Bárbara Areal
El movimiento antiimperialista renace
Tal y como Lenin había explicado en su texto El imperialismo, fase superior del capitalismo, a pesar de que en 1916 el mundo ya había sido repartido, ese hecho de ningún modo garantizaría la paz y el equilibrio mundial. Más tarde o más temprano, se desatarían luchas sangrientas por nuevos repartos.
Las ambiciones de un dominio militar directo sobre China por parte de Japón, no fueron abandonadas tras el fracaso cosechado durante la Primera Guerra Mundial y a finales de los años veinte el imperialismo nipón volvió a la carga con el llamado "plan Tanaka".
La maquinaria militar japonesa se había puesto en marcha en septiembre de 1931 para establecer su dominio de Oriente. Entre 1927 y 1945 se desarrolló una durísima y abierta pugna entre el imperialismo norteamericano y el japonés por el control de China, lo que supuso una etapa de redoblado sufrimiento para las masas chinas. Los monopolios japoneses ya no se conformaban con la mano de obra semiesclava de sus hilanderías de Shangai o las minas de Manchuria, querían transformar China en una fuente segura de materias primas y alimentos con los que para frente a unos planes expansionistas condicionados por el déficit minero y alimenticio de su archipiélago. Muchos notables chinos vieron en las "bayonetas japonesas" un buen instrumento para reprimir a sus compatriotas pobres, convirtiéndose de hecho en colaboracionistas. Por su parte, los sectores decisivos del Kuomintang estaban estrechamente vinculados a los intereses estadounidenses. En cualquier caso, el conjunto de los explotadores chinos seguían siendo títeres del imperialismo, la única diferencia era a qué potencia rendían pleitesía.
La penetración militar japonesa se inició en Manchuria, territorio clave por su riqueza minera y agrícola. Chiang, ocupado en sus campañas de exterminio comunista, ordenó a su general en la zona, Chuan Hsue-liang, que se retirara. Haber iniciado una confrontación con Japón hubiera significado no sólo abandonar la represión anticomunista, sino iniciar una guerra de liberación nacional que hubiera puesto sobre la mesa la necesidad de un frente único nacional. Los generales del Kuomintang, por regla general, prefirieron siempre una rendición deshonrosa o un mal acuerdo ante los japoneses, que combatir al lado de los comunistas. Temían que una resistencia consecuente alentara una lucha de masas que desembocara, como antaño, en una lucha revolucionaria contra la burguesía, los terratenientes y sus aliados imperialistas.
Chiang se limitó a pedir el amparo de la Sociedad de Naciones, que, como era de prever, se limitó a una condena que careció de cualquier trascendencia práctica. Los capitalistas estadounidenses, si bien oficialmente formaban parte de un país opuesto a la invasión, no sufrieron ningún conflicto moral por lucrarse con la venta de sus mercancías a los invasores. Japón constituyó un Estado títere en Manchuria, Manchukuo, al frente del cual situó al último emperador de la dinastía manchú.
Un sector de la intelectualidad y el movimiento estudiantil se indignó con la abierta traición del Kuomintang. El movimiento antiimperialista en las ciudades empezaba a resurgir. Esta dinámica llevó, pasado un tiempo, al cuestionamiento de la represión anticomunista. Los habitantes de las ciudades no entendían que las fuerzas militares nacionales se utilizarán para aplastar a compatriotas mientras los invasores extranjeros esclavizaban zonas cada vez más extensas del territorio chino. Este proceso fue alimentado además con la resuelta oposición al invasor de las bases rojas de Mao. El Kuomintang, atemorizado por este cuestionamiento, y con su máxima dirección favorablemente impactada por los métodos represivos del fascismo alemán, respondió con mano dura al movimiento estudiantil.
Mientras tanto, las tropas japonesas intentaban tomar el control de Shangai, sometiendo la ciudad a un bombardeo salvaje. En estas circunstancias, algunos mandos de la XIX división del Kuomintang destacada en la zona, intentaron hacer frente al invasor, pero finalmente se impuso como prioritaria la represión anticomunista, y las tropas fueron trasladadas a la zona de Fukien. Los japoneses accedieron así a una cabeza de puente en el corazón de China. En una línea totalmente opuesta, tras el ataque a Shangai el PCCh declaró la guerra a Japón en todas las zonas rojas.
La defensa de sus intereses de clase por encima de la salvaguarda de la soberanía nacional que practicaba la burguesía china, se reflejó con toda crudeza en los acuerdos firmados por el Kuomintang con las autoridades japonesas. Reconocieron la ocupación de Manchuria y Jehol y desmilitarizaron parte del la zona de Hopeh, clave por estar situada cerca de Pekín. Para Chiang y los notables de la China centro-meridional era una prioridad indiscutible lanzar la quinta "campaña de aniquilamiento" contra el movimiento comunista. Esta monstruosa política alimentaba la oposición al régimen chino. La XIX división trasladada a Fukien para tareas de represión interna a costa de desproteger Shangai, se declaró en rebeldía y, desobedeciendo las órdenes del estado mayor, reanudó la resistencia antijaponesa en el otoño de 1933. Chiang no logró sofocar esta rebelión hasta la primavera de 1934.
Los japoneses siguieron avanzando, imponiendo la firma de dos nuevos acuerdos de rendición en 1935. El primero supuso la desmilitarización unilateral por parte de China de toda la provincia de Hopeh y la provincia de Chahar y, el segundo, comprometió a las autoridades chinas a sofocar cualquier movimiento antijaponés. A la vez hubo numerosos contactos promocionados por diplomáticos alemanes y japoneses destinados a conseguir un acuerdo antisoviético con el régimen de Nankín.
El golpe de Sian
Esta política de rendición sistemática ante el invasor, aumentaba día a día las simpatías de sectores cada vez más amplios de la intelectualidad y el movimiento estudiantil hacia los comunistas, si bien existían dos alas claramente diferenciadas. Una que aceptaba la colaboración con los comunistas como un mal menor o un paso obligado para acabar con las calamidades del régimen de Chiang y, otra, que estaba empezando a buscar una referencia revolucionaria.
Uno de los más importantes representantes de este último sector fue el reconocido artista Lu Hsun, traductor de Lunacharsky y Gorki, aunque nunca llegó a afiliarse al PCCh. En la primavera de 1930 fundó con otros 50 escritores la Liga de Escritores de Izquierda, a la que se unieron organizaciones culturales del arte, el cine y el teatro. El programa de la Liga denunciaba tanto la opresión social interna como la explotación imperialista. Chiang, consciente de que una parte de la intelectualidad empezaba a reflejar en su producción cultural una crítica profunda de su régimen, endureció la represión cultural. A partir de 1934 lanzó una campaña por el regreso al confucionismo, es decir, la vuelta al conservadurismo moral y cultural de los nobles. Hubo también raptos, torturas y asesinatos al mejor estilo fascista.
Entre octubre y noviembre de 1935 los japoneses habían conseguido establecer en Jopei, cerca de Pekín, un régimen autónomo compuesto por grupos de notables colaboracionistas . La respuesta del movimiento estudiantil no se hizo esperar: el 1 de noviembre once asociaciones estudiantiles enviaron al congreso del Kuomintang un manifiesto en defensa de la libertad civil y una política decidida de resistencia frente al Japón. El 9 de diciembre hubo una manifestación en Pekín con varios millares de estudiantes. La habitual respuesta represiva del régimen, consiguió el efecto contrario al pretendido. La situación de aislamiento del PCCh en las ciudades, empezó a romperse a través de la intervención entre los jóvenes estudiantes.
A pesar de todo, el régimen chino seguía insistiendo en la represión anticomunista, hasta el punto de enviar tropas para impedir el paso de los guerrilleros cuando éstos se dirigían a enfrentarse con los japoneses en la China septentrional y en Mongolia interior en la primavera de 1936. La táctica de Chiang contaba con que el inevitable enfrentamiento entre EEUU y Japón, permitiría, antes o después, liberar a China de la ocupación japonesa, quedando, eso sí, bajo la tutela estadounidense. De esta forma se libraría del invasor japonés sin necesidad de una amplia movilización social que podía traer aparejada un ascenso revolucionario.
La situación se hacía cada día más insostenible, extendiendose la insatisfacción por esta política entreguista a sectores del propio ejército. En octubre, cuando Chiang se dirigía a Sian para convencer al general Chang Hsue-liang de la prioridad de la represión interna frente a la lucha contra la ocupación, se produjo una rebelión. Dicho general con el apoyo del señor de la guerra Yang Ju-cheng, era partidario de acabar con la represión y establecer una alianza antiimperialista con la URSS. En la noche del 12 de diciembre, se amotinaron las tropas, intentando arrestar a Chiang para juzgarlo por su traición a la patria. Este consiguió huir descalzo y en pijama, pero rápidamente fue capturado. Los dirigentes de las tropas en rebeldía, en colaboración con los militaristas locales, exigieron un gobierno de coalición que incluyera al PCCh. La base de tropa reclamaba además la ejecución de Chiang. Si bien no hay pruebas documentadas, varios dirigentes comunistas afirman que en esos momentos llegó un mensaje urgente de Stalin a favor de la liberación de Chiang y la formación del frente popular chino, amenazando en caso contrario al PCCh con la ruptura de relaciones con la URSS. Lo cierto es que los acontecimientos que se desarrollaron con posterioridad, dan credibilidad a dicha afirmación.
A pesar de la postración en que Chiang se encontraba en ese momento, se abrieron negociaciones con el PCCh, que se desarrollaron entre el 17 y el 24 de diciembre de 1936. En nombre del PCCh participaron Chou En-lai, Yeh Chien-ying y Po Ku. Finalmente, Chiang fue liberado sin proceso ni condena, con el mero compromiso de renunciar a la represión interna y emprender la resistencia contra el invasor japonés. Distinta suerte corrió el general que encabezó la rebelión contra Chiang. Chang Hsue-liang fue arrestado y el señor de la guerra Yang Ju-cheng condenado.
En el transcurso de las negociaciones para establecer un Frente Popular chino, el PCCh realizó grandes concesiones a cambio de poco o más bien nada. No se creó ningún organismo que pudiera recibir la consideración de gobierno de coalición y los presos políticos liberados debieron comprometerse a renunciar a sus ideales. En pago, los dirigentes comunistas se comprometieron a cambiar el nombre de República Soviética que ostentaban las zonas rojas por el de Región Autónoma, y el de Ejército Rojo por el de VIII ejército. Los comunistas también aceptaron el régimen del Kuomintang como gobierno oficial de China y la colaboración militar con las tropas oficiales en la lucha contra los japoneses. La política frentepopulista de Stalin se aplicaba a la perfección en China. Mao, de haberlo deseado, contaba con la independencia necesaria para oponerse a las directrices que llegaban de Moscú. Si no lo hizo fue porque su posición coincidía plenamente con la política de colaboración de clases propuesta por Stalin a través de los Frentes Populares.
la política frentepopulista de Mao
El cambio de nombres no era más que el reflejo del profundo giro a la derecha que se había producido entre los dirigentes comunistas chinos meses antes. En diciembre de 1935 se había celebrado en Wayaopao, localidad situada en la base de Shensí, una reunión con los miembros del comité central presentes en la zona para discutir la táctica del frente único contra la invasión japonesa. En dicha reunión, Mao hizo una encendida defensa de la alianza con los sectores de la burguesía nacional que se oponían a la invasión japonesa. Semejante coalición se basaría en la contención de la lucha de clases. "La burguesía nacional presenta un problema complejo", afirmaba Mao, "Esta clase participó en la revolución de 1924-1927, pero luego, aterrorizada por las llamas de la revolución, se pasó a la pandilla de Chiang Kai-shek, enemigo del pueblo. La cuestión reside en si hay posibilidad de que, en las circunstancias actuales, esta clase sufra un cambio. Creemos que sí (…) Una de las principales características políticas y económicas de un país semicolonial es la debilidad de su burguesía nacional. Precisamente por esa causa, el imperialismo se atreve a abusar de ella, y esto determina uno de los rasgos de la burguesía nacional: no le gusta el imperialismo"54. Mao repetía el viejo discurso estalinista sobre la existencia de un sector de la burguesía nacional progresista. Con este análisis, Mao obviaba todas las lecciones de la derrota de la revolución de 1925-27. No obstante, no se trataba de una iniciativa personal de Mao o la política nacional del PCCh, sino la aplicación en China del programa de la IC estalinizada para todos los países a mediados de los años treinta: el frente popular. En esta ocasión además, el pacto con la burguesía no se limitaba a los países atrasados sometidos al yugo imperialista, sino al conjunto de Europa amenazada por el ascenso del fascismo. Semejante política causó estragos no solamente China. También malogró el heroico levantamiento del proletariado español contra el fascismo.
Inevitablemente, un pacto con la burguesía nacional china llevaba acompañado una renuncia en el programa del Partido Comunista Chino. Puestos a elegir, Mao optó por rebajar el programa. "Hay también un choque de intereses entre la clase obrera y la burguesía nacional (…) En el período de la revolución democrático-burguesa, la república popular no abolirá la propiedad privada que no sea imperialista o feudal y, en lugar de confiscar las empresas industriales y comerciales de la burguesía nacional, estimulará su desarrollo. Protegeremos a todo capitalista nacional que no respalde a los imperialistas ni a los vendepatrias chinos. En la etapa de la revolución democrática, la lucha entre trabajadores y capitalistas debe tener sus límites (…) Queda así claro que la república popular representará los intereses de todas las capas del pueblo, que se oponen al imperialismo y a las fuerzas feudales"55. El programa agrario también sufrió modificaciones en aras de atenuar la lucha contra los terratenientes: "En cuanto al Partido Comunista, ha estado siempre, en cada período, al lado de las grandes masas populares contra el imperialismo y el feudalismo; sin embargo, en el presente período, el de la resistencia antijaponesa, ha adoptado una política de moderación respecto al Kuomintang y a las fuerzas feudales del país, porque el Kuomintang se ha manifestado a favor de la resistencia al Japón"56.
Este nuevo giro era difícil de asumir por la militancia comunista. No se trataba sólo de la experiencia de la segunda revolución china, ahogada en sangre por el Kuomintang, sino de las cinco "campañas de aniquilamiento" que se habían sucedido desde entonces. En los escritos de Mao quedaron reflejadas estas reticencias de la militancia: "¿Por qué esos camaradas hacen una apreciación tan inadecuada? Porque, al examinar la actual situación no parten de lo fundamental, sino de un cierto número de fenómenos parciales y transitorios, el proceso de Suchou57, la represión de huelgas, el traslado al Este del Ejército del Nordeste, la partida del general Yang Ju-cheng al extranjero, etc., y de este modo forman un cuadro sombrío. Decimos que el Kuomintang ha comenzado a cambiar, pero al mismo tiempo afirmamos que aún no ha efectuado un cambio completo. Es inconcebible que la política reaccionaria seguida por el Kuomintang en los últimos diez años pueda cambiar radicalmente sin nuevos esfuerzos, sin más y mayores esfuerzos de nuestra parte y del pueblo. No pocas personas, que se proclaman hombres de ‘izquierda’ que solían condenar violentamente al Kuomintang y en los momentos del Incidente de Sían abogaban por dar muerte a Chiang Kai-shek y por ‘forzar el paso de Tungkuan’, se asombran de que, apenas establecida la paz, se produzcan acontecimientos como el proceso de Suchou, y preguntan: ‘¿Por qué Chiang Kai-shek aún hace estas cosas?’ Esas personas deben comprender que ni los comunistas, ni Chiang Kai-shek son seres sobrenaturales, ni individuos aislados, sino miembros de un partido y elementos de una clase"58.
Es difícil encontrar una forma más indecorosa y desleal de ocultar los crímenes del Kuomintang y la burguesía "nacional" china, para justificar las nuevas órdenes de Moscú a favor de la política frentepopulista.
En los aspectos esenciales, no existía ninguna diferencia entre el programa de Stalin y el de Mao: "La transformación de la revolución se efectuará en el futuro. La revolución democrática se transformará indefectiblemente en una revolución socialista. ¿Cuándo se producirá esta transformación? Eso depende de la presencia de las condiciones necesarias y puede requerir un tiempo bastante largo. (…)Es erróneo dudar de este punto y querer que la transformación se efectúe dentro de poco, como lo hicieron en el pasado algunos camaradas que sostenían que esta transformación comenzaría el mismo día en que la revolución democrática empezase a triunfar en las provincias importantes. Creían tal cosa porque no lograban ver qué tipo de país es China política y económicamente, porque no comprendían que, en comparación con Rusia, China encontrará más dificultades y necesitará más tiempo y esfuerzos para dar cima a su revolución democrática en los terrenos político y económico"59.
La perspectiva del PCCh era una revolución democrático burguesa clásica. Mao consideraba necesaria una etapa antes de desbancar del poder a la burguesía: un régimen burgués que permitiera el desarrollo del capitalismo hasta alcanzar la madurez necesaria para ser transformado. Ni más ni menos que la postura de los mencheviques durante la revolución rusa de 1917, que fue combatida frontalmente por Lenin.
Mao, siguiendo la estela de sus homólogos de los Partidos Comunistas del resto del mundo, se prodigó en inflamadas alabanzas a Stalin: "Este 21 de diciembre, el camarada Stalin cumplirá sesenta años (…) Felicitar a Stalin significa apoyarlo, apoyar su causa, la victoria del socialismo y el rumbo que él señala a la humanidad, significa apoyar a un amigo querido. Pues hoy la gran mayoría de la humanidad está sufriendo y sólo puede liberarse de sus sufrimientos siguiendo el rumbo señalado por Stalin y contando con su ayuda (…) El amor y el respeto del pueblo chino por Stalin y su amistad hacia la Unión Soviética son profundamente sinceros; toda tentativa de sembrar discordias, toda mentira o calumnia serán en vano"60.
Por otra parte, no ocultaba una notoria hostilidad hacia Trotsky y la OPI: "Resulta perfectamente evidente que, en la etapa actual, la revolución china sigue siendo, por su naturaleza, una revolución democrático-burguesa, y no es una revolución proletaria socialista. Sólo los contrarrevolucionarios trotskistas cometen el disparate de afirmar que ya se ha consumado la revolución democrático-burguesa en China y que cualquier revolución posterior no puede ser sino socialista. (…) La revolución agraria que se desarrolla bajo nuestra dirección desde 1927 hasta hoy es también una revolución democrático-burguesa, porque está dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no contra el capitalismo. Nuestra revolución mantendrá este carácter por un tiempo bastante largo"61.
La postura de la Oposición de Izquierdas
La agresión japonesa, iniciada en 1931, asumió un carácter sistemático y devastador a partir del verano de 1937. Con ello, se pusieron las bases para una guerra de liberación nacional a una escala cada vez más amplia.
En torno a la posición a adoptar en la guerra chino-japonesa, se abrió una agria polémica dentro de la OPI. Trotsky determinó en primer lugar el contenido de clase del enfrentamiento militar. Explicó cómo el carácter del régimen reaccionario de Chiang Kai-shek no anulaba el hecho de que China era la víctima de una agresión colonialista por parte de una potencia invasora. Una victoria de Japón significaría esclavitud para las masas obreras y campesinas y un atraso aún mayor para China, a costa del fortalecimiento del imperialismo japonés. Por el contrario, una victoria china desestabilizaría la sociedad japonesa y liberaría la lucha de clases en el país más poblado del mundo.
Mantener una posición pacifista o de derrotismo revolucionario, equiparando a China con Japón, era lo mismo que confundir una huelga obrera con un cierre patronal. Trotsky se situó firmemente al lado del pueblo chino en su lucha contra el invasor japonés. Desde luego, dicha postura, a diferencia de la mantenida por los dirigentes estalinistas de la IC y por el propio Mao, estaba lejos de albergar la menor esperanza en el régimen del Kuomintang. Trotsky alentaba a sus partidarios a colocarse en primera línea en la guerra por la liberación nacional, desplegando a su vez una enérgica agitación contra la incapacidad de la oligarquía gobernante para ganarla. Llegado el momento, no estaba descartado convertir la guerra contra el invasor en un levantamiento contra el corrupto régimen chino: "Debemos ganar prestigio e influencia en la lucha militar contra la invasión extranjera y en la lucha política contra las debilidades, las deficiencias y la traición internas (…) Es necesario empero, saber cuándo transformar la oposición política en insurrección armada"62.
Esta posición no negaba la posibilidad de acuerdos militares con el Kuomintang, que permitieran coordinar acciones armadas contra el imperialismo japonés, siempre y cuando "al participar en la legítima y progresiva guerra nacional contra la invasión japonesa, las organizaciones obreras mantengan su total independencia política…"63.
Participar en la guerra de liberación nacional era fundamental, puesto que a través de ella las masas chinas despertarían nuevamente a la lucha por la transformación de la sociedad. Pero cuando Trotsky explicaba la necesidad de comprender cuando había llegado el momento de pasar de la oposición a la insurrección armada, no lo hacía en el mismo sentido que Mao, convencido como estaba este último de que la lucha por el socialismo formaba parte de un futuro lejano.
Por el contrario, Trotsky explicaba las debilidades y contradicciones que pesaban sobre el Kuomintang, un régimen de bonapartismo burgués. A diferencia de los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini, coetáneos de Chiang, que contaban con un apoyo entre las masas de la pequeña burguesía y el campesinado, el Kuomintang carecía de base social: los campesinos chinos odiaban a Chiang. Era la dominación de la espada desnuda sobre la sociedad, un dictadura militar que sólo podía mantenerse gracias a la dispersión de sus enemigos, obligada a oscilar entre la presión de los imperialistas y el movimiento revolucionario de las masas.
Por tanto, la situación existente en la China de principio de los cuarenta caracterizada por la extrema dependencia de su burguesía nacional respecto del capital extranjero; la ausencia de tradiciones revolucionarias independientes en el seno de la pequeña burguesía y la simpatía que los obreros y campesinos habían demostrado hacia la bandera roja con la hoz y el martillo, lejos de separar a China de la revolución socialista, la acercaban aún más. Evidentemente, el proletariado y el campesinado chino no contaban con las premisas económicas para una transición automática al socialismo, pero sí con la posibilidad de expulsar del poder a imperialistas, capitalistas y terratenientes, y sobre la alianza de la clase obrera y el campesinado bajo la dirección de la primera, establecer la dictadura del proletariado como en Rusia en 1917. La revolución socialista china se extendería como la pólvora por toda Asia y se convertiría, en palabras de Trotsky, en un régimen que "sería el vínculo político de China con la revolución mundial"64.
El punto de vista de Trotsky respecto a la guerra se encontró con la incomprensión de un sector de los oposicionistas, dentro y fuera de China. La sección china de la OPI se estaba recuperando de los golpes de la represión burguesa y estalinista. Entre agosto y noviembre de 1937 fueron liberados muchos oposicionistas gracias a un decreto del Kuomintang que abrió las cárceles a todos los presos políticos condenados a menos de 15 años. Pero las discrepancias políticas y reticencias personales entre los diferentes grupos de oposición chinos, lejos de suavizarse, se enconaron con la guerra.
Wang Fanxi resumía así la situación: "En general, había tres posiciones políticas: la de Chen Tu-hsiu, que se puede definir como apoyo incondicional de la guerra de resistencia; la de Zheng Zhaolin, que se oponía a cualquier apoyo a la guerra, defendiendo que el conflicto chino-japonés era desde el principio una parte integral de la nueva guerra mundial, y la posición de la aplastante mayoría de los trotskistas chinos que se puede resumir como el apoyo a la guerra y la crítica de la dirección"65.
La evolución política posterior de Chen no está del todo aclarada. Hay quienes afirman que en los últimos días de su vida giró hacia los principios de Sun Yat-sen. La falta de traducción de sus últimos artículos nos impide conocer que hay de cierto en esta acusación. Cansado y aislado, el viejo Chen empezó a acusar los golpes físicos y políticos que recibió a lo largo de toda su vida, especialmente sus últimos años de cárcel. Trotsky desarrolló una intensa campaña internacional para sacarlo de China, convencido del riego que corría su vida. A pesar de sus discrepancias o errores, Trotsky respetaba profundamente a este gran revolucionario. No parece una exageración afirmar, que de no haber sido por la degeneración burocrática de la URSS, Chen Tu-shiu podría haber sido el indiscutible dirigente del Octubre chino. Chen murió el 27 de mayo de 1942 en compañía de algunos de sus viejos camaradas comunistas.
El resto de la OPI china siguió sufriendo tanto la represión por motivos ideológicos como sus propias luchas fraticidas. Un sector encabezado entre otros por Pen Pi Lan y Peng Shu Tse, viejos oposicionistas que habían colaborado con Chen Tu-hsiu, fundaron al calor de la proclamación de la Cuarta Internacional, el Partido Comunista Revolucionario chino. Tras la toma del poder, previendo una represión similar a la ejercida por Stalin en la URSS, se refugiaron en Hong Kong, convirtiéndose en los principales dirigentes en el exilio de la sección china.
Incompetencia militar del Kuomintang y primeras victorias comunistas
La nueva fase de lucha contra el imperialismo japonés mostró de forma aún más evidente las limitaciones del ejército del Kuomintang para ganar la guerra de liberación nacional. La mayoría de sus altos mandos habían llegado a la cúpula militar por su furor anticomunista y no por méritos militares. Los soldados, muchas veces reclutados a la fuerza, estaban mal equipados, escasamente remunerados y pésimamente alimentados. A ello hay que añadir que las tropas de los señores de la guerra carecían de la movilidad geográfica necesaria para enfrentar al invasor, ya que los militaristas locales no estaban dispuestos a trasladar a sus hombres fuera de sus provincias ante el temor de un levantamiento campesino. De esta manera el avance japonés se volvía imparable.
Desde Pekín las tropas niponas dieron el salto a la zona controlada por los mongoles, cayendo en agosto Kalga, la mayor ciudad de esta región. Estos fracasos fueron aún más injustificables ante las masas a la luz de las primeras victorias comunistas.
El 25 de septiembre de 1937, en Shansí, las fuerzas dirigidas por líder maoísta Lin Piao, ahora rebautizadas como VIII ejército, presentaron batalla. Una división japonesa fue aplastada, quedando en manos de los vencedores una gran cantidad de valioso armamento ligero. El material pesado que no podían transportar fue destruido.
Por encima incluso de su importancia militar, estas victorias tuvieron un enorme efecto político: se había demostrado que era posible derrotar el "ejército imperial". Se acababa de inaugurar una nueva etapa realmente gloriosa para las fuerzas armadas lideradas por el PCCh, que se convertirían en un poderosa máquina de guerra capaz de derrotar a los ejércitos de la reacción.
Frente a la pasividad de las democracias burguesas con sede en Washington y en Londres, la URSS, en ese momento bajo la amenaza del pacto antisoviético firmado por Alemania y Japón, envió cinco escuadrillas de aviones y créditos por valor de 250 millones de dólares que fueron depositados en manos del Kuomintang.
Los japoneses, si bien aumentaban considerablemente la extensión geográfica de su ocupación, se enfrentaban a la hostilidad abierta de la población civil. Convencidos de la imposibilidad de contar con la aceptación de los habitantes nativos, decidieron prevenir cualquier intento de rebelión a través del terror, desarrollando una política de auténtico exterminio contra la población. Tras la toma de Nankín asesinaron a 50.000 civiles. Especialmente dolorosa fue otra técnica del horror aplicada con saña y de forma sistemática en el conjunto del país: la violación de las mujeres chinas.
Sin embargo, los terribles sufrimientos padecidos por el pueblo chino durante la guerra no fueron perpetrados exclusivamente por extranjeros. El carácter criminal de la ineptitud de los mandos militares del Kuomintang, fue reconfirmado en la zona del valle del río Amarillo. Incapaces de detener el avance del enemigo, los generales nacionalistas volaron con dinamita los diques del río. Las aguas se derramaron violentamente sobre la población civil, y si bien algunas divisiones japonesas fueron arrastradas, los efectos devastadores los sufrieron millones de campesinos chinos. La catástrofe fue de tal magnitud, que se cambió el curso de este gigantesco río, transformando la región de Huai en un inmenso e inhabitable pantano.
Mientras, caían en manos del enemigo Kiukiang en julio, y varias ciudades de la provincia de Jupé, incluyendo Wuhan, en octubre. A finales de 1938, las fuerzas niponas ocupaban ya un millón y medio de kilómetros cuadrados de las más fértiles regiones chinas —un tercio de todas las tierras cultivables—, habitadas por 170 millones de personas.
A pesar de la renuncia a la lucha de clases, fruto del pacto con el Kuomintang, los dirigentes maoístas tenían enormes dificultades para imponer la paz social.
Con el avance japonés, los campesinos comprobaban no sólo la incapacidad de la burguesía y los terratenientes chinos para defender su patria, sino cómo sus nuevos amos japoneses eran aún más despiadados. Esta situación propició que en cada vez más aldeas se constituyeran organismos populares. Empezaban a sonar los primeros compases de la tercera revolución china.
El PCCh, ante un nuevo escenario caracterizado por el surgimiento y propagación de órganos de poder popular en el campo, intervino para calmar el desasosiego que la actuación de las masas pobres causaba entre los sectores acomodados. Con este objetivo impuso una composición frentepopulista a los gobiernos locales: un tercio para los comunistas, un tercio para el resto de organizaciones (principalmente asociaciones campesinas) y un tercio para los sectores ricos que colaboraban con la resistencia. En aquellas zonas, que no fueron pocas, donde los representantes del viejo poder habían huido o colaborado con el invasor, los campesinos se hacían con el control total de los gobiernos locales. Pero en aquellas otras donde no se pudo demostrar participación en la represión o colaboración, los dirigentes del PCCh insistían en la integración de los nobles y campesinos ricos en los nuevos órganos de gobierno. A pesar de todo, el ansia de liberación y resistencia del campesinado pobre permitió conquistar un territorio habitado por casi cien millones de personas en la primavera de 1945.
Este ascenso revolucionario se expresó también en el frente militar. Si al término de la Larga Marcha los efectivos de las fuerzas rojas eran de 30.000 hombres, a finales de 1937 el VIII Ejército sumaba el doble. Entre 1938 y 1939 estas cifras volvieron a duplicarse. En 1940 el VIII Ejército contaba ya con 400.000 hombres, a los que había que sumar otros 100.000 del recientemente fundado IV. Los oprimidos daban muestras de una increíble heroicidad y creatividad. Un sistema defensivo, que más tarde sería sistematizado y mejorado en Vietnam, fue la construcción de cuevas y trincheras a modo de escondite para guerrilleros, población civil y animales domésticos. El empleo de gases asfixiantes por parte de los japoneses, llevó a los guerrilleros a construir compartimentos estancos dentro de las cuevas, que convertirían en trampas mortales para los enemigos, ya que cuando penetraban en ellas eran ahogados a través de inundaciones controladas. La expansión japonesa, que en sus primeros años fue sumamente fácil, se convertía ahora en una empresa extremadamente difícil.
Las cosas no empeoraban sólo para los imperialistas japoneses, Chiang empezó a alarmarse seriamente por el ascenso revolucionario en el campo. Nuevamente, los intereses de clase se impusieron sobre la lucha por la soberanía nacional. En 1939 se procedió a bloquear las bases guerrilleras.
Mao intentaba una y otra vez encontrar el "ala de izquierdas" de la burguesía, pero la única discrepancia real dentro del Kuomintang se centraba en qué potencia imperialista ganaría la Segunda Guerra Mundial y de qué nacionalidad debían ser los capitalistas con los que había que pactar. De hecho, sectores del régimen gratamente impactados por el avance del nazismo en Europa y que carecían de lazos económicos con las potencias imperialistas "democráticas", empezaron a sopesar la posibilidad de un acuerdo con Japón. Fue en este contexto, durante el otoño de 1940, cuando el Kuomintang ordenó a Chu Teh, comandante en jefe del ejército guerrillero, transferir al norte del Yangtsé todas las unidades del VIII y IV Ejército. Era obvio que Chiang quería debilitar la revolución social que se estaba produciendo en zonas claves del país. A pesar de lo evidentemente reaccionaria que era esta orden, la política frentepopulista se impuso con consecuencias trágicas. El 4 de enero de 1941, mientras las fuerzas guerrilleras avanzaban hacia el norte, los comandantes y cuadros del IV ejército fueron sorprendidos por el ataque a traición de 80.000 hombres del Kuomintang respaldados por maniobras de apoyo japonesas. Después de una semana de encarnizada resistencia, sólo mil guerrilleros sobrevivieron. Fueron capturados y enviados a un campo de concentración que nada tenía que envidiar a los campos de exterminio nazis. A principios de 1942, los hombres del VIII ejército habían pasado de 400.000 a 300.000, y la población de las zonas liberadas se redujo a la mitad.
El PCCh profundiza su giro a la derecha
A pesar de los últimos reveses, la guerra de resistencia contra el Japón había transformado la sociedad China y al propio PCCh. El Partido se encontraba al frente de cientos de miles de hombres armados y de zonas liberadas habitadas por casi 50 millones de personas. Había experimentado también un crecimiento explosivo de su afiliación. Si al término de la Larga Marcha los afiliados eran 40.000, en 1942 los inscritos superaban los 800.000, llegando al 1.200.000 en 1945. Mao decidió entonces adaptar la política y estructura de su partido a la nueva situación, lanzando la Campaña de Rectificación entre 1941 y 1942.
Su mano derecha fue Liu Shao-chi, dirigente del partido que en 1939 había defendido en un artículo titulado Cómo ser un buen comunista que "Los subordinados deben obedecer absolutamente a los superiores; hay que obedecer a los superiores, aunque estén equivocados"66. Como veremos más adelante, este llamado a la disciplina sería la respuesta por parte de la dirección frente a la insatisfacción de sectores de la base. De hecho, lejos de romper con el régimen del Kuomintang tras el golpe asestado a los hombres del IV Ejército, se profundizó en la política de colaboración de clases y retroceso revolucionario: "(…) trabajar por los intereses de todo el pueblo que lucha contra el Japón, y no por los de un solo sector de la población (…) En cuanto a la cuestión agraria, llevamos a cabo, por una parte, la reducción de los arriendos y los intereses, de manera que los campesinos tengan alimentos, y establecemos, por la otra, el pago por éstos de los arriendos e intereses reducidos para que también los terratenientes puedan vivir. En lo referente a la relación entre el trabajo y el capital, por un lado aplicamos la política de ayuda a los obreros a fin de que tengan trabajo y alimentos y, por el otro, seguimos una política de desarrollo de la industria y el comercio, de modo que los capitalistas puedan obtener algún beneficio"67.
Semejante postración de los dirigentes maoístas ante los intereses de la burguesía y los terratenientes, no sólo no se correspondía con el entusiasmo revolucionario de millones de campesino chinos, tampoco se comprendía teniendo en cuenta la profunda crisis que atravesaban sus enemigos de clase. El aparato estatal y militar del Kuomintang se resquebrajaba. Su sostenimiento implicaba arrojar a un pozo sin fondo cuantiosos recursos humanos y económicos. A la muerte de tres millones de soldados, había que sumar una política fiscal que alcanzó niveles insoportables, obligando al campesino a pagar impuestos con años de anticipación. Incluso así, la recaudación fiscal no llegaba a cubrir ni la tercera parte del presupuesto, por lo que se recurrió a medidas inflacionistas. Éstas enriquecieron a los terratenientes, que recibían en especie los alquileres y el pago de la deuda campesina, pero arruinó literalmente tanto a los asalariados de la administración y la industria privada, como a los pequeños empresarios y comerciantes, cuyos ingresos menguaban en forma de billetes y monedas que no valían nada.
Sectores que tradicionalmente habían formado parte de la base social del Kuomintang, se arruinaron y empezaron a sopesar la necesidad de un nuevo régimen. No se trataba, desde luego, del paso a las filas comunistas, pero expresaba tanto la bancarrota del Kuomintang como la necesidad de nuevas formas de dominación política, siempre y cuando no cuestionaran la propiedad privada y el beneficio. Muchos de ellos, vinculados al mundo de los notables rurales, esperaban recuperar su posición una vez cesada la ocupación de sus aldeas nativas.
Así nació la Liga Democrática que contó, desde el principió, con el generoso apadrinamiento de los EEUU, que si bien todavía apostaba por Chiang no quería descartar ninguna posibilidad. Este grupo también fue conocido como la "tercera fuerza". Lo cierto es que el parecido con lo que en la actualidad conocemos por "tercera vía" trasciende las palabras. En esencia, se trataba, al igual que en la actualidad, de sectores acomodados que intentaban buscar un rostro más amable para el régimen imperante, con el fin de aplacar las ansias revolucionarias de la sociedad. Cambios superficiales para que lo fundamental permaneciera. Los representantes de la Liga Democrática hacían de la renovación política el eje de su discurso. La dirección del PCCh rápidamente se apresuró a establecer lazos con este sector proponiendo la máxima colaboración.
Por su parte, Chiang consideró a partir de 1941 que se había materializado su perspectiva de acabar con la ocupación japonesa gracias a la victoria de otra potencia. En la segunda mitad de ese año se habían producido dos hechos decisivos: el ataque nazi a la URSS el 22 de junio y el inicio del enfrentamiento abierto entre Japón y EEUU con el bombardeo japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre. Chiang se inclinó clara y definitivamente por el triunfo del imperialismo estadounidense en Asia. Ambos estaban francamente preocupados ante la posibilidad de una victoria revolucionaria tras la derrota y retirada las tropas japonesas. EEUU, intentó acabar con la situación lastimosa del ejército del Kuomintang enviando generales a Chungking, nueva sede del régimen.
La cercanía del desenlace de la Segunda Guerra Mundial desató una actividad militar mucho más agresiva de las dos potencias decisivas: EEUU y URSS. En los primeros días de agosto de 1945, el imperialismo estadounidense realizó una de sus más brutales y despiadadas acciones de guerra conocidas en la historia: los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Su objetivo no era solamente la derrota de Japón, en esos momentos en franco colapso militar, sino lanzar una clara advertencia a todo aquel que se atreviera a desafiar su control en Asia. Después de todo, la verdadera causa de la oposición al fascismo por parte de los líderes aliados era la amenaza que Hitler, Musolini y el emperador Hiroito representaban para sus posesiones coloniales, no la defensa de ninguna causa democrática. Así lo demostró su pacto de no intervención durante la guerra civil española, que en la práctica significó negar cualquier tipo de ayuda a los resistentes antifascistas.
El 6 de agosto, la bomba atómica sobre Hiroshima provocó, sólo en las primeras horas, más de 100.000 muertos y otros tantos heridos. Dos días después, el 8 de agosto, se iniciaba la ocupación soviética de Manchuria. Al día siguiente, la segunda bomba atómica de EEUU caía en Nagasaki sembrando la destrucción. La derrota japonesa era un hecho.
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Notas
54. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, discurso del 27 de diciembre de 1935, Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
55. Ibíd.
56. Mao Tse-tung, Sobre la contradicción, agosto de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
57. En noviembre de 1936, el gobierno del Kuomintang arrestó en Shangai a siete dirigentes del Movimiento por la resistencia al Japón y la salvación nacional, entre los que se encontraba Shen Chin-yu. En abril de 1937, la Alta Corte del Kuomintang en Suchou los sometió a proceso, inculpándolos de “atentado contra la República”, acusación arbitraria que utilizaban habitualmente las autoridades reaccionarias del Kuomintang contra todo movimiento patriótico.
58. Mao Tse-tung, Luchemos por incorporar a millones de integrantes al frente único nacional antijaponés, 7 de mayo de 1937, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
59. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés.
60. Mao Tse-tung, Stalin, amigo del pueblo chino, 20 de diciembre de 1939, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
61. Mao Tse-tung, Sobre la táctica de lucha contra el imperialismo japonés, 27 de diciembre de 1935, Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
62. León Trotsky, Sobre la guerra chino-japonesa, 23 de septiembre de 1937, en La segunda revolución china, página 167.
63. León Trotsky, China y el pacifismo, 16 de octubre de 1937, en La segunda revolución china, página 172.
64. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china, página 36.
65. Citado en el artículo de Pierre Broue Chen Tu-hsiu y la Cuarta Internacional, septiembre de 1983.
66. K. S. Karol, La segunda revolución china, Seix Barral, Barcelona 1977, página 132.
67. Mao Tse-tung, Discurso ante la asamblea de representantes de Shensi-Kansu- Ningsia, 21 de noviembre de 1941. Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, 1968, publicado en MIA.
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