Las divergencias que podemos ver en los Balcanes no son nuevas. Ya existían durante el proceso de desmembramiento de Yugoslavia
León Tolstoi escribió en La guerra y la paz:
«Hacia finales de 1811 comenzó el armamento intensivo y la concentración de fuerzas de la Europa occidental, y en 1812 esas fuerzas (…) avanzaron del oeste hacia el este, hacia las fronteras rusas (…)»
Ignoro lo que diría hoy ese gran escritor y pensador si pudiese echar una ojeada a la Europa de inicios del siglo 21. Es como si ya en su época Tolstoi hubiese previsto la «otanización», el cerco impuesto a Rusia y las presiones políticas y sicológicas que se ejercen sobre los Estados neutros para forzarlos a unirse a la alianza atlántica.
El proceso iniciado en Europa, en 1999, con los bombardeos contra la República Federal de Yugoslavia, prosigue ahora con la tragedia de Ucrania. Parecen increíbles las imágenes de edificios y puentes destruidos, casas quemadas y cadáveres en las calles.
Todo eso sucede ¡en la Europa del siglo 21! Y no es una película sino la cruel realidad. En 1999, la Europa política guardó silencio ante las imágenes similares que llegaban de Yugoslavia y hoy también se mantiene indiferente ante el sufrimiento humano en Ucrania.
La Europa política obligó al pueblo ucraniano a elegir entre «este o aquel» y con ello le impuso la guerra. Después de los Acuerdos de Minsk 2, algunos creen aún –en Europa y sobre todo en Estados Unidos– que el envío de ayuda militar a Kiev podría modificar la situación militar en el terreno.
Pero ningún misil antitanque occidental será capaz de modificar la correlación de fuerzas porque los soldados de Kiev no están entrenados para utilizarlo y para eso se necesitarían al menos 6 meses de aprendizaje y entrenamiento. Los sistemas de artillería de la OTAN no son compatibles con los sistemas que posee el ejército ucraniano.
Lo que Occidente puede proporcionar a Ucrania no va más allá de vehículos blindados para el transporte de tropas –es lo que ya han enviado los británicos–, equipamiento electrónico para las comunicaciones por radio y radares para la artillería, elementos que ya han sido entregados a Kiev.
Pero si la OTAN comenzara a enviar a Kiev otros tipos de armamento, o si enviase sus propios especialistas para el entrenamiento militar, probablemente comenzaríamos a ver en el Donbass tanques T-80 y T-90 en vez de los T-72.
Se vería entonces qué misiles resultan más eficaces. La entrada de una unidad de la OTAN en Ucrania provocaría la entrada del ejército ruso en el teatro de operaciones. En caso de conflicto convencional en ese escenario, ningún ejército occidental, ni siquiera el de Estados Unidos, podría vencer al ejército ruso ya que los generales occidentales olvidan –es evidente– la doctrina del mariscal Otarkov, que sigue siendo de actualidad en el ejército ruso: vencer durante la primera fase de un conflicto convencional con la destrucción –desde los primeros momentos de la guerra– de los objetivos situados en la profundidad del territorio enemigo mediante el avance de las fuerzas terrestres.
Se trata de una victoria total durante la primera fase de la guerra, una victoria sin uso de armamento nuclear táctico. La estrategia de la ofensiva, con la penetración profunda en el territorio enemigo sin recurrir al armamento nuclear, fue la esencia de la visión soviética de la guerra en Europa. Los estadounidenses quisieron hacer algo mejor con la doctrina de la «batalla aire-tierra 2000».
Es precisamente por esa razón que ni Estados Unidos ni la OTAN enviarán sus fuerzas a Ucrania. Porque no tienen ninguna posibilidad de vencer en una guerra convencional. Y si las tropas de la OTAN o de Estados Unidos se viesen en situación de fracaso en Ucrania ante el ejército ruso, Bruselas y Washington tendrían que escoger entre admitir la derrota –con todas sus consecuencias políticas y militares– o recurrir al uso de vectores equipados con armas tácticas nucleares.
En esa situación, sabiendo que los [misiles crucero] Tomahawk pueden alcanzar objetivos en Rusia en 5 o 6 minutos, el Kremlin tendría poco tiempo para decidir, ordenar y ejecutar una respuesta nuclear. Tendría que reaccionar en 3 minutos como máximo y, de no hacerlo, ya no estaria en condiciones de lanzar la contraofensiva porque los misiles estadounidenses ya abrían alcanzado sus blancos en Rusia.
En otras palabras, existe una frontera entre el uso táctico y el uso estratégico del armamento nuclear. El peligro de implosión es espantoso ya que ambas partes podrían interpretar el uso del armamento nuclear táctico como una introducción al uso del armamento nuclear estratégico. Y, ese caso, ¡sólo Dios sabe lo que podría suceder! El profesor Lowell Wood, del Laboratorio Nacional de Livermore (en Estados Unidos), opinaba en 1982 que el número de personas que morirían se situaría entre 500 millones y 1 500 millones. Pero, debido los progresos de la tecnología nuclear, el número de muertos sería ahora mucho mayor.
¿Habrán pensado en eso quienes quieren internacionalizar el conflicto ucraniano?
La opinión pública rusa se sorprende en estos días de la llegada de croatas que se unen como refuerzos al ejército ucraniano, a Pravy Sektor y a la Guardia Nacional de Ucrania.
Pero eso es sorprendente sólo para quienes no saben de historia. En la Segunda Guerra Mundial, los soldados del Estado independiente croata lucharon del lado de Hitler contra los defensores de Stalingrado, cuando en el Frente Sur no había ningún serbio. El Estado independiente croata envió su aviación al Frente del Este. El general Franjo Dzal se hallaba entre los pilotos que derribaban aviones rusos. En tiempos de la ex Yugoslavia, Croacia tenía excelentes relaciones con Ucrania y Serbia mantenía excelentes vínculos con Rusia. Es una larga historia el papel de la religión en todo eso. El hecho es, en todo caso, que los croatas se han puesto del lado de Ucrania y los serbios, según los voluntarios, están del lado del Donbass.
Han balcanizado Ucrania. Allí prosigue hoy la guerra a la que pusimos fin en 1945…
Miroslav Lazanski
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