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lunes, septiembre 07, 2020
45 años de “Adiós Sui Generis”
El adiós (y el presente) del sueño setentista.
Las despedidas en el rock han sido un capítulo de su historia repleta de causas y efectos. Las hubo épicas como la de Soda Stereo con su “gracias totales” en el estadio de River en 1997; otras fueron más “agitadas” como la de los Ramones en 1996 con el desorganizado canje de tapitas de Coca Cola por entradas en el microcentro porteño; algunas fueron más desconcertantes como el recital de los Sex Pistols en Nueva York en 1978 con un Johnny Rotten cantando a desgano y finalizándolo con un “¿alguna vez se sintieron estafados?”; y hasta inclusive las hubo más cargadas de romanticismo como el recital de David Bowie de 1973 donde el mismo “asesinó” a su alter-ego queer del glam rock “Ziggy Stardust”.
Pero si hubo una despedida repleta de carga emotiva y artística y signada por una etapa políticamente convulsionada, fue la de Sui Generis ocurrida el 5 y 6 de septiembre de 1975 en el estadio Luna Park, un hito para la incipiente infraestructura del rock local que reunió a casi 30 mil jóvenes en dos recitales consecutivos. Y que daba por terminada una etapa inicial con la que, desde finales de los ’60, el rock argentino había comenzado a construir su propia identidad tanto musical como movimiento en la cultura popular de la juventud.
¿Para quién canto yo entonces?
Tres largos años habían pasado desde que aquel incipiente dúo, al estilo Bob Dylan y “Crosby & Nash”, se habían presentado en sociedad en el festival “BA Rock ’72” con la propuesta de un folk poético y sutil cargado de vivencias adolescentes, la cual contrastaba con proyectos musicalmente más “pesados” como Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll, Pescado Rabioso, Vox Dei, Pappo´s Blues y Color Humano.
Sui Generis se había transformado en la referencia juvenil, desde los fogones, las historias íntimas de pupitre y los “asaltos” hasta las tomas de colegios y universidades del movimiento estudiantil (no casualmente Charly García había tenido un breve contacto con la militancia de izquierda). Era el primer grupo, o más bien -como se solía decía en esos tiempos- el “conjunto” que había ganado una popularidad enorme entre los jóvenes, disputándola inclusive con el “mainstream” de la época como Sandro o Palito Ortega.
Su sonido, cuya génesis estaba más arraigada al Folk, había evolucionado hacia el rock progresivo y sinfónico llevando a la banda hacia una performance más tipo Yes, donde el sonido acústico dio paso a uno más eléctrico, con armonías cercanas a la música clásica y secundada por un plantel de instrumentos de vanguardia como el piano eléctrico Fender Rhodes, el sintetizador ARP String Ensemble y el clásico “Mini-Moog”, transformando así a Charly García en “el Rick Wakeman argentino”.
Sui Generis ya no era un dúo sino un cuarteto, con la incorporación de Rinaldo Rafanelli en el bajo y Juan Rodríguez en batería, formación que en diciembre de 1974 sacaría a luz su tercer disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, un disco que asimila el sonido “prog” con cierto desfase temporal en relación con la escena británica y alemana. Un proyecto que buscó la variación de texturas a través de los arreglos de voces en una armonía tonal propia de la música clásica barroca, aporte de Charly García de sus años de conservatorio. Un disco que además de romper con los esquemas “institucionalizados” del rock, también lo hizo con las principales instituciones burguesas como la familia, la justicia, la censura, el poder político y las propias Fuerzas Armadas, a través de canciones como “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, “Instituciones”, “Música de fondo para cualquier fiesta animada”, “Las increíbles historias del Señor tijeras”, “Juan represión” y “Botas locas”, situación que le costó a la banda la censura de canciones, cambios en las letras y hasta detenciones en medio de recitales -como ocurrió en Uruguay. Esta situación de represión estatal y censura, sumada a las diferencias musicales entre Charly y Nito en relación con la necesidad de experimentar y explorar nuevos sonidos frente a la desgastante fama, fueron claves para que la banda tomara la decisión de retirarse. El lugar elegido fue el Luna Park, predio ya signado por el aguerrido recital de Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll de octubre de 1972, donde el propio Billy Bond puso en el cielo aquel grito de guerra “rompan todo” -en medio de una dictadura militar- frente a los abusos de la policía y el Ejército contra la juventud, y donde la misma los enfrentó y corrió, casi como un eco del Cordobazo. Las entradas se agotaron un mes antes, obligando a la banda a realizar dos shows consecutivos por la cantidad de gente que quedó afuera. Casi 30 mil almas colmaron el viejo predio de box, una cantidad inaudita para la época en cuanto a la infraestructura para ese tipo de espectáculos. La iluminación y parte del sonido estuvo a cargo del grupo Chileno “Los Jaivas”. El recital sería registrado en vivo con los discos “Adiós Sui Generis I y II” (con una tercera entrega del mismo en los ’90) y una película producida por Leopoldo Torre Nilsson y Jorge Álvarez, con dirección de Bebe Kamín.
Con un Charly barbudo vestido de frac, galera y zapatillas blancas y un Nito Mestre más casual con jeans y camisola de bambula, Sui Generis se preparaba para darle a la banda ese réquiem tan soñado en “Canción para mi muerte”. Todo el mundo había ido, desde los por entonces osados pelilargos y algunos tímidos que trataban de disimular la represión social y familiar en sus cortas cabelleras de “media americana”, hasta músicos como León Gieco y el por entonces arquero y futuro periodista creador de la “Heavy Rock & Pop” (programa icono de la radiofonía argentina de los ’90) Norberto “el Ruso” Verea. Pese a algunos desperfectos técnicos, a lo largo de cinco horas recorrieron sus tres discos en un clímax total de efervescencia. Un clímax que generaba contradicciones a una banda desgastada por un rutinario circuito de recitales de media hora en clubes, en colegios secundarios, con un público que solo pedía las mismas canciones que ya se sabían de memoria, haciendo de los mismos una experiencia aburrida para los músicos. Finalizando con “Rasguña las piedras”, y entre la exigencia de bises y el clásico cántico rockero de antaño “oooh-oh-oh-oh-oh”, Charly le dijo a su público: «Ustedes saben…, ustedes saben que hay muchos chicos afuera que están hace mucho tiempo esperando entrar. O sea que, les pido… les pido por favor que… O sea, nosotros vamos a tocar un tema más. Pero después de eso… después de eso les pido que… que ¡se vayan! O sea, los amamos muchísimo a todos, pero ustedes saben lo que pasa. Bueno, yo me despido ahora: chau, chau, chau, loco, chau…’. El “ustedes ya saben lo que pasa” no era en vano. Ese mismo 5 de septiembre se anunciaba en los diarios: “Extremará el gobierno la lucha antiterrorista». Isabel Perón se reunía ese día con los «comandantes generales», ratificando esta escalada represiva el sábado 6, donde la noticia fue que «El ejército va a intensificar su lucha contra la subversión». A tan solo 10 cuadras de aquel vibrante Luna Park se encontraba el Obelisco, el cual exhibía un cartel giratorio que rezaba “El silencio es Salud”, un muy poco sutil regalo de navidad del saliente ministro de Bienestar Social “el brujo” López Rega. Un silencio que desde hacía meses ensordecía la convulsionada realidad económica y política argentina.
Botas locas
La Argentina de 1975 era un polvorín. La política del “Tío Cámpora”(y más tarde el propio Perón) que asumió, a los tumbos, en 1973, se sustentó en el llamado «pacto social» que básicamente consistía en el congelamiento de precios y salarios durante dos años y el cual fue firmado por la CGT y la mayor parte de las entidades empresarias. Ya muerto Perón, en 1975 ese esquema se había derrumbado con una inflación, en mayo de ese año, al 10 por ciento mensual. El “Rodrigazo” se estaba llevando puesto los salarios con una devaluación del 150% del peso, tarifazos del 100% en servicios públicos y un 180% de aumento en combustibles. Pese a las derrotas ocurridas en la huelga de Villa Constitución (1974), la clase obrera, que había sido protagonista en las gestas populares iniciadas en el Cordobazo, dio su respuesta contundente en junio a través de las coordinadoras interfabriles, las cuales sobrepasaron a la burocracia sindical de la CGT, dirigida por Lorenzo Miguel, con una gran huelga general en junio –la primera contra un gobierno peronista-, conquistando así la homologación de los convenios colectivos de trabajo de 1975 con aumentos superiores al 100% y planteando en el movimiento obrero la lucha por una dirección clasista en los sindicatos y la necesidad de superar al propio peronismo como dirección política de los explotados y la lucha por el poder. Ante esta disyuntiva, el gobierno de Estela Martínez de Perón, el cual continuaba con la política de tercerización de la represión y el terrorismo de Estado a través de la Triple A y las bandas armadas de la burocracia sindical del propio Perón, profundizó los llamados “decretos de aniquilamiento” -iniciados con el “Operativo Independencia”- que le dieron a las Fuerzas Armadas el monopolio de la represión interna con el nombramiento de Videla como comandante del Ejército. Las organizaciones guerrilleras, las cuales para ese momento se encontraban política y militarmente paralizadas y en retirada, fueron el pretexto para instalar un clima de terror contra la clase obrera, haciendo carne aquella consigna que el caudillo radical Balbín expresó en la huelga de julio: “hay que aniquilar la guerrilla fabril”. A partir de ahí se sucederán una serie de internas militares por quien consumaría el reclamo de la burguesía nacional, el imperialismo, la iglesia, la sociedad Rural y los partidos políticos patronales: el golpe. La suerte de la Argentina estaba echada. Como en el ’55, el peronismo demostraba una vez más al nacionalismo burgués como ese “fabricante de mentiras” incapaz de resolver los intereses sociales históricos de los explotados, abriéndole las puertas a una de las dictaduras militares más sangrientas de la historia. El adiós de Sui Generis coincidía con el fin de la inocencia y los sueños de una generación y el comienzo del terror -pese al cual, a contrapelo de una visión extendida en la historiografía burguesa, la lucha de clases continuó durante la dictadura.
Aprendizaje
Han pasado 45 años de aquel hito de la música y la cultura popular y mucha agua ha corrido bajo el puente. El Luna Park se transformó en el Obras de los ’90, las misas ricoteras hicieron del Adiós Sui Generis un recital de garage y la juventud pasó de los fogones de guitarra a los encuentros de Freestyle, rap y trap con pistas en dispositivos móviles. Pero ya sea con pelilargos y pantalones Oxford o corte de barbería y chupines, el arte popular ha demostrado su capacidad de meterse por las grietas de la historia en los momentos más adversos y duros de la misma, haciendo que de ella emerjan artistas que sinteticen el estado de ánimo de las masas, proyectando de alguna manera ese deseo colectivo de transformar la realidad. Sea ayer con “Rasguñas las piedras” en la Argentina de la Triple A y el Rodrigazo u hoy con la patada de «Canguro” de Wos en la Argentina del ajuste del FMI y la policía del gatillo fácil y los secuestros de Berni, hacer que el sueño de transformación no devenga en una pesadilla de terror y miseria y sí en el despertar de una vida a la que -al decir del revolucionario- «las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente», sigue siendo una tarea pendiente. Los que estén en el camino, bienvenidos al tren.
Agustín Carucha
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