sábado, marzo 07, 2015

Hace 144 años nacía la Rosa Roja del proletariado mundial



El 5 de marzo de 1871, nacía Rosa Luxemburgo en la Polonia dominada por el imperio ruso. En su homenaje, transcribimos la presentación que escribió Andrea D'Atri para la traducción de su biografía, editada por el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx. E invitamos, también, a leer esta importante obra de Paul Frölich, cuya edición en castellano estuvo a cargo de Cecilia Feijoo y Demian Paredes.

La primera pregunta que surge ante esta biografía de Rosa Luxemburgo escrita por Paul Frolich es por qué la incluimos en la colección MUJER de Ediciones del IPS. Podría objetarse que fue su amiga Clara Zetkin –y no Rosa Luxemburgo- quien pasó a la historia por su destacado rol en la organización política de las trabajadoras alemanas, en la redacción de periódicos socialistas destinados a ellas, en la preparación de las Conferencias Internacionales de Mujeres Socialistas y en establecer el Día Internacional de las Mujeres que, hasta hoy, se conmemora mundialmente. Esa tarea, asumida por Clara, había sido desdeñada por Rosa cuando los más encumbrados dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán intentaron asignarle la labor que consideraban le correspondía naturalmente, por su género.
Contra la visión crítica de algunas feministas que consideran que Rosa Luxemburgo nunca se preocupó por las mujeres y, aún a pesar de haber rechazado ocuparse de la “cuestión femenina”, Rosa Luxemburgo colaboró con la organización de la sección del partido que encabezaba Clara Zetkin, escribió frecuentemente para el periódico La Igualdad, dirigido por su amiga y participó en algunas de las Conferencias Internacionales de Mujeres Socialistas, intentando convencerlas de su punto de vista sobre la Guerra Mundial y de sus críticas al rumbo que tomaba la dirección del partido frente a estos acontecimientos. Siempre había estado convencida de que la incorporación a la socialdemocracia de las mujeres trabajadoras –uno de los sectores más explotados del movimiento obrero- insuflaría un espíritu revolucionario a la organización. “Con la emancipación política de las mujeres, un fresco y poderoso viento habrá de entrar en la vida política y espiritual [de la socialdemocracia], disipando la atmósfera sofocante de la actual vida familiar filistea que tan inconfundiblemente pesa también sobre los miembros de nuestro partido, tanto en los obreros como en los dirigentes.”, escribe en 1902 en el periódico Leipziger Volkszeitung.
Sin embargo, rechazando ocuparse de la “cuestión femenina”, Rosa tuvo un gesto a favor de que las mujeres fueran respetadas y consideradas como pares por los dirigentes socialistas; algo que, en una sociedad patriarcal como es la capitalista, no está ganado tan sólo con su inclusión en el programa de las organizaciones revolucionarias. De esto supo Rosa Luxemburgo, quien mantuvo una profunda amistad y una estrecha camaradería revolucionaria con Clara Zetkin a lo largo de toda su vida, arraigada esencialmente, en la lucha contra el revisionismo, que le valió feroces ataques políticos del ala derecha del partido, no pocas veces cargados de misoginia.
El propio emperador Guillermo II había afirmado en un acto público que “la principal misión de la mujer no es participar en reuniones, ni conquistar derechos que les permitan ser iguales a los hombres, sino desempeñar silenciosamente su tarea en el hogar y en la familia, educar a la nueva generación, enseñándole, ante todo, el deber de obediencia y el respeto a los más viejos.”(1). Y estas ideas no eran propias sólo de la rancia clase dominante; notables dirigentes socialdemócratas se hacían eco de estos prejuicios machistas, burlándose de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. “A dónde vamos, debemos oír tales discursos por parte de representantes de un sexo considerado oprimido. No tengo, personalmente, un gran entusiasmo por sus reivindicaciones –todo el mundo sabe eso-, pero cuando ayer oí a la compañera Zetkin bombardearnos con sus ataques, me dije: ‘¡éste es el sexo oprimido! ¿Qué sucederá cuando sea libre e igual en derechos?’”(2). Esas palabras, acompañadas de grandes risotadas del auditorio, no fueron pronunciadas por un enemigo de la clase trabajadora, sino por el dirigente Ignaz Auer en un congreso del Partido Socialdemócrata Alemán, mucho antes de que el mismo formara parte del ala revisionista.
Rosa Luxemburgo no se dejaba abrumar por este tipo de ataques, los consideraba ingredientes habituales de la lucha política. Por sus críticas mordaces al revisionismo, se ganó la antipatía de varios jefes socialdemócratas, como su antiguo amigo Bebel, quien en una carta dirigida a Kautsky, en 1910, dice refiriéndose a Rosa Luxemburgo: “Hay algo raro en las mujeres. Si sus parcialidades o pasiones o vanidades entran en escena y no se les da consideración o, ya no digamos, son desdeñadas, entonces hasta la más inteligente de ellas se sale del rebaño y se vuelve hostil hasta el punto del absurdo.”(3)
Por esa capacidad de “salirse del rebaño” es que Rosa, con la cojera que arrastraba desde una edad muy temprana, osó sumarse a las filas del movimiento revolucionario clandestino en Polonia, cuando aún asistía a la escuela secundaria; siendo una inmigrante, se aventuró a inscribirse en la Universidad de Zurich para estudiar matemáticas y ciencias naturales, pasarse a la facultad de Derecho, escribir sobre el desarrollo industrial de Polonia y recibirse de Doctora en Ciencias Políticas. Pero sobre todo, se atrevió a dedicar íntegramente su vida a la revolución proletaria. “Sabes que, a pesar de todo, realmente espero morir en mi puesto, en una lucha callejera o en prisión.”, escribía en una carta a su amiga Sonia Liebknecht. Por eso, como se señala en la introducción a esta obra “es su singularidad la que aparecerá con todos sus trazos en esta biografía, cuya primera característica es sin duda el hecho de que ella, una mujer, en momentos donde la dirección política inclusive la revolucionaria era una tarea exclusiva de hombres, haya alcanzado la altura que conquistó.”(4)
Una altura que, sólo las águilas como Rosa Luxemburgo, pueden habitar. Sin duda, la más grande dirigente mujer del proletariado revolucionario en toda su historia. Aquella que con profundidad teórica marxista, con agudeza política y con una honda sensibilidad se inscribe en uno de los lugares más destacados de la historia del socialismo internacional.
En su memoria, podemos repetir aquellas palabras que escribió en las vísperas de su asesinato: “¡Esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ‘¡Fui, soy y seré!’”.(5). Como la misma Rosa Luxemburgo que fue, es y será un gran ejemplo para las jóvenes generaciones revolucionarias, a quienes está destinado este libro, con el propósito de transmitirles “en toda su grandeza y fuerza inspiradora, esta imagen realmente hermosa, heroica y trágica.”(6)

Andrea D’Atri

Buenos Aires, octubre de 2013

(1) Citado en Gilbert Badia (2003), Clara Zetkin. Vida e obra, San Pablo, Ed. Expressão Popular.
(2) Íd.
(3) Citado en Raya Dunayevskaya (1985), Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución, México, F.C.E.
(4) De la Introducción a la presente obra, de Cecilia Feijoo y Demian Paredes.
(5) Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, 14/01/1919 (disponible on line en http://marxists.org.)
(6) León Trotsky, “¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!”, 26/6/1932 (disponible on line en http://www.ceipleontrotsky.org)

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