Con el argumento (luego demostrado falso) de una amenaza de bomba adjudicada al grupo militante palestino Hamas, el gobierno de Alexander Lukashenko ordenó, a través de un avión de caza, el desvío y aterrizaje de un avión comercial de la compañía Ryanair que se encontraba sobrevolando el espacio aéreo bielorruso. En el vuelo en cuestión, que debía unir Grecia con Lituania, viajaba el periodista y bloguero Roman Protasevich, un opositor al régimen bielorruso que fue detenido con el avión ya en Minsk y que enfrenta cargos por “extremismo” que lo llevarían a 15 años de prisión. Este verdadero secuestro de un avión comercial, con pocos precedentes, volvió a azuzar la crisis política que se urde, involucrando a distintas potencias, alrededor de los destinos de la ex república soviética.
El escenario bielorruso, luego de la irrupción popular
La situación política bielorrusa viene determinada por el estallido popular desenvuelto desde agosto de 2020 contra el fraude electoral que volvió a consagrar a Lukashenko como presidente, cargo que ocupa desde 1994. La comprensión de la estafa que se estaba operando volcó a las masas a la calle, con movilizaciones de cientos de miles que se transformaron en las más importantes de la historia nacional. Como rasgo distintivo, la clase obrera intervino con sus métodos, paralizando cientos de fábricas y lugares de trabajo que constituyen el nervio de la economía del país. La rebelión condensó el rechazo al régimen autoritario y de poder personal, que se caracteriza por la persecución a la oposición y la violación de derechos democráticos elementales, pero también reunió el descontento ante el empeoramiento de la situación económica y frente al descalabro sanitario fruto del negacionismo que se practicaba desde las esferas gubernamentales.
En contradicción con su composición social, a la cabeza del movimiento se encontraba una coalición política, liderada por Svetlana Tijanóvskaya, cuya orientación consistía en remover a Lukashenko para erigir un gobierno alineado con la Unión Europea y Estados Unidos, que buscara un mayor ascendiente del capital imperialista en la escena nacional. Los límites de la oposición, que pugnaba por una intervención extranjera, junto con el apoyo brindado por Putin, lograron la permanencia de Lukashenko en el poder a pesar de la pérdida de apoyo popular.
A la vez, el régimen desarrolló una represión furiosa. Se cuentan más de 30 mil detenidos, muchos de ellos torturados, así como decenas de muertos y/o desaparecidos. La detención de Protasevich forma parte de la persecución sistemática a la prensa y a los creadores de contenido ligados a la oposición o que mostraban el accionar represivo. Recientemente, el gobierno cerró el canal de internet tut.by, el más visto por la población.
Como consecuencia de la conjunción de estos elementos, el proceso de movilizaciones amainó, lo que no fue excusa para que cesara la persecución hacia los opositores al gobierno.
La disputa sobre los ex estados obreros
Rápidamente, la Unión Europea (UE) anunció sanciones contra el régimen de Lukashenko empezando por el impedimento para operar a la aerolínea nacional, así como indicando a las compañías aéreas del continente la obligatoriedad de no transitar el espacio aéreo bielorruso. Otras medidas incluyen la profundización de las sanciones económicas tanto contra dirigentes gubernamentales, como contra empresas. Al mismo tiempo, en un chantaje público, la cabeza de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, señaló que se encuentran a disposición del país europeo oriental ayudas por 3 mil millones de euros siempre y cuando se desarrolle una “transición democrática”. Estados Unidos, por su parte, también anunció sanciones en el mismo sentido.
La preocupación por la persecución a la oposición política en Bielorrusia por parte del imperialismo es un acto de gigantesca hipocresía. El mismo Putin, en un mitin con Lukashenko, recordó el episodio en el que se le impidió al avión del presidente boliviano Evo Morales transitar el espacio aéreo europeo, forzándolo a aterrizar en Austria, por la sospecha de que se encontraría a bordo Julian Assange – otro preso político, capturado violando toda normativa mientras guardaba asilo en la embajada ecuatoriana en Londres. Entre la multitud de atropellos que cometen los estados imperialistas podría mencionarse también la libertad con la que contaban los aviones estadounidenses para llevar detenidos a la prisión (en realidad un campo de torturas) de Guantánamo. De lo que se trata, para las potencias occidentales, es proceder a una colonización completa de la economía de Bielorrusia y del conjunto del espacio que ocuparan los ex estados obreros. En ese proceso de colonización se da una disputa por un lado con otros competidores (China), pero también con la burocracia gobernante que busca ordenar la restauración capitalista en sus propios términos. En Bielorrusia más del 50% del PBI proviene de sectores bajo control estatal, así como el 75% de la producción industrial.
Putin, por su parte, procedió a reunirse con Lukashenko y a brindarle su apoyo en esta crisis. Para el mandamás ruso se trata de coronar una orientación consistente en volver a colocar al país vecino completamente bajo su órbita, luego de que desde Minsk se hubiera desarrollado en los últimos años un coqueteo con occidente, buscando hacer de pivot entre Rusia y la OTAN. La rebelión popular volvió a obligar a Lukashenko a recostarse sobre el Kremlin, que incluso ofreció efectivos policiales para reprimir las manifestaciones. Rusia busca poner límites a la ofensiva política que se desenvuelve en sus fronteras a través de la puesta en pie de regímenes o gobiernos pro OTAN, como en Ucrania. En estos días, desde Moscú se están está entregando al gobierno de Lukashenko un préstamo de 500 millones de dólares que servirá para aceitar las relaciones entre ambos regímenes.
Contra dos bloques reaccionarios, una oposición obrera
Este devenir de los acontecimientos deja planteada a las claras la naturaleza de los bloques que se disputan Bielorrusia. La clase obrera debe advertir que en el momento en el que los trabajadores estaban protagonizando la rebelión, las medidas de la UE se limitaron a formalidades diplomáticas y económicas que no desestabilizaron al régimen y vuelven a la carga ahora que pasó el punto álgido, por el momento, de la intervención popular. No quieren que se de una derrota del gobierno a manos de un movimiento obrero y popular, sino que buscan una transición en sus términos. Putin, por su parte, pretende anudar el destino del país al servicio de una clique y una aristocracia restauracionista que busca sostenerse mediante métodos policiales. Una renovada intervención obrera en la crisis debe darse bajo el norte de la independencia política.
Leandro Morgan
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