Estamos ya ante la crisis financiera internacional más importante desde los años ‘30. La inyección de más de 500.000 millones de dólares por más de una decena de bancos centrales, en el brevísimo lapso de tres días, no pudo levantar la tendencia al derrumbe en los valores de los capitales de bancos e industrias.
Este descomunal despilfarro de recursos estatales puso de manifiesto el carácter rabiosamente capitalista de los Estados, que al mismo tiempo están lanzados a ofensivas brutales contra los gastos dedicados a la salud, la educación o la vivienda. La suma volcada al socorro de capitalistas especuladores, que han usado toda clase de artimañas para ocultar el peligro para la sociedad que representan sus negocios, es dos veces el producto bruto de Argentina.
De cualquier manera, la intervención de los bancos centrales tuvo que ver más con la acción de los bomberos que con la de un médico cirujano. Puso al desnudo la completa desorientación que reina en los estados mayores del capitalismo frente a esta crisis. La serie de bancarrotas que provocaron el reclamo de socorro, ocurrieron apenas horas después de que estos bancos centrales aseguraran que la economía mundial estaba sólida.
Las operaciones de rescate son de siete a catorce días, que simplemente mantienen congelada toda la situación; habrá que renovarlas. Los títulos, bonos y créditos, que están en manos de los fondos y bancos de inversión, siguen teniendo un valor incierto cuando no igual a cero, como el que tenían antes del chorro soltado por los bancos centrales.
En segundo lugar, en lo que raya incluso el delito, los bancos centrales han aceptado como garantía contra el dinero que entregaban diversos tipos de títulos hipotecarios y no hipotecarios, igualmente desvalorizados. Si los siniestrados no reembolsan el dinero de los bancos centrales, que les fue prodigado a través del canal de los bancos privados, estos o los bancos centrales deberán absorber un ‘muerto’ descomunal.
Diversos grupos de presión están reclamando en forma abierta una operación de rescate por parte de los Estados, ante lo que confiesan es una quiebra generalizada de deudores hipotecarios, empresas de construcción, fondos de préstamos e inversiones, y grandes empresas capitalistas en su conjunto. Fue lo que hizo el gobierno alemán, hace diez días, cuando cayó un fondo que había invertido en títulos o bonos con garantía de préstamos hipotecarios en los Estados Unidos. De entrada, se pide una reducción de las tasas de interés para que los deudores hipotecarios puedan refinanciar sus créditos vencidos.
Un analista muy leído, Nouriel Roubini, procura distinguir entre una crisis de liquidez y una crisis de solvencia, para declarar rotundamente que nos encontramos en este último caso. En realidad, las crisis de liquidez son moneda corriente bajo el capitalismo y se arreglan a través de los bancos y del sistema de bancos centrales, o en última instancia por medio de procesos judiciales de protección. La distinción de Roubini (que tampoco es muy audaz, porque llama crisis de solvencia a lo que sería en realidad una quiebra o bancarrota) apunta, precisamente, a presionar a los bancos centrales a salir del marco de sus operaciones corrientes.
Roubini dice que la insolvencia de los deudores hipotecarios no se limita a aquellos de baja calificación, sino que abarca a los de primer nivel. En este rubro coloca nada menos que al 50% de los créditos hipotecarios que se otorgaron a partir de 2005 y 2006. Por eso habrá millones de impagos, quiebras y desalojos.
Señala también la quiebra de los que otorgaron los créditos hipotecarios, que tampoco se limitan a los que prestaron a usuarios de baja calificación. Menciona a AHM y a Countrywide, dos gigantescos prestamistas, de miles de millones de dólares, que se han ido a pique.
La lista de la bancarrota sigue con los constructores de vivienda -grandes y chicos. Los proyectos de construcción han caído entre un 30 y un 40% y la cancelación de proyectos indiciados está por arriba del 30%, lo cual anticipa una cadena de quiebras en la industria.
Coloca en tercer lugar a los fondos especulativos, que tienen en su poder títulos vinculados a préstamos hipotecarios que no serán pagados. Como consecuencia de las pérdidas que ya registran estos fondos, todo el mercado de créditos, en especial a empresas, ha comenzado a paralizarse. “Nada se mueve”. Pero cuando se ponga en movimiento, la bancarrota se pondrá de manifiesto, porque los títulos en poder de estos fondos están garantizados por deudas que se están dejando de pagar. Roubini dice también las grandes empresas industriales afrontarán bancarrotas, porque aunque lucen sólidas y con ganancias, esto tiene que ver con el hecho de que gozaron de condiciones de crédito fácil, a bajo interés, y de un mercado consumidor inflado por los créditos al consumo, pero con salarios congelados o deprimidos. El curso mismo de la crisis financiera llevará a la bancarrota industrial.
Queda expuesta de este modo la enorme estupidez que despliegan los que dicen que la crisis actual es pasajera porque “los fundamentos” de la economía son vigorosos. La economía presente no tiene como ‘fundamentos’ un aumento del poder adquisitivo de las masas, ni una situación de rentabilidad a largo plazo propicia para las inversiones. Los ‘fundamentos’ son el sistema de crédito, que ha inflado el consumo y la inversión especulativa, y que se encuentra en proceso de colapso.
Si la crisis reúne las características que señala Roubini, o sea una serie continua de quiebras y bancarrotas efectivas y potenciales, la intensidad y extensión de las intervenciones estatales que serán requeridas romperán el equilibrio económico internacional actual. En primer lugar porque la crisis tiene un desarrollo desigual por países, regiones y ramas, y en segundo lugar porque pondrá en crisis el papel del dólar como moneda de reserva mundial. Una emisión gigantesca de dólares y mayores déficits fiscales norteamericanos para estimular la economía, perjudicarán a los países que han invertido sus excedentes financieros en dólares. En el horizonte de la crisis actual se perfila un colapso del comercio internacional y una depresión económica.
La crisis en esta perspectiva afectará la situación social en Estados Unidos dramáticamente, donde se prevén desalojos y despidos en masa, y golpeará duramente a la restauración capitalista en China, porque afectará a los mercados a los que vuelca el 60% de su PBI. La transición china deberá hacer frente a explosiones sociales más agudas que las ya registradas o a situaciones revolucionarias.
El centro de gravedad del conjunto de la situación internacional pasa a ser, más que nunca, la acción política. O los Estados capitalistas imponen un rescate sobre las espaldas de los pueblos, para lo cual se valerán de la coacción estatal, la represión y las guerras; o la acción internacional de los trabajadores desbarata las tentativas capitalistas y hace madurar, en este proceso, las condiciones subjetivas y organizativas de la revolución mundial.
Jorge Altamira
No hay comentarios.:
Publicar un comentario