El clima en las relaciones de Rusia con EEUU y sus aliados europeos, enrarecido en los últimos tiempos, parecía que iba a cambiar a mejor con el encuentro informal de los presidentes ruso y estadounidense de principios de julio. Sin embargo, más allá del reconocimiento, por ambas partes, de la necesidad y conveniencia de mantener un diálogo “franco” sobre los temas de disenso, no se han registrado progresos en el sentido de poner freno al deterioro de las relaciones entre las dos principales potencias nucleares.
Los principales puntos de fricción en estos momentos son tres: la instalación del escudo antimisiles estadounidense en Europa del Este, el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE), y el tema del otorgamiento forzoso de independencia a la provincia de Kósovo, en detrimento de la integridad territorial de Serbia. En los tres casos, las diferencias de posiciones que enfrentan a Rusia con EEUU y la Europa comunitaria, son lo suficientemente grandes como para que muchos observadores estén hablando últimamente del surgimiento de una nueva versión de la “guerra fría”.
La decisión de la administración norteamericana de desplegar elementos de su escudo antimisiles en Europa Oriental ha sido fuertemente rechazada por Moscú, que ve en ello una amenaza directa a su seguridad. Además de hacer reiterados llamados al diálogo para lograr un entendimiento, los dirigentes rusos han hecho propuestas, consistentes en poner a disposición de EEUU y los países europeos sus sistemas de radar: uno que mantiene alquilado en Azerbaiyán, en las proximidades de la frontera con Irán y otro en construcción en la región de Krasnodar, al sur de la parte europea de Rusia.
Sin embargo, aunque el presidente Bush ha declarado que esas ofertas son “atractivas” y merecedoras de atención, ha continuado insistiendo en llevar adelante sus planes de instalar un potente radar cerca de Praga y diez misiles balísticos en silos en el norte de Polonia. La mayoría de los gobiernos de la “vieja Europa”, si bien han mostrado disposición a negociar con los rusos en el marco de la OTAN la búsqueda de una solución satisfactoria para los intereses de la seguridad de todo el continente, han dejado, sin embargo, en manos de Washington la iniciativa, acusando a Moscú de profundizar este diferendo y reactivar una nueva carrera armamentista afín a sus supuestas ambiciones imperiales.
El gobierno ruso, además de realizar demostrativamente y con éxito un ensayo de su nuevo misil balístico de largo alcance, ha amenazado con instalar plataformas de lanzamiento de esos misiles –calificados por los expertos rusos de “invulnerables”- en su enclave de Kaliningrado, justamente en las proximidades de la frontera con Polonia. Además, están anunciando grandes ejercicios militares con China y las repúblicas centroasiáticas para el mes de agosto, en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghai.
Por otra parte, con un decreto firmado el 14 de julio, el primer mandatario ruso puso en marcha la amenaza lanzada meses atrás, de que ese país suspendería su participación en el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE). Los argumentos esgrimidos por el Kremlin son que el Tratado, ratificado solamente por Rusia, Belarús, Kazajstán y Ucrania, limita las posibilidades de maniobra de estos países, sobre todo de Rusia, para garantizar su defensa, a la vez que da acceso regular a los militares occidentales a las instalaciones rusas para realizar inspecciones. Al no haber sido ratificado por las otras partes signatarias, en especial por los países exsocialistas de Europa Central y Oriental y las repúblicas bálticas, la ausencia de reciprocidad resulta evidente.
La moratoria decretada por Moscú concede a los países firmantes del tratado un plazo de 150 días para ratificarlo. De no hacerlo, los 24 países que no lo han ratificado, más las tres repúblicas bálticas que no lo suscribieron, se verán enfrentados a la realidad de un continente nuevamente dividido en dos bloques, esta vez no por razones ideológicas, como en el pasado, sino por la profunda rivalidad geopolítica entre Rusia y EEUU, ante la cual la Europa comunitaria no ha sido capaz de evitar verse convertida en rehén del hegemonismo estadounidense.
El asunto de la independencia de Kósovo encierra, además del atentado que significa para la integridad territorial de Serbia, la amenaza real a corto plazo de estimular los numerosos movimientos separatistas que proliferan en el continente europeo. Para Rusia, el caso de Kósovo sentaría un precedente muy peligroso tanto por sus implicaciones para las aspiraciones separatistas de muchas regiones de ese multinacional país, como para el agravamiento de los conflictos existentes en su periferia post soviética, específicamente en el moldavo Transdniéster, las georgianas Abjazia y Osetia del Sur y el enclave armenio del Alto Karabaj en Azerbaiyán.
La Unión Europea, interesada en expandir su influencia en los Balcanes, apoya displicentemente la decisión estadounidense de conceder a toda costa la independencia que reclama la mayoría albano-kosovar de esa provincia serbia, cerrando los ojos ante el desafío que ese precedente puede significar para los ánimos separatistas que, con distinto grado de intensidad mantienen vivos o latentes conflictos en diversas regiones del continente.
Al sombrío panorama que ofrecen estos tres litigios, se adiciona el conflicto diplomático de inusitada envergadura entre Rusia y Gran Bretaña. El gobierno británico, ante la negativa rusa a extraditar a un empresario, ex agente del KGB acusado del asesinato de otro antiguo colega suyo en Londres, ha expulsado a cuatro diplomáticos y anunciado restricciones en la concesión de visas a ciudadanos rusos. La Cancillería de Moscú en respuesta expulsó a cuatro diplomáticos británicos y también informó que aplicará limitaciones a la entrega de visas para visitantes del Reino Unido.
No obstante, la Cancillería y otras altas autoridades rusas dicen confiar en que esta crisis en las relaciones bilaterales será superada a corto plazo sin mayores consecuencias para los crecientes negocios entre ambas potencias.
El análisis de lo hasta aquí expuesto permite llegar a algunas consideraciones, que se resumen a continuación:
Estimulado por su creciente poder económico, el Kremlin continúa dando muestras de asumir posiciones fuertes en los asuntos internacionales que atañen a su seguridad e intereses nacionales, lo cual lleva a un enfrentamiento –que parece inevitable- con el rumbo hegemonista de la política estadounidense. Coincidentemente, los problemas por los que atraviesa la Unión Europea le impiden adoptar una política común coherente frente a su gran vecino del este, que ponga el énfasis más en los aspectos positivos de la colaboración que en los viejos esquemas del “enemigo” y la “amenaza”, ahora revitalizados artificialmente.
Enfrascada en sus propias crisis tanto internas como hacia el exterior, la administración Bush no parece dispuesta a desistir de su empeño de imponer a la Europa comunitaria una agenda política que la enfrenta al gigante vecino euroasiático, en evidente detrimento de importantes intereses europeos. Muestra de ello es, en particular, el chantaje al que los gobiernos checo y polaco someten al resto de la Unión Europea en asuntos como la instalación del escudo antimisiles estadounidense en esos dos países y, en el caso de Polonia, el veto a la renegociación de un acuerdo de cooperación con Rusia.
En lo que respecta al escudo antimisiles, no debe descartarse un doble escenario: que Rusia acuerde con la OTAN algún esquema de cooperación en esa materia, y que al mismo tiempo se materialice el proyecto estadounidense de instalar su radar y sus cohetes en el este europeo, los cual parece que ya es un asunto decidido por Washington.
El Tratado FACE parece condenado a pasar al basurero de la historia, ya que, en las actuales circunstancias, resulta poco probable que algunos países europeos, al menos la República Checa, Polonia y las tres repúblicas bálticas, quizás también Bulgaria y Rumania, acepten ratificarlo y ponerlo en práctica. Por el momento, ningún gobierno occidental ni la OTAN han expresado disposición a entablar negociaciones con Rusia al respecto, sino que se han limitado a reiterar la demanda de retirada de las tropas rusas del Transdniéster y Abjazia.
En cuanto al estatuto de Kósovo, todo indica que es asunto decidido por EEUU con la anuencia de la Unión Europea, cuyos intereses expansionistas en la zona –en especial de Alemania- son conocidos. La oposición hasta ahora mostrada por Serbia y el apoyo a ésta por parte de Moscú, incluidas las amenazas de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, nada podrán contra lo que parece firme decisión de la Casa Blanca de reconocer la independencia de esa provincia, inclusive de modo unilateral al margen de la máxima organización internacional. Ese desenlace, sin lugar a dudas, añadirá más agua al molino de los desencuentros entre Rusia y las potencias occidentales lideradas por EEUU.
No obstante, no debe descartarse que Rusia recurra una vez más, como ha sucedido en otras ocasiones, a maniobras conciliatorias y, mediante concesiones en alguna otra esfera, abandone la amenaza de vetar la que parece inevitable independencia de Kosovo.
Por último, conviene tener en cuenta que tanto Rusia como los Estados Unidos se encuentran abocados a las respectivas elecciones presidenciales previstas para el año 2008. Es un período en el cual las fuerzas que detentan el poder en ambas naciones tratarán por todos los medios de afianzarlo a favor de sus correspondientes sucesores. De ahí que no es de esperar que se produzcan cambios significativos en el sentido de un relajamiento de posiciones a favor de la distensión en las relaciones de Moscú con Washington y sus aliados europeos.
Rodolfo Humpierre Álvarez. Centro de Estudios Europeos
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