Albareda, militante de HIJOS, quedó detenido el pasado jueves, acusado de haber matado a su madre, Susana Montoya. Ella tenía 74 años y fue hallada sin vida el viernes en su casa. La puerta no estaba forzada y había pintadas de inscripciones amenazantes con lápiz labial. Era la segunda vez desde diciembre que aparecían esos carteles intimidantes en un caso que activó las alarmas de las organizaciones defensoras de derechos humanos.
Según el comunicado del fiscal Klinger, Albareda fue detenido e imputado por contar con “motivos bastantes para sospechar de su participación en el crimen” (La Voz 9/8). Se refiere a un informe técnico del Área de Grafocrítica de Policía Judicial que indicó que las amenazas escritas y aquellas denunciadas en diciembre de 2023 “presentan grafocinetismos afines” con la escritura de Albareda (ídem). En el domicilio de Montoya encontraron casquillos de bala, signos nazis y carteles amenazantes. En principio, se descartó la hipótesis del robo porque la puerta no había sido forzada y en una de las paredes aparecía la intimidación: “Los vamos a matar a todos. Ahora vamos por tus hijos”.
Por fuera de la causa, se conocen otros detalles. Luego del secuestro y asesinato de Ricardo Albareda (padre de Frenando), Susana Montoya tuvo otra pareja, un comisario que habría participado de la detención de su marido, y decidió no criar a su hijo Fernando, que por ese motivo pasó su niñez de albergue en albergue. Publicaciones de Fernando dan cuenta de un vínculo roto, de reclamos reiterados a su madre y a su medio hermano. Más recientemente, sus redes sociales daban cuenta de un vínculo reconstruido. La relación siempre había sido conflictiva. Durante la pandemia padeció un brote psicótico y amenazó con suicidarse.
El asesinato de Susana Montoya se encuentra bajo proceso de investigación; el "motor" de un eventual "matricidio" debe ser probado, pero el caso y los testimonios que giran a su alrededor reflejan aristas de un drama social e individual, en una familia víctima de la represión estatal durante y posterior a la última dictadura. El crimen se produce en un contexto en el que los secuestros, torturas y violaciones, asesinatos, apropiaciones, cometidas por los genocidas del golpe de estado de 1976 son puestas en cuestión por parte de diputados del bloque de La Libertad Avanza. La visita al penal de Ezeiza y la conspiración de los propios genocidas condenados con Astiz a la cabeza para ser indultados, pero además para que los cientos de responsables políticos y sobre todo económicos, el andamiaje de un régimen político que avaló el terrorismo de estado, permanezca impune.
No faltarán los que quieran utilizar el giro de la causa para defender una política de fascistización y un estado policial, tal y como busca implementar el gobierno liberticida de Javier Milei, con la destrucción definitiva de libertades democráticas conquistadas por los trabajadores en Argentina. Para ello necesita derrotar definitiva y políticamente a los trabajadores. Este cuadro enciende las alarmas y la reserva humana de una sociedad que no está dispuesta a perderlas.
El caso de Ricardo Albareda
El padre de Fernando, Ricardo Albareda, había sido miembro del aparato de inteligencia del ERP en los '70, a su vez, subcomisario de la policía de Córdoba. Se había recibido de Ingeniero en Comunicaciones en la Universidad Nacional de Córdoba, Ricardo priorizó su compromiso militante sobre su carrera policial, durante la dictadura desvió operativos de la policía y advirtió sobre allanamientos programados, para salvar decenas de vidas. “El 26 de septiembre de 1979 una patota del D2 cordobés se lo llevó al CCD “Casa de Hidráulica”, frente al lago San Roque donde lo asesinaron, según confesó ante los jueces, el 28 de octubre de 2009, el expolicía Ramón Calderón (Página 12 9/8). Según su testimonio, los policías Hugo Cayetano Britos y Américo Pedro Romano llegaron con Albareda, uniformado y esposado, lo ataron a una silla con alambres, lo golpearon salvajemente, le cortaron los testículos con una navaja, se los introdujeron en la boca y se la cosieron. Ocultaron los gritos de la victima con música y mientras Albareda se desangraba, los comisarios comieron un asado, luego cargaron el cuerpo en una camioneta y ordenaron a Calderón, limpiar la sangre con lavandina”. Parte de testimonio del expolicía Ramón Calderón ante la justicia.
Violeta Gil
10/08/2024
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