Cuando los crímenes no quedan en familia
“Con sus últimas fuerzas, dice que luego, como su cuarto estaba helado, se arrastró hasta el retrete y allí (no recuerda exactamente en qué momento), sin más vueltas, parió hacia el amanecer. Dice que entonces se sintió muy confusa, y luego, ya medio congelada, porque en el baño de servicio entra la nieve, apenas tuvo fuerzas para alzar al niño.En cuanto a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar. Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás”.
Bertolt Brecht
El párrafo corresponde al verso 7 del poema “La infanticida Marie Farrat”, de Brecht, y aparece en pantalla apenas finalizada la última escena de “Crímenes de familia”, lo cual es todo un mensaje: ese párrafo fue leído ante el tribunal por el abogado defensor de Romina Tejerina. Un mensaje que va más allá de los límites dentro de los cuales transcurre la película, que tuvo el respaldo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de U Mujeres.
Aun así, el guión de Sebastián Schindel (también director de esta obra) y Pablo del Taso, aborda con ritmo de thriller, de buena policial, la cuestión de la violencia de género, y logra mantener intacta la tensión de principio a fin.
Se trata de dos historias reales que Schindel y Del Taso fusionaron en una sola, y para indicar los distintos tiempos de una y de otra acuden eficazmente al recurso de la anacronía (flashback en inglés); es decir, de la alteración cronológica, de la línea temporal de los acontecimientos que se narran.
Por un lado, se tiene a un matrimonio de la pequeña burguesía más acomodada: el ingeniero jubilado Ignacio Arrieta (Miguel Ángel Solá) y su esposa, Alicia (una impecable Cecilia Roth). Con ellos viven su empleada doméstica, Gladys Pereira (Yamina Ávila, empleada doméstica misionera en la vida real) y Santi, un niño hijo de la muchacha. Con un piso glamoroso en la calle Posadas, barrio de Recoleta, la vida de ambos transcurre entre reuniones sociales, cheesecakes con amigas y clases de yoga. Todo es una fachada, y detrás de ella se gesta el monstruo: Daniel (Benjamín Amadeo), el hijo de la pareja, de unos 35 años.
Daniel ha ido la cárcel por la denuncia de su ex esposa, Marcela (Sofía Gala Castiglione), por golpearla (también a su pequeño hijo) y finalmente violarla y hasta darle un puntazo de cuchillo, por lo cual se lo acusa de intento de homicidio. En el juicio, como suele hacer ese tipo de delincuentes, Daniel se presenta como la víctima de toda la historia. Ahora bien, su madre le paga 400 mil dólares a un penalista de renombre, el abogado Echezabal (Claudio Martínez Bel) para lograr la excarcelación de su hijo. Antes que una defensa legal, Echezabal acude a sus contactos mafiosos con el Poder Judicial para hacer que desaparezcan pruebas decisivas. Por esa vía, la del dinero sucio y los debidos vínculos tribunalicios, Daniel queda libre.
En cambio, no queda libre Gladys, semianalfabeta, violada una y otra vez por su padrastro en Misiones, huida a Buenos Aires. Daniel la ha violado una y otra vez y la dejó embarazada. Como Tejerina, obnubilada, Gladys mata a su bebé apenas nacido, en la madrugada, después de arroparlo.
Puede hablarse de lo que la película no da: la resolución del intríngulis es individual (cosa que ocurre de cuando en vez) y no se hace mención del enorme movimiento femenino y popular que, tal vez desde 1990 cuando las protestas por el asesinato de María Soledad Morales derribaron al gobierno provincial, le hace frente a esta violencia y a su encubrimiento estatal. Pero lo que sí da no es poco, y lo da, además, con una notable calidad cinematográfica.
Alejandro Guerrero
01/09/2020
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