Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
viernes, marzo 28, 2014
La ilusa ilusión de la libertad en la sociedad consumista/capitalista
La falsa sensación de libertad de la que se goza en la sociedad capitalista de nuestros días no es más que una apariencia de libertad, una ilusión de la libertad que no se corresponde con la verdadera realidad que se desprende de la vida real que los seres humanos desarrollan en dicha sociedad...
Es cierto que la sociedad racional-moderna produjo sobre la religión tradicional el impacto de un gigantesco terremoto. Sus efectos todavía son duraderos. Los análisis históricos y sociológicos quisieron ver este proceso como un complejo cambio social que afectaba profundamente a toda la sociedad y especialmente a una realidad como la Iglesia que ocupaba un lugar central en la sociedad tradicional pre-moderna, y no se equivocaron. La Iglesia en la sociedad pre-moderna ocupaba el centro de la producción de sentido. Desde la religión tradicional se obtenía una visión del mundo y desde ella se integraban no sólo las respuestas a las preguntas fundamentales de la existencia, sino también a las cuestiones sociales, políticas, culturales, etc.
Con la caída del poder de la Iglesia y el declive de su influencia en la sociedad, el viejo orden se venía abajo. Se estaba produciendo lo que Weber llamó “el desencantamiento del mundo”, y se pensaba que con ello el hombre se liberaría para siempre de las cadenas religiosas.
Sin embargo, la sociedad ha cambiado, al menos en su estructura económica y de clases, así como en sus aspectos culturales más característicos, pero el ser humano sigue siendo preso de la religión, porque la falsa sensación de libertad de la que se goza en la sociedad capitalista de nuestros días no es más que una apariencia de libertad, una ilusión de la libertad que no se corresponde con la verdadera realidad que se desprende de la vida real que los seres humanos desarrollan en el interior de esta sociedad nuestra. Sencillamente no vivimos en una sociedad que se identifique con los deseos de libertad y emancipación que fueron propios del proyecto ilustrado desde sus orígenes, sino en una sociedad que utiliza el nombre de la libertad para mantener a la gente emocionalmente adherida a su proyecto político y económico, mientras por diferentes vías impone toda una serie de mecanismos de control y manipulación de las conciencias que suponen un atentado directo contra esa esencia ilustrada de la que tanto se presume en la actualidad.
Ya desde los orígenes mismos de la modernidad la búsqueda de la libertad, de la emancipación del hombre respecto de cualquier forma de opresión, se constituye, junto con la creencia en el poder omnisciente de la razón, en el motor fundamental para los cambios políticos, económicos, sociales e individuales que estaban por venir tras la caída del viejo paradigma del pensamiento teológico, tras la decadencia del Dios cristiano como eje central del funcionamiento político y económico de la sociedad. Los nuevos intelectuales y revolucionarios de la época confiaban plenamente en el uso de la sagrada razón, un camino por el cual el hombre debía conducirse hacia su completa emancipación, librándose con ello de todo tipo de tiranía, ya fuese esta de carácter político, económico, moral o espiritual. ¡Igualdad, libertad y fraternidad!, proclamaban a los cuatro vientos los cabecillas ilustrados de la revolución francesa.
La libertad individual, piedra angular de los emergentes valores liberales e ilustrados, debía conquistar lo antes posible su verdadero sentido como autonomía moral. Este hecho presuponía que cada persona debía tener su parte de responsabilidad en el ejercicio de la convivencia más allá del peso colectivo de la historia, por ello la libertad individual era absolutamente necesaria en el proceso de cambio que se estaba dando y que debía conducir al hombre en su trayecto desde las cadenas de la irracionalidad religiosa a la emancipación verdadera en el marco de la nueva sociedad liberal ilustrada que había de nacer.
La libertad guiando al pueblo de E. Delacroix (1830) se convierte en todo un símbolo de los fines perseguidos por los ilustrados que recorrían aquella Europa de la revolución liberal/burguesa, como máxima expresión de la puesta en práctica de un nuevo marco de valores políticos, morales y económicos que alzaban su voz frente a la tiranía de los monarcas autoritarios y sus obsoletos valores religiosos tradicionales, que no sólo sometían la libertad del pueblo, si no que atentaban contra la propia autonomía moral del individuo.
Libertad, se busca a toda costa la libertad. Libertad política, libertad económica, libertad social, libertad de prensa, de asociación y de culto, libertad moral y libertad de expresión, libertad de acto, de palabra y de conciencia. El ser humano es, para los ilustrados, un ser que nace libre y debe morir igualmente libre, sin estar sometido bajo la bota de ningún poder que lo esclavice. La lucha por el reconocimiento individual y la búsqueda de la libertad se convierten en una misma e inseparable cosa. El proyecto Ilustrado es esencialmente un proyecto de búsqueda de autonomía, de libertad; de libertad de pensamiento frente a la autoridad, la religión o la tradición, de libertad moral y de libertad política, frente a los abusos y los excesos de los reyes o de las propias leyes, en especial las leyes divinas.
Como afirmó Kant, la Ilustración era el paso del ser humano y de la sociedad a su mayoría de edad y podía resumirse en el lema “atrévete a pensar”.
Ese era el gran cambio ilustrado, el gran sueño de la Ilustración. La ilustración debía hacer avanzar hacia una sociedad ordenada desde la razón, esto es, desde la ciencia y el progreso científico/tecnológico, desde la justificación de la sociedad obtenida a través del logos, frente a la imposición social y cultural del mito como mecanismo legitimador de tal sociedad, que era propio de la civilización cristiano/feudal, de la sociedad premoderna. Se suponía que en el uso público de la razón, la luz de los hombres se expandiría hasta alcanzar a todos. La ilustración confiaba en el público y en el público cabía el pueblo entero. Ante la libertad, no debían existir diferencias para los hombres, pobres o ricos, explotadores o explotados. El optimismo de la ilustración, su fe más profunda, residía en la creencia de que el hombre solo puede ser feliz siendo libre entre los hombres. Así, el chispazo de la libertad acabaría generándose en cada hombre tan solo con ser capaces de abrir el espacio público y privado a los valores ilustrados, creando con ello espacios de convivencia, nuevas sociedades liberales, donde todo hombre pudiera intervenir directamente en el devenir de la historia con su acción libre. La revolución liberal haría libre al hombre, completamente libre. Era casi una promesa histórica.
Y en eso que llegó Freud
El optimismo de los ilustrados frente a las posibilidades de la razón y la libertad no tenía límites. La libertad se convierte, junto a la razón, en una idea de carácter sagrado, en una idea fetiche nacida del espíritu más profundo de la época, una idea que sobrevuela el cielo y cimienta los suelos de todo proyecto ilustrado y que, además, es lo suficientemente poderosa en sí misma como para garantizar la adhesión emocional de las masas para con los proyectos de este tipo planteados. Pero, a pesar de tal poder de movilización, pronto se acabaría el sueño ilustrado de ver en la razón y la libertad una combinación de elementos todopoderosos.
Fue Sigmund Freud quien primero y más duro golpeó sobre el caparazón sagrado de la libertad y la razón. Con Freud y sus aportaciones teóricas, el hombre pasó de nuevo a ser esclavo, dejó de ser libre de una tacada, pasó nuevamente a estar sometido; sometido, ni más ni menos, que por su propia naturaleza psicológica. Con el desarrollo de sus teorías, con el psicoanálisis, Freud hizo que el hombre pasase de nuevo de soñar con ser libre tan solo con poder modificar las viejas estructuras de opresión social, a estar otra vez atado a algo contra lo que apenas si podía luchar en igualdad de condiciones; atado por una lucha de fuerzas internas difícilmente controlables por vía de la racionalidad, una racionalidad a la cual someten y sojuzgan a su antojo tales fuerzas de carácter interior. La libertad plena del hombre, para desgracia de los ilustrados, se convierte así en una ficción, al menos antes de que una buena terapia psicoanalista pudiera volver a poner las cosas en el lugar que las habían dejado los ilustrados para los sujetos de la época.
El hombre, tras lo vislumbrado por Freud, ya no sólo no es libre ante el mundo, ante la sociedad o ante las instituciones coercitivas propias de ésta, sino que ni tan siquiera es libre ante sí mismo. Oscuras fuerzas inconscientes gobiernan y determinan la formación de su personalidad, y el desarrollo de su conducta, tanto o más que su voluntad libre y su experiencia consciente. Aspiraciones, deseos, necesidades, pulsiones, pasiones, miedos y otros elementos reprimidos por la voluntad consciente del sujeto, encuentran su acomodo en un oscuro lugar de nuestra mente, un lugar desde donde jamás dejarán de actuar, buscando siempre la manera de ser satisfechos convenientemente, sin que el sujeto pueda hacer nada para evitarlo.
Tras Freud, por ello mismo, el ser humano ya no se puede entender únicamente como un ser racional, los instintos ocupan y juegan en él un lugar preponderante, pues ellos, lejos de estar sometidos a nuestra racionalidad o nuestra voluntad consciente, conforman mecanismos que ponen en entredicho la propia racionalidad y la propia voluntad consciente. Si bien el desarrollo posterior de la teoría psicoanalítica llevada a cabo por pensadores como Fromm ha puesto de manifiesto la importancia del entramado social en la configuración y manifestación de estos instintos, lo cierto es que, desde Freud, incluso negando la validez científica de su doctrina como método psicoterapeútico, el ser humano ya no puede ser visto como un verdadero ser libre, desde el momento en que se sabe que existen fuerzas que están fuera del alcance de su control racional, fuerzas que, además, influyen sobre su libre conducta.
La lucha por la emancipación ya no es sólo, pues, como creían los primeros ilustrados, una lucha contra las fuerzas externas, sino ahora también una lucha contra las propias fuerzas internas inconscientes, que actúan de facto como fuerzas opresoras de la voluntad y del pensamiento consciente. Ergo, la batalla exterior ya no es suficiente para arrancar las cadenas del ser humano, es necesaria también una batalla contra nuestra propia naturaleza interior. Es por ello que el psicoanálisis es presentado por su propio inventor como un método que se propone, a la larga, que el ser humano sea más libre.
El psicoanálisis, mejor dicho, las terapias psicoanalíticas, nos decía Freud, debían contribuir a hacer visible en la consciencia lo que se encuentra reprimido y oculto en la inconsciencia, para que no sean esas pulsiones quienes gobiernen al yo, sino que sean ellas las gobernadas de manera consciente por un yo adulto. La tarea del psicoanálisis es así reincorporar esas pulsiones conflictivas al ámbito de la consciencia. De nuestra capacidad para re-elaborar ese contenido inconsciente dependerá, a la larga, nuestro crecimiento a una condición de yo adulto, en mayor libertad y, por tanto, el hecho mismo de que el ser humano aspire a ser un sujeto verdaderamente libre, más allá de lo que ocurra a nivel político o económico en el conjunto de la sociedad.
Pero, más allá de que estos planteamientos sobre la utilidad del psicoanálisis sean o no de validez científica -que formaría parte de otro debate que no es objeto de este libro-, lo cierto es que, se crea o no en la validez del psicoanálisis como ciencia para llevar a cabo tal tarea liberadora, pocas son las voces que ya hoy se atrevan a negar que los aspectos inconscientes de nuestra mente desempeñan en la vida, social e individual, de los sujetos, una importante labor existencial, pues éstos tienen, de diferentes formas, una repercusión en su lucha por la emancipación y en su búsqueda de la autonomía existencial y la libertad.
De hecho, como mejor demostración de ello, poco tardó en descubrirse que estos planteamientos de Freud, en principio con aspiraciones liberadoras, podían ser también utilizados para, sin tener que abandonar la apariencia de un sistema cultural concienciado con la búsqueda de la libertad como valor supremo de la sociedad, profundizar en el proceso de sometimiento, esclavitud y alienación de las conciencias de los sujetos de tal sociedad, algo que tan necesario se hace para la consolidación de un modelo ideológico hegemónico que garantice la conservación y desarrollo de los privilegios propios de una clase dominante en el marco de una sociedad de clases determinada. El sueño ilustrado, pues, y pese a lo que pudiera parecer en primera instancia, jamás llegó a realizarse. El sueño ilustrado muere, de facto, cuando el consumismo emerge: he ahí la realidad actual.
No somos tan hijos y herederos de la ilustración como nos han hecho creer, no. Somos, más bien, hijos de la alienación más sutil que jamás haya existido a lo largo de la historia: la alienación consumista-capitalista. Somos hijos, en definitiva, de un proyecto completamente antiilustrado que domina nuestra sociedad de cabo a rabo. Hijos de la esclavitud del tener frente a la libertad del ser.
La cuadratura del círculo en el ámbito de la manipulación de masas
Fue precisamente un sobrino estadounidense del propio Freud, Edward Bernays, el primero en percatarse de, o, al menos, el primero en poner en práctica, el incalculable potencial que las teorías de su tío ofrecían al capitalismo y su visión del mundo, de la economía y del papel que el individuo debe jugar en la nueva sociedad consumista-capitalista que estaba emergiendo a principios del siglo XX en diferentes países del mundo. En su ensayo “Propaganda”, el propio Bernays explica con toda claridad y sin dejar ningún espacio a la duda cómo había tomado las ideas psicoanalíticas de su famoso tío para aplicarlas a la naciente ciencia de la persuasión de masas:
“La propaganda moderna es el intento consecuente y duradero de crear o dar forma a los acontecimientos con el objetivo de influir sobre las relaciones del público con una empresa, idea o grupo. (…) El moderno propagandista estudia sistemática y objetivamente el material con el que trabaja, como si se encontrase en un laboratorio. (…) Los hombres rara vez se percatan de las razones reales que motivan sus acciones. Un hombre puede creer que compra un automóvil porque, tras sopesar sus características técnicas, ha llegado a la conclusión de que es el mejor. Usualmente se está embaucando a sí mismo. Lo compra porque alguien respetado tiene uno igual, o porque sus vecinos pensaban que no podría tener un coche de esa categoría o porque sus colores se asemejan a los de su fraternidad universitaria. Son los psicólogos de la escuela de Freud los que nos dicen que la gran mayoría de pensamientos y acciones del hombre son en realidad sustitutos compensatorios de deseos que éste se ha visto obligado a reprimir. Un hombre que compra un coche puede creer que lo necesita para desplazarse, sin embargo, quizás lo quiera porque es un símbolo de posición social, una demostración de su éxito en los negocios o un medio para contentar a su mujer. (…) El propagandista debe ponerse manos a la obra para crear las circunstancias que le permitan modificar los hábitos tradicionales de los consumidores”.
El razonamiento propuesto y puesto en práctica por Bernays, pues, aunque con efectos devastadores para la libertad humana, fue sencillo: si es verdad eso de que el hombre está sometido por una serie de fuerzas, pulsiones, deseos y necesidades inconscientes que ni siquiera él mismo conoce y que, operando desde un oscuro lugar de su mente, tienen capacidad para influir en la formación de su conducta y de su personalidad, también lo será que, manipulando convenientemente tales pulsiones, deseos y necesidades ocultas, se podrá con ello influir directamente en la conducta, el pensamiento y el comportamiento de estos sujetos, de tal modo que ni ellos mismos sean conscientes de la manipulación a la que están siendo sometidos e, incluso, haciendo posible que tales sujetos se crean, desde lo consciente, verdaderamente libres.
Todo ello, además, visto no desde una simple perspectiva individual, sino desde el enfoque de la psicología de masas, aquel que vincula en un mismo marco de análisis psicológico el funcionamiento de la psique individual con la existencia de un conjunto de valores dominantes presentes en esa determinada sociedad, haciendo depender lo primero de forma inseparable de lo segundo y en relación directa con ello: “El grupo posee características mentales distintas de las del individuo, y se ve motivado por impulsos y emociones que no pueden explicarse basándonos en lo que conocemos de la psicología individual. De ahí que la pregunta no tardase en plantearse: si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta? - La práctica reciente de la propaganda ha demostrado que ello es posible…” (Bernays).
Es decir, algo así como encontrar, en el ámbito de la manipulación de masas, la cuadratura del círculo: las clases dominantes podían seguir defendiendo un discurso emancipador, de acuerdo a las exigencias conscientes de las masas según el espíritu ilustrado propio de la época, mientras de manera soterrada podrían operar en el control de la conciencia y la voluntad de los ciudadanos, a través del estudio y manipulación de sus deseos y necesidades inconscientes. O dicho en otras palabras, tú te debes creer, y te creerás, conscientemente libre, pero tu inconsciente estará sistemáticamente tratando de ser controlado en beneficio de unos determinados intereses políticos y económicos a través de diferentes mecanismos psicológicos, para así poder condicionar tu voluntad y orientarla hacia determinadas conductas y prácticas sociales acordes a esos intereses, según las intenciones de aquellos que hacen de la sociedad su gran negocio -y que no han dudado en invertir ingentes cantidades de dinero para poder conocer en profundidad el funcionamiento de tu mente, cuando menos la forma de poder influir en ella para su propio beneficio-.
De hecho, para llevar a cabo tal estrategia, tan propia de nuestros días y con la que a buen seguro el lector crítico no se habrá sorprendido, solo era cuestión de encontrar la forma de entrar en el inconsciente de las personas e introducir en él los mensajes más acordes al funcionamiento de la nueva sociedad consumista que estaba desarrollándose y consolidándose. Esa forma los ideólogos y demás propagandistas del sistema la encontraron finalmente a través de la publicidad y la propaganda existencial en ella encerrada, tal y como fue propuesto por el propio Bernays:
“Los canales que deben servir a nuestros sofistas para transmitir sus mensajes al público, incluyen todos los medios de los que dispone la gente para comunicarse y transmitir ideas. No existe medio de comunicación humano que no pueda utilizarse (…) Puede ocurrir que un producto nuevo pueda ser anunciado al público mediante una película de cine que muestra un desfile celebrado a miles de kilómetros de distancia. O que el fabricante de un nuevo avión de pasajeros aparezca personalmente en millones de hogares merced a la radio o la televisión. Quien quiera que desee transmitir sus mensajes al público con la máxima efectividad, deberá estar ojo avizor y utilizar todos los medios de que dispone la comunicación humana”.
Freud, sin quererlo, se acabó pues convirtiendo en uno de los grandes impulsores de la hegemonía consumista/capitalista, en tanto que sus planteamientos sobre el papel del inconsciente, así como del deseo y los instintos, en la vida de las personas, han servido, a la postre, como base psicológica fundamental para el desarrollo de la alienación capitalista tal y como la podemos entender en la actualidad. Tras la publicidad, la propaganda existencial consumista/capitalista lo inundó todo, y otras formas de expresión de la misma, complementarias a la publicidad, fueron apareciendo a través de los diferentes medios de comunicación existentes, con un mismo mensaje mediático y un mismo objetivo psicológico: debes creerte totalmente libre pese a que finalmente no seas más que aquello que la sociedad demanda que debes ser, según sus propias necesidades productivas orientadas a la satisfacción de unos determinados intereses políticos y económicos.
En palabras de Fromm, “Se supone que la mayoría de nosotros somos individuos libres de pensar, sentir y obrar a nuestro placer. No es ésta tan solo la opinión general que se sustenta con respecto al individualismo de los tiempos modernos, sino también lo que todo individuo cree sinceramente en los concerniente a sí mismo; a saber, que él es él y que sus pensamientos, sentimientos y deseos son suyos. Y sin embargo, aunque haya entre nosotros personas que realmente son individuos, esa creencia es, en general, una ilusión, y una ilusión peligrosa por cuento obstruye el camino que conduciría a la eliminación de aquellas condiciones que originan tal estado de cosas”.
La ilusión de la libertad consumista/capitalista: libres de derecho, esclavos de hecho
Así fue como, en consecuencia, sin apenas percatarnos, las clases dominantes, principales beneficiarias de toda esta macabra estrategia, consiguieron convertirnos en esclavos de la publicidad y de la propaganda, dos conceptos que, en realidad, en el sistema consumista-capitalista vienen a ser lo mismo. Ninguno de los elementos, ni en la forma ni en el contenido, de todos esos anuncios publicitarios o esos mensajes mediáticos que nos invaden por doquier, está improvisado. Todo está estudiado y analizado al más mínimo detalle. Todo para que no puedas escapar de ellos. Todo para que los mensajes que emanan de sus imágenes, sus letras, sus sonidos, sus colores, sus eslóganes, sus marcas y sus iconos simbólicos, se conviertan en una guía de sentido y orientación vital para las personas, de la que emergen valores morales, éticos y estéticos, con los que los sujetos que viven en el marco de esta sociedad consumista-capitalista habrán de moverse por el camino de su existencia cotidiana.
Nuestros proyectos de futuro, el sentido que damos a nuestras vidas, nuestros valores éticos y estéticos, todo, absolutamente todo, está condicionado por una serie de ideas que viven insertas en esos mensajes publicitarios y mediáticos, para que nosotros, pobres gentes del pueblo llano trabajador, las interioricemos y las reproduzcamos, creyendo además que lo hacemos de forma espontánea. Educados para defender unos intereses que no son los nuestros, adiestrados para hacer nuestros los objetivos de un sistema que nos explota, somos sistemáticamente humillados y no queremos o no sabemos darnos cuenta. En eso consiste la alienación consumista-capitalista; la ilusión de la libertad consumista/capitalista.
No somos libres, no. No al menos tan libres como nos creemos. Somos el producto de un modo de vida y de unos intereses que, como integrantes de las clases trabajadoras, de las clases explotadas, de las clases dominadas, no son los nuestros. Somos, en definitiva, un producto de quienes supieron ver en el control del inconsciente un arma más que efectiva para dominar conciencias y voluntades, para influir sobre la formación psicológica de la persona del mismo modo que las ideas sacralizadas de la sociedad cristiano/feudal influían sobre los sujetos de aquella época: “Los mitos modernos y el reencantamiento del mundo, que ofrece la industria del espectáculo, son sustitutos secularizados de las viejas creencias de la tradición y la religión, que hoy han perdido fuerza y plausibilidad. Lo anecdótico de grandes personalidades del espectáculo, el deporte y la alta burguesía, cobra hoy un valor mítico y sustituye a grandes creencias, instituciones y personalidades del pasado” (J. A. Estrada).
En eso consiste la ilusión de la libertad en la sociedad consumista-capitalista: en ser libres de derecho e ilusiones, pero esclavos de hecho. Es decir, en teoría, según el discurso oficial y dominante -mayoritariamente aceptado como verdadero-, se ofrece un estilo de vida integrador, en el que el individuo se cree libre, ya que formalmente, se supone, tiene todas las libertades y derechos, pero, en la práctica, cuando se analiza la realidad más detenidamente, la única verdad que allí podemos encontrar es que su capacidad de decisión autónoma está muy recortada. Todo lo contrario, huelga decirlo, de aquello con lo que soñaron los grandes pensadores de la ilustración.
*Extracto del libro “En el Reino del Dios-Mercado”, de Pedro Antonio Honrubia Hurtado, que será publicado por la editorial “La Linterna Sorda” en los próximos meses.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario