Vladimir Putin ha denunciado la incursión como una acción de “terrorismo” y como una “provocación”. Se ha abstenido de calificarla como una invasión, porque lo comprometería a declarar una movilización general, y mucho menos como una “amenaza existencial” que lo obligaría, según advirtió reiteradamente, al despliegue de armamento nuclear. Este sería, precisamente, uno de los objetivos de la incursión-invasión organizada por la OTAN, que supone que una convocatoria a las armas en Rusia desataría el descontento popular y un crisis política en la cúpula de las Fuerzas Armadas y en el Kremlin. La OTAN ha evitado confiscar los cuantiosos capitales que la oligarquía rusa tiene congelados en el extranjero, como un incentivo para que colabore en el derrocamiento de Putin. El Kremlin atraviesa una crisis interna de incierta profundidad, como lo demuestra el reemplazo de un general en el ministerio de Defensa por un economista de derecha, Andrei Belousov, hace medio año, y el encargo ahora a su exguardaespaldas y funcionario de Seguridad, Alexei Diumin, para que supervise el desalojo de los invasores del territorio de Rusia. Otra ala del gobierno, por ejemplo el expresidente Dimitri Medvedev, se declaró recientemente a favor del uso de armas nucleares para expulsar a los invasores. Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, al denunciar el apostamiento de 120.000 soldados ucranianos en la frontera con su país, admitió que no vacilaría el pulsar el botón nuclear en caso de sufrir una invasión. Tiempo atrás, Putin había transferido a Bielorrusia parte del arsenal atómico de Moscú. Todo esto destaca el extremo al que ha llegado la posición de Putin como árbitro del régimen político, en una guerra que lo ha tenido como responsable en su desencadenamiento. De acuerdo a lo que informan los medios de Rusia, Putin considera que la situación es “manejable”, sin clarificar si se apresta a alguna negociación. En todo caso, no cuenta con el apoyo de sus aliados internacionales, que hasta ahora han evitado cualquier pronunciamiento. Putin no ha invocado el Tratado de Seguridad Colectiva que reúne a Rusia con Bielorrusia y los países turcomanos de Asia Central.
Es indudable que el propósito principal de la ocupación del territorio de Rusia, por parte de Ucrania, es forzar a una transferencia de tropas de Rusia que avanzan en la región del Donbass, hacia la región invadida por Ucrania. Ucrania y la OTAN enfrentan la inminencia del derrumbe del frente en el Donbass y la ocupación de toda la región y, más allá, la ciudad de Odessa y toda la costa del Mar Negro por parte de Rusia. El ataque contra Rusia responde a una apremiante necesidad defensiva. Entre uno y otro frente -el Donbass, en Ucrania, y Kursk, en Rusia- se libra una carrera contra el tiempo. Putin ha rechazado por completo efectuar esa transferencia, mientras sus tropas avanzan en la ocupación de un nudo logístico como la ciudad de Pokrovsk, que le abriría una ruta hacia otros territorios de Ucrania. Otro propósito de la llamada incursión es imponer una negociación que ya ha sido esbozada, para que Rusia cese el bombardeo a la infraestructura eléctrica de Ucrania, que dejaría sin energía y sin calefacción a Ucrania en el próximo invierno. Viabilizar este canje es la finalidad de la toma de los centros de gas, refinerías y nucleares en la región de Kursk.
La incursión ucraniana es instrumental en un conjunto de negociaciones que acompañan a la guerra. Ha quedado cuestionada la reivindicación de Putin de consagrar la realidad militar en el terreno para justificar su propósito de anexar el Donbass, que ahora es contrariada por la ocupación territorial de la frontera sur de Rusia, por parte de Ucrania. Se ha derrumbado toda la política de Putin y sus defensores políticos que hacen de la anexión territorial una protección de la soberanía nacional. La OTAN, por su lado, debería hacer una inversión monumental para consolidar una cabeza de puente en Rusia con todo lo que implica en cadenas de suministro, renovación de tropas, movilización de misiles de largo alcance y una incontenible cyber actividad e Inteligencia. El desmembramiento de Rusia, en caso de derrota militar, como fantasean los "teóricos” de la OTAN, desataría de inmediato una guerra mundial entre las potencias imperialistas por el reparto de su territorio y en especial de China, que no dejaría de intervenir antes de ese resultado. Llevaría incluso a una guerra entre Polonia y Ucrania por la primacía en los despojos. La guerra imperialista mundial sigue buscando los caminos militares y políticos de su propio desarrollo.
Tomada en su conjunto, la guerra en Ucrania ha dejado especialmente a la luz el retroceso del imperialismo mundial. Escala la guerra a Rusia, tentativamente, para intentar rescatar al régimen de Zelensky, que enfrenta el derrumbe de su frente militar oriental y penurias terribles para después del verano. La guerra ha acentuado la decadencia de Europa y la crisis política en el interior de la Unión Europea. El Reino Unido, en una debacle imparable, procura ponerse a la vanguardia de la guerra con el propósito de participar en los beneficios de la militarización industrial. Zelensky, cuyas ambiciones van desde crear una zona tapón en la frontera con Rusia a recoger los despojos de un derrumbe del putinismo, enfrenta más cerca en el tiempo su propia caída. La guerra de la OTAN, que ahora ya no puede ser separada de la guerra general que impulsa junto al sionismo en el Medio Oriente, ha mostrado enormes fracturas políticas en todas las naciones imperialistas. Una escalada estratégica de la guerra plantea una guerra de clase contra el proletariado y la fascistización de los regímenes políticos. Para la clase obrera internacional, la lucha contra la guerra es una lucha por la revolución socialista internacional.
Jorge Altamira
21/08/2024
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