercancías producidas. Veamos cómo se generan esas variaciones en la práctica.
Las materias primas que se utilizan en la producción pueden ser renovables o no renovables. Las materias primas renovables son aquellas que se pueden regenerar. Aquí nos encontramos, por ejemplo, con todos los productos agrícolas y ganaderos. Aunque es cierto que la subida de precios de estos artículos debe generar una subida de las mercancías que con ellos se fabrican, hemos de tener en cuenta el porqué suben los precios de estas materias primas renovables.
En la mayoría de los casos, la producción de la agricultura ha crecido notablemente gracias a la industrialización del campo, al uso de maquinaria y al cultivo en grandes extensiones de tierra. La ganadería intensiva y la estabulación ha aumentado su productividad. Las multinacionales invierten en cultivos en países pobres en que la mano de obra es más barata. Los adelantos de transporte hacen que resulte más barato traer las almendras de Turquía que comprarlas a los agricultores valencianos. Hay excedentes de producción de leche, aceitunas y tantos otros productos similares. La consecuencia lógica de todo lo anterior debería ser que estas materias primas renovables bajaran su precio, ya que han disminuido su valor (porque ahora el trabajo socialmente necesario es menor). Sin embargo, el precio de estos productos agrícolas y ganaderos no baja, sube. Sólo bajan los precios de estos artículos para los pequeños productores. Al pequeño agricultor o ganadero le cuesta más producir de lo que consigue por la venta de sus mercancías. Sólo puede sobrevivir con subvenciones y al final cae en manos de los bancos y las grandes compañías que monopolizan el sector agrícola o de distribución. Son estos grandes capitalistas y los intermediarios los que inflan los precios artificialmente y se llevan la parte del león en los beneficios.
En lugar de bajar los precios de la leche ponen multas a los pequeños productores gallegos por exceder las cuotas de producción que les imponen. Luego, estamos obligados a comprar leche a Francia más cara de lo que aquí cuesta producirla. Eso mismo sucede con otros muchos productos, obligan a cortar olivos y vides, arrojan al mar o queman excedentes agrícolas. En todos estos casos los precios agrícolas y ganaderos se mantienen de forma artificial, porque deberían bajar. Los precios se mantienen o suben tan sólo para que se mantengan o suban los beneficios que obtienen los grandes monopolios agrícolas, ganaderos y de distribución.
Las materias primas no renovables son aquellas que no podemos recuperar. Aquí nos encontramos con todos los minerales y se destaca entre todas el petróleo y sus derivados. El precio de estas materias primas sube porque en la medida en que se consumen no podemos recuperarlas, se agotan. Ahora bien, esto es sólo una verdad relativa. Los avances técnicos hacen que ahora podamos obtener petróleo de lugares más profundos, cuando antes resultaba imposible. Los medios para realizar prospecciones hacen que ahora sea más fácil encontrar nuevos yacimientos. Los inventos de máquinas y motores que consumen menos combustible o que son capaces de funcionar con otro tipo de energías renovables (agua, solar, eólica, etc.) acorta, si no anula, el problema del agotamiento del petróleo. La aparición de nuevos materiales hace posible sustituir algunos minerales en la elaboración de algunas mercancías. Pero oigamos lo que los propios economistas capitalistas dicen sobre cómo influye el precio del petróleo en la economía mundial.
La crisis de 1973 fue llamada la crisis del petróleo, los voceros oficiales gritaron a los cuatro vientos que los precios subían porque el petróleo había incrementado notablemente su precio. El informe económico de la OCDE correspondiente a 1975 decía que de sus 24 países miembros, 20 países tenían una inflación superior al 10 por ciento. Pues bien, en una conferencia dada un año antes por el Director General de FMI, éste reconocía que, según los cálculos llevados a cabo por dicha institución, el alza del petróleo sólo bastaría para explicar un dos o tres por ciento de la elevación de precios en 1974. Es decir, él mismo reconocía en plena escalada de precios que sólo una pequeña parte de esa subida podía ser achacada al incremento del precio del petróleo.
Un estudio publicado por la OCDE hace unos meses señala que las economías de los países industrializados son ahora menos dependientes del petróleo que hace medio siglo. En los Estados Unidos, por ejemplo, el crudo representa hoy apenas el 1'5 por ciento del PIB, frente al 8 por ciento de la década de los 80. El motivo es la influencia creciente de las nuevas tecnologías en las economías más avanzadas (4). Es decir, si en los años setenta vimos la poca importancia que tenía el petróleo en el incremento de precios, ahora su importancia es menor aún. Esto es lo que reconoce Alejandro Inurrieta cuando dice: Nuestras estimaciones para una muestra desde 1980 hasta marzo del 2000 y estimando funciones de respuesta al impulso (VAR), permiten obtener unos resultados que van en la misma dirección. Es decir, la elevación de un dólar en el precio del petróleo ha tenido un impacto sobre la inflación general estadounidense de 0,03 puntos porcentuales (0'08 antes del 80). En la tasa subyacente, el impacto encontrado ha sido nulo estadísticamente hablando (0'96 puntos anteriormente). El mismo análisis llevado a cabo para Japón aporta los mismos resultados. Así, el efecto de un shock del crudo equivalente a un dólar provoca un aumento de 0'06 puntos porcentuales en la inflación general y nula en la inflación subyacente [...] Se puede concluir que el precio del petróleo ya no tiene el impacto inflacionista que tuvo en los 80 (5). Ni antes ni ahora el precio del petróleo ha supuesto un incremento significativo de los precios.
Si a lo anterior añadimos que más del 60 por ciento del precio de la gasolina son impuestos y que Irak (que posee el 10 por ciento de las reservas mundiales de petróleo) padece un embargo económico desde hace una década, es fácil deducir que resulta falso achacar al precio del petróleo la subida de la inflación. Esto mismo se puede decir del resto de las materias primas no renovables, pues su peso en la economía es notablemente inferior al del petróleo. Además, los precios en dólares de las materias primas en su conjunto bajaron en 1998 un 18 por ciento y de 1995 a 1998 el precio de las materias primas industriales bajó un 40 por ciento (6).
Respecto a la influencia en los precios del coste del solar y edificios precisados por el industrial podemos afirmar que su peso es cada vez menor para el capitalista. De hecho muchos ayuntamientos regalan el suelo a los grandes capitalistas y el Estado crea las infraestructuras que favorezcan la producción y distribución de las mercancías. El capitalista no puede por tanto justificar la subida de sus precios por algo que él no paga.
Veamos ahora el efecto de la maquinaria sobre la formación de precios. Como cualquier otro componente del capital constante, la maquinaria no crea ningún valor, sino que transfiere su valor al producto que contribuye a fabricar. En tanto tiene valor y, por tanto, lo transfiere al producto, forma parte del valor de éste. En vez de abaratarlo, lo encarece en relación con su propio valor [...] La maquinaria entra siempre enteramente en el proceso de trabajo y sólo lo hace siempre parcialmente en el proceso de valorización. Nunca añade más valor del que pierde por término medio mediante el desgaste. Así, pues, existe una gran diferencia entre el valor de la maquinaria y la parte del valor transferida periódicamente desde ella al producto. Hay una gran diferencia entre la máquina como elemento creador de valor y como elemento creador de producto. Cuanto mayor sea el periodo durante el cual una maquinaria sirve repetidamente en el proceso de trabajo tanto mayor será su diferencia (7).
Tenemos, pues, que el valor de la maquinaria forma parte del valor de la mercancía producida, pero el valor de la maquinaria se va amortizando en la medida que ésta entra en el proceso de producción. Una vez que la máquina ha sido amortizada (es decir, una vez que ha traspasado todo su valor a las mercancías fabricadas) puede seguir utilizándose, pero ya no traspasa ningún valor a las mercancías porque ella misma carece de valor. O lo que es lo mismo, cuanto más tiempo se utilice una máquina su valor se distribuirá en un mayor número de mercancías producidas que, por tanto, incorporarán una porción menor del valor de la máquina.
Si nuestro industrial zapatero con la máquina que le cuesta un millón de pesetas produce 1.000 zapatos esto significa que cada zapato incorpora en su valor 1.000 pts. del desgaste de la maquinaria. Pero si con las mismas condiciones de trabajo la vida de la maquinaria se alarga hasta que se produzcan 2.000 zapatos, el valor de cada zapato sólo incorporará 500 pts. del valor de la máquina. Esto quiere decir que cuanto más se utilice una máquina menor valor incorpora a la mercancía producida. O bien, que cuanto menos tiempo se utilice una máquina más valor de ésta se añade al valor de las mercancías, es decir, cuanto menos se usa una máquina más encarece el precio de las mercancías.
El Director General de Industria, Arturo González Romero, declaraba en su día que se sentía muy satisfecho porque el indicador de la capacidad productiva de las industrias españolas alcanzó el pasado junio [1998] un máximo histórico, al situarse en el 81 por ciento y superar, incluso, el 80'6 por ciento registrado en el tercer trimestre de 1997 (8). Es decir, este dirigente del gobierno español reconocía como éxito que sólo un 19 por ciento de la capacidad productiva española no se utilizase. Al no utilizarse esas máquinas, se produce menos y más caro. No se trata pues de que las máquinas sean caras y encarezcan el producto, sino de que las máquinas se utilizan menos de lo posible, de forma que, en lugar de fabricar los 2.000 zapatos de nuestro ejemplo anterior, sólo fabrican en el mejor de los casos el 81 por ciento (1.620 zapatos) de forma que, para amortizar la maquinaria de nuestro industrial, cada zapato incluye ahora 617 pts. en lugar de las 500 pts. que incluiría si la máquina se utilizase a pleno rendimiento. Cada zapato sube 117 pts. tan sólo porque la maquinaria se está utilizando un 19 por ciento menos de su capacidad real.
Pero sigamos. Antes hemos visto que la maquinaria no crea ningún valor, que es el trabajo humano el único que crea valores. Por eso Marx continúa: La productividad de la máquina se mide por el grado en que sustituye a la fuerza de trabajo humana [...] Si la máquina cuesta tanto trabajo como la fuerza de trabajo que sustituye, el trabajo objetivado en ella es siempre mucho menor que el trabajo vivo que sustituye. Considerando exclusivamente como medio de abaratamiento del producto, el límite para el empleo de la maquinaria viene dado por el hecho de que su producción cuesta menos trabajo que el que suple su aplicación. Mas para el capital este límite es más pequeño. Como no paga el trabajo invertido sino el valor de la fuerza de trabajo empleada, el uso de la maquinaria se lo limita la diferencia entre el valor de la maquinaria y el valor de la fuerza de trabajo que sustituye. Como la división de la jornada laboral en trabajo necesario y plustrabajo varía de un país a otro, e igualmente en el mismo país en periodos diferentes o durante el mismo periodo en distintas ramas de la industria; como, además, el salario real del obrero oscila, siendo unas veces inferior y otras superior al valor de su fuerza de trabajo, la diferencia entre el precio de la maquinaria y el de la fuerza de trabajo que ella ha de sustituir puede variar mucho, aun cuando la diferencia entre la cantidad de trabajo sustituido por ella sea la misma. (Por eso en la sociedad comunista la maquinaria tendría un campo de acción muy diferente al que tiene en la sociedad burguesa). Mas sólo es la primera diferencia la que determina los costos de producción de la mercancía para el capitalista y la que influye en él mediante las leyes coercitivas de la competencia (9).
Esta es la razón por la que vemos que las multinacionales trasladen en muchas ocasiones sus fábricas a países donde la mano de obra es muy barata. Los adelantos de la industria del transporte hacen que la distancia del lugar de producción al de consumo no sea hoy un problema. En esos países con mano de obra en condiciones de semiesclavitud, con total falta de derechos laborales, con salarios de miseria y trabajo infantil, el uso de maquinaria a veces es mucho menos atractivo para el capitalista. No podemos olvidar que el único fin de la producción capitalista es la obtención de plusvalía. Sea como sea. Al capitalista le da igual usar máquinas o trabajadores. Utilizará aquello que le origine un mayor beneficio sin preocuparse lo más mínimo de la explotación que sufren sus obreros.
Ahora bien, las leyes coercitivas de la competencia enfrentan entre sí a los capitalistas. Cada uno trata de dominar el mercado en su rama y eliminar al resto de capitalistas que le hacen sombra. Para ello se ven obligados a aumentar su producción y abaratar las mercancías que venden. Esto les exige estar continuamente investigando nuevos procesos de fabricación, nueva maquinaria que abarate los costes de producción (al reducir la necesidad de trabajo humano y/o aumentar el número de mercancías que pueden producir). De esta forma, la composición orgánica (la relación entre el capital constante y variable) del capital total invertido varía. Cada vez se dedica una mayor parte al capital constante (a maquinaria) y menos a capital variable (a contratar obreros).
Son las propias leyes de la competencia las que obligan al capitalista (con independencia de su voluntad) a aumentar cada vez más el capital invertido en maquinaria para conseguir vender más que los otros capitalistas de su sector. Pero la consecuencia de este proceso es que en el mercado cada vez hay un mayor número de productos y, por tanto, el valor de los mismos disminuye (porque el tiempo socialmente necesario para producir los artículos que la sociedad necesita disminuye). Por lo tanto, el uso cada vez mayor de maquinaria debería abaratar los precios, no incrementarlos.
El problema para los capitalistas es que ya no tienen mercados libres para vender todo lo que producen. Las leyes de la competencia les obligan a producir más mercancías y más baratas, pero al mismo tiempo esa superproducción hace que no encuentren mercados donde vender sus productos. No se trata de que no exista demanda. Millones de personas carecen de alimentos, viviendas dignas, infraestructuras de todo tipo, etc. A los capitalistas eso no les importa, ya que esas personas no forman parte del mercado al no tener dinero para comprar esos bienes. Esta es la razón por la que el consumo se circunscribe a los países del llamado primer mundo, o mejor dicho, a las capas de la población de los países ricos que pueden comprar esos bienes y servicios. Es en este contexto que surgen las crisis económicas. Superproducción y pobreza son dos caras de la misma moneda.
Llegamos así al principal problema que origina el creciente uso de maquinaria por parte de los capitalistas: la bajada de la tasa general de ganancia.
Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
Las máquinas no crean valores, el único que crea valores o los mantiene es el trabajo humano. Hemos visto cómo el trabajo que realizan los obreros hace resurgir en las nuevas mercancías el valor del capital constante (maquinarias, materias primas), el valor del capital variable (fuerza de trabajo) y origina nuevos valores (plusvalía). Sólo el trabajo humano es capaz de crear plusvalía. En la medida que se reduce el trabajo (y aumenta el uso de maquinaria) que necesita cada mercancía, se reduce también la parte de plusvalía que ésta incorpora, es decir, cuanto menos trabajo (y más maquinarias) se usa para fabricar un producto, el valor de éste incorpora una ganancia menor para el capitalista por unidad producida. Nada más tonto, pues, que explicar la baja de la tasa de ganancia por un alza en la tasa de salario, aunque excepcionalmente pueda ocurrir. Tan sólo la comprensión de las relaciones que forman la tasa de ganancia permite a la estadística emprender verdaderos análisis acerca de la tasa de salario en distintas épocas y países. La tasa de ganancia no baja porque el trabajo se haga más improductivo, sino porque se hace más productivo. Ambas cosas, aumento de la tasa de plusvalía y disminución de la tasa de ganancia no son más que formas especiales para expresar en términos capitalistas la creciente productividad del trabajo (10).
Veamos un ejemplo: El valor de las mercancías que produce un fabricante de relojes es:
120M = 80c+20v+20p
Es decir, para producir relojes necesita invertir 80c en medios de producción y 20v en la fuerza de trabajo de sus obreros. En este caso, a la inversión de 20v corresponde una plusvalía de 20p, es decir, la tasa de plusvalía es p' = 20p / 20v = 100 por ciento. Los trabajadores generan el doble del valor que reciben por su salario. Pero al capitalista no le importa la explotación de sus obreros, él quiere saber cuánto ha ganado en total respecto al capital que invirtió. Por eso usa la tasa de ganancia, esto es, pone en relación la plusvalía obtenida (20p) con todo el capital que invirtió (80c+20v = 100C) y obtiene la tasa de ganancia, g' = 20p / 100C = 20 por ciento.
Supongamos ahora que nuestro industrial relojero sustituye a parte de sus obreros por máquinas.
Antes invertía 100C = 80c+20v
Ahora invierte 100C = 90c+10v
Suponiendo que el grado de explotación de sus obreros (la tasa de plusvalía) siga siendo el mismo, 10v generarían ahora 10p. Los relojes producidos con las nuevas máquinas tendrían un valor de:
110M = 90c+10v+10p
La sustitución de la fuerza de trabajo por máquinas hace que los relojes bajen de precio (de 120 a 110M). La explotación sigue siendo la misma (antes p' = 20p / 20v = 100 por ciento, ahora p' = 10p / 10v = 100 por ciento). Sin embargo la tasa de ganancia ha bajado (antes g' = 20p / 100C = 20 por ciento, ahora g' = 10p / 100C = 10 por ciento).
Al sustituir los obreros por maquinaria logra que sus mercancías sean más baratas, lo cual hace que sea más competitivo frente al resto de capitalistas que producen con la antigua composición de capital. Ahora bien, para obtener la misma masa de plusvalía que antes (20p) ahora tiene que vender el doble de mercancías (pues sus nuevos relojes sólo incorporan 10p).
La tasa de ganancia también bajaría si, manteniendo el mismo número de obreros y el mismo grado de explotación de los mismos, se limitase a aumentar el capital invertido en maquinaria. A este creciente volumen de valor del capital constante le corresponde un creciente abaratamiento del producto. Cada producto individual, considerado de por sí, contiene una suma de trabajo menor que en los estados inferiores de producción, donde el capital empleado en trabajo guarda una proporción incomparablemente mayor con el invertido en medios de producción [...] La progresiva disminución relativa del capital variable frente al constante engendra una composición orgánica cada vez mayor del capital global, cuya consecuencia directa es que la tasa de plusvalía se expresa en una tasa general de ganancia que decrece constantemente, aunque permanezca igual o incluso aumente el grado de explotación en el trabajo. La tendencia progresiva de la tasa general de ganancia no es, por tanto, más que una expresión peculiar del modo capitalista de producción, del desarrollo progresivo de la fuerza productiva social del trabajo. Esto no quiere decir que la tasa de ganancia no pueda también descender por otras razones, pero ello demuestra como necesidad evidente derivada de la misma naturaleza de la producción capitalista que, a medida que se desarrolla, la tasa general media de plusvalía tiene que expresarse en una tasa general decreciente de ganancia. Como la masa de trabajo vivo empleado se reduce constantemente en proporción a la masa de trabajo objetivado puesto en movimiento por ella, de las medios de producción consumidos productivamente, la parte de este trabajo vivo que no se retribuye y se objetiva en plusvalía tiene que guardar también una proporción decreciente con el volumen de valor del capital global empleado. Esta proporción de la masa de plusvalía con el valor del capital global empleado constituye, empero, la cuota de ganancia, que tiene que disminuir constantemente (11).
José Luis Sampedro en su libro La inflación, prótesis del sistema plantea a esta respecto: Los beneficios van cayendo. El informe de la OCDE para diciembre de 1975, registra una coyuntura que, si bien en EEUU no es últimamente desfavorable, en cambio ha registrado en Alemania y en Japón una contracción de beneficios bastante notable. Más a largo plazo -y la tendencia es lo que importa- trabajos franceses como el ‘fresco histórico del sistema productivo’ publicado por el INSEE en octubre de 1974, o el estudio de Michel Benard en ‘Économie et Statistique’, del mismo mes y año, con referencia al periodo 1959-72, reflejan esa situación desde los años sesenta en que, decaídos los efectos de las innovaciones técnicas de la posguerra, la maquinaria y el equipo se acumulan y disminuyen en productividad. Otros trabajos, como el de Ch. Goux y sus colaboradores, muestran el descenso de la tasa de beneficios [tasa de ganancia] en los EEUU desde la posguerra [...] Declara Jacques Attali en una entrevista: ‘Un estudio debido a Christian Autter muestra muy explícitamente, sector por sector, que desde 1964 la rentabilidad del capital invertido sólo ha podido mantenerse constante gracias a la inflación y a las reducciones fiscales para las empresas. Estructuralmente hablando, la inflación es una necesidad para mantener el beneficio, en el estado actual de la sociedad francesa; lo que también es cierto para la inglesa y la americana.
Los monopolios y la inflación
De lo visto hasta aquí se deduce que, en general, los precios de las mercancías y servicios no tendrían por qué subir, es más, deberían bajar, ya que en la medida que aumenta la productividad del trabajo disminuye el valor de las mercancías elaboradas. Esto es algo objetivo. La crisis de 1929 nos muestra precisamente una caída general de precios al tiempo que una superproducción y paro enormes. Sin embargo, en la actualidad es algo incuestionable que los precios suben cada día más aunque el valor de las mercancías sea cada vez menor.
Mientras los capitalistas disponían de nuevos mercados donde vender sus productos el problema de la inflación no se presentó. Ciertamente había subidas y bajadas de precios y algunos capitalistas lograban vender sus mercancías y servicios por un precio superior a su valor, pero aquí dominaba la libre competencia, lo cual hacía que lo que ganaba de más un capitalista lo ganara de menos otro, de forma que la suma de los valores de todas las mercancías y servicios existente era similar a la suma de precios de los mismos. La inflación, como elevación general de precios, no existía.
El problema de la inflación es relativamente moderno. Surge cuando los capitalistas no encuentran dónde vender sus mercancías. Este es el motivo de que el problema de la inflación se nos presente tan agudizado en la época imperialista.
La finalidad del capitalista es la obtención de plusvalía (ganancia). Hemos visto que en la sociedad capitalista la productividad del trabajo aumenta cada vez más, de forma que se producen muchos más artículos y más baratos. El aumento de productividad genera una disminución de la proporción en que el capital total se invierte en fuerza de trabajo. El uso acentuado de maquinaria ocasiona la bajada permanente de la tasa general de ganancia. Para obtener las mismas ganancias los capitalistas deben vender una mayor cantidad de productos, lo cual se ve dificultado por la inexistencia de nuevos mercados libres y la saturación de los existentes. La productividad del trabajo sigue aumentando cada vez más. A pesar de la saturación de mercados, los capitalistas, se ven obligados a producir más y más. De aquí surgen las crisis de superproducción.
Cuando existía la posibilidad de que el capitalista encontrase nuevos mercados libres para sus productos, la continua disminución de la tasa de ganancia se paliaba mediante el aumento de la venta de mercancías. De esta forma, aunque bajase la tasa de ganancia, aumentaba la masa de ganancia obtenida. Es decir, aunque bajase la plusvalía que el capitalista conseguía por la venta de cada una de sus mercancías, al final lograba una mayor cantidad de plusvalía al vender más mercancías. Sin embargo, cuando los mercados están saturados y no existen otros posibles mercados, no puede evitarse que la bajada de la tasa de ganancia haga disminuir los beneficios del capitalista. Por eso las crisis de superproducción son cada vez mayores. Si no consiguen vender más mercancías, no pueden impedir que el aumento de productividad ocasione una bajada de la masa de plusvalía (ganancia) que los capitalistas obtienen (**).
El problema de las crisis económicas no es que el mercado no tenga capacidad de compra, es decir, que no tenga dinero para adquirir esos productos. El problema está en que las leyes de producción hacen que el trabajo sea cada vez más productivo y que (con independencia del número de compradores existente) cada vez se produzcan más mercancías y más baratas, de forma que la tasa de ganancia de los capitalistas tiende a disminuir continuamente. Al disminuir la tasa general de ganancia, el capitalista necesita vender más productos para conseguir que no bajen sus ganancias. Cuando no puede lograrlo, salta la crisis.
Para tratar de impedir las crisis y los efectos de la bajada de la tasa general de ganancia, los capitalistas aumentan el grado de explotación en el trabajo, reducen los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, abaratan los elementos del capital constante, chantajean a sus obreros utilizando la existencia de parados, invierten su capital en el extranjero, se fomenta el crédito, los préstamos y ventas a plazos, se forman sociedades anónimas, se aumenta el dinero en circulación, se exportan capitales, se utiliza al Estado e incluso se declara la guerra. En el mejor de los casos, lo más que consiguen los capitalistas es reducir la bajada de la tasa de ganancia, pero finalmente todos sus intentos son vanos y la tasa de ganancia sigue su camino descendente. Las crisis se suceden unas a otras cada vez más profundas.
Al mismo tiempo tenemos que la libre competencia entre los capitalistas engendra la concentración de la producción que, llegado cierto punto, se transforma en monopolio. Los capitalistas más fuertes arrojan fuera del mercado a los pequeños productores que les hacen sombra. El monopolio es mucho más productivo. Puede fabricar muchos más productos y más baratos. En la medida en que aparece el monopolio se reduce la libre competencia. Las grandes industrias dominan el mercado de su sector e imponen las condiciones de venta de las mercancías, aumentando así sus beneficios. Pero los monopolios no pueden evitar la crisis (incluso la agravan). El trabajo que utilizan es cada vez más productivo (gracias a la concentración de capitales que pueden poner en funcionamiento una mayor cantidad de capital constante y consigue la cooperación en el trabajo de miles de obreros), lo cual, como vimos antes, reduce la tasa de ganancia y obliga a los monopolios a vender muchas más mercancías para que sus ganancias no disminuyan. Pero, en la medida en que los mercados están saturados y no pueden comprar esos nuevos productos, salta la crisis. Esta vez mucho más fuerte que cuando predominaba la libre competencia, pues ahora el nivel productivo alcanzado por el trabajo es mucho mayor y la superproducción se incrementa.
Este proceso de concentración de capitales y aparición de monopolios se ve acentuado cuando los bancos pasan de ser unos simples intermediarios en los pagos a dominar todo el sistema financiero. La concentración del capital financiero en las manos de un puñado de grandes bancos es una de las características de la etapa imperialista del capitalismo. Para hacernos una idea de la importancia del capital financiero podemos ver que, según la Asociación Española de Banca, el conjunto de Bancos y Cajas de Ahorros españoles son propietarios de acciones de otras empresas valoradas en 4'7 billones de pts., a los que hay que sumar otros 9'5 billones de pts. en renta fija y deuda. Si a esto le añadimos los 32,9 billones de pts. en fondos que esas mismas entidades gestionan como si fuesen suyos, es fácil confirmar el poder real que poseen los monopolios de la oligarquía financiera en nuestro país. Esto mismo sucede en el resto de países capitalistas.
A principios del siglo XX el mundo estaba ya repartido entre los diferentes países imperialistas. No había pues nuevos mercados en los que poder vender las mercancías de los monopolios. De la lucha entre los grandes capitalistas por los mercados aparece la I Guerra Mundial.
La crisis capitalista, al agravar hasta el extremo las condiciones de vida de las masas obreras y lanzar a la lucha a unos pueblos contra otros en beneficio exclusivo de un puñado de ricachones, abre también un periodo de crisis política y social. De ahí que se creara entonces una situación revolucionaria en toda Europa, cuyo resultado más inmediato fue el triunfo de la I Gran Revolución Socialista de la historia.
Pues bien, para salir de aquella crisis, los capitalistas cedieron a una nueva concentración industrial y financiera y, consiguientemente, a una explotación aún mayor de todos los recursos. De nuevo se produjo la fiebre de los negocios, se intensificó la explotación de la clase obrera, la expansión comercial y una nueva acumulación del capital. Tras el auge y la expansión vino la depresión económica de nuevo, la crisis. 1929 es el año del crack; existía una gran cantidad de bienes acumulados que no podían venderse en forma rentable; se produjo la bancarrota, cundió el pánico en las bolsas, el paro afectó a millones de trabajadores. La efervescencia revolucionaria subió en todas partes como la espuma. En Alemania, el partido nazi emprendió la carrera hacia el poder apoyado por los militaristas y los grupos de grandes industriales y financieros. Alemania se rearma para intentar un nuevo reparto del mundo por medio de la fuerza. La II Guerra Mundial está a punto de estallar.
Con la derrota del nazi-fascismo y el triunfo de la revolución democrático-popular en toda una serie de países de Europa, el imperialismo quedó muy debilitado en su estructura interna, al mismo tiempo que se sentaron las bases para un nuevo tipo de relaciones económicas internacionales. Estos dos factores, el debilitamiento del imperialismo y la extensión del campo de los países democráticos y socialistas, van a condicionar a partir de entonces el proceso de recuperación económica de los países capitalistas, proceso que se inició nada más terminar la II Guerra Mundial.
En esta nueva etapa histórica, el capitalismo monopolista de estado (es decir, el entrelazamiento de la propiedad particular, monopolista, con la propiedad del Estado y la intervención cada vez mayor de éste en la vida económica) al mismo tiempo que ha permitido una nueva y prolongada expansión del capitalismo debido a la mayor socialización del proceso productivo, a la aplicación de nueva tecnología y a las cuantiosas inversiones realizadas en la industria por el Estado; todo eso, como decimos, al mismo tiempo que ha facilitado la prolongada expansión capitalista, ha ido socavando su propia base de sostenimiento, al reducir al mínimo las posibilidades de reproducción ampliada del capital (de obtención de ganancias) que, como se sabe, es el fundamento sobre el que descansa todo el sistema. Esta es una de las causas principales de la inflación desbocada, de los aumentos de precios, del paro obrero y de la ruina de cientos de miles de pequeños propietarios. En la sociedad capitalista de nuestros días aparece más clara que nunca la contradicción fundamental que se desarrolla en su seno entre el carácter social de la producción, de una parte, y la apropiación individual monopolista de lo producido, por otra. Pero además de eso, el sistema capitalista ha llegado hasta tal punto de agotamiento en sus posibilidades de expansión, que ya hasta esa apropiación monopolista se está haciendo cada vez más problemática (12).
Ya tenemos, pues, todos los elementos necesarios para la aparición de la inflación: la existencia de monopolios, la preponderancia del capital financiero y la aparición del capitalismo monopolista de estado. En realidad, la inflación no es más que la subida especulativa (artificial) de los precios de mercado que hacen los monopolios para intentar evitar la bajada de su tasa de ganancia. La inflación sólo aparece cuando la suma de los precios de mercado del conjunto de mercancías y servicios que hay en la sociedad es superior a la suma del valor de esas mercancías y servicios.
Los monopolios tienden a eliminar la libre competencia y su posición les permite fijar los precios. Como no pueden vender todas las mercancías que precisan para que la masa de su ganancia no baje (cuanto más se producen y más barato lo hacen, mayor es la bajada de su tasa de ganancia, es decir, menos plusvalía obtienen por cada una de las mercancías que venden), encarecen el precio de mercado de sus productos artificialmente. Así aumentan las ganancias obtenidas por unidad vendida. Pero como esta subida es artificial y no tienen ninguna base material, para tener lugar tienen que basarse en los tres pilares fundamentales de la época imperialista: El monopolio, la oligarquía financiera y el Estado monopolista. La posición de monopolio de mercado obliga a los compradores que desean adquirir los artículos a tomarlos a un precio inflado. Los bancos crean la burbuja financiera que permite el crédito, los préstamos y todo tipo de pagos ficticios que generan la apariencia de que las mercancías pueden seguir vendiéndose y que con ello se puede impedir la bajada de la tasa general de ganancia. El estado monopolista da carta de naturaleza legal a todo lo anterior y, en caso de no haber compradores, él es quien compra a precios inflados (o lo que es lo mismo, utiliza el dinero público obtenido con los impuestos, etc., para pagar precios inflados por los monopolios).
El hecho de que suban artificialmente los precios crea en el capitalista la ilusión de estabilidad y crecimiento económico cuando, en realidad, esas ventas son ficticias. Ese aumento de precios de mercado sin aumento de valor es el causante de que el valor del dinero sea cada vez menor. No porque exista mucho dinero en circulación, sino porque los monopolios imponen un sobreprecio a sus mercancías de forma que por una mercancía de igual o menor valor exigen ahora más dinero. Esta subida especulativa y permanente es la que hace que el valor del dinero sea cada vez menor.
Pero esta subida artificial de precios sólo la pueden hacer los monopolios, pues en tanto exista la libre competencia, las subidas de unos productos se compensan con las bajadas de otros. La libre competencia hace que los capitalistas se repartan la plusvalía generada en el conjunto de la producción proporcionalmente al capital que invierte cada uno. Es el monopolio el que tiende a impedir ese reparto de plusvalía y el único que está en condiciones de imponer un sobreprecio.
Más aún, para que exista inflación debe darse una subida general de precios, es decir, no se trata de que una rama productiva o unas pocas ramas eleven sus precios. Es el conjunto de bienes y servicios el que aumenta artificialmente sus precios, de donde se deduce que todas las ramas de la producción están dominadas por los monopolios y el capital financiero.
Los bancos son los que dan cobertura financiera a todo este sobreprecio especulativo. Son los que ponen en circulación el dinero necesario para pagar esos sobreprecios (préstamos, créditos, definen los tipos de interés, etc.). Al generalizarse el sobreprecio en la sociedad de los monopolios todas las mercancías cuestan más de su valor, el dinero, por tanto, reduce su poder adquisitivo y los consumidores ven reducida su capacidad de compra. Al mismo tiempo, los monopolios y los grandes bancos nos entregan mercancías y servicios por un valor inferior al precio que reciben, o lo que es lo mismo, ven incrementadas artificialmente su ganancias. La inflación hace que el reparto de la riqueza sea cada vez más desproporcionado, hace cada vez más ricos a los monopolios y capitalistas financieros al tiempo que reduce la capacidad adquisitiva de las clases trabajadoras.
La inflación surge de la necesidad empresarial de defender sus beneficios ante la progresiva socialización de la producción y la continua bajada de la tasa de ganancia. La manera de conseguirlo consiste en aceptar una inflación moderada (esto es, una subida general de precios) que, aunque acaba afectando a las empresas, lo hace con más retraso que a los demás grupos. La empresa aumenta sus precios y con ello salva su beneficio y, cuando las repercusiones vuelven a erosionarlo, repite la maniobra. Consiguen así un margen que siempre flota relativamente encima, aunque vaya subiendo constantemente. Esa subida es la inflación.
La crisis de 1929 puso de manifiesto que los monopolios y el capital financiero no podían por sí solos salvar la crisis de superproducción. Ya entonces existía la URSS, y el que después de la II Guerra Mundial aparecieran otros países socialistas y democracias populares, hizo que los países capitalistas no pudiesen resolver sus necesidades de mercado mediante una guerra interimperialista. La única forma de salir del atolladero era echar mano del Estado. Hacer que el Estado realizase las inversiones y gastos necesarios para mantener las ganancias de los monopolios y de la oligarquía financiera. Es así como aparecen las políticas fiscales y monetaristas, las grandes inversiones públicas, etc. El estado capitalista no es más que la superestructura de la que se dotan los capitalistas para asegurar el mantenimiento de la explotación asalariada. El capitalismo monopolista de estado no supone ningún cambio sustancial del sistema capitalista. Es la consecuencia lógica de su evolución. Marx demostró que la base económica de la sociedad es la que determina la superestructura política. El Estado capitalista siempre está al servicio de la economía capitalista. Cuando existía la libre competencia y el capitalismo era una fuerza en desarrollo, el Estado capitalista adoptaba la forma de democracia burguesa. En la medida que surge el monopolio, tiende a desaparecer la libre competencia y el Estado adopta caracteres fascistas. En la etapa librecambista el Estado favorece el comercio, acaba con los gremios, potencia la industria frente a la agricultura, etc.; es decir, el Estado librecambista favorece a los capitalistas en contra de las estructuras feudales. El Estado librecambista es democrático porque el capitalismo es en ese momento una fuerza creadora y progresista respecto al sistema feudal. Por su parte, el Estado monopolista realiza las políticas fiscales y monetarias que requieran las grandes empresas, realiza las costosas inversiones (aunque sean inútiles o improductivas como las de la industria militar), que garantizan a los monopolios y a los grandes financieros la obtención de suculentos beneficios a costa de la sobreexplotación asalariada, etc.; es decir, el Estado monopolista favorece a los grandes monopolios y a la oligarquía financiera en contra de las clases trabajadoras. El estado monopolista es fascista porque el capitalismo en la época imperialista es una fuerza retrógrada que limita el desarrollo productivo y social. Por eso ninguna política económica (monetarista, fiscal, estructural o de cualquier otro tipo) que el Estado monopolista ponga en marcha puede resolver la inflación. La inflación favorece a los monopolios y, por lo tanto, mientras exista capitalismo existirá inflación.
Cualquier medida estatal está pensada para beneficiar a los monopolios y la oligarquía financiera. Muchas de esas medidas crean inflación, pero el Estado las realiza para asegurar e incrementar las ganancias capitalistas a costa de la disminución del poder adquisitivo de la población trabajadora.
A pesar de la subida artificial de precios, de la inflación, los monopolios no pueden evitar la caída de la tasa general de ganancia ni las crisis de superproducción. El grado de inflación existente es un síntoma de la profundidad de la crisis en la que se encuentra el sistema capitalista. Son los capitalistas los que originan la inflación y ésta sólo desaparecerá cuando el capitalismo pase al basurero de la historia. El capitalismo monopolista de estado es la forma que hoy adopta el imperialismo y, como demostró Lenin, el imperialismo es la antesala de la revolución socialista. En la sociedad socialista la producción no busca la obtención de plusvalía. Allí se produce para resolver las necesidades humanas, la superproducción no existe porque la economía está planificada. La inflación desaparece porque no hay lugar para los sobreprecios.
J. Manzanares
Notas:
(*) El valor de toda mercancía (M) producida por el sistema capitalista consta de tres partes: 1) Capital Constante (c), que incluye el valor de las materias primas y el desgaste de los medios de producción. 2) Capital Variable (v), es el valor de la fuerza de trabajo empleada. 3) Plusvalía (p), que es el valor del trabajo realizado por los obreros y no pagado por el capitalista. Así, el valor de toda mercancía será, M = c+v+p.
(**) Debe tenerse en cuenta que hablamos de saturación e inexistencia relativa de mercados. Lo que sostenemos es que las crisis no son de superproducción absoluta, sino de superproducción, ya que antes de que pueda llegar a adquirir aquel carácter, el capital ha encontrado siempre, hasta ahora, una salida: bien a través de la exportación de capital, bien a través de la exportación y la crisis, bien a través de la crisis y la guerra o de todas esas formas a la vez, lo que no hubiera sucedido de haberse encontrado realmente con el problema (hasta ahora ‘teórico’) de la superproducción absoluta [...] Aún así, y dentro de esa crisis de superproducción crónica, la parte del capital que logre mantenerse, seguirá condicionada por el monto de la ganancia [...] es decir, que una baja cuota de ganancia tendrá que ser compensada con una masa enorme de ganancia, lo que sólo puede ser posible con una gran concentración y centralización del capital (M.P.M. (Arenas): La superconfusión absoluta. Suplemento de Resistencia, septiembre de 1996).
(1) C. Marx: El Capital. Tomo I, Cap. XVII.
(2) C. Marx: Idem.
(3) C. Marx: El Capital. Tomo I, Cap. VI.
(4) Cinco Días del 27-3-2000.
(5) Alejandro Inurrieta, analista de macroeconomía de Intermoney en un artículo aparecido en Cinco Días del 11-5-2000.
(6) Cinco Días del 25-1-99.
(7) C. Marx: El Capital. Tomo I, Cap. XIII 2.
(8) Cinco Días del 18-8-98.
(9) C. Marx: El Capital. Tomo I, Cap. XIII 2.
(10) C. Marx: El Capital. Tomo III, Cap. XIV 5.
(11) C. Marx: El Capital. Tomo III, Cap. XIII.
(12) M.P.M. (Arenas): La crisis del sistema capitalista. Publicado en Bandera Roja en agosto de 1980 y en la recopilación de artículos Resistencia y revolución.
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