Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
domingo, marzo 23, 2014
Ernesto “Che” Guevara en Entre Ríos.
Ernestito en Galarza Entre Ríos 1929
En la Estancia de Galarza, provincia de Entre Ríos, Ernestito conoció la vida ruda del campo. Seguramente le fue de mucha utilidad años después en Sierra Maestra.
Los Guevara fueron una familia típica, de la clase media alta argentina. Don Ernesto era un emprendedor, pero con poca suerte para los negocios. Aunque no vivían en la abundancia, tenían los gustos y las costumbres de la burguesía argentina. Para la familia, los largos veraneos eran casi sagrados. Don Ernesto preparaba su Chrysler de los años 30, -que entre todos habían bautizado como “La Catramina”-, cargaba a la numerosa familia y se marchaba de vacaciones. Si bien el destino final casi siempre era Mar del Plata, donde todos gozaban del mar, el recorrido veraniego iba haciendo sus paradas familiares. Una de las primeras escalas era Galarza -Entre Rios- donde vivía Edelmira de la Serna, hermana de la madre de Ernestito. Edelmira estaba casada con Ernesto Moore, un entrerriano muy acriollado de origen irlandés. Por aquellos años General Galarza era un municipio de muy pocos habitantes. Estaba dentro del Departamento de Gualeguay, a tan solo 50 kilómetros de la capital comarcal del mismo nombre. Don Ernesto Guevara nos recuerda aquellas vacaciones campestres: “Durante los meses de verano solíamos, con mi mujer, pasar una larga temporada en la estancia de los Moore, propiedad de su cuñado, acompañados de nuestros hijos. Nos encantaba el lugar. Nos atraía, como nos atrajo siempre, el ambiente campestre, poco influido por las grandes ciudades, en Galarza, era lo más auténticamente gauchesco de la Provincia de Entre Ríos. Se trataba de una propiedad con gran extensión de campo con mucho ganado y abundante pasto. En esta provincia la “peonada” se destacaba por ser todos ellos maravillosos jinetes. Un par de veces al año se efectuaba la yerra en los puestos adonde llegaban los arreos. Allí se les pialaba para marcarlos, castrarlos y curarlos. Estos trabajos terminaban siempre en una doma de potros. Como soy aficionado a ellos no perdía detalle, sobre todo durante la doma. He podido ver a los gauchos con bota de potro y espuela desembarazarme de la chaquetilla, de la rastra y el facón, y atándose una vincha, para sujetarse su pelo, solos, sin ayuda de nadie, voltear un potro, manearlo, ensillarlo y luego de un salto quedar a horcajadas en su lomo. Se hacían ricos los baguales corcoveando; la crin al viento y bufando, mientras restallaban sin charquear y llevar al animal a talero limpio de vuelta a la querencia. Toda esta maniobra llamada “doma” es el preámbulo de la enseñanza del caballo de montar, trabajo cotidiano en las viejas estancias argentina, y una de ellas era la estancia de los Moore en Entre Ríos donde solíamos veranear y donde mi hijo Ernesto comenzó a conocer el campo. Entonces él era muy pequeño, pero quizás se grabo en su mente todo lo que vio en Entre Ríos.”
Ernestito jugaba a sus anchas en aquel paisaje inmejorable. Cuando fue creciendo la actividad que más le gustaba era ir a cabalgar con sus primos. Le gustaba escuchar las conversaciones de la peonada, que siempre contaban hazañas del pasado, que les había relatado sus antepasados. Por aquellas tierras se desarrollaron numerosas batallas entre federales y unitarios. El General Galarza que le da nombre al pueblo, fue un soldado del General Francisco Ramírez, hasta su muerte en 1821. En 1837 acompañó a Justo José de Urquiza. En la Batalla de Caseros fue nombrado Coronel Mayor. Luego Intervino en la Guerra de la Triple Alianza. Terminando su carrera militar como General.
En aquellas largas vacaciones entrerrianas, en aquel medio rudo, de hombres curtidos por el tiempo, Ernestito comenzó amar la vida del campo. Tal fue así que siendo aun muy niño se inicio en la lectura de libros gauchescos. El Martin Fierro y Don Segundo Sombra, fueron dos obras que lo acompañaran toda su vida. Contaba su primera mujer Hilda Gadea que eran obras que se las conocían casi de memoria. En muchas oportunidades Ernesto le recitaba a Hilda -en Guatemala y en México- estrofas enteras del Martin Fierro.
El padre de Ernesto nos sigue contando las anécdotas familiares en la provincia de Entre Ríos: “Ernesto Moore, hijo de ingles e irlandesa, era un típico hombre de su raza, pero completamente acriollado. Alto, flaco, huesudo, de ojos azules y muy pecoso. Era la bondad personificada. Había vivido siempre en el campo y se había identificado no solo con los trabajos campestres, sino con todos los nativos del lugar. Vestía a la usanza entrerriana, con grandes bombachas, faja de lana tejida, bota alta de cuero de potro, camisa de buena tela y un pañuelito anulado al pescuezo. Hablaba como paisano y mateaba tanto como ellos. Solía sentarse sobre un calavera de vaca y conversaba con los peones de un manera agradable y sencilla. A veces se quedaba mirando el cielo y, sentenciosamente decía: “mañana va a llover” Cuando le preguntaban cómo lo sabía, con aire distraído contestaba: “Canto el gallo a las doce de la noche” Hablaban de sus conocimientos campestres sin afectación.”
Ernestito cuando iba de vacaciones a Galarza, la pasaba muy bien. Sus dos primos eran de su edad y se entretenían jugando. Aunque de vez en cuando el mayor de los Moore quería hacer valer su edad -un año mayor que Ernestito- y el juego terminaba en pelea. Lo peor de todo era que el hermano menor terminaba siendo de la partida y el pobre “Tete” como le llamaban a Ernestito entre los familiares, terminaba todo golpeados por sus dos primos.
Muchas de estas peleas de niños eran seguidas por los mayores sin que nadie se metiera. La idea de Moore era que los chicos se tenían que hacer hombres y esas peleas los iban fogueando para la vida de adultos. Estas ideas no eran muy bien vistas por don Ernesto, que veía que siempre era su hijo el que llevaban las de perder en la pelea de dos contra uno. Guevara molesto de este no te metas absurdo, se canso de mantener una actitud pasiva y le dijo a Ernestito: “Mira, cuando se te vengan de a dos, cazas al primero que tengas a mano y te prendes como puedas, a trompazos, a patadas y si te viene el otro, a mordiscos, porque ellos pelean en yunta”.
Así fue como una de aquellas tardes, tras un juego brusco, el mayor de los Moore inicio una discusión que termino en pelea. Como siempre el padre de los chicos comenzó a contemplar la disputa sin entrometerse, ni decir nada. Los chicos se abalanzaron sobre Ernesto y este se defendió como pudo. Don Guevara nos sigue contando: “Ernesto cuando vio que se venían – como hacían siempre- los dos juntos, se le prendió con los dientes de una oreja al mayor. El chico chillaba a todo pulmón pero Ernestito no aflojaba el mordisco. Entonces el padre quiso intervenir para separarlos. Yo me interpuse diciendo: “déjalos pelear, ¡que se hagan hombre! El chico gritaba y sangraba por la oreja, y el padre se desesperaba; quizás entonces comprendió la injusticia de la pelea desigual. Se armo un alboroto en su casa, mi concuñado se quedo bastante serio conmigo, pero desde ese día los hermanos Moore no provocaron más a Ernestito gracias al tarascón que por poco deja a uno de ellos con una oreja menos.”
El ingeniero Guillermo Moore de la Serna, uno de los primos hermanos del Che, nos cuenta sus recuerdos con Ernesto en Entre Ríos:
“Yo tengo una gran admiración por mi primo Ernesto, a pesar de que sus ideas no las comparto. Mis imágenes, les repito, son fragmentarias, porque él me llevaba seis años de edad. Su espíritu era inquieto y muy discutidor; no se quedaba con la primera respuesta. Poseía un fino humor y una inteligencia que descollaban, rompió ciertos moldes de la Argentina de aquella época.
Ya tenía asma y fumaba unos cigarrillos contra esa enfermedad, y le encantaba fumar cuando había reunión de señoras. Se armaba un tremendo despelote, porque encendía un cigarrillo y se ponía a fumar. Te puedes imaginar la reacción de ellas, y en aquella época, hasta que todos se enteraban que él fumaba esos cigarrillos contra el asma. Recuerdo que mi tío Jorge de la Serna tuvo una gran influencia en Ernesto, porque Jorge era un gran deportista y le gustaba pilotear. En los estudios, Ernesto indudablemente era aventajado, de una gran inteligencia.
Mi padre y mi madre lo querían muchísimo. Nosotros también, porque independientemente de las diferencias ideológicas, lo hemos querido mucho. Cuando mi madre murió, él le envió una carta desde Guayaquil a mi padre, que en familia le decíamos Pato, en esa carta queda clara su forma de pensar y como era con la familia.”
En la retina de Ernesto le quedaría grabada para siempre las imágenes de aquella estancia entrerriana. Algunas de las cosas que aprendió entre aquellos aguerridos gauchos, le sirvieron años después en Sierra Maestra, para adaptarse a la vida sacrificada de la guerrilla.
Lois Pérez Leira
Carta de Ernesto Guevara a su tío Ernesto “Pato” Moore al enterarse del fallecimiento de su tía Edelmira de la Serna.
Guayaquil 28/10/53
Querido Pato:
Te escribo desde esta ciudad ecuatoriana sin reponerme de la dolorosa sorpresa que me dio el hermano de Trevino, con quien me encontré de casualidad en un barco argentino que había ido a visitar.
La carencia absoluta de noticias de mi casa hicieron posible el que ignorara lo ocurrido.
Me imagino el golpe que para los muchachos y vos habrá sido la muerte de la pobre Edelmira y, aunque a la distancia, quiero acompañarlos en lo posible, hacerles saber que en este mal trance, están junto a Uds. los parientes que, como yo, estaban un poco alejados del trato diario con ella.
Es muy difícil llevar unas palabras de aliento en circunstancias como ésta y más lo es para mí, que por razones emanadas de mi posición frente a la vida, no puedo siquiera insinuar el consuelo religioso que tanto ayudé) a Edelmira en sus últimos años. Sólo puedo recordar frente a la muerte de la mujer y la madre, los años de cariño que brindó mientras vivió, entregándose completamente a la familia que era su gran tesoro y su fuente de alegrías en los últimos años. Pero es tonto que vaya yo a hacer su panegírico.
Me acerqué a ustedes para mostrarles mi pena, ahora creo que lo mejor es no tocar más ese punto.
Un gran abrazo para vos y tus hijos, con todo cariño de tu sobrino. Ernesto.
Esta carta va por vía de mi casa porque desconozco tu dirección exacta.
Bibliografía consultada:
Ernesto Guevara Linch: Mihij el Che. Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1988.
Adys Cupull y Froilan González, entrevista a Guillermo Moore de la Serna
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