Sin permiso ha publicado en su edición del domingo 16 de marzo un escrito -“La ciencia y las políticas del desarrollo”- de abril de 2013 de Mario Bunge, al que presenta como “el más importante e internacionalmente reconocido filósofo hispanoamericano del siglo XX. Físico y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente comprometido con los valores del laicismo republicano, el socialismo democrático y los derechos humanos, es profesor del Departamento de Filosofía de la McGill University, Montreal”. Se trata del prólogo a la última edición del libro Ciencia y Desarrollo, en la editorial Laetoli probablemente si no ando muy errado.
Como nos tiene últimamente acostumbrados, el profesor Bunge habla aquí un poco de todo, no da apenas referencias y escribe, si se me permite la simplificación, a golpes de reflexión, a partir de las ideas (muchas de ellas brillantes, así, por ejemplo, sus reflexiones sobre el mercado o sobre el papel de la investigación básica) que le van pasando a toda velocidad por la cabeza. Y desde luego con sus fijaciones de hace tiempo: Hegel, Heidegger y sus filósofos parisinos en lugares destacados.
La finalidad de esta nota es, esencialmente, comentar algunas de sus afirmaciones sobre lo que él llama, sin definir nunca, “marxismo dogmático”.
En todo caso, dicho con el máximo respeto, algunas de las afirmaciones o comparaciones históricas de don Mario son francamente curiosas. Esta por ejemplo. Durante la campaña electoral del 2012, señala Bunge, el candidato presidencial demócrata “afirmó que la ciencia y la técnica son “la clave de la economía del siglo XXI””. En cambio, su contrincante, “el republicano y fanático religioso Mitt Romney, habló de desarrollo económico, profiriendo al mismo tiempo promesas y amenazas de importantes recortes en los presupuestos de ciencia, ingeniería y medicina.” En su opinión, lo que él llama debate “recuerda el de hace medio milenio, al comenzar la Revolución científica. Entonces hubo un puñado de gigantes, como Galileo, Huyghens, Harvey y Boyle, que practicaron, renovaron y defendieron la investigación científica frente a las iglesias cristianas, que defendían supersticiones milenarias...” ¡Obama asociado a Galileo, Harvey, Boyle, Huyghens…! La generosidad del profesor Bunge no tiene parangón. “El debate Obama-Romney se le parece en que el ala izquierda del conservadurismo (el Partido Demócrata) defiende la ciencia y al secularismo concomitante contra el fanatismo religioso de su ala derecha (el Partido Republicano).” Pues será eso pero me da que no del todo.
Hay más afirmaciones curiosas. La religión, en opinión de don Mario, es conservadora y es también un instrumento de control social. Nunca, y nunca es nunca como diría su admirado Tarski, “ha alentado ningún gran movimiento emancipador ni ha generado nuevas cosmovisiones”. No sé si los numerosos movimientos de emancipación cristianos de base del siglo XX estarían muy de acuerdo con el filósofo argentino para el que, en cambio, “la ciencia es intrínsecamente innovadora y hasta subversiva porque insta a poner en duda las creencias recibidas y a buscar ideas nuevas, caiga quien caiga”. Me da que, si se enteran, los científicos, los hay a miles, al servicio de grandes corporaciones le van a sacar la tarjeta a don Mario y van a señalarle que de subversivos nada de nada y su ciencia, la que ellos practican, poco a o muy poco.
Habla también don Mario de que unos pocos economistas, como Robert Solow, han admitido que “la ciencia ayuda al crecimiento económico, tanto por educar a la fuerza de trabajo como a medida que los resultados de la ciencia básica son “traducidos” a innovaciones técnicas, que a su vez alimentan la industria, como sucede con la farmacología”. ¿Unos pocos economistas tienen esa creencia? Pues no es nada evidente que sean minoría. Por si hubiera duda de ello, don Mario recuerda “los corolarios industriales de la física, como la dinamo y el ordenador; de la química, como los fertilizantes artificiales y los fármacos; de la biología, como los fármacos y las nuevas variedades de cereales; y de las ciencias sociales, como el management y la manipulación de la opinión pública”. Más allá de la repetición de los fármacos, que el profesor no admitiría de buen grado a un interlocutor, ¿no hay aquí una mezcla más que heterogénea? ¿Todos los fármacos son bendiciones del cielo? ¿Todos los fertilizantes también? ¿Y qué pinta aquí la manipulación de la opinión pública? ¿Saber subversivo ha dicho antes? Por lo demás, don Mario afirma, con riesgo evidente de fácil falsación que Warren Buffet, “el segundo hombre más rico del mundo, sólo invierte en industrias tradicionales como hojas de afeitar y ketchup”. ¿Sólo en esas industrias? ¿Estará al día MB de las inversiones de uno de los grandes ricachones del mundo?
En asuntos esenciales el gran científico argentino se muestra bastante clásico. Cuando se mencionan los beneficios prácticos de la investigación básica, no hay que olvidar, reconoce, “que algunos logros científicos han sido empleados para destruir o matar”. Este aspecto negativo es exclusivo de la técnica (de base científica debería haber añadido). Salva de todo ese inmenso desastre destructivo a la ciencia básica. ¿Toda la ciencia básica? ¿Qué entiende don Mario por ciencia básica? ¿Dónde se practica esa ciencia básica tan inocente? ¿Quién la financia? ¿Y por desinteresado y generoso amor al conocimiento? ¿En todos los casos?
Ese nudo, el de las aplicaciones militares de la tecnociencia, prosigue MB, “es utilizado por los nuevos enemigos de la ciencia: los enemigos del cientificismo que han prosperado tanto en París y Chicago como en Buenos Aires”. Sin buscar alianzas no deseables: ¿y qué hay de malo en ser crítico del cientificismo? O más incluso: ¿qué entenderá don Mario por cientificismo? ¿Alimenta el crítico profesor argentino esa cosmovisión tan reduccionista y tan negativamente contrastada?
Ese movimiento crítico y no documentado, añade, “no viene solamente de la derecha política sino también de la izquierda”. Primer golpe en la cara de la izquierda, en este caso más que moderada: “los miembros de la “teoría crítica” o escuela de Frankfurt, como Jürgen Habermas, marchan del brazo de economistas reaccionarios como Friedrich Hayek, católicos como Etienne Gilson y Charles Taylor, y ateos como el argentino Oscar Varsavsky.” No seré yo quien defienda a la escuela de Frankfurt y a todos sus componentes (aunque me da que no fueron lo mismo Adorno o Horkheimer que Marcuse por ejemplo) pero…¿unido de la mano de la reacción más reaccionaria Habermas sin ningún matiz complementario? ¿No es éste un filosofar a brochazos impropio de alguien tan exquisito como el profesor Bunge?
Todos estos anticientificistas, prosigue, “tienen algo en común: confunden ciencia con técnica y temen que la ciencia social reemplace a la ideología política”. Me da que no siempre. A veces, añade, “se trata de miedos u odios personales como en los casos de los científicos fracasados y de quienes, formados en la literatura, en las humanidades clásicas o en la “ciencia de la comunicación”, son refractarios a los números y los experimentos”. Dejo lo de “científicos fracasados” (¿Einstein, por cierto, no fue también en algunas temáticas un científico fracasado?) que esconde una más que evidente posición elitista, ¿no es demasiado simple y tópica la imagen que se nos da de literatos y humanistas? ¿Refractarios a los números a estas alturas de la historia y de la vida? En opinión de MB, el brochazo es enorme, ese “fue el caso de los precursores del Romanticismo Jean-Jacques Rousseau y Giambattista Vico”. Ahí es nada.
Sigue el profesor argentino por esta senda de tratar a filósofos de hace tres o cuatro siglos o más como si fueran colegas de su departamento o facultad: “En otros casos, el rechazo de la ciencia proviene del prejuicio empirista, en particular positivista, contra todo lo que, desde la teología hasta la mecánica, vaya más allá de los datos de los sentidos”. Ese fue el caso de Hume, agnóstico y antinewtoniano, de Kant, ateo y tan fenomenista. “Otros, como los “interpretivistas”, desde el kantiano-hegeliano Wilhelm Dilthey hasta el wittgensteiniano Peter Winch, el interpretivista Charles Taylor y el ideólogo neoliberal Friedrich Hayek, admiten que el método científico sirve para estudiar la naturaleza pero niegan que pueda utilizarse para estudiar lo social, porque éste sería esencialmente simbólico”. ¿No ha corrido mucho agua bajo los puentes entre los casos de Dilthey y Taylor por ejemplo?
Viene a continuación la siguiente estocada: “finalmente, hay casos de simple ignorancia y adhesión al dogma, como ocurrió con los filósofos religiosos de todos los tiempos y con los soviéticos del período 1920-1960”. ¿Qué ocurrió? Que rechazaron “todas las teorías científicas que no entendían, desde la lógica matemática hasta las relatividades, la cuántica y la genética.” ¿Todos los filósofos soviéticos del período 1920-1960, cuatro décadas nada menos, fueron tontos y estúpidos y no entendía nada de casi nada? ¿Nadie entendió nada de lógica matemática ni de teoría de la relatividad ni de mecánica cuántica ni de genética? ¿Ni siquiera Nicolai Vavilov?
Sigue desde luego. Nos pide perdón por la digresión, pero le pareció necesaria “para entender las similitudes y diferencias entre el anticientificismo de años recientes y el oscurantismo clásico de Hegel, Nietzsche, Bergson, Husserl, Heidegger y Foucault, aunque ambos pretendieron superar a la Ilustración de Diderot, Helvétius, La Mettrie y Holbach.” ¿Todos son uno y lo mismo? ¿Todos en el mismo saco? ¿Qué Ilustración quisieron superar? ¿Nos ha ayudado de hecho a entender esas supuestas similitudes la digresión?
Hay más cera. Señala don Mario: “hacia 1965, el comunista [¡comunista! ¡qué horror!] Louis Althusser fingía explicar a Marx con ayuda de Lacan a su nutrido y distinguido auditorio en la École Nationale Supérieure”. No es necesario ser althusseriano ni entusiasta lector lacaniano para preguntarse: ¿eso es una crítica? ¿Dónde está el argumento? Y, sobre todo, ¿a qué viene? ¿Porque el autor del Pour Marx era marxista y comunista? ¿Por eso?
La perla se amplía y no de cualquier modo: “al mismo tiempo que L’Unità, el órgano del Partido Comunista Italiano, exhortaba a “liquidar los vestigios de la Ilustración””. ¿El PCI, el Partido de Gramsci, tuvo un mal día allá por los años sesenta? ¿Dónde, en qué editorial? ¿El Partido Comunista italiano, el partido de Berlinguer, una fuerza antiilustrada? Será por eso, por esa antiilustración genética, la edición de Voltaire, Tratado de la Tolerancia, con prólogo y notas de Palmiro Togliatti en 1949 [1]
Pero hay más: esta oposición del marxismo osificado, que don Mario por supuesto y como empieza a ser costumbre en él, está lejos de concretar o delimitar, “contra la espléndida Ilustración francesa de mediados del siglo XVIII no debiera extrañar a quienes recuerden que tanto Marx y Engels” como sus sucesores, como todos ellos (Sacristán por ejemplo o Toni Doménech) veneraron a Hegel, el miembro más destacado de la Contrailustración, enemigo de todas las novedades científicas desde Newton en adelante y precursor del posmodernismo.” Dejo a Hegel por falta de competencia pero me da que no puede ser adscrito, sin más, como líder del grupo de la contrailustración, pero, sea como fuere, ¿cuál es el argumento? Marx y Engels son lectores de Hegel, sin venerarlo por supuesto; se alejan a veces de él; se aproximan a otros autores; se acercan en otros momentos. Gentes mucho más conocedoras del tema –Sacristán, Fernández Buey- han hablado de la relectura de la Ciencia de la lógica mientras Marx escribía el primer libro de El Capital. ¿Se infiere de ello que Marx y Engels y todos sus sucesores no olvidemos fueron contrarios a la Ilustración? ¿Pero esto va en serio o es una broma que no es fácil de captar de don Mario?
Siguen las referencias al marxismo. Un marxista ortodoxo admitirá que hay algo más, la “superestructura ideal” montada sobre la material o económica”. Pero, prosigue MB, “insistirá en que todo avance social es iniciado por alguna innovación económica y se negará a admitir la existencia de la ciencia pura, carente de incentivo y objetivo económicos”. ¿De qué marxista ortodoxo estará hablando don Mario? ¿Un marxista ortodoxo o no negará la posibilidad de avances sociales no iniciados por alguna innovación económica? ¿No ha oído hablar MB de la lucha marxista contra la reducción economicista? Un marxista, por lo demás, no negará la existencia de esa ciencia a la que alude, puede incluso que le añore o aplauda, pero es posible que sea capaz de ver (cosa que no siempre observa MB) las numerosas fuerzas destructivas que la rodean y asedian.
Tampoco, señala, le interesan al marxista ortodoxo “los avances políticos graduales que, sin implicar la “expropiación de los expropiadores”, hacen la vida más llevadera y agradable al mejorar las condiciones de trabajo o ampliar la libertad de iniciativa y de acción.” Definitivamente, don Mario ha construido un muñeco, el que le ha parecido más adecuado, y no para de golpearlo. Nada que ver con la realidad político-cultural a la que alude. ¿No conoce don Mario los avances políticos graduales asociados a la revolución bolivariana o al gobierno de Evo Morales en Bolivia por ejemplo?
Siguen reflexiones de interés sobre índices de desarrollo humano con críticas al PIB, sobre su definición de grado de desarrollo integral o civilizatorio con autorreferencias muy del estilo de don Mario, para finalizar señalado que “la idea , eso sí, subyacente es que el aprendizaje de ciencias o técnicas, y no de pedagogía, forma buenos maestros.” ¿Y de dónde esa contraposición? ¿O A o B pero no A y B? No sólo eso: “la buena educación es un subproducto de la ciencia y la técnica.” ¿Siempre, en toda circunstancia? ¿No conoce MB gentes formadas en ciencia y en técnica, ignorante aléficos en asuntos históricos y sociales?
Y al final, por si faltaram de la coletilla y la simplificación en estado puro: ¿saben por qué fracasó la Unión Soviética? El tema no es fácil, lo sé. Pues don Mario nos lo resuelve en una patá y en un nanosegundo: porque era políticamente atrasada. Más aún: ¿por qué Cuba no avanza? Pues por lo mismo.
¿Esta es la filosofía crítica que despliega uno de los grandes filósofos hispanos de los siglos XX y XXI? El antimarxismo de brochazos suele jugar malas pasadas. No es una compañía aconsejable.
Salvador López Arnal
Notas:
[1] Joaquín Miras me ha recordado la traducción castellana de Crítica en 1976. Con sorpresa: “traducción del texto de Voltaire, Carlos Chíes; traducción de prólogo y notas: Manuel Sacristán Luzón”. Hegel, me recuerda también Miras, era “gran admirador de la ilustración escocesa –Adam Smith- gran lector y admirador de Rousseau. –todo esto en la Fenomenología… Considera que toda filosofía ha tenido su razón de ser y su núcleo de verdad. Y que declarar a una filosofía como “estar en el error” –los católicos, los protestantes, Bunge- es condenarse a caer en los mismos errores al no comprender el por qué.”
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