La efervescencia revolucionaria que vive América Latina pone a la orden del día la necesidad de una alternativa socialista e internacionalista para terminar con la opresión imperialista y capitalista. Pero en nuestro continente también existe una fuerte tradición nacionalista en la izquierda, que reapareció hace unos años bajo la denominación "nacional y popular".
Es nuestro interés iniciar un diálogo amistoso con los nacionalistas de izquierda sinceros, muchos de los cuales simpatizan con el socialismo, y cuyas ideas reflejan el carácter contradictorio y necesariamente inacabado de un proceso de toma de conciencia política que, en palabras de Lenin, no es más que "la corteza que envuelve un bolchevismo inmaduro".
Nuestra tarea es aportar la claridad necesaria al debate y presentar el programa acabado del marxismo para convencer de la justedad de los planteos del socialismo a los mejores luchadores y activistas del nacionalismo revolucionario.
La burguesía nacional, una clase reaccionaria
La debilidad principal del nacionalismo es su rechazo a la concepción de la lucha de clases, al reconocimiento de la oposición de intereses irreconciliable que existe entre los trabajadores y empresarios de una misma nación.
Pero la ganancia empresaria proviene del trabajo no pagado al obrero, de la explotación. Los empresarios, nacionales o extranjeros, tratan que el obrero trabaje largas jornadas y con el salario más bajo posible. Despiden y persiguen ferozmente a los obreros que piden mejores condiciones laborales, que están obligados a luchar contra los patrones para defenderse y exigir sus reivindicaciones.
Los grandes empresarios argentinos tienen un largo y siniestro registro de crímenes contra la clase obrera de su país. Las fechas del primer centenario (1910), de la "semana trágica" en 1919, de la "patagonia rebelde" en 1921, del bombardeo de la Plaza de Mayo en junio de 1955, del Plan "Conintes" en los 60, o de la dictadura militar en 1976-1983 son testigos del odio de clase y del sadismo sangriento que los industriales, banqueros y terratenientes nacionales mostraron hacia sus compatriotas trabajadores.
Los empresarios son la clase dominante económica y políticamente. Cuando se pide que nos abracemos todos, "que la patria se una", lo que se está proponiendo realmente es que el obrero se someta a los intereses de las clases privilegiadas.
Las burguesías nacionales latinoamericanas han demostrado suficientemente su carácter reaccionario, su codicia irrefrenable, su sometimiento al imperialismo y su miedo y odio a los trabajadores de cada país. Los nacionalistas de izquierda, en cambio, creen que es posible encontrar un sector progresista de la burguesía mediana con quien aliarse para liberarse de la opresión imperialista.
Pero la historia en general, y la de nuestro país en particular, ha demostrado con creces que ese sector no existe, o es tan débil e irrelevante que no puede jugar ese papel que pretenden atribuirle estos compañeros. La actual protesta de los patrones agropecuarios argentinos, entre los cuales algunos dicen haber identificado una burguesía mediana rural progresista, ha vuelto a revelar su carácter reaccionario y antipopular.
¿Una economía nacional "independiente"?
La economía capitalista se sustenta en la producción privada de mercancías para su venta en los mercados nacionales y extranjeros. Al hacer esto, los empresarios no están pensando en la grandeza de su nación, sino en la de su bolsillo. Y la competencia comercial lleva a choques entre las burguesías nacionales como vemos recurrentemente con Brasil y Argentina.
Por eso, dialécticamente, lo "nacional" de un país se opone necesariamente a lo "nacional" de los demás países. En lugar de la concordia y la confraternización de los pueblos, las fronteras nacionales son una fuente permanente de conflictos. Todos los países latinoamericanos mantienen entre sí disputas territoriales y fronterizas. En el plano ideológico esto se refleja en la tendencia al chauvinismo y a la arrogancia nacional.
Sobre bases capitalistas, América Latina camina hacia la profundización de las rivalidades nacionales que existen en su seno, para mejor servir a los intereses del imperialismo.
La pretensión nacionalista de una economía nacional "independiente" es una quimera. El mercado mundial unifica todas las naciones. Todas son exportadoras e importadoras de mercancías y están sometidas a una división internacional del trabajo de la que no pueden escapar.
Seguramente los nacionalistas aspiran a que sus países alcancen, al menos, un grado importante de "independencia" económica respecto del imperialismo. Pero esto sólo podría conseguirse desarrollando una política comercial agresiva que debilite la competencia extranjera en el mercado nacional y que organice empresas multinacionales que actúen en otros países y mercados para proveerse de materias primas y ofertar productos más baratos que los de la competencia. Es decir, la única vía hipotética para alcanzar cierto grado de "independencia" económica bajo el capitalismo no es otra que una política imperialista o subimperialista (imperialismo de segunda fila limitado al entorno regional del país en cuestión) hacia otras naciones y países, tal como hemos visto desarrollarse en China, Brasil o en algunos países del sudeste asiático, como Corea de Sur.
Dialécticamente, la demanda "antiimperialista" de una economía nacional "independiente", como reclaman los nacionalistas de izquierda, sólo puede tomar cuerpo, hipotéticamente, con la conversión de su país en una nación imperialista o subimperialista respecto de los países de su entorno.
Nacionalizaciones y "proyecto nacional"
Algunos consideran que las nacionalizaciones de empresas y sectores clave de la economía son la característica genuina de un gobierno "nacional y popular". Esto es una mistificación. La nacionalización de empresas es la característica, no del nacionalismo, sino del socialismo, al dirigirse contra la propiedad privada de los medios de producción.
En realidad, el modelo histórico del nacionalismo no es la economía estatizada, sino un país de pequeños y medianos propietarios independientes, felices y satisfechos; que no existe más en ningún lugar del mundo.
Las nacionalizaciones impulsadas por gobiernos "plebeyos" no socialistas reflejan la parálisis y la incapacidad de la burguesía nacional para desarrollar el país al nivel de las necesidades que demanda el desarrollo objetivo de la sociedad, que obligan al Estado a hacerse cargo de importantes palancas de la economía nacional para suplir la insuficiencia de la propiedad privada.
La intervención del Estado en la economía, como vemos ahora generalizarse, refleja la necesidad de que la clase obrera tome la posesión del timón de la sociedad.
La clase obrera es el producto genuino del sistema capitalista, Sostiene todo el andamiaje económico y social del país. Trabaja, lucha y sufre colectivamente. El obrero es ajeno a la búsqueda mezquina y enajenante del interés individual por la ganancia, presente en todas las clases propietarias, grandes o pequeñas. Por lo tanto, la clase obrera es la clase más capacitada para velar por los intereses generales de la sociedad, por la conservación de un medio ambiente sano, por la reducción de la jornada laboral, por el incremento general del nivel de vida, por que haya escuelas y sistemas de salud públicos y de excelencia. Es decir, el socialismo se dibuja como el modelo de sociedad al que aspira de manera latente la conciencia política de cada trabajador.
Qué entendemos por "soberanía nacional"
En rigor, el nacionalismo se adecua completamente a la psicología de las clases propietarias y, particularmente, de la pequeña burguesía, cuyo sentimiento nacional no es más que la extensión de su ilusión a ser parte poseedora del país que habita y de las riquezas que contiene.
¡Y vaya ilusión!, porque sólo el 2% de los propietarios argentinos posee la mitad de la tierra cultivable del país. Y los recursos naturales y las principales fuentes de producción del país están en manos de un puñado de monopolios extranjeros y grandes familias y empresarios nacionales (Eurnekian, Techint, Roggio, Eskenazi, Werthein, Pérez Companc, Urquía, Acevedo, Mastellone, Madanes, Cirigliano, Pescarmona, etc.).
La verdadera soberanía nacional pasa por recuperar Argentina para los argentinos y arrancarle a este puñado de oligarcas la propiedad de estos recursos para que sean nacionalizados y puestos a producir para atender las necesidades sociales de la población. Fuera de esto, hablar de soberanía nacional es un engaño y una estafa.
No somos indiferentes a los sentimientos nacionales de los trabajadores, de la juventud revolucionaria y de otras capas oprimidas de la sociedad. Denunciamos el nacionalismo de los ricos y empresarios como rapaz y depredador, que busca desviar a los trabajadores de la lucha de clases y adormecer su conciencia. Pero el nacionalismo de los obreros y campesinos pobres es honesto y contiene elementos progresistas. Refleja su instinto antiimperalista y está asociado al rechazo a la pobreza, la miseria y la explotación, causadas por la opresión imperialista y el sistema capitalista.
Pero debemos decir la verdad a los trabajadores y jóvenes revolucionarios de nuestro país. La única forma de resolver sus problemas es con la expropiación de la propiedad de los banqueros y capitalistas, nacionales y extranjeros, y después unirse a los trabajadores y campesinos de América Latina en una federación socialista.
El futuro socialista
Afortunadamente, podemos recurrir en nuestra ayuda a la experiencia viva del proceso revolucionario más avanzado que existe actualmente en América Latina y el mundo, la revolución bolivariana de Venezuela.
La revolución venezolana ha resuelto a favor del socialismo la vieja dicotomía entre revolución socialista y revolución "nacional y popular". Aunque la revolución venezolana no está completada y su destino se decidirá por la lucha implacable de fuerzas vivas, el que haya fijado como objetivo el socialismo nos otorga un inestimable respaldo moral a los socialistas revolucionarios de América Latina, y más allá.
Hoy, como ayer, sólo la revolución socialista puede completar las tareas democrático-nacionales no resueltas (la emancipación del imperialismo, la reforma agraria, una economía moderna y desarrollada, separación de la religión del Estado, etc.) y poner las bases para sacar a nuestros pueblos de la miseria y el atraso, que anuncie una nueva alborada a los oprimidos de todo el mundo.
David Rey
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