Sobre logros, transiciones, errores y propuestas en la isla revolucionaria
Javier Mestre
Rebelión
“No es fácil”. Este es uno de los enunciados que más escucha uno hoy en día en Cuba. Con millones de personas bien formadas, que han estudiado y exhiben un alto nivel intelectual y un conjunto de costumbres y aspiraciones propios de una sociedad moderna y avanzada, Cuba es un país del tercer mundo con el proyecto, íntimamente asumido por casi cada uno de sus ciudadanos, de superar las prisiones estructurales a las que lo condena su posición en el mundo de capitalismo global. De hecho, una parte considerable de la población se plantea dar el salto al primer mundo de modo individual, con un pasaje de avión o de lancha clandestina. La construcción del socialismo nunca fue tarea fácil, pero el derrumbe del campo socialista les puso las cosas aún peor a los cubanos. En un instante pasaron del segundo al Tercer Mundo en medio de una auténtica hecatombe económica y social. Pero las estructuras políticas de la Revolución sobrevivieron y el juego de fuerzas entre el programa socialista y la potente realidad de la dependencia de los mercados exteriores globalizados dio paso al momento actual, en el que Cuba como nación socialista, independiente y soberana es un enfermo estable en franca recuperación, pero lejos de una curación completa.
Esta convalecencia fue bautizada por los dirigentes revolucionarios como periodo especial. A mediados de los años noventa, el único objetivo posible era sostener a toda costa la salud y la educación, y apenas la alimentación básica de la población. No había excesivo optimismo respecto de la sobrevivencia del sistema socialista. Ahora, un año después de que Fidel Castro abandonara oficialmente la primera línea del Gobierno de la isla, la Revolución sigue adelante con sus proyectos más importantes, como vanguardia política de la transformación de Latinoamérica y como ejemplo ante el mundo, o por lo menos, ante el Tercer Mundo, que es el que verdaderamente suele saber apreciar en su justo término la lección que Cuba ofrece.
Las sensaciones en el país son de funcionamiento. Irregular a veces, renqueante otras, pero funcionamiento. La normalización del suministro eléctrico, que ha acarreado en parte una mejoría importante en el suministro urbano de agua, se combina con importantes programas de reparación de infraestructuras de todo orden –ferroviarias, hidráulicas, agrícolas...-, adecuación de centros sanitarios –aún muy insuficiente-, mejora general de servicios –extensión de la Universidad, inversión en la Secundaria, programas de asistencia social y promoción de la cultura-. Es un poco a poco que no resulta demasiado visible por el momento, pero que sin duda ha de ir dejando la impronta de un cierto desarrollo.
El periodo especial permanece estable, no se sabe por cuánto tiempo
Raúl Castro dijo, el pasado 26 de julio, que el periodo especial sigue, no se ha acabado a pesar de que la situación es incomparablemente mejor que la de los años inmediatamente posteriores a la caída de la URSS, en los que se desmoronó más del 80% del comercio exterior cubano y el PIB anual de la isla perdió hasta un 35%. La Revolución da signos inequívocos de recuperación, ha resistido una crisis económica brutal y recobra poco a poco los niveles de producción anteriores a 1989, aunque aún queda lejos el bienestar generalizado de aquellos tiempos. La afirmación del presidente en funciones tiene que ver, creo yo, más que con los aspectos cuantitativos de la situación económica, con los relativos a los desórdenes estructurales que trajo consigo la reacción cubana ante el colapso.
En 1992, Cuba era un pequeño país ex colonial fuertemente dependiente del comercio exterior, que había ido construyendo su desarrollo sobre la base de los insumos y la tecnología del campo socialista. De un día para otro se vio en la necesidad de integrarse en el mercado capitalista global para no abandonar la modernidad de un plumazo. No había piezas de repuesto, combustibles, fertilizantes... Cayó la producción industrial y agrícola y la población vio reducida contundentemente su dieta alimenticia, no digamos sus niveles de consumo de bienes industriales. Y Estados Unidos recrudeció el bloqueo con las medidas que ya se conocen bien, en un ambiente de euforia en Miami, donde se pensaba que había llegado el final del intento socialista. En un momento así, para el Gobierno de Fidel Castro se imponía una visión pragmática para poder comprar en los mercados internacionales. Era necesario disponer de muchas más divisas, superar en seguida la dependencia de la ineficiente industria azucarera en el sector exterior. El Gobierno cubano empezó, entonces, a practicar una suerte de funambulismo social y financiero, para conseguir un equilibrio milimétrico que permitiera navegar en la globalización capitalista sin perder la independencia y sin renunciar al programa socialista.
El impulso del turismo tuvo un carácter de emergencia nacional. La legalización de la tenencia de moneda extranjera se hizo necesaria. Emergió la doble economía de la que los izquierdistas más puros nos solemos lamentar cuando de Cuba se trata. Por un lado, la economía estatal, la de la libreta de racionamiento, la salud, la educación, la electricidad y la vivienda, tan lenta e ineficiente, y tan importante en su valor primario de garantizar la sobrevivencia, pero tan ninguneada, denostada, abandonada por el espíritu de muchos cubanos que aspiran a más y no dejan de quejarse sin tener ni puñetera idea de en qué tipo de mundo navega su país, que educa y alimenta de forma prácticamente gratuita a sus hijos; es el mercado regulado en moneda nacional, que se desarrolla en las bodegas de paredes desconchadas y tristes mostradores, las cafeterías de rótulos pintados a mano, los autobuses llenos a rebosar y las esperas interminables para ir de un sitio a otro, las colas en la heladería o el cine... Por otro lado, la economía en divisas, que no deja de arrancar recursos al tejido estatal de producción y distribución mediante todos los desvíos y pequeñas corruptelas imaginables, y que se exhibe en aeropuertos, taxis, restaurantes, hoteles... y los flamantes shoppings, un escaparate copiado de la imagen que proyectan los centros comerciales del mundo capitalista. A precios astronómicos para los salarios en moneda nacional, el shopping ofrece decenas de productos, algunos relativamente básicos como el champú o el desodorante, de los que carece el mercado en pesos cubanos basado íntegramente en la economía estatal. Surgieron como recurso indispensable para capturar las divisas de los visitantes extranjeros y se han acabado consolidando como un elemento indispensable del sistema cubano. En La Habana de hoy da la sensación de que hay mucha más presencia de cubanos en estas tiendas en divisas que hace apenas un par de años; la experiencia en las calles de la ciudad muestra que sí que hay un importante crecimiento económico plasmado en un aumento de la circulación de los CUC entre la población isleña... Apuesto a que los datos que pueda dar el Gobierno no harán más que corroborar esta obvia observación. En cualquier caso, el Estado blanquea de inmediato todos los CUC, sin preguntar su origen, ya que los cubanos los cambian con toda libertad por los bienes de consumo que necesitan o desean. Es de suponer que la Administración obtiene un margen importante por cada CUC que recauda, de modo que puede utilizar un porcentaje, presumiblemente cada vez mayor, de las divisas que atesora el banco central en la financiación de los proyectos de recuperación de infraestructuras, formación de capital humano, solidaridad internacionalista, así como en el mantenimiento y mejora progresiva de las estructuras de la salud y la educación provistas por la Revolución. Es verdad, por tanto, que ese movimiento económico también implica crecimiento y, en última instancia, ingresos para la colectividad, si bien es una fuente de corrupción moral y desigualdad social, de desvío del programa político revolucionario, de pequeño capitalismo subterráneo y corrosivo.
En este contexto, Raúl Castro, en su discurso, puso especial atención en la ineficiencia económica en los sectores estatales, especialmente la agricultura, como problema básico para el desarrollo de Cuba. El Gobierno, de un tiempo a esta parte, viene centralizando en lo posible la diversificación empresarial, un tanto anárquica, surgida por la apertura económica a que se vio forzado en los peores momentos del periodo especial. El Gobierno sabe bien que es impresionante el volumen de desvíos de la economía estatal hacia la circulación privada, los cuales se iluminaron cuando Fidel Castro, en su memorable discurso del 17 de noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana, anunció que un ejército de miles de trabajadores sociales había ocupado las gasolineras de Pinar del Río y la capital del país y había duplicado de golpe la recaudación del Estado...
Raúl Castro explicó al pueblo cubano que su economía es excesivamente dependiente del exterior, en una coyuntura en la que los precios de los cereales, las carnes y la leche están muy por encima de las peores previsiones, con la crisis energética mundial dando sus primeros golpes a los más débiles. Hizo ver que, para que el país salga adelante, es imprescindible mejorar contundentemente la productividad de la economía interior. El desarrollo generado a partir de la circulación privada de recursos robados al Estado u obtenidos más o menos irregularmente a partir del turismo, las misiones exteriores o la emigración, produce un crecimiento económico desequilibrado y dependiente de las importaciones, mientras que el trabajo en los sectores de la economía en moneda nacional, desde la agricultura a todas las áreas de la industria y servicios, es la salida buscada a la crisis, el verdadero final del periodo especial.
De modo que no se ha roto por el momento la pescadilla que se muerde la cola. Resulta difícil pedir seriedad, honradez y rigor en el puesto a quien lleva años ganando menos de 400 pesos al mes (24 pesos cubanos equivalen a un peso convertible, que vale como el dólar), aunque es imposible subirle el sueldo si no produce bastante más de lo que ha estado aportando hasta el momento. En este sentido, la respuesta que, por el momento, ofreció Raúl Castro al grave problema de la baja productividad, el hurto, la mala gestión y la ineficiencia en el trabajo dependiente del Estado fue pedir más disciplina, más entrega, una actitud más comprometida y revolucionaria en los trabajadores, sin descartar alguna reestructuración de la que no ofreció detalles.
Así que no dio señales claras de que, por ahora, se planeen cambios esenciales en el modelo económico y social cubano, una vez que el impulso regenerador que nació con el citado discurso de Fidel de noviembre de 2005 se ha ido diluyendo suavemente en la estabilidad real de la doble economía. Fidel había echado cuentas y previó que si se evitaban las desviaciones, si se detenía el hurto generalizado de energía y recursos mediante un gran esfuerzo militante de los jóvenes trabajadores sociales, se iban a poder financiar mucho mejor los programas y ayudas del Estado e iba a aumentar la capacidad adquisitiva de la economía en moneda nacional. Hizo ver que si, en vez de la privatización de los recursos energéticos mediante la corrupción, se conseguía su distribución equitativa a través de la economía socialista, se mejoraría en justicia y el pueblo encontraría esas cuotas de consumo que demanda. La revolución en la Revolución comenzaba por la revolución energética, destinada a reducir drásticamente el robo y el despilfarro. Pensaba que la gran lucha por la eficiencia energética y contra la corrupción iba a constituir el camino para acabar con la libreta de racionamiento y con la fuerte subvención estatal de las bases de la supervivencia, debido a que traería como consecuencia un aumento considerable del poder adquisitivo de los salarios en pesos no convertibles. La vanguardia de este proceso la constituirían los trabajadores sociales formados en el seno de la batalla de ideas, procedentes de las capas más pobres del tejido social cubano. Decenas de miles de jóvenes militantes, conscientes de su papel histórico y dispuestos a pelear la batalla interna de la defensa de la Revolución, iban a parar los pies y avergonzar a los corruptos y a cambiar los patrones de consumo energético de la nación.
Es fácil observar que los efectos de este gran proyecto del Comandante en Jefe han sido importantes, pero de un carácter mucho menos estructural de lo que traslucía el citado discurso de noviembre de 2005. Lo que por fin parece que se consuma es el cambio de aparatos eléctricos, la introducción de hornillos eficientes y ollas a presión, la sustitución de las bombillas incandescentes por otras de bajo consumo. La reducción del gasto de energía es, junto a la racionalización del sistema de generación, parte importante de la mejoría palpable en el suministro eléctrico en todo el país. Poco a poco aumenta la capacidad financiera del Estado, hay mejores abastecimientos y muchos proyectos de recuperación en marcha. Existe la posibilidad de un discurso discretamente optimista. Un amigo que trabaja de corazón en un puesto de alta responsabilidad del Ministerio de Cultura nos comentaba no hace mucho que las cosas están mejor que hace bien poco y que ya ve que entran jóvenes a trabajar y, en efecto, trabajan, a pesar del diminuto valor nominal de los salarios... De todas formas, da la impresión de que el proyecto revolucionador de Fidel, fruto a su vez de la Batalla de Ideas, y de algún modo paralelo al funcionamiento orgánico del Estado socialista, queda en un discreto segundo plano bajo el gobierno de Raúl.
Las condiciones objetivas
En realidad, las condiciones de vida sólo son duras cuando se trata de aumentar el nivel de consumo individual, por encima de la supervivencia culta y saludable, pero austerísima, que ofrece el Estado.
En su interesantísima aportación al volumen “Cuba 2005” publicado por la editorial Hiru de Ondarribia, Carlos Fernández Liria observaba hace ya tres años que el pueblo cubano es culto y está sano3. Lo de la educación y la salud no son afirmaciones vanas de la propaganda, son hechos que conforman las bases de la realidad cubana. Es un país del tercer mundo en el que hay un médico gratuito cercano para todo ciudadano, hasta en los rincones más recónditos de las abruptas sierras del sur y del oriente de la isla. Incluso si se tienen en cuenta las quejas que hemos escuchado recientemente acerca de los problemas de limpieza y cuidado en algunos centros hospitalarios –ni mucho menos todos, aunque algunos de esos relatos están contrastados y son muy preocupantes-, o acerca de la atención a cargo de los estudiantes de medicina de otros países debido a que los centros sanitarios cubanos son una gran universidad para los pobres de todo el mundo, o acerca de la escasez relativa de médicos debido a las misiones internacionalistas, sobre todo en Venezuela... se puede afirmar que los cubanos y cubanas siguen disfrutando de una atención médica que envidiarían desde un estadounidense pobre a cualquier habitante medio del tercer mundo capitalista. Algo similar sucede con el sistema educativo, que atraviesa dificultades debidas a la ya mencionada pescadilla que se muerde la cola, pero que atiende, forma y alimenta a todos los niños y adolescentes cubanos y a una parte muy significativa de los jóvenes.
Esto explica en buena parte que Cuba sea un país incomparablemente menos violento que cualquier otro de Latinoamérica o el Caribe. Hay inseguridad y delincuencia en zonas muy específicas de La Habana... y poco más. Y siempre con un carácter anecdótico que hace posible que un turista pueda pasear por todas partes, exceptuando quizás dos o tres enclaves de la capital, a cualquier hora del día o de la noche, con una tranquilidad impensable en países mucho más ricos como México o hasta EEUU.
También es importante hacer notar que la gente confía en la policía. Hay un alto nivel de exigencia respecto del trato que los agentes de la autoridad deben brindar a los ciudadanos. Y la impresión es de que existe mucha seguridad jurídica de facto, lo mismo que libertad de culto, expresión o movimiento –siempre que se encuentren, claro, medios de locomoción.
En resumidas cuentas, las condiciones objetivas que se respiran en Cuba son buenas para la estabilidad. Si las comparo con las de otros países del tercer mundo que conozco como Marruecos, México, Túnez o Guatemala, son mucho más llevaderas para el grueso de la población. Si en estos países no parece que haya por el momento indicios de revolución social debida a la exclusión, la miseria, la injusticia... mucho menos cabría esperar que se produjeran involuciones en la isla revolucionaria que tuvieran que ver con las condiciones de vida reales de la inmensísima mayoría de la gente.
Las desigualdades y la estabilidad social
El periodo especial trajo una pequeña dosis de neoliberalismo a Cuba, que se tradujo en un notorio incremento de las desigualdades sociales contra las que el socialismo tanto luchó y lucha. No sé si se puede hablar de una nueva burguesía, pero es evidente que afloran diferencias importantes entre el nivel de vida de quienes resuelven por cuenta propia y quienes se ven más reducidos al tejido económico estatal. Hay mucho descontrol económico: actividades básicas como la pequeña construcción, el mantenimiento de las infraestructuras familiares, la peluquería casa por casa, la reparación de automóviles privados, etc., han desarrollado un tejido empresarial ajeno en la mayoría de los casos a cualquier tipo de tributación o normativa. Las culturas de la marginalidad social, con toda la actividad económica parasitaria que desarrollan, crecieron. El propio Fidel reconocía en el discurso citado que no se puede confiar en una buena parte de los directivos de empresas estatales... Un buen amigo, revolucionario sin mácula, nos comenta que hay mucho, digamos, desorden contable en el tejido empresarial del Estado, en el que muchas empresas carecen de una contabilidad y control en condiciones y se siguen derivando cantidades notorias de recursos hacia los bolsillos de trabajadores y administradores.
A la postre, la experiencia en Cuba y los más variados relatos del día a día de los ciudadanos consultados siguen mostrando la extensión del desvío de recursos y la vigencia de la cultura del resolver... así como el pobre desempeño de la economía en moneda nacional. Otro amigo, que se gana la vida de modo digamos que informal, afirma que por supuesto que “en Cuba todo el mundo resuelve”, refiriéndose a que es muy poca la gente que no consigue salir adelante de un modo u otro por encima de lo que ofrece la economía básica estatal. Parecería necesario un estudio riguroso que determine cuáles son los salarios reales de los cubanos y cubanas. La sospecha inevitable apunta a pensar que el salario estatal ha de implicar menos o mucho menos de la mitad de los ingresos monetarios1 de importantes capas de la población. Puede que merezca una consideración especial en estas apreciaciones el sector agropecuario2, con la nueva clase de los intermediarios surgida a raíz de la legalización de los agromercados, cuya oferta es de carácter privado, durante los primeros años del periodo especial. La economía informal y privada –y en esto incluyo las rentas migratorias y los salarios en divisas del personal de las misiones en el seno del ALBA-, que circula más cerca de los valores en divisas que en moneda nacional, de algún modo compensa y hace en última instancia viable la situación y ha constituido el modo realmente existente en el que el pueblo cubano ha ido enfrentándose a la crisis y consiguiendo aumentos (pequeñitos para muchos, enormes para algunos) en sus niveles cotidianos de consumo.
Curiosamente, los cubanos se quejan, fundadamente, de la escasez y mal estado de transporte y vivienda, mientras legitiman con toda naturalidad las infinitas trapacerías y malversaciones que se engloban en el omnipresente verbo resolver. Es un miope culto al pan para hoy, hambre para mañana, que obvia a menudo la relación directa entre la ineficacia en estos sectores económicos vitales y la lista interminable de malas prácticas, hurtos y abusos de los que algunos apañan su presente particular y fastidian el futuro de todos.
Por ejemplo, en la revista Bohemia correspondiente al mes de abril de 2007 aparece un magnífico reportaje sobre la crisis del transporte en La Habana, un ejemplo –desgraciadamente poco difundido y bastante infrecuente- del tipo de periodismo que hace falta hoy día en la isla. Explica que el desorden empresarial –todas las compañías pertenecen al Estado- y la mala planificación han hecho que las empresas tengan diez veces más vehículos que el sistema de transporte urbano de la ciudad, el cual traslada a muchos más viajeros. Los vehículos de los centros laborales se suelen limitar a llevar a los trabajadores y a menudo regresan... ¡vacíos! Hay una ley que obliga a que ese tipo de vehículos vaya siempre lleno, es decir, recoja a todo el mundo en los puntos establecidos, donde se acumulan masas increíbles de gente cada día a la espera de conseguir que alguien las lleve a su destino. La ley dice que los viajeros deben pagar una tarifa muy pequeña (unos céntimos de peso no convertible) cuando los lleva alguna de estas guaguas de empresa. Es habitual que los conductores actúen como les convenga: van vacíos si tienen prisa, usan el bus para sus asuntos personales y se dedican a cobrar un peso entero y se quedan el vuelto –o toda la recaudación- para resolver cuando se dedican a hacer de autobús público por cuenta propia...
La cultura del resolver también ataca en el tema de la vivienda. Florece un sector informal que trabaja a precios relativamente altos, que favorecen a quienes se desenvuelven bien en la doble economía y discriminan a los que no pueden salir de la magra paga en moneda nacional. Así, se construye y se rehabilita bajo una iniciativa esencialmente privada, fuera de todo control económico y urbanístico, sin normas de seguridad ni pago de impuestos, de modo que el estado de las viviendas va marcando diferencias de clase. Los materiales suelen ser producto del desvío de los proyectos del Estado, de modo que las iniciativas constructoras de la Administración se topan con un doble problema: les falta mano de obra porque los albañiles prefieren claramente la cuenta propia debido a la impresionante diferencia retributiva; las obras se demoran muy por encima de lo razonable por el desvío permanente de materiales mediante el que los obreros de la construcción estatales intentan, en un entorno de absoluto descontrol contable y complicidad extendida, remedar los salarios del sector privado.
La evidencia empírica en la que se han criado las últimas generaciones de cubanos es la de que la corrupción y la cuenta propia llevan derechitos a un estatus socioeconómico superior, unidas precisamente a las divisas provenientes del mundo capitalista, que es visto con una peligrosa ingenuidad como una especie de mundo maravilloso donde fluyen las oportunidades para todos.
Evidentemente, dado el papel del Estado como redistribuidor y subvencionador, no hay comparación entre las obscenas desigualdades que caracterizan a cualquier sociedad capitalista y las diferencias económicas entre cubanos. Además, en Cuba no parece que se esté formando una gran burguesía con aspiraciones de poder político, aunque los más lúcidos dirigentes revolucionarios, como el Ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque4, adviertan que existe el peligro potencial y que el socialismo debe movilizarse para impedir que algo así suceda. Pero la realidad paradójica es que, poco más o menos, el sistema funciona con todo ese desgobierno, y la economía sin duda crece. La mayor desigualdad ha traído injusticia, amoralidad y la tristeza de una cultura frustrante de la astucia y el consumismo; pero la forma social a que ha dado lugar el periodo especial resulta relativamente estable y permite continuar con los grandes proyectos y apuestas geopolíticas del Gobierno cubano.
Propiedad estatal y propiedad “social”
El número 50-51, correspondiente al semestre abril-septiembre de 2007, de la revista Temas, editada en Cuba, propone un interesantísimo debate que titula “Transiciones y postransiciones”. Ahí se echa una mirada a diferentes procesos de “transición” en otros países, con especial atención a la caída del campo socialista y a una muy fundada crítica del sistema soviético surgido del estalinismo, y se debate sobre el porvenir del socialismo cubano. En varios de los artículos5 se plantean los problemas más importantes que, más allá de las condiciones objetivas y la estabilidad inmediata del sistema, afronta el futuro de la Revolución cubana. En gran medida, lo que se lee en Temas responde a la discreta discusión pública que se desarrolla en la isla en determinados ambientes y se corresponde con algunas de las más interesantes conversaciones que he podido mantener este verano durante nuestra estancia allí. En círculos intelectuales se siente que hay más libertad de movimiento de las ideas que nunca, pero habría que ver cuál es la trascendencia pública real de este tipo de diálogos.
Suele ser frecuente escuchar que es preciso distinguir entre la llamada “propiedad estatal” y la “propiedad social”, buscando explicar la radical falta de compromiso de los productores estatales cubanos con la propiedad colectiva, siempre objeto de malversación e ineficiencia. Se dice que ambas formas de propiedad no pueden confundirse, y que reducir el papel del Estado y aumentar el de la sociedad en la producción es la salida de la crisis y el modo de superar el evidente anquilosamiento del sistema productivo del socialismo realmente existente. Se habla entonces de cooperativas, pequeños propietarios, propiedad comunitaria... y otras formas de iniciativa privada que debieran ser asumidas como sociales y por tanto, socialistas. Personas que considero muy autorizadas opinan, más a las claras, que es preciso legalizar la pequeña empresa y sujetarla mediante un marco normativo eficaz y un sistema impositivo claro y razonable. Es evidente que la crítica de la llamada “propiedad estatal” suele estar aparejada a un intento de introducir mayores cuotas de libertad económica, o por lo menos, de reconocer, hacer salir del armario, el importante volumen de iniciativa privada que se desarrolla por la mano izquierda. Al tiempo, este tipo de discurso, apremiado por el recuerdo de la caída del campo socialista, plantea sustituir la planificación central de los grandes epígrafes de la producción y distribución por algo más... social, comunitario, cooperativo o hasta empresarial. Subyace una crítica razonable a la salida planteada por Fidel con su ejército paralelo de trabajadores sociales: ¿Quién vigila al que vigila? La idea es que la relación de los trabajadores con la propiedad estatal es similar a la relación con cualquier otro tipo de propiedad ajena: en caso de sentir necesidad, y si no se perciben grandes riesgos, se roba, malversa o se fomenta el escaqueo. Parte de esta argumentación sostiene que, a la larga, el esfuerzo moralizador de los trabajadores sociales será deglutido por la realidad social y habrá que inventar otro ejército de jóvenes para vigilar al primero, y así ad infinitum, porque siempre se puede inventar y burlar la ley. De ahí que se postule una desconfianza radical hacia la propiedad estatal y la planificación central características de un socialismo superado por la Historia, y se recurra al concepto tan ambiguo de propiedad social.
En diferentes conversaciones con amigos cubanos he planteado que la titularidad jurídica de una propiedad social sólo puede pertenecer al Estado, porque la sociedad no es un ente claro y el Estado es, en cualquier caso, el único organismo que pertenece y representa a toda la ciudadanía. En mi modesta opinión, el problema no es del tipo de propiedad, aunque en la práctica, la ciudadanía piense que sí, porque en la actualidad la mayoría se compromete mucho más con su propiedad privada que con la colectiva.
En este sentido, es importante afrontar cuestiones tales como el buen funcionamiento de las Cooperativas de Crédito y Servicios, que agrupan circunstancialmente a productores privados, frente a los peores resultados de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) que sustituyeron a la mayor parte de las grandes granjas estatales6. Son entidades de menor tamaño y que se supone que tienen un funcionamiento más asambleario, con retribuciones que dependen de la productividad de los miembros. La conclusión que se saca a primera vista es clara, a favor de la pequeña propiedad y en contra del Estado como titular y planificador económico, aunque sea en la versión autonomista de las UBPC. Sin embargo, cuando se examina esta cuestión, es importante tener en cuenta un factor que los analistas económicos y los ciudadanos cubanos preocupados por el futuro de la Revolución suelen dejar de lado: ¿Qué tal funcionan las asambleas de las UBPC? ¿Cuál es el grado de participación de sus componentes? ¿Se expresa ahí la gente con sinceridad, hay la sensación de que se puede hablar libremente sin que lo tachen a uno de contrarrevolucionario? ¿Se ha trabajado en la capacitación del personal para comprometerse activamente con el trabajo asambleario? ¿Se han formado especialistas en dinamización de grupos, en resolución formativa y democrática de los conflictos, gente que enseñe a las asambleas a funcionar como es debido y las supervise periódicamente? Al final, la pregunta es quién manda realmente en las cooperativas. Cuando hemos hablado de todo esto con personas muy autorizadas que conocen bien por dentro el mundo de la agricultura cubana, hemos llegado a la conclusión de que una conjunción de factores hace que la calidad democrática de muchas de estas cooperativas puede que sea bastante deficiente, lo cual explicaría en buena parte su pobre desempeño. Lógicamente, si tu cooperativa la maneja cierta gente que administra según su parecer la condición de revolucionario –la cual excluye cualquier crítica profunda a su gestión- porque son quienes el Partido desea ver ahí o por lo que sea, la asamblea deviene un órgano de puro trámite incapaz de resolver tus problemas y no sientes que todo eso sea tuyo y que debas luchar por ello, ni siquiera por tu propio beneficio. Lejos ya del ardor combativo de los primeros tiempos de la gesta revolucionaria cubana, tras quince largos años de periodo especial, es mucho más sencillo que te ocupes de cómo apropiarte personalmente del producto que de favorecer el mejor desempeño colectivo posible.
Creo que este ejemplo ilustra algo de cómo creo que el socialismo tiene que plantearse su funcionamiento en el largo plazo, asumiendo el riesgo, incluso en tiempo de bloqueo, agresión y mar de capitalismo, de perder la imagen de pueblo-puño –perdóneseme el neologismo- a favor de una democratización real del Gobierno, es decir, de las decisiones económicas. Puede descentralizarse más o menos la producción, pero sobre todo el Estado debe luchar muy activamente para ser visto por la población como verdaderamente suyo. En este sentido, la crítica de la realidad cubana a partir del análisis del fracaso histórico del socialismo soviético es muy interesante si no se utiliza como coartada fácil para estimular una transición al capitalismo.
¿Puede que el problema de fondo sea verdaderamente político? Sin duda, en parte lo es. El Estado cubano ha formado un pueblo excepcionalmente culto, que puede estar preparado para una mayoría de edad histórica, y que, sin embargo, vive una relación con el Estado en la que se fomenta la falta de implicación y de responsabilidad personal mediante un excesivo dirigismo y una falta de poder político real de las importantes instancias democráticas del sistema. Gente preparada, ambiciosa, que se ve tratada como un sacrificado menor de edad, de un modo parecido a lo que sucede con los trabajadores en el capitalismo, con la salvedad de que está a salvo la supervivencia, que la gente no se juega el pan de sus hijos si malversa, desobedece o esquiva por la izquierda las órdenes de un poder que se vive como extraño a uno.
Los cambios en este sentido pueden implicar fuertes riesgos de involución, pero probablemente es preciso ser audaces. Ése es el papel que le corresponde a la vanguardia revolucionaria. No se debe olvidar que la caída del campo socialista se produjo cuando la población tenía niveles de bienestar mayores que los de la Cuba de hoy, y que la nueva burguesía hegemónica y sometida al Imperio nació en buena parte de los propios partidos comunistas. No es cuestión de cambiar en lo esencial la Constitución cubana. La urgencia es repensar los modos del poder y articular una nueva cultura política que rearme el socialismo con las armas de la democracia y naturalice un nuevo modo de relacionarse los ciudadanos con su Estado.
La potenciación de la cultura de la corresponsabilidad ciudadana
La comunicación entre el Estado y el pueblo es, a mi juicio, la cuerda sensible sobre la que la Revolución debe trabajar para enfrentar el grueso de sus problemas económicos. El modelo cubano funcionaría como una máquina bien engrasada si toda la ciudadanía estuviera compuesta de atletas morales revolucionarios dispuestos a cualquier sacrificio, disciplinados y conscientes de su papel en la Historia. Pero en estos tiempos de paz aparente y capitalismo global, las cosas están muy lejos de ser así, y no se soluciona la cuestión insistiendo en esa cultura política cuando la realidad marcha por otro lado bien distinto. La defensa del socialismo pasa por superar la ilusión de unanimidad de la que el poder revolucionario en Cuba constantemente hace gala.
Se ha señalado a menudo la dependencia del socialismo cubano de la figura de Fidel y, por extensión, de toda la generación combatiente que aún se halla, Raúl al mando, al frente de la dirección de la nación. La legitimación profunda de ese orden generacional, en mi opinión claramente preconstitucional en su efectividad real frente al resto de poderes establecidos, exige esa ilusión de unanimidad y lleva asociado el peligro del desgobierno cuando inexorablemente pase el tiempo y el país pierda a sus veteranos dirigentes.
El reto de la Revolución es conseguir la complicidad de casi todo el mundo, el compromiso general con el funcionamiento de las cosas de todos. Para conseguirlo, es preciso trabajar para cambiar la cultura política y hacer que la inmensa mayoría de los ciudadanos se sienta profundamente responsable de la gesta heroica de la resistencia y crecimiento de la Revolución. No se trata de plantear una lucha contra la corrupción, sino una auténtica recuperación moral basada en el control democrático y la corresponsabilidad ciudadana.
Para ello hace falta un fuerte reajuste de la organización económica mediante la implantación de un sistema único y general de contabilidad e inventarios computerizados, y con el establecimiento de rutinas de escrutinio público de la labor de todas las instancias productivas7, para evitar las pequeñas corruptelas... y las grandes que de vez en cuando han de aflorar en los niveles altos de la Administración. Las asambleas de trabajadores o de cooperativistas agrarios deben refundarse con un espíritu crítico, de participación abierta y corresponsabilidad de todos, y deben funcionar de modo razonablemente democrático. Hay que extender las responsabilidades reales, en la gestión y planificación económicas, de las abundantes instancias de participación del sistema cubano, frecuentemente infrautilizadas o abocadas a un segundo plano tras muchos años de la citada cultura política excesivamente centralista.
La piedra de toque: los medios de comunicación
Un recurso clave, que creo que está siendo a la vez mal y poco utilizado, para defender la Revolución, y, por tanto, para mejorar la cultura política en el sentido necesario de la corresponsabilidad ciudadana en la planificación y supervisión económicas, son los medios de comunicación de masas.
Estuvimos este verano hablando con Orlando Oramas, subdirector de Granma, el órgano oficial de expresión del Partido Comunista de Cuba (PCC) y principal diario del país, que nos mostró la auténtica penuria de medios con la que trabajan. Su ordenador es vietnamita, producto de una donación, y se cuelga cada dos por tres. Apenas ahora están comenzando a aprender a utilizar un software profesional para la maquetación del periódico, que sale con sólo ocho páginas diarias y son un número escaso de redactores los que las sacan adelante. Contrasta esta situación con la fuerte inversión en otros proyectos mediáticos o de investigación (ejemplo: el día antes pudimos visitar la magnífica factoría de dibujos animados del ICAIC, con una dotación de medios infinitamente superior a la del Granma). La impresión que nos llevamos fue que la dirigencia de la Revolución no da excesiva importancia a su periódico más notorio. Oramas, para explicar esto, nos comentó que hay una estructura comunicacional que conecta al partido y a los jefes del proceso con las bases sociales, a través de núcleos del PCC, comités de defensa de la Revolución (CDR), asambleas vecinales, etc. Es posible que el Partido, nos dijo, prefiera comunicarse con la ciudadanía a través de estos cauces... Al tiempo nos explicó la importancia de la comunicación boca a oreja en la sociedad cubana, la defendió como un método válido frente a lo que estamos acostumbrados en los países capitalistas. Yo creo, sin embargo, que Orlando Oramas y sus compañeros de redacción son auténticos periodistas de raza que quizás debieran encontrar mucho mejores condiciones para el ejercicio de su profesión. Con todo, Orlando Oramas nos explicó que también han tenido ocasiones importantes de hacer periodismo de investigación, y puso el ejemplo reciente de cómo el medio sacó a la luz los problemas de impago del Estado del acopio agrícola8 y contribuyó decisivamente a que se resolviera la situación.
Sí que observamos una discreta mejoría en la calidad periodística y de diseño en el diario Juventud Rebelde, que ha mejorado su maquetación y ha incorporado a sus contenidos habituales una interesante sección de cartas de la ciudadanía para la denuncia de todo tipo de malos funcionamientos y corruptelas. El periódico tramita las quejas y denuncias –las reciben ¡por miles!- ante las autoridades responsables, las cuales a veces responden y a veces no. Sin embargo, los periodistas llenan las lagunas que suele presentar este tipo de informaciones, basadas en el relato directo de los ciudadanos. Si no hay respuesta a una carta fundada, o si la respuesta elude decir quién es el verdadero responsable de lo sucedido aunque prometa deshacer el entuerto, la redacción de Juventud Rebelde no investiga para publicar aquello a lo que el denunciante no ha sabido llegar y el denunciado premeditadamente oculta.
También es preciso echar una mirada al panorama audiovisual, en particular a la televisión, aunque ha de distar mucho de ser exhaustiva. Nunca me canso de decir que es maravilloso poder ver la tele gratis sin publicidad, pero esto no basta. Antes que nada, hay que señalar que es fantástico el esfuerzo de los canales educativos para utilizar el medio como vehículo formativo con clases estupendas de cosas tales como inglés para niños o historia de España. Y el sesgo de calidad que le dan a su programación cinematográfica, que emite filmes de cine independiente y obras maestras de todo el mundo, aunque frecuentemente las copias dejan bastante que desear. En general, la programación de los canales educativos está bien, si bien éstos se han consolidado como opciones de carácter netamente minoritario frente al preponderante Cubavisión. Una de las emisoras educativas emite el magnífico informativo estelar de Telesur cada día a las ocho y media, precisamente cuando empieza en Cubavisión la telenovela que todo el mundo ve...
En cuanto a este último canal, hay que distinguir dos partes: los servicios informativos y la mesa redonda diaria, y la programación de entretenimiento. En la oferta de ficción se combinan seriales y telenovelas de producción propia, que conectan más o menos bien con la realidad de la isla, y productos extranjeros de calidad variable, desde una telenovela brasileña más que dudosa (que le encanta a la gente) a producciones estadounidenses y europeas que, salvo excepciones, muestran una imagen muy falsa del primer mundo. Al tiempo, algunos de los programas de música y variedades emulan el estilo y contenidos de la televisión convencional del mundo capitalista. Es cierto que los programas de humor, con frecuencia, muestran unos contenidos más relacionados con el sentir de gran parte de la población y están llenos de indirectas que conectan con las dificultades y carencias del día a día ciudadano, así como con los aspectos de mala gestión y desvío que constituyen buena parte de la experiencia cotidiana de la gente común.
El informativo estelar de la televisión cubana es parco en noticias y desarrolla más o menos los mismos asuntos que los dos medios principales de la prensa escrita. La sección internacional apenas condensa un par de informaciones o tres, y la actualidad nacional está compuesta del discurso de los dirigentes en diferentes contextos9, una colección de logros económicos y sociales que no se detiene nunca y actos de reafirmación revolucionaria, sobre todo protagonizados por la remembranza de los héroes y las gestas de la guerra revolucionaria en los cincuenta o de los primeros años del proceso. La información, cuando aporta aspectos negativos, aunque lo sean sólo parcialmente, de la vida nacional, a menos que Fidel asuma la responsabilidad de anunciarla, se da con cuentagotas. Por su parte, la mesa redonda diaria, que copa cada tarde la emisión de Cubavisión y los dos canales educativos, si bien trata con gran profundidad temas de relevancia nacional e internacional, carece del necesario grado de conflictividad, reflejo claro de la realidad social, a la hora de afrontar los problemas internos de la isla; ahí, los ponentes siempre están de acuerdo en casi todo, no hay polémica, falta por completo la audacia de conseguir que la televisión vehicule los debates que circulan en variados ambientes, tales como el que he mencionado que publica la muy minoritaria revista Temas. No se entra al trapo del creciente cuestionamiento de lo público frente a lo privado que vibra en la calle o de la inquietud por emigrar que alcanza a muy variados sectores de la sociedad. No se afronta, en suma, la necesidad de diálogo social que el público cubano exige y que se manifiesta fuera de los medios, el espacio público por excelencia en las sociedades modernas.
La activación mediática en tres órdenes
Creo, a fin de cuentas, que el entramado mediático de la Revolución no está haciendo, ni mucho menos, el papel que demandan estos tiempos. No está a la altura de las circunstancias que el propio Fidel describiera en el citado discurso de noviembre de 2005. Puede que en otro momento fuera esa la manera de defender el socialismo, pero no me cabe duda de deberían plantearse algunos cambios de importancia. Y yo diría que habría que plantearlos en tres órdenes:
1. La credibilidad informativa.
Los medios deberían ser mucho más informativos. Con frecuencia escuchamos, entre bienintencionados defensores de la Revolución, que lo que pasa es que la prensa no publica una información hasta que está total y absolutamente contrastada. Si algo sale en Granma acerca de cualquier asunto ya desarrollado por la vox populi, nos dicen, todo el mundo sabe que es la verdad. Pero creo que, si ya hay poco espacio en los diarios e informativos de radio y televisión para las noticias de actualidad nacional, se dedica muy poco a la noticia propiamente dicha, esa que cumple los requisitos de importancia y actualidad marcados por cualquier escuela de periodismo. El periodismo informativo se caracteriza por las prisas, por el afán de que el público lo sepa todo, que sería muy saludable en los medios cubanos. Puede ser que se incurra en un cierto riesgo de meter la pata de vez en cuando, pero en el oficio existe el concepto de fuente autorizada, que sirve para que el relato siempre tenga un responsable directo más allá del periodista. ¿Por qué no puede decir un medio informativo de la Revolución algo así como “las autoridades aún no saben muy bien qué pasa” o “según el responsable de tal, lo sucedido fue esto, mientras que según los afectados, fue aquello”?
El reto es que el flujo informativo alimente el debate social y contribuya a la regeneración moral. He escuchado también el argumento de que la opacidad informativa y el tono claramente propagandístico de los medios oficiales son una señal inequívoca de control de la situación, de poderío; y que cambiar esto podría poner en peligro la hegemonía revolucionaria. En mi opinión, la opacidad informativa, a la larga, favorece el pobre desempeño de los responsables públicos, el desvío y la corrupción. El escrutinio público, el que los responsables y trabajadores se sientan vigilados por una prensa deseosa de informar para mejorar las cosas, puede ser un factor indispensable de regeneración moral y, por tanto, de recuperación de la implicación de las personas en el trabajo colectivo.
Por último, se maneja mucho el argumento de que informar de los problemas en Cuba podría ser utilizado por el enemigo contra la Revolución. Se trata, sin duda, de la formulación de más peso a favor de la situación actual, pero se trata, a mi parecer, de un planteamiento muy débil.
En primer lugar, y con este artículo intento dar ejemplo, la defensa de la Revolución debe dejar de ser de una vez la defensa de la sociedad perfecta. Es la defensa de una lucha encomiable, de unos valores, en una sociedad muy imperfecta que necesita mucho esfuerzo y mucha crítica para salir adelante y mejorar. Cuba es, a la vez, trinchera antiimperialista y campo de batalla del socialismo en medio de la globalización. Por tanto, no todo pueden ser logros y más logros cuando la población sufre en su piel los abundantes vicios y problemas. Las malas lenguas cuentan un chiste que creo que ilustra bastante esta cuestión. Ante un discurso informativo que sólo da relevancia a los aspectos positivos de la realidad, mucha gente, desde la experiencia cotidiana de la dificultad para acceder a la carne de vaca, reacciona con cuentos como este:
- Oye, chico, ¿hacia dónde va toda esa gente corriendo?
- Van para la sede de la televisión cubana, que parece que dan carne de res.
Antes que nada, el socialismo, al contrario de lo que pasa con el capitalismo y sus grandes corporaciones mediáticas, debe poder presumir de ser un sistema perfectamente compatible con la verdad, que se alimenta en su mejor funcionamiento del reconocimiento inmediato de los problemas, llegando de manera argumentada hasta sus causas más profundas. Porque hay razones de sobra para seguir peleando por la Revolución sin necesidad de un triunfalismo excesivo, y más con la demostración extraordinaria que hace cada día de solidaridad internacionalista. Cuba, con todos sus problemas, está a la vanguardia del mundo precisamente porque construye, en condiciones dificilísimas, la única alternativa posible al capitalismo, el cual, a buen seguro, destruirá la vida humana sobre la tierra si no es erradicado cuanto antes. Pero es una sociedad plural, contradictoria, multiforme y problemática, ante todo es un país ex capitalista sitiado a la vez que permeable.
En segundo lugar, el enemigo aprovecha la opacidad informativa para atacar mediante sus medios piratas –radio y televisión emitidas desde aviones y cosas así- y la rumorología callejera tan característica de la sociedad cubana, eso que se conoce como la bola. A veces, el boca-oreja es correa de transmisión de la radio ilegal proimperialista. En general, el discurso de la calle, mayormente no influido por Miami, está peligrosamente desligado del oficial, y tiene mucha mayor credibilidad, ya que ha sustituido las fuertes carencias informativas del sistema. La hegemonía forzosa de la bola es un peligro, porque la oralidad no está a la altura del rigor argumentativo que exige la participación responsable en las tareas de una sociedad moderna y avanzada. El rumor se engorda y encoge caprichosamente, puede ser fuente de equívocos graves y permite que la mierda de los fascistas de Miami penetre de vez en cuando en la isla sin necesidad alguna.
En la comunicación callejera, por cierto, sorprende la imagen positiva que tienen muchos cubanos del capitalismo, así como la poca consideración hacia sus condiciones de vida garantizadas por el Estado, que tan valiosas resultan en un país que sigue siendo parte del Tercer Mundo y que vive asediado económicamente por el Imperio. Es el reino de la crítica desbocada, que engorda por la falta de respuesta de los medios de comunicación, que a menudo reaccionan tarde o simplemente guardan silencio ante hechos o preocupaciones que circulan por medio de la vox populi.
En tercer lugar, el enemigo no necesita que los medios de comunicación revolucionarios le muestren los problemas de Cuba, porque muchos ya los ven y ya se sienten legitimados para decir que se deben al socialismo y que el capitalismo lo cura todo. No hay más que echar un vistazo a las abundantes páginas web de gusanos, algunas visitadas con frecuencia desde Cuba. De hecho, los gringos y sus lacayos exageran lo que pueden, y si no encuentran nada que les plazca para criticar, inventan. La mejor defensa contra sus falacias y pseudo argumentaciones serían precisamente unos medios de comunicación robustos, que buscaran difundir a toda costa toda la información veraz y dispuestos a discutir los problemas en su justa medida, la que marca el conocimiento público de los hechos y los datos.
En resumidas cuentas, no veo por qué no hay buenos medios de comunicación de izquierdas en la Cuba revolucionaria. Ejemplos a seguir pueden ser el diario mexicano “La Jornada” o Telesur. No veo por qué no se van superando los excesos de retórica y propaganda que actualmente caracterizan a diarios y programas informativos, que renuncian de este modo a su función esencial de reguladores de la moralidad social y alimentadores de la conciencia democrática de un pueblo con un alto grado de formación académica.
2. La necesidad de debate público.
Alguien debería comparar la audiencia de la Mesa Redonda, emitida simultáneamente por Cubavisión y los canales educativos, con la de los juegos panamericanos televisados a través de Telerebelde, la única cadena de orden nacional que no se une a la emisión en cadena del debate oficial. En Cuba, uno no deja de escuchar quejas acerca de ese programa que, junto con los informativos, copa la emisión de las principales cadenas en su horario de tarde. En tiempos del ciclón Dennis tuve la ocasión de admirar cómo la Mesa Redonda se convertía en tele de emergencia nacional aprovechada por el Gobierno, Fidel al frente, para coordinar las tareas de prevención. Pero ahora, dos años después, me di cuenta de que en tiempo de paz sólo los más militantes la siguen.
¡Polemicen, por favor! La apariencia de unanimidad oculta el crecimiento del disenso y da la impresión de que el poder socialista carece, en el fondo, de los argumentos para batirse en duelo abierto con las tendencias ideológicas que, no nos engañemos, van poco a poco progresando en la sociedad cubana.
La ausencia de verdadero debate favorece la falta de responsabilidad y de compromiso con lo público, que se siente como ajeno, ya que los medios públicos no dan tampoco respuesta a las inquietudes individuales. El exceso de unanimidad ofrece la impresión de que son otros lo que piensan por uno y permite a muchos ver el pensamiento y las formas revolucionarios como meras reglas superficiales de un decoro que sirve para quitarse de problemas y buscar el progreso personal, más que como señales de un hondo compromiso.
Asimismo, pienso que la carencia de espacios masivos de discusión pública se relaciona con la tendencia a ver los problemas de Cuba como una oposición entre la rigidez socialista y el deseado pragmatismo de la libre empresa. Un buen amigo, activo participante en los debates que se están llevando en círculos intelectuales con el telón de fondo de la transición socialista, me comentaba este verano que sistemáticamente sorprende a la audiencia universitaria cuando combina en su discurso las críticas a muchos aspectos del funcionamiento económico con su posicionamiento intransigente de izquierda y socialista. Los jóvenes que acuden a esas charlas no suelen concebir que se trata de encontrar soluciones creativas a los problemas desde una óptica comunista sin ambigüedades, nunca plantearse la regresión capitalista. Probablemente, este amigo del que hablo sea para muchos la primera voz que escuchan que les cuenta que hay algo diferente a lo que esperan, entre la espada de la discusión callejera y la pared del discurso oficial.
3. La imagen del capitalismo (¡y del supuesto postsocialismo!).
Los efectos culturales del periodo especial son especialmente preocupantes, sobre todo cuando se ven reforzados por la combinación del crecimiento y opulencia de los shoppings, la hegemonía de las formas musicales y cinematográficas del mercado global, la relativa abundancia de referentes televisivos marcados por la influencia del capitalismo exterior. Se podría escribir mucho sobre cómo se configuran valores éticos y estéticos de tipo consumista en la población joven, criada en el periodo especial, que ha visto como evidencia empírica que el éxito social viene marcado por el desvío y la inmoralidad. Pero me voy a detener en un aspecto que pienso desarrollar más a fondo en otros textos: en Cuba mucha gente tiene una imagen terriblemente idealizada del capitalismo, agravada por la increíble tendencia a compararse con los consumidores del Norte, a creer que Cuba es un país al que le correspondería estar en el primer mundo... No creo que sea una casualidad que muchas voces contrarrevolucionarias lleven ya algún tiempo difundiendo la falacia de que Cuba era un país rico en los tiempos de Batista, como dando a entender que, de no haber habido Revolución, ahora sería una suerte de Suecia o qué sé yo, de España mismo. Como si no hubieran existido Argentina, o Uruguay o México. Como si Cuba no fuera entonces una colonia y no fuera ese el estatus que le iba a corresponder en el improbable caso de que alguna vez cayera el socialismo. ¿Qué clase de ajuste estructural habría recibido Cuba con la caída de los precios internacionales del azúcar, si hubiera continuado como neocolonia de EEUU?
Y es que en Cuba falta mucha, mucha información sobre la realidad real de lo que el capitalismo es e implica para la gente y el medio ambiente, sobre todo cuando las fuentes de la vox populi son un batiburrillo formado por los relatos de los emigrantes que sólo pueden regresar luciéndose como triunfadores y los ecos de medios de comunicación extranjeros como el impresentable “El País” o la no menos mentirosa CNN.
Yo participo en el proyecto de la Brigada Informativa “Elpidio Valdés”, que tiene por objeto precisamente tratar de contribuir a que llegue a la isla revolucionaria el relato de los abundantes perdedores del capitalismo, tanto de España, que es un país primermundista llenito de perdedores, como de otros países menos agraciados como México o Argentina. La gente en Cuba es muy poco consciente de cómo son las cosas fuera, más bien idealizan un mundo que genera marginación y violencia, inclusive en las naciones más ricas, en cotas inimaginables en la isla heroica. A menudo, en el diálogo con gentes muy distintas me he visto obligado a pensar que lo que mejor le vendría a esas conciencias para acercarlas un poco más a los ideales revolucionarios sería un viajecito por Guatemala o México...
En conocer bien el capitalismo, en saber con precisión (y con emoción, con dramatismo) qué fue de los países del este de Europa y de los que conformaban la antigua URSS cuando perdieron el socialismo, en ver de cerca en qué consiste el imperialismo, el saqueo permanente hasta la extenuación de naciones enteras... en tener una idea clara de las verdaderas dificultades de la gente en las economías de libre mercado, en conocer de cerca lo que implica no tener médico ni escuela y que tus hijos tengan que trabajar para alimentar a la familia, en ver con claridad las causas y las terribles consecuencias de las guerras provocadas o las terribles crisis económicas o los planes de ajuste estructural... en fin, en la familiarización con lo que en verdad representa el enemigo puede estar la mayor fuerza formadora del espíritu revolucionario en estos tiempos aparentemente menos heroicos, más pedestres que los de las gestas de los padres de la Revolución. Los medios de comunicación cubanos están lejos del nivel que exige esta batalla cultural, de ideas, y a la postre formadora de conciencias politizadas, las que realmente pueden sostener en el tiempo la gesta cubana y ampliarla.
Hay mucho material hecho y mucho por hacer10 para llenar Cubavisión, sin que nadie se aburra lo más mínimo, de programas que enseñen sin ambages las entrañas de la bestia. Nada de monólogos aburridos de ponentes a los que poca gente escucha: documentales dinámicos, fuertes, capaces de llegar hasta las entrañas de mucha gente joven y no tan joven que anda muy, pero que muy equivocada. Se puede ir sustituyendo sin aspavientos, casi sin que la audiencia se dé cuenta, la imagen positiva del mundo capitalista que se proyecta en la actualidad a través de series y películas por otra mucho más realista que obligue a la población a tomar partido, conscientes de las limitaciones reales del mundo en el que efectivamente navega la isla de Cuba con su proclama de Justicia social.
Un aviso para terminar
Cuando, hace dos años, me publicaron en Rebelión un artículo con contenidos en buena parte similares a este, recibí varias respuestas. La que me pareció más preocupante fue la del cubano Miguel González-Carbajal Pascual, titulada “El quijote torea detrás de la barrera”. Además de intentar sacar petróleo de una frase sacada de contexto, responde rayando el insulto a algunos de los contenidos más o menos críticos de mi artículo tratando de descalificarme, por extranjero, como observador de la realidad cubana, por muy solidario y comprometido con la Revolución que haya pretendido ser. Lo poco que hay de argumentación en esa irritada respuesta es propio de quien defiende a capa y espada la ilusión de unanimidad de la que antes he hablado y no sabe que aquel artículo fue el producto de largas conversaciones con mis amigos –revolucionarios- de allá, que tuvieron la oportunidad de revisarlo y corregirlo para medir al milímetro lo que decía entonces. Lo que seguro que resultaría una sorpresa difícil de digerir para el señor González-Carbajal sería el discurso de Fidel de noviembre de 2005 en la universidad, que hablaba de muchas de las cosas que yo describía en mi trabajo de agosto de ese mismo año.
Ahora es posible que haya pecado de audaz en algunos de los planteamientos que trato de ofrecer, pero me parece que hay que intentar coger los toros por los cuernos y no enterrar la cabeza, como los avestruces, en un discurso desconectado de la realidad que no acepta el disenso en ningún grado. Dadas la respuestas que recibí en 2005 de la gente –revolucionaria- que tanto admiro allá en Cuba, que aplaudieron el gesto porque consideran que viene muy bien hablar las cosas, aunque sea un yuma pesado el que se empeñe en publicarlas, no creo que yo sea un quijote deslenguado e imprudente. Más bien me pregunto por sistema qué es lo que tendrá que esconder el que tanto se alarmó porque se dijeran cosas que a la postre han resultado muy verdaderas.
NOTAS.
1. Ojo, esta precisión es vital para entender la realidad cubana, en la que parte importante de la alimentación y la higiene, así como la vivienda, la energía, el teléfono, el agua, la vivienda, la salud y la educación están fuertemente subvencionados por el Estado y resultan baratísimos o gratuitos para todo ciudadano.
2. La agricultura tiene, por decirlo así, un status especial, en el que ha funcionado mejor que ninguna otra forma de organización la cooperación limitada entre pequeños productores independientes, a través de las Cooperativas de Crédito y Servicios. Para más información, es muy interesante el artículo Cuba, una esperanza, de Dale Allen Pfeiffer, publicado en Rebelión el cinco de mayo de 2005.
3. El texto lo publicó también Rebelión, bajo el título de A quien corresponda.
4. Una buena referencia es el discurso que el Canciller cubano pronunciara ante la Asamblea del Poder Popular el 23 de diciembre de 2005.
5. Me refiero a “El socialismo en el siglo XXI. Desafíos de la sociedad más allá del capital”, de Gilberto Valdés, a “La ley obligada de la transición y el proyecto económico socialista del siglo XXI”, de Luis Marcelo Yera, “Nada cubano me es ajeno: notas sobre la condición ciudadana”, de Armando Chaguaceda y “Sobre la transición socialista en Cuba: un simposio”, debate coordinado y recogido por Rafael Hernández y Daybel Pañellas en el que participaron, entre otros, Enrique Gómez Cabezas, Director del Programa de Educadores Sociales, Carlos Lage Codorníu, Presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios, o Fernando Rojas Gutiérrez, Viceministro de Cultura.
6. Véase de nuevo el texto citado en la nota 2.
7. Mientras estaba bastante avanzado en la penosa construcción de este artículo, Rebelión publicó un excelente trabajo de James Petras y Robin Eastman-Abaya sobre la realidad cubana en el que se insiste con buenos argumentos y propuestas en esta cuestión. Véase Cuba: revolución permanente y contradicciones contemporáneas, en la edición del 24 de agosto de la citada web. Sí que debo decir que no estoy de acuerdo con la crítica que hacen estos ensayistas acerca de la asignación de recursos a proyectos de solidaridad internacionalista que mantiene el Gobierno de la isla. Me parece que son de vital importancia y que si se resuelven a fondo algunos de los problemas estructurales de la economía socialista, esos programas no han de implicar un sacrificio notorio.
8. El acopio es el porcentaje de la producción agrícola que los productores deben entregar, a precios regulados –por debajo, aunque no mucho, de los del mercado privado-, al Estado.
9. Por ejemplo, este verano pudimos ver cómo los locutores de la televisión cubana leían, en los informativos, enteras todas y cada una de las reflexiones que Fidel Castro ha ido publicando a diario en su convalecencia. Lo cierto es que se trata de textos muy interesantes, pero no resulta muy adecuado en televisión un presentador que se pasa cinco minutos seguidos o más leyendo el mismo texto que ya han publicado o van a publicar los periódicos diarios.
10. La Brigada “Elpidio Valdés” está preparando una lista de programas y proyectos de televisión adecuados al propósito que nos ocupa, para proponérselos a los programadores de Cubavisión. Un ejemplo: hace poco hemos visto en la cadena española Cuatro la reposición de un documental escalofriante de la serie “Callejeros” titulado “Se alquila”, acerca de las horrorosas condiciones en las que alquilan casas y viven muchos inmigrantes en España. ¿No sería genial que se viera en Cuba?
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