Mucho se discute sobre los impactos de la crisis económica mundial en el desempeño de la economía Argentina. Es necesario para ello recordar que Argentina sufrió la crisis con antelación en 2001/2, y más aún con la larga recesión del 98 al 2002.
En rigor se venía de años de ajuste estructural, con lo que estaba, como el resto de América Latina y el Caribe en otras condiciones para afrontar las consecuencias de la crisis hipotecaria y bancaria manifestada en 2007/8. Argentina es un país prácticamente sin crédito, diferenciándose de la situación existente en el capitalismo desarrollado. Las restricciones bancarias impuestas por el corralito y el corralón alejaron usuarios de la banca y transformaron a ésta en entidades conservadoras a la hora de definir riesgos empresariales. En plena crisis de la banca transnacional el sistema argentino aparece consolidado, en crecimiento y con ganancias importantes, superando la media del capitalismo local.
Pese a ello, durante el 2008 empiezan a manifestarse algunos problemas que establecen límites al crecimiento sostenido entre 2002 y 2007. Caen los precios internacionales de los bienes primarios exportados por Argentina; existe una importante fuga de capitales del orden de los 23.000 millones de dólares y empiezan a manifestarse problemas fiscales en provincias y en la Nación. Se inician políticas activas para contrarrestar la crisis: estatización de AA y de las AFJP incidiendo con la utilización de los fondos previsionales para intentar mantener el nivel de actividad. El balance es aún precario, pero pone en evidencia los problemas y explicita la aplicación de políticas activas, aún manteniendo un asimétrico modelo productivo y de distribución del ingreso, consolidando la brecha entre ricos y pobres.
Culminado el primer cuatrimestre del 2009 se hace evidente la desaceleración de la economía con pronósticos diversos de un crecimiento limitado para el año. Desde el propio gobierno se bajan las expectativas por debajo del 3% para todo el ejercicio; en el informe de la economía mundial el FMI pronostica un valor negativo en –1,5% y la Revista The Economist sindica un –3% para el año. Cualquiera de las variantes destaca el fin del ciclo de expansión del PBI en los últimos años. Empiezan a manifestarse problemas de empleo y con ello el crecimiento de la conflictividad laboral y social. Se mantiene la fuga de capitales en niveles similares al 2008, alcanzando ya los 30.000 millones de dólares salidos desde la emergencia de la crisis mundial. Hay cambios en la composición de los depósitos bancarios, creciendo los nominados en dólares y se consolida una corrección del tipo de cambio cotizando a 3,72 pesos por dólar y con depreciaciones anunciadas en el corto y mediano plazo. Es cierto que la suba de los precios (en la coyuntura) de la soja y otras materias primas mejora la situación fiscal y pone límites al crecimiento del precio de las divisas.
En síntesis, es notorio que ya empiezan a sentirse impactos de la crisis mundial y existe un accionar de política pública para intentar disminuir el impacto de la crisis sobre el nivel de actividad y el empleo, sin modificar, claro está, el patrón de producción y consumo que ha favorecido hasta ahora la concentración del ingreso. El adelantamiento de las elecciones legislativas a fines de junio es una señal de los problemas económicos que con seguridad emergerán en el segundo semestre y por cierto, mucho dependerá del resultado electoral el tipo de respuesta macroeconómica y a su vez, la capacidad de contener o no una conflictividad social en ascenso. Lo comentado es parte del debate en la disputa por el voto y el consenso social.
Julio C. Gambina (especial para ARGENPRESS.info)
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