miércoles, enero 06, 2010

Edgardo Enríquez fue asesinado en Buenos Aires

El hermano mayor de Miguel Enríquez figura hasta ahora como un detenido desaparecido de la dictadura de Pinochet. El hallazgo de documentos policiales ha confirmado que “El Pollo”, como era conocido al interior del MIR, fue asesinado en Argentina. Hoy se realizan los últimos trámites para cambiar su condición a fallecido. A continuación, pasajes inéditos de sus últimos momentos con vida.
El Informe Rettig consigna brevemente la desaparición de Edgardo Enríquez Espinoza, detenido en abril de 1976 en Buenos Aires, donde vivía en forma clandestina. El documento señala que, tras ser capturado en la capital trasandina por funcionarios del Departamento Exterior de la DINA y el Ejército local, el hermano mayor de Miguel Enríquez habría pasado por varios centros de tortura antes de ser traído a Chile por el organismo liderado por Manuel Contreras. Habría permanecido cautivo en Villa Grimaldi y Colonia Dignidad. En el enclave alemán se habría perdido su pista. Nada más aparece en las escuetas líneas del escrito de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación.
Tres décadas más tarde, sus hijos, José Miguel y Ernesto, se han acercado a la verdad. Su padre, tercer hombre del MIR, nunca retornó a nuestro país. El atardecer del 10 de abril de 1976, su cuerpo ingresó al Hospital Pirovano de Buenos Aires y sus huellas quedaron estampadas en un legajo judicial como prueba de su muerte.
El Grupo de Antropología Forense de Argentina despejó casualmente las dudas. Hurgueteando en los archivos policiales catalogados como NN, sus encargados encontraron carpetas que esclarecen el destino de varios chilenos muertos en la última dictadura militar trasandina.
Según José Miguel, la ficha tanatológica “contiene varios elementos verídicos y comprobables. Otros no. Las huellas dactilares del expediente corresponden a las de mi padre, al igual que las pertenencias y la foto. Científicamente, los únicos elementos que permiten una identificación son las huellas dactilares o de ADN. En este caso, lo único que se puede afirmar es que las huellas pertenecen a las de mi papá. Mi madre reconoce la foto como la de mi papá y no hay duda de que es él. En cuanto a las circunstancias que rodearon su muerte, no puedo dar fe al expediente”.
El documento judicial dice que la noche del sábado 10 de abril, a las 21:15 horas, desde un vehículo que corría a toda velocidad, se habría disparado a un hombre que se encontraba parado frente al Nº 683 de la calle Conesa al llegar a la avenida Federico Lacroze. El ciudadano paraguayo Ganciano Zaracho Benítez también resultó herido producto del enfrentamiento. Los vecinos del sector alertaron sobre el incidente y una ambulancia trasladó a las dos personas hasta el Hospital Pirovano, donde el NN falleció a las 22:10 horas por heridas causadas por dos disparos. Se adjuntan huellas y fotografías. Para constatar esta abreviada historia policial, LND recorrió la calle Conesa y preguntó a los vecinos por un tiroteo ocurrido en el lugar semanas después del golpe de Estado. No hubo respuestas que confirmaran el enfrentamiento. Los vecinos que vivían en esa calle en 1976 nos aseguraron que jamás había existido un enfrentamiento en su barrio y que de haber sido así, lo recordarían.
Si bien la carpeta acredita la muerte de Enríquez, su familia duda de la veracidad de las circunstancias narradas en el documento.

El clandestino

Edgardo Enríquez tenía 32 años cuando ocurrió el golpe militar. Su nombre y el de su hermano Miguel aparecieron en las listas nacionales de los personajes más buscados por la nuevas autoridades militares y se ofrecía recompensa a quienes dieran información sobre su paradero. El mismo 11 de septiembre, su padre, Edgardo Enríquez Frödden, ministro de Educación del gobierno de Salvador Allende, fue detenido en su oficina y trasladado a isla Dawson junto a los principales personeros de la Unidad Popular. Su hermano mayor, Marco Antonio, profesor de historia en la Escuela de Sociología de la Universidad de Concepción, pasó por el Estadio Regional, la Cárcel Pública, la isla Quiriquina y Chacabuco. En este último lugar se le informó que la causa de su detención era “por razones obvias”.
Los meses que vinieron no fueron mejores. Con el fin de evitar riesgos, la esposa de Edgardo, Grete Weinmann, se presentó como madre soltera en el hospital que dio luz a Ernesto Simón y lo inscribió como hijo natural de un amigo de la familia. En febrero de 1974, una nueva desgracia golpeó al matrimonio. Edgardo Manuel, el otro hijo que antecedía a Ernesto, falleció producto de una repentina meningitis.
Afectado por la muerte de su hijo, Edgardo Enríquez es obligado por la dirección del MIR a salir de Chile en marzo de 1974. Cruzó clandestinamente el paso Los Libertadores con dirección a Buenos Aires. Su tarea era organizar el comité exterior del MIR para buscar recursos económicos que permitieran financiar la clandestinidad y la resistencia a la dictadura.
En Europa se enteró de la muerte de su hermano Miguel, ocurrida el 5 de octubre de 1974. Ese golpe fue clave en su decisión de volver definitivamente a Argentina y hacerse cargo de la Dirección de la Junta Coordinadora Revolucionaria, siempre con la idea de ingresar clandestino a Chile y así integrarse a la resistencia.
“La función de Edgardo era organizar las relaciones políticas internacionales con movimientos y países, y los grupos de apoyo de chilenos y extranjeros creados en el exterior. Y, desde luego, tratar de conseguir recursos no sólo de los camaradas del Partido Revolucionario de Trabajadores (PRT) en Argentina, sino de países y organizaciones”, señala René Valenzuela, entonces encargado de la infraestructura del MIR en el exterior, labor que realizaba desde París.
Edgardo Enríquez hizo una escala en Cuba antes de retornar a Argentina. Con Jorge Fuentes, conocido como “El Trozko”, organizó una escuela de entrenamiento en la isla. “Además, su función en Cuba, como en otros países, era coordinar las relaciones internacionales del MIR. Cada país tenía su especificidad. Su paso por la isla no sólo fue para arreglar los últimos preparativos de su vuelta a Argentina. Allá estaban sus hijos y su esposa, Grete, a quienes no había visto con frecuencia y quería dedicarles unos días para conversar y despedirse, por si algo irremediable sucedía”, recuerda Valenzuela. La primera quincena de mayo de 1975, Enríquez dejó Cuba con destino a Buenos Aires para hacerse cargo de la Junta Coordinadora Revolucionaria.

La ciudad de la furia

La situación política había cambiado en Argentina desde su salida a Europa. La Triple A asesinaba a diario a tantos argentinos como lo harían los militares más tarde. La mayoría de los chilenos asilados en Argentina comenzaba a buscar un nuevo destino. Sin embargo, Edgardo se sentía seguro. Su primera complicación fue el exceso de rigor revolucionario del PRT, que lo destinó a vivir en una casa prefabricada sin agua caliente en pleno invierno, lo que aceptó sin mayores problemas hasta que convenció a sus huéspedes que era inconveniente y riesgoso estar en una zona donde no pasaba inadvertido.
La DINA lo buscaba afanosamente desde la detención de Jorge Fuentes en Paraguay. Varios memorándum enviados por el agente Enrique Arancibia Clavel demuestran el seguimiento y la coordinación con los servicios de inteligencia argentinos para dar con el paradero de Enríquez. En uno de ellos se señala que “en último procedimiento cayó un correo de la JCR (Junta Coordinadora Revolucionaria), francés, aparentemente de apellido Claudet. Dentro de sus pertenencias se encontraron 97 microfilms, con las últimas instrucciones desde París. Después del interrogatorio del mencionado Claudet, se logró determinar sólo que era correo de la JCR. Se le tomaron solamente fotografías. Claudet ya no existe”.
La desaparición en noviembre de Jean Ives Claudet Fernández, enlace de “El Pollo” -apodo por el que era conocido Enríquez en el MIR-, fue un llamado de atención. Un cable de Arancibia a la DINA del 17 de noviembre de 1975 indica que habían obtenido información sobre su llegada a Buenos Aires: “Pollo Enríquez ubicado en Baires. Se esperan novedades luego”.
Los agentes chilenos se movían en la capital argentina como en su casa. En una declaración por exhorto al juez Giovanni Salvi, el agente Michael Townley graficó estas andanzas de los sabuesos de Manuel Contreras recordando las acciones del brigadier Pedro Espinoza, su lugarteniente en la DINA.
“Uno ve gente robando. Espinoza, lo sé, creo que fueron $35.000 a $40.000 que robó a un delincuente común que pensábamos estaba dando dinero a la extrema izquierda y al cual persuadí, a través de su novia, que regresara a Chile para enfrentar un juicio. Y le robaron dinero a él en Argentina, y Espinoza le robó a él cuando regresó a Chile. Yo lo acepté porque pensé que el hombre era muy afortunado de que no lo hubieran matado”, dijo Townley.
Pese a este siniestro escenario, Enríquez no tuvo problema durante casi un año en su vida clandestina. El 28 de marzo de 1976, a pocos días del golpe de Estado de Jorge Rafael Videla en Argentina, mientras participaba en una reunión de la comisión política del Partido Revolucionario de Trabajadores en la localidad de Moreno de la provincia de Buenos Aires, una patrulla policial llegó hasta la quinta donde se encontraban reunidos los hombres más buscados de Argentina.
“Eso fue paradójicamente un 26 de marzo, digo paradójicamente porque fue días después del golpe y era una provocación a los represores. Fue en la localidad de Moreno, en el poniente de Buenos Aires. La reunión fue sorprendida por fuerzas policiales y salimos a los tiros. Yo salía en el primer grupo donde iba Edgardo y Santucho, en la calle nos subdividimos y yo salgo con Santucho y Edgardo toma hacia el campo con otros miembros de la Dirección. Ellos estuvieron dos días bastante complicados. Se metieron en un maizal con el Ejército peinando la zona. En cambio, nosotros en dos horas estuvimos en el sitio de reencuentro”, rememora Luis Mattini, sucesor de Mario Santucho en la conducción del PRT.
Al cabo de dos días, Enríquez rompió el cerco y llegó al punto de encuentro. “Llegó a mi casa agitado, lastimado pero contento, muy contento porque decía que era su ‘Ñancahuazú’ (guerrilla de Ernesto Guevara en Bolivia), era como si hubiese sido su bautizo de fuego. Estaba contento porque había salvado con vida y lo había pasado muy feo. Nosotros tuvimos unas bajas ahí, pero el grueso salvó”, dice Mattini con nostalgia.
Por esos días, el padre de Enríquez estaba en Oxford. Allá se enteró que su hijo estaba desaparecido en Buenos Aires. El dolor otra vez se apoderaba de la familia. Sólo se alivió cuando le avisaron que había sido una falsa alarma. La tranquilidad duraría apenas unas semanas. Como la supuesta detención fue noticia en la prensa francesa y venezolana, inmediatamente se activó la cacería de los servicios de inteligencia.
La verdadera detención ocurrió la segunda semana de abril. Sus cercanos asumieron que su ausencia en una reunión política, junto a la de la brasileña Regina Marcondes, no era una buena señal. Edgardo era riguroso y cumplidor de sus citas. No hay testimonios respecto de lo que sucedió ese 10 de abril. Nadie ha aclarado si la muerte lo sorprendió de inmediato o pasó por varios centros de detenidos y luego fue asesinado. Sólo se sabe que su cuerpo fue llevado al Hospital Pirovano. Sus restos se perdieron en el tiempo.
“Se supone que fue enterrado en un nicho, que luego fue sacado de él y llevado a una fosa común donde hay miles de restos de muchas épocas. Ahora el Programa de Derechos Humanos está trabajando para que el Registro Civil emita el certificado de defunción de mi padre, lo último que nos falta, porque encontrar el cuerpo es muy difícil y tampoco nos quita el sueño”, dice José Miguel.

Nancy Guzmán y Javier Rebolledo
La Nación Domingo

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