Lo singular, de todos modos, es que la controversia se re-encienda. Es que la gestión menemista recibió en su tiempo el voto de confianza de todo el arco político. Todo. Los que llegaron tarde a la mesa, un Pino Solanas, en 1993 votaron la intervención menemista a Santiago del Estero, para reprimir una rebelión popular; Chacho Álvarez tardó más, pero acabó siendo el padrino de un Cavallo segunda parte.
La reforma constitucional de 1994 fue una legitimación integral de ese gobierno, en la cual pusieron los dedos todos los matices de la grieta. La reforma nació viciada de ilegalidad, pues estableció la posibilidad de la reelección inmediata, violando la prohibición que establecía la Constitución vigente para aquellos electos bajo sus disposiciones. Dio estatuto constitucional a los decretos de necesidad y urgencia, consagrando el principio del estado de excepción; subordinó el sistema constitucional argentino a los tratados internacionales, que hasta entonces sólo tenían el alcance de una ley; legitimó el desfalco previsional; la Corte Suprema de la servilleta no fue desbancada, al contrario, ganó autoridad. Quienes critican ahora al menemismo olvidan que sus huellas digitales se encuentran guardadas indisolubles en los archivos. La ulterior ratificación de la convertibilidad y del orden económico menemista por parte del gobierno de radicales y frepasistas, la Alianza, fue una coronación sin atenuantes del gran contubernio de la década de los 90. De aquel contubernio nacieron las actuales ‘grietas’.
Menem gobernó con el apoyo sin fisuras de todo el peronismo. Lo devolvió al poder por una década y absorbió el derrumbe ocasionado por Luder e Iglesias seis años antes. Este retorno sirvió para asentar y consolidar el aparato de gobernadores e intendentes, convirtiéndolo en protagonista irremplazable de giros políticos eventuales. Lubricó las gestiones de estos aparatos y los bolsillos de sus punteros con un endeudamiento a gran escala, pues triplicó el que había dejado Alfonsín, sin contar el monto adicional que significó la entrega de un cuantioso patrimonio nacional. La idea cardinal de John W. Cooke no pasó la prueba de los hechos: lejos de ser “el hecho maldito del país burgués”, el peronismo reveló que era su recurso político más eficaz. Fue un aprendizaje recíproco que costó crisis enormes. La soberanía política, la independencia económica y la justicia social no tuvieron dificultad en convertirse en su contrario. Ocurrió cuando la burguesía industrial adquirió el desarrollo suficiente para internacionalizar sus intereses nacionales. Dio cuerpo a la tendencia internacionalizadora de los capitanes de la industria – simbolizada en el remate de Somisa a Techint, hoy la multinacional Tenaris. Puso al desnudo el real y único contenido histórico de clase del peronismo. Néstor Kirchner fue un adelantado: el primero en privatizar bancos provinciales y el más entusiasta en privatizar YPF y guardarse todo el vuelto de ella. Néstor Kirchner, precisamente, dio la mejor caracterización de la plasticidad del peronismo para adaptarse a las tendencias capitalistas prevalecientes: “Menem (es) el mejor presidente desde Perón”, dijo diez años antes de asegurar que “nosotros no tenemos nada que ver con el menemismo entreguista”. El oportunismo político elevado a la condición de un principio es lo que NK ha dejado como doctrina a una generación de seguidores.
El balance general no lo discute nadie. Veinte años después del menemato, Argentina sigue lidiando con una moneda sin valor, con un nivel de pobreza que triplica a la de entonces, con las jubilaciones convertidas en pensiones a la vejez, con una deuda externa un 200% superior a la de 1999 (que es mucho mayor si se tiene en cuenta la descapitalización que representó el ‘desendeudamiento’ de 2005 a 2015, más una dependencia sin precedentes del FMI, y la entrega de Vaca Muerta, los acuerdos con Chevron y la protección de los servicios privatizados, se iniciaron bajo el FpV. El gobierno del FdT ha ordenado toda su política en función de una revalorización de la deuda externa, mediante el acuerdo con los fondos internacionales y el que se encuentra en trámite con FMI. Prosigue el desmantelamiento del sistema previsional, al que el gobierno actual acusa de ser “un factor inflacionario” (Guzmán dixit). Todavía no alquiló la franquicia del gobierno en beneficio del Consejo Agroindustrial, los Bunge y Born de hoy, pero va a los tumbos en esa dirección.
En definitiva, Menem abrió un período histórico de expropiaciones y confiscaciones de la fuerza de trabajo y del patrimonio de los sectores populares, que sólo pondrá fin un gobierno de los expropiados y de los confiscados.
Jorge Altamira
17/02/2021
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