Todos los sondeos sobre las elecciones en Italia indican un triunfo de las listas de las derechas, que estarían en condiciones de formar gobierno. Son grupos que, con matices, coinciden en tres aspectos: una propuesta de ofensiva directa contra las masas y sus conquistas, el alineamiento –a regañadientes- con los dictados de la Comisión Europea y la política de reacción contra los movimientos de derechos democráticos (diversidades, migrantes, ecológicos, entre otros) que tienen un peso cada vez mayor en el activismo popular italiano.
La lista que alcanzaría la primera minoría con el 25% de los sufragios es la de Hermanos de Italia (FdI), encabezada por Giorgia Meloni. Se trata de la variante más extremista, que reivindica y procede de la línea política de los partidos fascistas italianos.
Este grupo ha pasado de apoyos reducidos a capitalizar el espacio mayoritario de la derecha italiana. En gran medida, esto se debe a su decisión de rechazar el ingreso a los diferentes gobiernos y coaliciones de los últimos años, lo cual le permite aún jugar la carta contra el sistema. A pesar de las poses, Meloni formó parte del gobierno del expremier Silvio Berlusconi, lo mismo que otros referentes. Hermanos de Italia es un partido de lazos firmes con la burguesía.
Meloni ha hecho uso y abuso de discursos de odio. Su reivindicación de la familia, la religión y la patria enciende las alarmas sobre una oleada de oscurantismo. Aunque aseguró que, de ganar, no quitaría el derecho al aborto, se esperan nuevos limitantes a su aplicación, camino emprendido recientemente por Hungría.
La coalición la completaría La Liga (15%), liderada por Matteo Salvini, y Fuerza Italia (7%), de Silvio Berlusconi. La Liga quedó golpeada tras su participación gubernamental y actúa hoy como la expresión de los nacionalistas conservadores y católicos.
El sistema electoral de la Segunda República, orquestado para favorecer a las mayorías, permitiría que esta coalición se alce con cerca del 70% de los escaños.
Los dictados de Bruselas
Las diferentes voces del imperialismo “democrático” están lejos de poner el grito en el cielo ante la amenaza de un gobierno fascistizante en Italia, la tercera economía de la Unión Europea. Por el contrario, se han dedicado a asegurar que no habrá modificaciones significativas en el régimen político.
Meloni se ha avenido a restringir sus planteos contra la Unión Europea. La mirada que prevalece en el establishment es que gobierne quien gobierne no le quedará más remedio que seguir la ortodoxia marcada por Bruselas.
En última instancia, serán las políticas de Draghi las que seguirán marcando los designios de Italia. De todos modos, la presidenta de la Comisión Europea dejó picando una amenaza velada en caso de que la situación salga de control, que podría derivar en sanciones como las que se aplicaron contra Polonia o Hungría.
El eje del debate pasa por la renegociación de la deuda, que representa el 150% del PBI. Lo que inquieta a los banqueros de Bruselas no es tanto las tibias medidas sociales prometidas, sino la mayor tajada de beneficios fiscales que pretende la burguesía italiana. Es probable que ambos tengan que ceder.
Con respecto a la guerra en Ucrania, también asistimos a una moderación. Salvini y Berlusconi, con fuertes vínculos con Vladimir Putin, han hecho gestos simbólicos por distanciarse. Meloni se declaró en favor de la Otan y de un refuerzo belicista, sosteniendo los lazos con Estados Unidos.
Otras variantes políticas
El Partido Democrático (PD), el Movimiento 5 Estrellas y otras variantes de rescate del régimen están en retroceso. Si la derecha fascistizante puede avanzar es porque la burguesía europeísta “democrática” ha consumado ajustes sin par.
A las elecciones también se presenta Unión Popular (UP), la coalición liderada por el exalcalde de Nápoles Luigi de Magistris, que ha ganado simpatías con algunas medidas sociales y un discurso contra la corrupción. Este espacio está alineado con el francés Jean-Luc Mélenchon y con el Podemos español, entre otros.
Las fuerzas de la izquierda italiana, como el Partido Comunista (PCI) y Refundación Comunista (RC), se han sumado a Unión Popular como salvataje a su propia crisis. También se adhiere Poder al Pueblo, una organización que capitalizó parte del descontento por abajo y se manifestó contra la Otan y la guerra en Ucrania. En ningún caso se presentan delimitaciones con de Magistris ni un programa de reivindicaciones obreras.
Otras formaciones, como el Partido Comunista de los Trabajadores (PCL), no lograron una presentación nacional, aunque existe alguna lista local independiente.
Luciano Arienti
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