En las últimas 24 horas tuvo lugar en Londres un fenómeno financiero bien conocido en Argentina: una corrida con la deuda pública británica y la inminencia de un colapso generalizado en la Bolsa de Londres. Como un Massa del tercer mundo, el Banco de Inglaterra salió al rescate de los acreedores del Tesoro británico por medio de un plan de compra de deuda británica de 65 mil millones de libras, escalonado en quince días. Como las deudas públicas en general son adquiridas mediante créditos garantizados por esos mismos títulos, el colapso en el valor de estos habría desatado un reclamo de mayores garantías para compensar la desvalorización de las existentes. Numerosos bancos y financieras habrían caído en una bancarrota y, destacadamente, los fondos de pensión basados en cuentas personales, que se encuentran invertidos en títulos del estado o bonos hipotecarios. Hace varias semanas que los columnistas más destacados de la prensa británica venían advirtiendo que el Tesoro enfrentaba un default, y muchos anunciaron un inevitable rescate del Fondo Monetario Internacional.
El detonante de este colapso fue la muy anunciada decisión de la nueva primera ministra, Liz Truss, de reducir en forma drástica el impuesto a las ganancias de las empresas, con el pretexto de que favorecería la reactivación de la economía. El agujero fiscal consiguiente sería cubierto por un renovado aumento de la deuda pública. La consistencia fiscal de los estados europeos se encuentra muy afectada por la suba del precio de la energía, como consecuencia de las sanciones aplicadas a Rusia, el principal proveedor de gas y petróleo. El gobierno británico estableció un tope, por supuesto que muy elevado, al aumento de tarifas y de alquileres, como lo han hecho otros países europeos, pero la diferencia con el precio de mercado la debe suplir con subsidios. Además de un considerable déficit fiscal, Gran Bretaña cuenta también con un déficit de cuenta corriente realmente extraordinario, que es la suma del déficit comercial y los pagos de dividendos e intereses a los acreedores extranjeros. Esta brecha enorme es cubierta por el ingreso de capitales financieros, con el resultante abultamiento de su deuda externa. La salida de la Unión Europea, conocida como Brexit, incrementó todos estos desequilibrios económicos. Por último, pero no menos importante, el gobierno incrementó fuertemente los gastos militares para apoyar la guerra de la OTAN. En resumen, la Bolsa de Londres no dudó en votar con la billetera contra el plan de endeudamiento de Liz Trauss, acompañada por Biden, el FMI, la Reserva Federal y los diarios financieros (salvo el trumpista The Telegraph).
La elevación internacional de la deuda pública y del sector no financiero de la economía, creció en forma gigantesca con las operaciones de rescate al capital en la pandemia –algo así como 30 billones de dólares, en Estados Unidos, la UE, Gran Bretaña y Japón. La deuda pública del estado nacional ha llegado, en EEUU, al 130% del PBI (a la que habría que añadir la de los estados y municipios). Se trata de un fuerte aliciente a la suba de las tasas de interés y a la inflación. La disrupción de las cadenas de producción debido a la pandemia y a la guerra comercial entre las principales potencias, alimentó todavía más a una y otra. La guerra imperialista y las sanciones económicas le dieron el toque final. Biden ha comprometido una ayuda militar de un billón de dólares a Ucrania, más allá del apoyo financiero para sostener una economía en guerra y, ulteriormente, los costos de reconstrucción.
La economía internacional no enfrenta solamente una inflación vinculada a emisiones monetarias gigantescas sino por sobre todo a una suba de costos inmensa en la energía y en todas sus derivaciones, por ejemplo fertilizantes. Holanda, debido a estos costos, ha cerrado la industria láctea. Alemania e Italia han nacionalizado las empresas distribuidoras de gas, como consecuencia del aumento de precios causado por las sanciones de guerra. Los accionistas de estos grupos han sido resarcidos y el presupuesto del Estado se ha hecho cargo de las deudas y de los mayores costos de distribución.
En estas condiciones, la Reserva Federal y el Tesoro de Estados Unidos han diseñado una economía de guerra, que recae sobre los trabajadores y sobre las economías capitalistas rivales. Consiste en un aumento agresivo de la tasa de interés, con el pretexto de combatir una inflación que no es, sin embargo, de demanda sino de costos y ofertas. Esto significa, en el límite, una política de destrucción parcial de la industria y un enorme desempleo. El aumento de la tasa norteamericana ha provocado una salida de capitales hacia Estados Unidos, que varios países han tratado de contrarrestar con sus propias subas de tasas. Es obvio, sin embargo, que estos aumentos desvalorizan la deuda pública en circulación, que fue adquirida a tasas muy inferiores. El derrumbe de la deuda británica es una evidencia de ello. De otro lado, encarece el endeudamiento próximo y pone en peligro la sustentabilidad de las deudas públicas. Esto ocurre ya mismo en EEUU, donde el crecimiento de la volatilidad de la deuda ha alejado a los fondos del mercado de deuda pública y creado una crisis de liquidez –el preámbulo de su derrumbe. Hay otro aspecto adicional super importante: el mercado de deuda pública condiciona al mercado hipotecario; las tasas hipotecarias en EEUU se acercan al 8% anual, lo cual implica la pérdida de la vivienda adquirida mediante tasas ajustables. Las tasas de interés a las llamadas empresas ‘zombies’ (que reciclan deuda porque no pueden pagarla), llegó esta semana al 10% anual.
El hundimiento del mercado hipotecario augura, no ya una recesión, sino una depresión económica. Este derrumbe se encuentra en pleno desarrollo en China, a partir de la quiebra de las grandes desarrolladoras. El gobierno chino no puede competir a la suba de tasas porque agravaría la enorme crisis inmobiliaria; en consecuencia debe hacer frente a salidas de capitales que procura frenar mediantes ‘cepos’. La cuestión habitacional ha creado movimientos de masas, que reclaman la devolución del dinero en la compra de vivienda prefinanciada, y desatado una crisis severa en las industrias vinculadas a la construcción. El rápido viraje de la italiana Giorgia Meloni hacia el capital financiero y el Banco Central Europeo, demuestra la colosal dependencia de los bisnietos de Mussolini de la crisis financiera mundial. ¿Alguien observó que la Bolsa de Milán ni se mosqueó por el triunfo de esta mujer que, para la revista The Economist, tendría la intención de voltear a la Unión Europea? El primer saludo a “la Meloni” (como se dice en Italia) provino de Volodomir Zelensky y recíprocamente.
El encarecimiento de la tasa norteamericana es un método de succión de capitales de las naciones capitalistas que le van a la rastra. Una competencia entre tasas de intereses a la suba, lleva por lo menos a una gran recesión. La Reserva Federal ha manifestado la expectativa, en forma reiterada, de que la recesión discipline a la fuerza de trabajo y permita una reconversión hacia una economía de guerra. Por ahora ocurre lo contrario –Estados Unidos y Gran Bretaña encabezan el ranking de huelgas a nivel mundial. De otro lado, pone de relieve el compromiso de llevar la guerra imperialista hasta las últimas consecuencias, o sea hasta Moscú, con la expectativa de que una ‘victoria’ asiente la autoridad política internacional de la OTAN.
La prensa internacional apenas ha levantado el velo de lo que esta guerra a la suba de tasas representa para Japón. Japón tiene la mayor deuda pública del mundo –un 350/400% del PBI. La ha ido reciclando con tasas de interés cercanas a cero. Ahora enfrenta una salida del yen al dólar, que procura detener mediante la venta de sus abundantes reservas. Los operadores de deuda ya han advertido, sin embargo, que este modo de contención no funciona, porque representa incluso un incentivo a una mayor salida de capitales y a una mayor desvalorización del yen. Si, por el contrario, Japón se sube a la guerra de tasas, el edificio de la deuda pública se vendría abajo. La mayor parte de esa deuda se encuentra en manos del Banco de Japón –un caso superlativo del ‘desendeudamiento’ kirchnerista, que utilizaron las cajas del Banco Central, Anses y empresas públicas. Refinanciar deuda a tasas elevadas sería para Japón crear un sistema Leliq y por lo tanto un mecanismo hiperinflacionario. Es probable que, a término, Japón, la tercera economía del mundo, se convierta en la principal víctima de esta crisis.
Todo este escenario catastrófico explica las crisis políticas mayores que atraviesan a Europa, como en las elecciones recientes en Italia y Suecia, y en probable caída antes de las fiestas del gobierno conservador en el Reino Des-Unido, y una victoria laborista. O la derrota de Bolsonaro y la salida del uribismo en Colombia. La globalización se ha derrumbado como un castillo de naipes –esta es la causa estructural de un incremento de la guerra, así como la agonía del capitalismo es la razón histórica de la generación de una crisis de la humanidad, incluida amenazas nucleares. Debajo de la superficie geopolítica, la guerra imperialista es un recurso último del capitalismo en declinación.
Jorge Altamira
29/09/2022
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