martes, enero 06, 2009

Las masas en el socialismo real: creer o no creer

El determinismo es la certeza científica de que todos los grandes fenómenos y procesos en la naturaleza y en la sociedad se derivan de otros constituidos en causas, siempre asequibles a la razón. Todas las ciencias son deterministas y aunque esa cualidad es mediatizada por la subjetividad, las disciplinas sociales no son una excepción.
Interpretar sus datos y leer la realidad es una habilidad de estrategas, politólogos y analistas que, a partir del conocimiento de los procesos objetivos y de las tendencias predominantes, aunque con márgenes de error considerables, pueden intuir el futuro político.
Se trata de un “don” adquirido con los años de práctica, a través de las lecturas y los estudios y mediante intercambios frecuentes y continuados con personas sabias y sensatas. Más difícil que “adivinar” el futuro de un proceso es predecir los plazos en que ocurrirán cambios sustantivos por medio de los cuales se mueve, avanza, se estanca o retrocede.
Tales conocimientos son la esencia de la teoría revolucionaria, antítesis del conservadurismo, que refuerza las convicciones de los luchadores y reformadores sociales y de los revolucionarios que no se conforman con esperar los cambios sino que los promueven, los aceleran y los llevan más lejos. El discurso y el programa de la Revolución son necesariamente renovadores y audaces. Llamar a la calma, esperar y dejar pasar las oportunidades no forma parte de sus atributos.
Consagrar lo establecido, considerar como inmutable lo alcanzado, idealizar el pasado, convertir la precaución en estrategia de supervivencia conduce a la parálisis. Así ocurrió en la Unión Soviética y en los países ex socialistas.
Reflexiones académicas aparte, en términos de estricta práctica política, el proceso que en los años noventa condujo al derrumbe de la Unión Soviética, no puede ser atribuido a defectos de génesis ni a errores de los bolcheviques. En 1991 habían transcurrido 67 años desde la muerte de Lenin, prácticamente el mismo tiempo desde que Trotski desapareció del escenario político y casi cuarenta años después de la muerte de Stalin acaecida en 1953.
En todo el período posterior a su muerte, en la Unión soviética, Lenin nunca fue criticado, ni siquiera se le reprochó cuando ya enfermo, aunque lucido, presumiblemente por temor a que el partido y el aparato de poder soviético se dividieran y debilitaran, miró para otro lado ante la intensa pugna por el poder entre Stalin y Trotski. Tal vez desconcertados y obviamente temerosos, los viejos bolcheviques fueron impotentes para defender el legado leninista expresado en unas breves notas que puso en poder de su mujer y que Stalin olímpicamente desestimó.
En 1956 durante el XX Congreso y en los meses posteriores, pareció que la dirección soviética había sacado las debidas conclusiones e iniciado un genuino proceso de rectificación. No ocurrió así. Todo indica que el exceso de precaución y los temores de que cambios más profundos pudieran ser aprovechados por los enemigos externos, frenaron a las fuerzas que los auspiciaban, circunstancias aprovechada por la burocracia para paralizar la autocrítica, conducirla a su manera y en la primera oportunidad destituir a Kruzhov.
El resto de la historia es conocida. Defenestrado Nikita Kruzhov, accedió al poder Leonid Brezhnev que ejerció el cargo durante 18 años y en 1982 murió en ejercicio, siendo sucedido por Yuri Andropov que al fallecer en 1984 fue relevado por Konstantin Chernenko que murió un año después dejando expedito el camino para Mijail Gorbachov iniciara reformas desde arriba y que, o bien por haber llegado tarde o haber sido mal diseñado y administrado o por una combinación multifactorial, condujo al fin de la Unión Soviética.
A casi veinte años de aquellos acontecimientos es evidente que, de haberse actuado a tiempo, en el momento mismo en que fueron detectados los errores y las deformaciones y de haber sido consecuente con la idea del papel protagónico de las masas, la experiencia socialista pudo ser salvada. No fueron oportunidades lo que faltó, sino visión, sentido del momento histórico y verdadera voluntad rectificadora.
Lo más probable es que dominada por el formalismo y la burocracia, con instituciones ceremoniales, alejada de las masas y obsesionada por la seguridad del proceso, la dirección soviética nunca fue consciente de las deformaciones estructurales del sistema ni alcanzó una verdadera comprensión de los déficit existentes en las estructuras de poder, en el partido, los soviets y en la sociedad.
Aquellas carencias que no eran exclusivamente económicas unidas al divorcio con el pueblo, cosa de la que tal vez los jerarcas soviéticos nunca cobraron conciencia y que jamás admitieron, explican por qué, a la hora de la rectificación, Gorbachov promovió un movimiento palaciego que, aunque fue institucional y transparente, nunca apeló a la movilización de las masas ni se sustentó en las bases del partido y del poder soviético.
El carácter burocrático de la rectificación que marginó al partido y al pueblo, conducida por una burocracia que vivió la ilusión de que lo sabía y lo comprendía todo y no necesitaba escuchar explica cómo un partido de veinte millones de militantes y tres millones de cuadros, curtido en las más duras luchas que pueblo alguno haya librado, con setenta años en el poder y con todos los recursos, pudo ser ilegalizado de un plumazo que además hizo añicos a una de las dos superpotencias mundiales.

Jorge Gómez Barata

No hay comentarios.: