La crisis bursátil pone en evidencia la fragilidad económica y política de la superpotencia. Los países de América Latina deberían acelerar la puesta en marcha de medidas para desconectarse de la locura financiera global.
Debe ser la crisis más anunciada de las últimas décadas. Tiene al menos dos lecturas. En el corto plazo se trata, como señala la consultora Deloitte, de “evitar una corrida”. Para eso los bancos centrales de Japón, Suiza, Canadá, Australia, la Unión Europea y la Reserva Federal de los Estados Unidos, liberaron cerca de 400 mil millones de dólares en apenas una semana. Con esa cifra, superior al PBI argentino y casi la mitad del brasileño, no lograron trasladar calma a los inversores y al sistema financiero.
En el largo plazo, lo que está en juego es la sobrevivencia del dólar como moneda de ahorro, de intercambio y de refugio. En este punto, han surgido lecturas del más variado estilo. Los economistas y las autoridades de las finanzas globales atribuyen la inquietud al estallido del mercado inmobiliario y de crédito estadounidense. Dos millones de propietarios de casas están a punto de perder sus hogares, sobre todo en Arizona, California y Florida, al no poder soportar las nuevas condiciones que imponen los bancos para el pago de sus deudas.
Pese a ello, “se desconoce el impacto real de la crisis”, según señala una de las más destacadas firmas neoyorquinas, Graham Fisher. Los analistas tienden ahora a mirar las crisis financieras del pasado para intentar comprender lo que puede suceder. Miran, por ejemplo, el colapso del índice Dow Jones de 1987 o la turbulencia provocada por los hedge funds en 1988. Otros, aseguran que el precio de la vivienda en algunos estados de Estados Unidos se derrumba como en 1929.
¿Qué pueden hacer los Estados Unidos? ¿Y la Unión Europea? Según Paul Craig (ex secretario adjunto del Tesoro durante el gobierno Reagan) poco o nada. La Reserva Federal, que en otra situación podría bajar las tasas de interés para afrontar la situación, no puede moverse de su lugar sencillamente porque ya no depende de sí misma sino de China. Sus reservas ascienden a 1,2 billones de dólares. China tiene tres veces más reservas que los doce países de la zona euro. Si decidiera desprenderse de los 900 mil millones que posee en bonos del Tesoro estadounidense, el dólar sufriría una fuerte y repentina devaluación, más aguda de la que viene sufriendo en los últimos años. Otros países harían lo mismo, con lo que el dólar habría dejado de funcionar como moneda “universal”.
A diferencia de sacudidas anteriores, como el Tequila de 1995, la crisis asiática de 1997, la rusa de 1998 o la argentina de 2001, esta tuvo su epicentro en el corazón del sistema. Es ahí donde hay que buscar la clave de la situación en curso. La superpotencia llegó a su apogeo entre 1945 y 1970. En la década de 1950, el 60 por ciento de la producción industrial mundial se localizaba en Estados Unidos. Hoy apenas supera el 20 por ciento. Casi el 50 por ciento de los bonos del Tesoro estadounidense están en manos extranjeras. Es un país dependiente que desde 1970 consume más de lo que produce.
El capitalismo financiero, viraje que se produjo hacia comienzos de la década de 1970, es la causa de la desestabilización permanente que vivimos. La relación entre activos financieros y la producción se disparó de 109% en 1980 a 316% en 2005, pero alcanzó a 303% en la zona del euro, que tuvo el mayor crecimiento relativo, y al 405% en Estados Unidos. Pero el mundo financiero ya no está centrado en los préstamos a largo plazo sino en transacciones, lo que eleva considerablemente el riesgo. Y las posibilidades en enriquecerse de golpe. La cantidad de hedge funds creció de 610 en 1990 a 9.575 en el primer semestre de este año.
Según publica Martin Wolf, en el Financial Times del 28 de julio, “en todo el mundo ocurrió una considerable migración de la renta del trabajo hacia el capital”. En buen romance, se trata de especulación financiera mediante la cual las elites “se sienten con el derecho de ganar múltiples del salario de sus empleados”. Apunta que esta mutación sin precedentes del capitalismo está creando nuevas elites dedicadas a ganar billones en poco tiempo. Immanuel Wallerstein y la escuela de los sistemas-mundo sostiene, en su mirada de larga duración, que esta mutación forma parte del período de declive del capitalismo y de la superpotencia.
No es que China la quiera desplazar. Ya lo ha hecho, y otros países –como India- se aprestan a sobrepasar a Estados Unidos como potencia productiva. Lo que estamos viviendo ahora, son las consecuencias financieras de un cambio que se viene procesando a fuego lento, como son los cambios verdaderos, desde hace ya cuatro décadas. El colapso del poder de la superpotencia es sólo cuestión de tiempo. La pregunta no es cuándo se va a producir, algo que es imposible pronosticar, sino cómo. O sea, si será un aterrizaje forzoso o una tragedia a escala planetaria.
Para los países de América Latina, es urgente tomar medidas defensivas que no pueden ser otras que profundizar la integración regional y la desconexión del casino financiero global. En Brasil, la turbulencia actual provocó la salida de 16 mil millones de dólares entre mayo y agosto. Por poner sólo un ejemplo, Petrobras, retrocedió en la bolsa de Sao Paulo en 38 mil millones de dólares. La anunciada puesta en marcha de un mecanismo entre Argentina y Brasil, para comerciar en sus propias monedas y no en dólares, puede ser un paso importante hacia la creación de una moneda regional. Pero, ¿habrá tiempo y voluntad política para evitar que la caída de la superpotencia arrastre a toda la región?
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