domingo, agosto 19, 2007

Comprendiendo desde el marxismo las crisis capitalistas.

Christian Castillo
Jueves 16 de agosto de 2007


Es sabido que para Marx las crisis capitalistas se expresan a la vez como crisis de sobreproducción de mercancías (hay un exceso de mercancías en relacion con la demanda solvente) y como crisis de sobreacumulación de capitales. A su vez Marx señalaba que más allá de las causas inmediatas y de las formas en que se manifiesta cada crisis capitalista particular, opera en el capitalismo la llamada “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” [1]. ¿A qué se refería con esto?

Primero digamos que por tasa media de ganancia Marx entiende la suma total de la plusvalía producida en el proceso de producción dividida por la suma total de capital. En el libro III de su obra “El Capital” señala que la tendencia a la caída de la tasa de ganancia es la principal “ley de movimiento” del modo de producción capitalista. Tengamos en cuenta que del capital global que invierte el capitalista, es de la parte que se destina a salarios (que llamamos capital variable) donde se genera la plusvalía, el trabajo no pago generado por los obreros que se apropia el capitalista y que es a su vez la fuente de su ganancia. Marx señala que con el desarrollo histórico del capitalismo tiende a disminuir el capital variable como fracción del capital total, debido a que el progreso técnico implica un creciente reemplazo de trabajo vivo por trabajo muerto (maquinaria). Se produce de este modo un aumento de la llamada “composición orgánica del capital”, esto es un incremento del capital constante (el destinado a la compra de maquinaria y materia prima) como fracción del capital global en relación con el capital variable (la porción del capital destinada a los salarios). Dicho más sencillamente, del capital total invertido se deben destinar porciones crecientes del mismo a la compra de maquinaria y materias primas mientras disminuye la parte dedicada al pago de salarios. Pero como la plusvalía sólo surge de esta última, del capital variable, el aumento en la composición orgánica del capital implica la disminución de la fracción de capital que produce plusvalor y, con ello, una tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Es decir, se obtiene una menor rentabilidad en relación al capital invertido. Este resultado no querido para los capitalistas es producto de que lo que es lógico de acuerdo al interés inmediato de cada capitalista individual (que compelido por la presión de la competencia debe invertir en nueva maquinaria para aumentar la productividad), no lo es desde el punto de vista del capital en su conjunto. Esta tendencia puede analizarse tanto en relación a lo que acontece en una rama de producción determinada como en función del proceso histórico de desarrollo capitalista más en general. Es planteada por Marx como “ley tendencial” porque no opera en forma ininterrumpida o lineal, ya que existen distintas formas mediante las cuales los capitalistas pueden limitar sus efectos, las llamadas fuerzas contrarrestantes, de las que la más importante es la posibilidad de aumentar la “tasa de plusvalía”, por ejemplo, bajando nominalmente los salarios reales, prolongando la jornada de trabajo, intensificando la carga del trabajo o incrementando como producto de adelantos técnicos la productividad de cada trabajador, disminuyendo por tanto la porción de la jornada laboral dedicada a reproducir el salario de los trabajadores. Otras fuerzas contrarrestantes son: el abaratamiento de los elementos que componen el capital constante (maquinarias y materias primas) por el avance en la productividad y por tanto en la rebaja del precio unitario de las mismas; un aumento en los ritmos de rotación del capital (lo cual se favorece tanto por una circulación acelerada -mediante transportes y formas de venta más rápidos- como por un proceso de producción más corto), que permite a los capitalistas aumentar la cantidad de trabajo explotada y obtener mayor ganancia con el mismo capital; dirigiendo capitales hacia países que producen con más baja composición orgánica de capital; o extendiendo la inversión de capital hacia sectores de la economía que no se encontraban organizados en forma capitalista, como ocurrió con el crecimiento del sector servicios luego de la segunda guerra mundial o, más recientemente, con la incorporación a la órbita capitalista de la ex Unión Soviética, los países de Europa del Este, China y Vietnam.

¿Cómo se expresó esta tendencia históricamente? ¿No hubo un gran crecimiento tanto de la economía mundial como de la tasa de ganancia luego de la segunda guerra mundial?

Es cierto, pero las altas tasas de crecimiento y la fuerte recuperación de la tasa de ganancia que vivieron los principales países imperialistas en esos años, se dieron luego de una destrucción colosal de fuerzas productivas, causada primero por la crisis del ’30 y luego por la segunda guerra mundial, que algunos autores estiman en nada menos que ¡un tercio del capital! previamente existente. De esta forma, y gracias a que los pactos de Yalta y Potsdam concertados entre las potencias imperialistas vencedoras y la Unión Soviética comandada por Stalin contuvieron las tendencias revolucionarias que se dieron en la inmediata posguerra, el capitalismo tuvo, aún perdiendo el control de un tercio del globo luego de la revolución china, sus “años dorados”, un período que hemos definido como de “desarrollo parcial” de las fuerzas productivas [2]. Hay que tener en cuenta que en el capitalismo las crisis, cuando no devienen en revoluciones, son habitualmente un mecanismo que permite la “limpieza” de capitales “sobrantes”, favoreciendo la concentración y centralización del capital y generando las precondiciones para la recuperación de la tasa de ganancia. Pero esto ni es algo automático, ya que depende de factores extraeconómicos como las guerras, los resultados de las crisis políticas, etcétera, ni significa que luego de cada crisis volvamos al mismo punto de partida como si nada hubiera pasado, como si el capitalismo se moviese en forma circular. El capitalismo ha ido mutando históricamente. Ya a comienzos del siglo pasado, tanto autores marxistas como investigadores burgueses señalaron que había entrado en nueva fase, la del imperialismo, caracterizada clásicamente por Lenin en su trabajo El imperialismo, fase superior del capitalismo [3]. Trotsky, a su vez, señalaba que en la época imperialista los fenómenos políticos y militares adquirían mayor peso para entender la dinámica más general del capitalismo [4]. Hoy mismo el imperialismo contemporáneo no es una mera réplica de la situación analizada por Lenin, sino que presenta, entre otros aspectos, un grado de internacionalización del proceso de producción cualitativamente superior al de aquella época y los negocios financieros cuentan hoy con un volumen, variedad y nivel de sofisticación mayor al de cualquier momento anterior del capitalismo: el capital existente en bonos, acciones y depósitos bancarios se calcula que llega a 150 billones de dólares, tres veces más que el producto bruto mundial.

Volviendo a lo sucedido con el “boom” de la posguerra, a fines de los ’60 empezó a verificarse un cambio de tendencia que se expresó agudamente durante la crisis de 1973-75, donde la economía mundial sufrió una fuerte recesión y la tasa de ganancia, que ya venía disminuyendo desde fines de la década anterior, cayó fuertemente, cuestión que permitió desmentir a distintos autores (marxistas y no marxistas) que habían planteado que la “tendencia decreciente de la tasa de ganancia” no tenía evidencia empírica [5]. Esta crisis mostró también que el “ciclo vital” del capitalismo no se había revertido, como algunos creyeron entonces. En un artículo que publicamos hace unos años decíamos: “La vitalidad mostrada por el capitalismo durante el ‘boom’ no fue la de un niño, un adolescente ni aun la de un adulto en plenitud. Fue la de un hombre mayor, que después de haber estado cerca de la muerte, obtiene una herencia, se estira la piel, y vuelve a las andadas con la ventaja de la experiencia acumulada. Su aspecto parecerá jovial, pero no podrá evitar el envejecimiento de sus células. Su experiencia le permitirá aún hacer frente a nuevos percances, pero ha envejecido irremediablemente. Sus recaídas serán cada vez más periódicas y profundas. Es esta la situación que vive el capitalismo desde principios de los 70” [6]. La crisis actual y las que ha vivido el capitalismo en el último período histórico creemos que muestran lo cierto de esta definición. Más allá de sus respiros y recuperaciones periódicas, creemos que es correcto definir al capitalismo actual como “capitalismo declinante”.

¿Pero qué pasó con la tasa de ganancia desde entonces? Durante el llamado “neoliberalismo” se pusieron en marcha un conjunto de medidas políticas y económicas tomadas para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia que vimos con el fin del “boom” de la posguerra. En estos años se incrementó brutalmente la tasa de explotación de la clase obrera y creció el espacio económico capitalista, tanto geográficamente (producto del proceso de restauración capitalista) como a partir de la captura directa para los negocios capitalistas de distintos rubros, como vimos con la privatización de la salud, la educación y los servicios públicos, y con el surgimiento de nuevas ramas de la economía. A su vez, las transformaciones de los negocios financieros favorecieron una maximización de la ganancia de las grandes corporaciones, dando lugar a la vez a fuertes tendencias especulativas. En particular, China se convirtió en los últimos años en un verdadero pulmón para el capitalismo mundial, actuando como una fuerte presión para el abaratamiento del precio de la fuerza de trabajo a nivel mundial. Pero, como diferentes autores marxistas han mostrado (ver gráfico), aun a costa de aumentar sus desequilibrios potenciales, las recuperaciones de la tasa de ganancia fueron sólo parciales, y nunca llegaron a alcanzar los niveles del “boom”. Cada recuperación fue continuada con alguna crisis de envergadura (crisis de la deuda en 1982; crack de la bolsa de Wall Street en 1987; crisis de la burbuja inmobiliaria japonesa en 1990; crisis del sistema monetario europeo en 1992; crisis del “tequila” en 1995; crisis asiática en 1997; crisis rusa en 1998; crisis de la burbuja de las empresas “puntocom” y crack de la economía argentina en 2001) que, si bien no se transformaron en un crack generalizado, implicaron desequilibrios importantes en la política y la economía mundiales.

Aunque en EE.UU., la tasa de ganancia volvió a recuperarse acompañando el crecimiento de los últimos años, en la crisis actual están estallando los mismos mecanismos que permitieron a EE.UU. salir de la recesión de 2001 y sostener el crecimiento de la economía mundial en estos últimos cinco años [7].

¿Qué impacto puede tener la crisis actual sobre la lucha de clases?

Si bien es cierto que no hay una relación mecánica entre crisis económica y agudización de la lucha de clases [8], es también un hecho que los ataques con los que los capitalistas buscan descargar las crisis sobre el movimiento de masas raramente resultan sin respuesta. Para sólo considerar acontecimientos recientes, en la crisis asiática, vimos los levantamientos que llevaron a la caída de la dictadura de Suharto en Indonesia. Y en nuestro país tuvimos las “jornadas revolucionarias” del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde se combinó la acción de los desocupados con la de las clases medias, sectores de las cuales habían sido despojadas de sus ahorros mientras los grandes capitalistas fugaban en masa sus divisas. Más en general, con el despertar del siglo gran parte de América del Sur se vio conmovida por situaciones pre-revolucionarias que llevaron a la caída de numerosos presidentes producto de la movilización popular. Lo nuevo de la crisis actual es que tiene su origen en el corazón del capitalismo mundial y, de continuarse y profundizarse, puede dar lugar a importantes acontecimientos de la lucha de clases en EE.UU. y en los países europeos que se vean más fuertemente afectados por la crisis. A su vez, es probable que haya países semicoloniales a los que el desarrollo de la crisis los muestre como “eslabones débiles” de la misma. En síntesis, si la crisis no logra ser contenida y una recesión llega efectivamente a EE.UU. debemos prepararnos para un período de intensificación de la lucha de clases a nivel mundial que presentarán nuevas oportunidades revolucionarias para la clase trabajadora.


[1] Existen tres grandes interpretaciones sobre la teoría de las crisis en Marx: i) La teoría de la desproporcionalidad, defendida entre otros por el marxista “legal” ruso Mijail Tugán Baranovsky, por Rudolf Hilferding, por Nicolai Bujarin y, en cierta medida, también por Lenin. Según esta concepción la causa principal de las crisis estriba en que las decisiones de inversión capitalista generan una desproporción entre las fracciones de valor producidas y los flujos de valor generados por el sector I de la economía (el productor de medios de producción) y el sector II (que produce bienes de consumo). ii) La teoría subconsumista, sostenida entre otros por Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y Paul Sweezy. Esta teoría ve la causa esencial de las crisis en la grieta existente entre la capacidad productiva y la insuficiente capacidad de consumo de las masas. iii) La teoría de la pura sobreacumulación, entre los que se encuentra Paul Mattick. Este autor realiza un análisis esquemático acerca de cómo actúa la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, viendo la razón principal de las crisis en la masa insuficiente de plusvalor producido, en comparación con la cantidad total de capital acumulado.

[2] Para un análisis detallado de las condiciones que favorecieron el fuerte crecimiento en la segunda posguerra ver Paula Bach, El boom de la posguerra. Un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel, en Estrategia Internacional Nº 7, marzo/abril 1998. También de la misma autora ver su Introducción a los escritos de Trotsky en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, CEIP León Trotsky Ediciones, Buenos Aires, 1999.

[3] En este trabajo, Lenin señala como rasgos característicos del imperialismo: “1) la concentración de la producción y del capital elevada a un grado tan alto de desarrollo que hizo crear los monopolios, los cuales cumplen un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el capital industrial y la creación, basada en ese “capital financiero” de una oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, que difiere de la exportación de mercaderías, adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales de capitalistas monopolistas, que se reparten el mundo entre sí, y 5) la concreción de una división territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes”.

[4] Trotsky supo señalar esto con claridad a mediados de la década del ’20, cuando discutía con la teoría de los “ciclos largos” del capitalismo, sostenida por Kondratieff y otros: “En condiciones de ascenso, en condiciones en que la economía busca espasmódicamente su equilibrio, tanto los factores políticos como los militares juegan un rol distinto ... Vemos aquí no el libre o semi-libre juego de las fuerzas económicas, al que estábamos acostumbrados a analizar en el período de preguerra, sino fuerzas estatales resueltas y concentradas que irrumpen en la economía, y esto intenta interrumpir o está interrumpiendo, los ciclos regulares o semi-regulares, si es que éstos llegan a notarse. Por consiguiente, uno no puede avanzar sin tomar en cuenta los factores políticos” (León Trotsky, Sobre la cuestión de las tendencias en el desarrollo de la economía mundial (1926), en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Op. cit.

[5] Entre los primeros críticos de la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” se contaron, ya en la década de 1890, el filósofo liberal italiano Benedetto Croce y el economista neoclásico alemán Eugen von Böhm-Bawerk.

[6] Christian Castillo, Las crisis y la curva del desarrollo capitalista, en Estrategia Internacional Nº 7, marzo/abril 1998.

[7] Ver en este mismo periódico, Juan Chingo, Una amenaza al corazón de las finanzas de Wall Street.

[8] Trotsky señalaba que “Bajo un conjunto de condiciones la crisis puede dar un poderoso impulso a la actividad revolucionaria de las masas trabajadoras; bajo un conjunto distinto de circunstancias puede paralizar completamente la ofensiva del proletariado y, en caso de que la crisis dure demasiado y los trabajadores sufran demasiadas pérdidas, podría debilitar extremadamente, no sólo el potencial ofensivo sino también el defensivo de la clase”. (León Trotsky, Flujos y reflujos. La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial, en Naturaleza y dinámica..., Op. cit.). Gramsci opinaba en la misma forma: “Se puede excluir que las crisis económicas produzcan por sí mismas acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas formas de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal” (Antonio Gramsci, Análisis de las situaciones. Correlación de fuerzas, en Antología, Ed. Siglo XXI).

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