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lunes, marzo 31, 2014
Ernesto “Che” Guevara: tango, mate y poesía
Argentina, tango, mate y poesía cuatro palabras que siempre acompañaron al Che.
En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado el tango seguía siendo la música popular más escuchada y bailada de la Argentina. En el hogar de los Guevara era la música que más gustaba. Aunque también en esa casa de clase media alta, el jazz y la música clásica estaban entre las músicas favoritas. Era por la radio que los compases del dos por cuatro sonaban a diario. Ernestito desde niño fue acostumbrado su oído a esta música tan porteña, nostálgica y poética. En su juventud a pesar de que se consideraba a sí mismo como un pata dura para el baile y con un oído muy malo para la música, le gustaba tararear los tangos de la época. Cuando nace en él su interés por la poesía, comienza a valorar las letras de tango, por su valor poético. Como su voz era desafinada, en vez de cantarlas comenzó a decirlas en vos alta, casi declamándolas. De esta manera se fue aprendiendo de memoria muchísimas canciones y también poesías como el Martin Fierro, que según sus allegados se lo sabía recitar de memoria.
El ahijado de Ernesto, Alfredito Gabela quien paso su niñez en la casa de los Guevara cuenta que ninguno de la familia había salido bailarín, en esa casa comenta, la preocupación eran los estudios que realizaban todos los hermanos. Aunque los temas obligados eran los políticos y los vinculados con la literatura agrega Gabela.
Sobre su interés literario, la primera mujer de Guevara, Hilda Gadea señalo en su libro de memorias:
“Tenía un largo conocimiento de la poesía latinoamericana y recitaba con facilidad versos de Neruda, al que mucho admiraba. Entre sus poetas favoritos estaban Federico García Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado, Gabriela Mistral, Cesar Vallejo, algunos argentinos como José Hernández, del que sabía de corrido todo el Martin Fierro, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Alfonsina Storni y las uruguayas Juana de Ibarbourou y Sara de Ibáñez.”
Cuando Guevara pasó a la clandestinidad en México, para evitar ser nuevamente detenido, una vez por semana visitaba a su mujer e hija. Ese día le dedicaba el máximo de tiempo a su hijita Hildita, que en esos momentos tenía ocho meses. La propia Hilda Gadea nos recuerda una anécdota: “Ernesto, cuando estaba cansado de leer, la alzaba y le recitaba cualquier cosa, en voz alta para que yo también la oyera desde el sitio donde me encontrara…Recuerdo que interrumpía a veces la recitación y la niña gritaba y lloraba hasta que el volvía a recitar. Cuando lo hacía no se olvidaba nunca la poesía de Machado, dedicada a Lister.”
Ernesto comenzó a trabajar en el Hospital Central del Distrito Federal, en el departamento de alergología. Con los médicos amigos del trabajo, resolvieron organizar un partido de futbol, de solteros contra casados. Al final para festejar se comerían un buen asado, que lo prepararía el propio Ernesto. El médico argentino se había ganado entre sus colegas, la fama de buen asador. El evento gastronómico se realizó en la casa quinta del ex presidente Mexicano Emilio Portes Gil, quien hizo matar un novillo para hacer a la brasa. En la residencia del ex presidente a las afueras de la ciudad, se improviso en el parque, una cancha para la disputa futbolística. Emilio Portes había invitado para esta actividad lúdica, a otros amigos personales para disfrutar del futbol entre amigos y de un buen asado al estilo argentino. Al terminar de comer comenzaron los brindis y las felicitaciones para Ernesto, por el asado que había realizado. Con varias vivas para el asador, Ernesto ese mediodía se había convertido en la figura de la alegre y entonada reunión. Entre los presentes se encontraba un cantante chileno que había llego a México, con el fin de darse a conocer. Se llamaba Luis Enrique Gatica Silva, “Lucho Gatica”, que sabiendo que al doctor Guevara le gustan los tangos, le dedica varios de ellos. En aquel mediodía donde el vino y el tequila inundaban todo aquel ambiente fraternal, Lucho Gatica estrenaría las canciones que luego triunfarían en México: "No me platiques" y "Tú me acostumbraste"
“Le gustaban los tangos, -nos sigue contando Hilda- aunque no supiese distinguir la música, admiraba mucho a Gardel. Un día me dijo: daría una mano para conseguir tocar la guitarra. Me puse a reír y hacer bromas: Te faltaría la mano para tensar las cuerdas le dije en medio de risas. Como no conseguía entonarlos, me recitaba algunos de los tangos. Terminaba siempre con El día que me quieras, que me había recitado en Guatemala cuando nos enamoramos…Como había estudiado de pequeña un poco de piano un día Ernesto apareció con un regalo: una guitarra…”.
En México, Ernesto se contacta con los exiliados cubanos "moncadistas" que estaban preparando el desembarco revolucionario en Cuba. Es así como conoce al jefe del Movimiento 26 de Julio el abogado Fidel Castro.
En carta a sus padres el Che expresaba:
"[...] En tierra azteca me volví a encontrar con algunos elementos del 26 de Julio que yo había conocido en Guatemala y trabé amistad con Raúl Castro, el hermano menor de Fidel. El me presentó al jefe del Movimiento cuando ya estaban planeando la invasión a Cuba.[...] Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de su futura expedición.”.
La amistad de Ernesto con Fidel a partir de aquel encuentro sería muy intensa y fraternal. A parte de las reuniones políticas o de formación militar, ambos amigos tenían periódicos encuentros, donde hablaban de distintos temas teóricos y de política internacional. En una de aquellas reuniones fraternales nos relata Gadea:
“Recuerdo la primera vez que le ofreció tomar mate a Fidel, este, que nunca lo había bebido, se negó a aceptarlo por dos motivos: primero, porque el mate era amargo; en segundo lugar, porque lo hallaba poco higiénico el hecho de que la bombilla pasaba de mano en mano, bebiendo todos del mismo recipiente. Ernesto se reía y se metía con él, insistiendo para que probara, hasta que Fidel tomo coraje y bebió, inicialmente con cierto asco, pero por fin también se habituó”.
Pasaron unos meses y en diciembre de 1956 Guevara ya se encuentra combatiendo en Sierra Maestra. En aquellas condiciones duras de la montaña comienza a fumar los primeros habanos, a pesar de su asma crónica. Cuando algún compañero lo criticaba por fumar, nos cuenta su amigo el doctor Oscar Fernández Mel, se sonreía y decía que era para ahuyentar a los mosquitos. En la mochila del Che lo que no podía faltar eran algunos libros y la yerba para matear, en los momentos libres, que eran pocos.
En uno de esos momentos de descanso entre mate y mate, con el cura y Comandante Guillermo Sardiñas, surge esta interesante anécdota, que nos cuenta Raimundo Pacheco Fonseca: “El Che nos pregunta al padre Sardiñas y a mí: ¿Quien se dispone a hacer un poco de mate?
El cura me mira: ¡Arriba Pacheco!, yo voy por agua y tú lo haces.
Y el Che anuncia: Yo voy a graduar.
Tomo la cajita y vacio un poco de mate en una cafetera grande que al mismo tiempo le servía de olla. Yo nunca lo había tomado y pensé que era una cosa buena de beber. Ellos se pusieron a conversar de tangos y Sardiñas dijo que Adiós Muchachos era el tango que más le gustaba y entonces el Che le dice al cura que el tango que más le gustaba era “Como abrazado a un rencor”.
Era un tango de Antonio Miguel Podestá y Rafael Rossi, interpretado por Carlos Gardel. Era parece ser uno de los tangos preferidos de esas noches donde los combatientes descansaban a la espera de muchos combates. La letra dice lo siguiente:
"Está listo", sentenciaron las comadres y el varón, ya difunto en el presagio, en el último momento de su pobre vida rea, dejó al mundo el testamento de estas amargas palabras, piantadas de su rencor... Esta noche para siempre terminaron mis hazañas un chamuyo misterioso me acorrala el corazón, alguien chaira en los rincones el rigor de la guadaña y anda un algo cerca 'el catre olfateándome el cajón. Los recuerdos más fuleros me destrozan la zabeca: una infancia sin juguetes, un pasado sin honor, el dolor de unas cadenas que me queman las muñecas y una mina que arrodilla mis arrestos de varón. Yo quiero morir conmigo, sin confesión y sin Dios, crucificao en mis penas como abrazao a un rencor. Nada le debo a la vida, nada le debo al amor: aquélla me dio amargura y el amor, una traición. Yo no quiero la comedia de las lágrimas sinceras, ni palabras de consuelo, no ando en busca de un perdón; no pretendo sacramentos ni palabras funebreras: me le entrego mansamente como me entregué al botón. Sólo a usté, mama lejana, si viviese, le daría el derecho de encenderle cuatro velas a mi adiós, de volcar todo su pecho sobre mi hereje agonía,
Más tarde – nos sigue relatando Raimundo Pacheco- pasaron a hablar de la segunda guerra mundial y luego de cosas científicas que yo no comprendía. Cuando el mate estuvo, el Che tomó la cafetera y lleno tres latitas (mate cocido): una se la alcanzó al cura, una a mí y él se quedo con una. Cuando probé el mate puse la lata en el suelo y les dije que eso era más amargo que la hiel. Ellos se lo tomaron como si hubiesen sido agua.
Con el triunfo de la revolución, Guevara ya establecido en La Cabaña, logra dos objetivos que para él en su vida domestica eran fundamentales: estar abastecido de yerba mate y armar nuevamente su biblioteca personal. Las visitas a Cuba de sus familiares y amigos en los primeros días del triunfo revolucionario, le fueron proveyendo de paquetes de yerba mate y de algunos libros que había dejado y a los que les tenía especial cariño. Esta sana costumbre de matear, leer poesías, memorizar letras de tangos y declamarlas, lo acompañó durante todos los años de su vida, aun en los más difíciles. Mi amigo el destacado periodista Luis Sicilia, en un artículo publicado hace unos años en la revista 3 Puntos, contó los pormenores de un inesperado encuentro que mantuvo con el "Che" en un hotel de Moscú y que demuestra cómo el tango perduraba en el corazón del "guerrillero heroico". No recuerdo con exactitud la fecha -señala Luis Sicilia- pero fue a comienzos de 1960. Un grupo de periodistas argentinos llegamos a Moscú invitados por la Federación Sindical Mundial… El ruso que oficiaba de guía nos tiró a quemarropa una noticia bomba: "Allí, en ese hotel, está alojado el Che"….."Sube tú solo al segundo piso, habla con la gente que está allí, infórmales que eres compatriota del comandante y que Dios te ayude", fue su consejo. Cuando salí del ascensor me encontré con una señora detrás de un escritorio-trinchera, sin maquillaje, que lucía un enorme rodete y hablaba en perfecto castellano. "No señor, usted no figura en el listado de las personas que tienen audiencia con el camarada Guevara, así que regrese al ascensor..." En ese preciso momento comenzó la batalla desigual: yo insistía, ella me rechazaba, yo arremetía levantando la voz, ella amenazaba con llamar a la guardia.
Cuando ya me veía en tránsito a un calabozo se produjo el milagro. De una de las habitaciones ubicadas al final del pasillo asomó su cabeza el Che. Sonriente, con un (cigarrillo) Partagás entre los dientes, le dijo a la señora del rodete: "Si es argentino y trae yerba, que pase a tomar unos mates". Lo de la yerba no era cuento. El Che, que era un matero compulsivo, se había quedado con muy poca yerba. Le dije que le haría llegar un paquete que tenía en el hotel, pero me desalentó: "Ni hablar de ello, tú te quedas con tu yerba y yo haciendo gestiones para que me traigan un par de kilos". Si algo no tenía el Che era vocación por los modales diplomáticos. "Cuando hablo con un argentino -me dijo- no pierdo la oportunidad de preguntar cosas sobre el país. Sí, sí, es verdad, yo estoy informado -se atajó- pero no es lo mismo, tú vienes de allá y eso tiene un valor agregado importante." Entre las personas que rodeaban al Che estaba Jesús Mansilla, un economista español que, de niño, una vez terminada la Guerra Civil Española, había sido llevado a la URSS junto con decenas de miles de chicos cuyos padres habían muerto en la contienda. Mansilla fue posteriormente un asesor importante del Che cuando éste presidió el Banco Nacional de Cuba. "A este gallego lo estoy civilizando; ya toma mate y escucha tangos. Él me tira fandanguillos y yo le hago escuchar a Gardel. ¿Qué te parece el trueque?", bromeó el Che. Durante muchos años guardé apuntes de ese encuentro, razón por la cual hoy, en este pantallazo, puedo reproducir tramos de lo conversado. "Tengo mucho lío aquí en Moscú, -me dijo-, estoy con los minutos contados, ahora mismo debo ir a ver al ministro de Economía de la URSS, un tío que no habla ni jota en español y yo ni jota en ruso. Pero lo tengo a Mansilla, que domina a la perfección ambas lenguas, lo que aquí es un lujo. Si alguna vez viajas a La Habana, pregunta por mí... pero no te olvides de llevar yerba ¿eh?". Me acompañó hasta el ascensor y antes de cerrar la puerta disparó la última pregunta: -¿Dónde naciste? -En Buenos Aires. -Porteño... ¿En qué barrio? -En San Juan y Boedo... Entonces se produjo el segundo milagro de un día inolvidable. El Che, mientras se despedía con un apretón de manos, ensayó a media voz uno de los versos de Manzi: "San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido, Pompeya y más allá la inundación...". "Otra que fandanguillo, gallego", le dijo el Che a Mansilla, que nos miraba sin entender un comino.”. Guevara seguirá por aquellos años recorriendo muchos países del mundo llevando la voz de la revolución cubana. En sus múltiples viajes se vincula con los movimientos revolucionarios africanos que luchaba por la independencia. Producto de aquellas relaciones internacionales el Che y el gobierno Cubano deciden apoyar la guerrilla en el Congo.
El escritor Paco Ignacio Taibo II en su libro Ernesto Guevara, también conocido como el Che nos cuenta sobre aspectos de su etapa en la guerrilla del Congo: “Y en medio de este desastre, el Che cantaba tangos desafinados, leía las obras escogidas de Martí, las obras escogidas de Carlos Marx, la biografía de Carlos Marx hecha por Mehring, El Capital. Leía también los periódicos y revistas que le llegaban. Y en medio de esta pausa forzosa decidió que para algo podía servir la medicina tantas veces postergada y organizó la atención medica”. Al retirarse del Congo, se traslada hasta Tanzania donde se instala unos meses para luego partir para Praga. En aquella ciudad continúa clandestino mientras decide los futuros planes revolucionarios. Fidel Castro preocupado por su seguridad, intenta que regrese a Cuba y envía a José Gómez Abad “Diosdado” para convencerlo. El Che que ya se había despedido de Cuba públicamente en una emotiva carta, no quiere revertir esta decisión. Durante las largas conversaciones con Diosdado, este nos cuenta el interés del Che por la literatura: “Me habló de su afición por la poesía, considerándose, como él mismo se autotituló, “un poeta frustrado”. Me pidió que cuando regresara a Cuba fuera a ver a su esposa, y le dijera que le enviara el libro de poesías de León Felipe que tenía en su habitación. En un viaje posterior comprobé que lo había recibido.” José Gómez Abad cumplió con su misión y Guevara regreso clandestinamente a Cuba para preparase para su última misión internacionalista: Bolivia. Argentina, tango, mate y poesía cuatro palabras que siempre acompañaron al Che.
Lois Pérez Leira
BIBLIOGRAFIA
Taibo Paco Ignacio: Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Edicones Planeta. Barcelona, 2008.
Froilán Escobar y Feliz Guerra: Che, Sierra adentro. Ediciones Unión, La Habana, 1982.
Portuondo, Yolanda Guillermo Sardiñas, El sacerdote Comandante. Editorial Cultura Popular, La habana, 1987.
Sicilia Luis, revista 3 Puntos.
Alfredo Gabela, entrevista.
Carlos “Calica” Ferrer, entrevista.
Oscar Fernández Mel, entrevista.
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