A un mes de la detención y muerte de la joven de origen kurdo, Mahsa Amini, bajo custodia de la Policía de la Moral, las movilizaciones continúan en Irán. En los últimos días, además, el clima de protesta se ha contagiado a sectores de la clase obrera.
La rebelión envuelve con especial fuerza al Rojihilat (provincias de Azerbaiyán Occidental, Kurdistán y Kermanshah), la provincia de Sistán y Baluchistán, y la capital Teherán. Los reclamos por justicia para Mahsa se combinan con las críticas al régimen del ayatollah Jamenei.
El gobierno insiste con la tesis de que la joven no fue golpeada por las fuerzas de seguridad y murió como consecuencia de un ataque cardíaco, una versión cuestionada por la familia, que asegura lo contrario. La represión estatal y paraestatal ya ha dejado más de un centenar de muertos.
Ante el temor a una profundización del levantamiento y de la polarización social, algunos sectores, sobre todo del ala reformista del régimen, recomiendan una línea de diálogo y negociaciones.
Además de las mujeres, que rechazan el uso obligatorio del velo islámico y exigen la disolución de la Policía de la Moral, y de los estudiantes, que protagonizan sentadas de protesta, se han sumado ahora sectores obreros con sus propios reclamos.
En el complejo industrial de Asaluyeh (provincia de Bushehr), próximo al Golfo Pérsico, trabajadores petroquímicos contratados empezaron el lunes un paro de actividades. También hay informaciones periodísticas que hablan de bloqueos a ese centro y de un cese de tareas en la refinería de Abadán, iniciado el martes en la sureña provincia de Khuzestán.
Los trabajadores iraníes sufren la precarización laboral y una creciente inflación que licúa los salarios. En agosto de 2020, una ola de huelgas sin precedentes desde la revolución de 1979 (con centro en la industria petrolera y petroquímica) reclamó el pago de sueldos atrasados, enfrentó las privatizaciones y los contratos basura.
Las movilizaciones actuales abarcan tanto a franjas populares como a sectores medios e incluso acomodados, descontentos por diversos motivos con el régimen teocrático. La muerte de Mahsa ha actuado como un detonante. En la región kurda, se reaviva el rechazo a la opresión nacional por parte de Teherán. Y el crecimiento de la pobreza y de la inflación ayuda a explicar el malestar entre los más oprimidos. Una bronca que se incrementa ante la desigualdad social. “Mientras que muchos iraníes han tenido que eliminar la carne de su dieta debido a su costo, las concesionarias de autos de lujo no dan abasto”, señala un artículo de The Wall Street Journal (reproducido por La Nación, 6/10).
La Casa Blanca, enfrentada a Irán, trata de sacar provecho de la situación, al igual que otros sectores reaccionarios, como el príncipe heredero Reza Pahleví, descendiente del último sha, quien salió en declaraciones públicas a celebrar la “revolución” en curso (el régimen de los sha, aliado de los Estados Unidos, fue derrocado en 1979). Otra figura de aquel gobierno, la exministra de mujer, Mahnaz Afkhami, acaba de ser entrevistada por el diario La Nación (10/10) y presentada como vocera del feminismo. Son intentos de manipular la lucha en curso en función de los objetivos geopolíticos del imperialismo.
Que lo que menos le preocupa a Washington es la situación de las mujeres lo revela su alianza con Arabia Saudita, donde se las oprime en los mismos términos que en Irán. Además, el bloqueo económico encabezado por Estados Unidos ha tenido consecuencias dramáticas para la población persa, incluyendo, claro, a sus mujeres.
Por todo ello, la clave para llevar a buen puerto la rebelión, que se sostiene a pesar de la encarnizada represión, radica en la independencia política de sus protagonistas.
Gustavo Montenegro
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