Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXXV)
Una semana después del encuentro entre nuestro Secretario General, Mario Roberto Santucho y Raúl Alfonsín, que he relatado en la nota anterior, lo llame a este último para que nos encontráramos y me trasmitiera sus impresiones.
Me recibió, con la afectividad de siempre, señalándome que había quedado impactado por la claridad en el análisis y el enfoque sobre el que hacer en este escenario complejo, de “Robi”.
Agregó “me parece un gesto de generosidad, de parte de ustedes, que estén dispuestos a interrumpir la lucha armada en aras de un entendimiento y de denominadores comunes…”.
Pienso, agregó: “… Que si ustedes y el resto de los grupos armados suspenden el accionar podríamos intentar llegar a las coincidencias básicas para frenar a los militares”.
Al salir del departamento de este confirmé, como le decía luego a Eduardo Merbilaha, que estábamos recorriendo el camino correcto.
Al mismo tiempo que preparaba la reunión con Oscar Alende y a los efectos de no olvidarnos de ninguno de los representantes de la oposición democrática, logré, a través de un abogado amigo, una cita con Antonio Trócoli, para llegar, con la propuesta, al Presidente de la Unión Cívica Radical: Ricardo Balbín.
En este caso, era evidente y lo corroboré en esa oportunidad, que la mirada del ala conservadora del centenario partido era absolutamente antagónica con la de los compañeros del Movimiento de Renovación y Cambio.
Trócoli, mirando el reloj permanentemente para darme a entender que había venido “forzado” a este encuentro, me dijo, elevando innecesariamente la voz:
“Me parece una locura, Gaggero. El radicalismo no tiene nada que conversar con un grupo violento que pone bombas y mata policías, por favor…”. Además, termino su exposición agregando, “usted piensa que un gobierno débil, como este, va a conversar con una fracción guerrillera”.
Esta postura la ratificó este sector cuándo Fernando De La Rua, a la sazón, senador nacional, le planteo a un grupo de legisladores nacionales que debían viajar a Tucumán para constatar que el Ejército no cometía violaciones a los derechos humanos; cómo denunciaban las organizaciones de familiares.
De esta forma negaba una realidad.
Los centenares de campesinos, estudiantes y profesionales “secuestrados-desaparecidos” en el “jardín de la República” y la práctica sistemática de torturas a los detenidos, como así también la denunciada “Masacre de la Villa del Rosario” perpetrada por efectivos militares, en esa zona de la provincia de Catamarca en setiembre de 1974, demostraban, que estos estaban dispuestos a llevar adelante una “guerra sucia”; desconociendo las normas del derecho humanitario vigentes, a partir de las Convenciones de Ginebra acordadas después de la Segunda Guerra Mundial.
Por su lado Balbín, le había solicitado al gobierno, que reprimiera los brotes de “la guerrilla fabril”; surgida en el gran Buenos Aires y en otros centros industriales.
De esa forma caracterizaba a la coordinadoras que se organizaban en las fábricas en oposición a las patronales y a la burocracia sindical.
En esos días de octubre se abrió un gran debate al interior de nuestro Partido y con los aliados.
Desde nuestro frente propusimos que el PRT se hiciera presente en el acto del 17 de octubre en Plaza de Mayo, con pancartas identificatorias, denunciando el inminente golpe militar y exigiéndole a la presidente, una rectificación del curso de su gobierno para no precipitarse al vacío y facilitar el regreso de los uniformados al poder formal.
Suponíamos que esta idea generaría todo tipo de reacciones negativas y nos enfrascaría en un debate; de por sí necesario.
¿Era correcto defender un gobierno que había amparado y generado una represión para estatal a través de la Triple A?
¿Se justificaba que nuestros militantes y combatientes suspendieran su accionar revolucionario para impedir que los golpistas justificaran su asonada en esta y en el crecimiento del movimiento popular?
¿Era mejor para nuestro pueblo y para la clase obrera que persistiera una democracia formal frente a la posible dictadura militar, que con limitaciones, permitía el desempeño legal de los sindicatos, los centros de estudiantes y los movimientos sociales?
No teníamos la menor duda que debíamos ahorrarles a los trabajadores los mayores sacrificios que suponía un régimen dictatorial y que era nuestra obligación encontrar alternativas, de todo tipo, para garantizar que se llevaran a cabo las elecciones; convocadas para el año próximo.
Desde muchos frentes nos hicieron llegar minutas que diferían con nuestra posición y fue finalmente el Buró que, con toda claridad, autorizó la participación de los compañeros en el acto convocado en Plaza de Mayo para el próximo aniversario del “Día de la Lealtad”.
En esos días se había incorporado al equipo Martin Federico, un abogado cordobés, compañero de Alfredo Curuchet, gran amigo y como yo, militante del Frente Revolucionario Peronista; hasta finales de 1974.
Era hijo del último intendente peronista de Córdoba en 1955 y mantenía una estrecha relación con Agustín Tosco.
A raíz de la represión estatal y para estatal desatada en la “Docta”, él y su compañera, que militaba en el gremio docente, pasaron a la clandestinidad y fueron “transferidos” a Buenos Aires; donde podían desplazarse sin problemas.
Se sumaba al equipo, que tenía como principal soporte a “Balta”, que era el que resolvía los problemas prácticos que enfrentábamos para el desarrollo de la actividad, al mismo tiempo que aportaba una visión más integral de la realidad cotidiana.
En esa función le tuve que pedir que buscara una quinta en las afueras de la ciudad, en una zona no muy poblada, para irnos a vivir con Alba y los chicos; ya que se vencía el contrato en el departamento de Colegiales.
Esta ubicación fue sugerida por “Alberto” con el objetivo de tener un lugar en el que nos encontráramos con los dirigentes políticos aliados, para seguir en la construcción del frente antigolpista y, al mismo tiempo, realizar reuniones de trabajo con el equipo de la revista “Nuevo Hombre”; que estaba cada vez más aceitado.
Las polémicas con Enrique Raab, Edgardo Silverskarten y el “Chino”, en la redacción, me resultaban sumamente útiles para evitar tener una visión cerrada de la coyuntura que me impidiera descubrir los “grises”; siempre presentes, en la realidad.
Por otro lado el encuentro del Buró, encabezado por el “Robi”, con Oscar Alende, al que acompañaban Rafael Marino y Rabanaque Caballero, resultó sumamente alentador, ya que las coincidencias eran mayores que con otras corrientes políticas y abrían la posibilidad del lanzamiento de la fórmula presidencial Cámpora -Alende para las próximas elecciones; como expresión unificada del campo popular.
Cuándo me reuní, días después, con el “Bisonte” me ratificó el gran respeto que sentía por el “Comandante” y la claridad que tenía este al exponer.
Al mismo tiempo acordamos que, algunos compañeros de la Capital y del interior, que formaban parte del Frente Antimperialista y por el Socialismo, se incorporaran al Partido Intransigente; para conservar su legalidad.
En este escenario, dos informaciones robustecen nuestra confianza en la Revolución Socialista.
Por una parte se consolida la Junta Coordinadora Revolucionaria, integrada por el MIR de Chile, el MLN-Tupamaros del Uruguay el histórico ELN boliviano; junto a nuestro PRT-ERP.
Po otro lado compañeros de la Organización Montoneros, se incorporan a la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jimenez” para realizar una experiencia que les permita, posteriormente, organizar la guerrilla rural de esta organización del peronismo revolucionario.
¿Qué pasó aquel 17 de octubre?
Se profundiza la crisis económica y el gobierno amplía las facultades otorgadas a las Fuerzas Armadas para reprimir al movimiento popular.
¿Cómo enfrentar estas decisiones?
En ese marco una noticia nos llena de angustia y de dolor.
Todos estos temas los abordaremos en nuestra próxima nota.
Manuel Justo Gaggero, ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
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