Miles de trabajadores a lo largo de todo el país lucharon a brazo partido contra las privatizaciones, un intento de salida a la quiebra capitalista argentina de fines de los 80 y principios de los 90. Las privatizaciones permitieron al Estado argentino acumular el capital para disponer la convertibilidad del peso con el dólar (estabilización cambiaria), junto a la creciente deuda externa. En este marco, los dos primeros años del gobierno menemista se caracterizaron por una enorme resistencia obrera, de la cual la gran huelga ferroviaria del 91 fue un hito.
Entre los meses de febrero y marzo se extendió por 45 días y culminó en una victoria parcial de los trabajadores. Fue el momento culmine de la lucha iniciada en el 1989 y que concluyó en el 92, con la derrota de una huelga posterior. Luego, el gobierno menemista, con complicidad de la burocracia, logró imponer la privatización, el cierre de ramales, la destrucción del 90% del sistema ferroviario y miles de despidos.
La huelga del 91 y la del 92, en menor medida, fueron huelgas de bases, organizadas por los trabajadores contra los gremios burocráticos y la CGT. Fueron al mismo tiempo de masas.
Antecedentes históricos
En 1961 el gobierno de Frondizi lanzo el Plan Larkin, que consistía en el cierre del 32% de las vías férreas, despedir a 70.000 empleados y terminar con las locomotoras a vapor. Este plan fue acordado con los norteamericanos y tenía como objetivo desplazar a los ferrocarriles en favor del desarrollo auto motor impulsado por capitales yanquis. Este ataque fue enfrentado por una huelga ferrovía de 42 días en 1961. El Plan no puedo ser ejecutado en lo esencial, pero los ramales de larga distancia del ferrocarril provincial fueron cerrados, también ramales del ferrocarril patagónico y del central de Chubut. El recuerdo colectivo de este conflicto siguió vivo en la conciencia de los trabajadores ferroviarios y es una de las explicaciones de la gran combatividad de la huelga del 91. Los luchadores más viejos transmitieron la experiencia a los jóvenes.
Otros cierres y levantamiento de ramales fueron llevados adelante por la última dictadura y el gobierno de Alfonsín. Años de desorganización, de vaciamiento, de falta de mantenimiento, de propaganda sistemática contra el servicio estatal. Fueron preparando las condiciones para lo que fue su privatización y destrucción.
En el ferrocarril, donde existen cuatro gremios (Señaleros, La Fraternidad de los conductores, la Unión Ferroviaria del resto de las especialidades y APDFA del personal jerárquico), existió un desarrollo de un fuerte activismo clasista durante la década del 80. En particular en La Fraternidad, producto de las entregadas sistemáticas de la burocracia y al mismo tiempo contra el vaciamiento, diferentes partidos de izquierda se desarrollaban al calor de este proceso como el MAS, el PC y el Partido Obrero. Un sector importante de los ferroviarios se reclamaban peronistas, pero entraron en choque directo con el gobierno de Menen y sacaron conclusiones rápidas al calor de la lucha.
El derrumbe de las condiciones de vida de la población, el desmadre inflacionario que continuó durante la primera etapa del menemismo, la crisis industrial que se tradujo en miles de suspensiones y despidos, impulsaron una oleada de luchas que hicieron tambalear el proceso político.
Frente al anuncio de las privatizaciones de SEGBA (electricidad), ENTEL (teléfonos), y muchas empresas más, existía un clima de huelga general de las empresas del estado que podía haber volteado a las privatizaciones menemistas. El gobierno y los medios realizaban una campaña sistemática contra todos los trabajadores estatales acusándolos de vagos. En ferrocarriles existía una gran vanguardia de activistas, de luchadores con audacia, pero estaba aislados de una gran parte de los trabajadores y los sectores medios, ganados a la idea de que la privatización era la forma de hacer que las empresas funcionen.
La burocracia, con matices y ritmos diferentes, se asoció al proyecto menemista a cambio de prebendas de todo tipo: la parte del león fue la participación accionaria en las empresas privatizadas (surgió la burocracia empresarial); a eso se sumó el engorde de las cajas de las obras sociales, la entrega de fondos del Plan Nacional de Viviendas y la gestión de mecanismos de subcontratación. Las tercerizaciones tuvieron su expresión más brutal en los ferrocarriles y fue peleando contra ellas que, en 2010, fue asesinado por la burocracia pedracista, nuestro compañero Mariano Ferreyra.
La huelga
La huelga de 1991 fue antecedida por un año de intensas luchas contra la privatización de los ferrocarriles, que dio pie a la formación de la Coordinadora Ferroviaria por fuera de los cuatro gremios, los Trenes de la Resistencia que recorrían el interior realizando actos masivos y un acto en Plaza de Mayo. El 1 de marzo de 1990, 2000 trabajadores ferroviarios, irrumpieron en el congreso, superando a la policía y la seguridad, para exigir que se vote un proyecto que suspendía la privatización, impulsado por IU, el grupo de los 8 y otros. La sesión comenzó con los ferroviarios en las gradas, los trabajadores tuvieron que volver a su casa para ir a trabajar al otro día y el proyecto nunca se votó.
Contra las privatizaciones, el 21 de marzo, se dio una movilización de 80 mil personas a plaza de los dos congresos, concurrieron una cantidad de sectores como ferroviarios, telefónicos, aeronáuticos, etc. En el acto Saúl Ubaldini líder de la CGT Azopardo, frente al pedido masivo de huelga general contra las privatizaciones, planteo “que había que esperar el momento oportuno”, con el claro objetivo de contener y desmovilizar a la resistencia de los trabajadores.
El 5 de marzo del 91 se declara la huelga, con las seccionales rebeldes de La Fraternidad a la cabeza, con la cual se reclamaba aumento de salario, defensa de los convenios y la caída del plan de privatización. La inflación del 90% anual y la bronca de las bases frente a la inacción de los gremios llevaron a que la medida fuera un éxito. Se extendió por los ramales más importantes: Roca, Sarmiento, Mitre, Belgrano y San Martin. En este momento el gobierno envía los primeros telegramas de despidos y la respuesta fue el lanzamiento del paro por tiempo indeterminado.
Comenzaron adherirse diferentes sectores como señaleros o los guardas de Castelar de la Unión Ferroviaria, existía una tendencia a superar la división entre los cuatro gremios ferroviarios que imponía la burocracia. Surge la mesa de enlace y los plenarios de delegados votados en asamblea.
La mesa o comisión de enlace estaba formada por seccionales de La Fraternidad, algunas del gremio de Señaleros y un par de la Unión Ferroviaria (guardas de Castelar y los talleres de Victoria). No se pudo extender al resto de la UF por el bloqueo de su principal dirigente José Pedraza, que había surgido como uno de los principales referentes del ubaldinismo.
El ubaldinismo tenía sin embargo preponderancia en la mesa; su principal dirigente era Horacio Camino de La Fraternidad del Sarmiento. El MAS ejercía cargos de dirección en cinco seccionales de La Fraternidad y algunas de Señaleros.
Se realizaron actos, un festival en el obelisco y una marcha a Plaza de Mayo. La huelga fue apoyada por un sector de los trabajadores, colaborando con un fondo de lucha y con peñas en todo el interior.
Mientras tanto el gobierno se jugaba al desgaste con una cantidad de despidos selectivos y levantamiento de ramales. La huelga crecía y obligó a la burocracia a tener que intentar ponerse a la cabeza, con el objetivo de lograr la derrota de la lucha. Para romper la huelga el gobierno intentó mover una formación de carga, pero los señaleros de Pringles desviaron la formación a una vía muerta. Se dieron una cantidad de sabotajes y acciones a lo largo y a lo ancho del ferrocarril de este tipo que le impidieron al gobierno romper la huelga.
La huelga culminó conquistando sus objetivos inmediatos con la reincorporación de los despedidos y un aumento salarial.
La huelga del 92: a privatizar, de todos modos
El proceso de privatización del ferrocarril no se detuvo. En noviembre de ese año se privatizó el primer ramal de carga, el Ferroexpreso Pampeano, en beneficio del Grupo Techint, que impuso la flexibilidad laboral tanto a los cambistas como a los conductores.
El gobierno de Menem a partir de alcanzar las primeras privatizaciones, entrar en las «relaciones carnales» con el imperialismo yanqui mediante el apoyo a la guerra contra Irak y un pacto con el FMI y la instalación de la convertibilidad que comenzó en el 91 tomó aire y volvió a la carga. El menemismo había seguido preparando el terreno, continuando con el vaciamiento, la cancelación de servicios, con retiros voluntarios y pases a otros sectores del Estado. Hasta había organizado grupos que se dedicaban apedrear trenes de larga distancia. Acompañando todo este proceso desde los medios de comunicación se realizaba una propaganda sistemática planteando la necesidad de acabar con el sistema ferroviario porqué era obsoleto y significaba un gran gasto para el Estado.
A principios del año 92 el gobierno de Menen montó una provocación, cerrando el ferrocarril Roca por 75 días y deteniendo a varios activistas acusándoles de provocar disturbios (uno de ellos, fue Chiquito Belliboni, por entonces ferroviario militante del Partido Obrero en el Roca y hoy dirigente nacional del Polo Obrero)
Se volvió a lanzar una huelga que duro 38 días, pero en condiciones de aislamiento. El conflicto fue fuerte en el Roca pero no se extendió por todas las líneas con la misma adhesión. La huelga fue derrotada y muchos trabajadores fueron despedidos, sobre todo el activismo. El 90% del sistema ferroviario fue desmantelado, miles y miles fueron echados. Al mismo tiempo cientos de pueblos a lo largo y ancho de la Argentina quedaron aislados, algunos quedaron despoblados. Los talleres en diferentes provincias, las escuelas de oficio y el gran hospital ferroviario de retiro; fueron todos cerrados. Los vagones, locomotoras y rieles vendidos como chatarra para beneficio de los privatizadores.
Las privatizaciones han sido acompañado por una verdadera catástrofe social: trabajan en el sistema ferroviario 10.000 personas de las 90.000 que trabajaban antes de la privatización. Es enorme el impacto de la destrucción de la red ferroviaria que llegaba a todos los rincones del país, tanto para carga como para trenes de pasajeros.
El Plan Cavallo se asentó en las duras derrotas previas
La huelga del 91 fue una victoria parcial en un proceso de lucha que finalmente término en derrota. Pero el resultado final del conflicto no puede ocultar el carácter heroico y combativo de la huelga. Fue la más larga de la historia de los ferrocarriles. Se desarrolló a partir de un proceso de asambleas de base en todo el país contra la burocracia traidora de Pedraza y la inacción de Ubaldini de la CGT de Azopardo. Esta huelga demostró la necesidad de pasar por encima a la burocracia para poder luchar por las reivindicaciones y al mismo tiempo que la salida para la recuperación del ferrocarril es el control y planificación obrera.
La convertibilidad (Plan Cavallo) fue preparada por el aislamiento, agotamiento y derrotas de las luchas de la etapa anterior.
La gran responsable de estas derrotas y sus tremendas consecuencias posteriores fue la burocracia sindical, que actuó como ariete del menemismo y el imperialismo. Esto vale en especial para el ala seudocombativa de los sindicatos (Ubaldini, en aquel momento) que impide el desarrollo consecuente de los conflictos. La política de la Comisión de Enlace fue buscar la mediación de Alfonsín, Sábato y el Grupo de los 8 para lograr una salida “acordada” con el Gobierno. Una variante de esta orientación fue el apoyo de la izquierda – el viejo MAS, el PC – a un proyecto parlamentario de Izquierda Unida para suspender la privatización, que nunca llegó a tratarse. El problema estratégico para la victoria de la huelga era una acción de conjunto del movimiento obrero, que Ubaldini se negó a convocar, permitiendo el aislamiento del conflicto. El MAS y el PC habían contribuido a prestigiar a Ubaldini en los años previos, adhiriendo al programa de 26 puntos que este había lanzado desde la CGT para luego apoyar la candidatura de Menem.
Esta política culminó en un desastre. –“Con la privatización de los ferrocarriles no sólo hay un fracaso ideológico de los que proclamaron que con la ‘iniciativa privada’ el país ‘despegaba’, que los ferrocarriles se ‘modernizaban’ sino que hay, además, una verdadera estafa, ya que los concesionarios se metieron en el bolsillo millones de dólares proporcionados por el Estado”-. (Prensa Obrera 533, 03/04/1997 «Privatización ferroviaria, una estafa nacional»)
Del 91 al 92 las condiciones cambiaron a favor del gobierno, la clase obrera comenzó un breve periodo de reflujo producto de una cantidad de derrotas. Debilitados y aislados los ferroviarios fueron derrotados. Pero otras luchas se levantaron ese año como la gran lucha de los secundarios contra la reforma educativa y meses después el Santiagueñazo que hizo temblar el país. Luego vendrá la irrupción del movimiento piquetero en Cutral-Có. La resistencia obrera contra el régimen de Menen-Cavallo se siguió manifestando con fuerza.
Las conclusiones de la gran huelga ferroviaria del 91 contra un gobierno peronista “fondomonetarista” son fundamentales para apuntalar la resistencia actual al ajuste y la flexibilidad. Ese es el real homenaje del movimiento obrero a los luchadores ferroviarios de los noventa.
Leo Furman
No hay comentarios.:
Publicar un comentario