En medio de una jornada que ha sido bautizada con el nombre de “Black Day” -en alusión a las privatistas y anti campesinas leyes del primer ministro indio Narendra Modi-, miles de campesinos indios han protagonizado este miércoles 26 de abril una nueva ola de acciones de lucha contra el gobierno nacional, en coincidencia con los primeros seis meses de rebelión. Así, los agricultores han recordado de manera práctica el inicio de su gesta, que se dio al compás de un paro general que involucró a cerca de 250 millones de personas y unió a agricultores y obreros en un rechazo al paquete de reformas anti populares de Modi.
El accionar campesino ha desquiciado al gobierno y a la clase capitalista en su conjunto; la maquinaria estatal toda ha venido siendo utilizada para desactivar, o al menos alivianar, la algidez del proceso de lucha en curso; sin embargo, esta iniciativa, desarrollada con métodos en extremo reaccionarios –militarización de la vía pública, represión violenta, intervención de la Corte Suprema, entre otras- ha fracasado estrepitosamente.
Los agricultores rechazan la introducción de los pulpos del agronegocio en el mercado de cosechas campesinas, lo que conduciría a la fijación de precios por parte de estos, eliminando de hecho el precio sostén que el Estado garantiza a los agricultores; dicha ley fue suspendida temporalmente por la Corte Suprema como producto de la lucha. El gobierno, hasta el momento, permanece negado a derogar el paquete ajustador y se encuentra apostando a un desgaste, sin privarse incluso de llevar a cabo una intensa campaña difamatoria en la cual acusa a los campesinos de ser un factor de agudizamiento de la catástrofe sanitaria que impera en el país.
La medida de lucha última, convocada por el Samyukt Kisan Morcha (SKM), un organismo que nuclea a alrededor de 40 organizaciones campesinas, concentró su mayor fuerza en los estados de Punjab, Haryana, Uttar Pradesh y Rajasthan. Ha contado con la participación, asimismo, del Sindicato de Servicios Técnicos, de la Federación de Empleados del PSEB (ingenieros eléctricos) y de trabajadores abogados (The Tribune, 27/5). En varios lugares del país los manifestantes izaron banderas negras y quemaron efigies de elementos pertenecientes al Bharatiya Janata Party (BJP), el partido de gobierno. Fiel a su reaccionarismo, Modi desplegó a sus tropas policiales, lo que terminó con choques entre las fuerzas sociales en algunos puntos de convocatoria. Los campesinos han exigido al gobierno que reabra las conversaciones entre ambas partes, paralizadas desde enero, de lo contrario intensificarán las protestas; como se ve, a pesar del grave cuadro pandémico en el que la clique gobernante ha sumergido al país, la lucha campesina no cesa.
El marasmo social y sanitario reinante ha afectado de forma muy aguda a las zonas rurales, cuyo territorio alberga a casi dos tercios de los 1.370 millones de habitantes del país, en las que las instalaciones de atención médica están sumamente deterioradas o no existen. El sistema de salud en estas regiones se caracteriza por la falta crónica de personal –y la súper explotación laboral-, la carencia, en muchos casos, de suministro eléctrico o agua, y una cantidad famélica de camas –en el distrito rural de Normada, por ejemplo, para una población de casi 600.000 habitantes hasta principios de abril existía únicamente un hospital Covid-19 con 100 camas.
Las tasas de inoculación, por otra parte, son harto bajas, hasta el lunes solo el 11,1 por ciento de la población total ha recibido la primera dosis de la vacuna. Al 14 de mayo, la mitad de las dosis se habían suministrado, a comparación de los distritos urbanos, en áreas semi-rurales, y apenas un tercio en áreas rurales.
La clase obrera, en escena
Modi ha llevado a las masas a padecer penurias mayúsculas; cientos de campesinos se han suicidado o se encuentran endeudados con prestamistas usureros, y la tasa de desempleo está en el pico más alto después de cuatro meses, con más de siete millones de puestos de trabajo perdidos solo en el mes de abril. Estamos ante un gobierno ferozmente anti obrero y pro imperialista, que en vez de orientar los recursos del fisco en función de los intereses de las mayorías populares, ha avanzado en una política de rescate de la industria y de la banca –reforma laboral, inflación, recortes salariales, entre muchos otros- y ha venido reforzando el carácter pretoriano del Estado, no solo para proteger su frente interno y derrotar a las masas, sino también para posicionarse mejor en el marco de las crecientes tensiones y choques bélicos que tienen lugar en la región, especialmente con China.
Frente a la catástrofe sanitaria, se han desenvuelto recientemente diversas luchas obreras, fundamentalmente contra el aperturismo económico y el ataque de las patronales. En el sureño estado de Tamil Nadu, los trabajadores de Hyundai Motors conquistaron el parate de una producción no esencial que dejó sin vida a diez obreros producto del coronavirus. Por otro lado, en la misma región, los trabajadores de MRF Tires LTD (manufactura) han ido a la huelga por el cierre inmediato de las plantas luego de que ocurriera lo mismo. Más de 300 obreros de Caparo India (autopartista) siguieron de igual forma esa hoja de ruta. Miles de trabajadores de la salud precarizados, en el estado de Karnataka, fueron a la lucha contra la falta de equipos de protección personal (EPP) y por el pago de salarios adeudados.
Sin embargo, las principales centrales sindicales mantienen aisladas las luchas y en los hechos tributan políticamente al Partido del Congreso (CNI), la fuerza histórica del nacionalismo burgués indio, bloqueando la posibilidad de una medida de conjunto, hacia la huelga general.
Los campesinos han demostrado una valentía inusitada. Su unión con la combativa clase obrera india puede derrotar el ajuste de Modi.
Nazareno Kotzev
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