sábado, mayo 09, 2009

Argentina. Memoria histórica: la semana que vivieron en peligro


“Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”. Proclama de las damas de la caridad y de la jerarquía de la Iglesia Católica en la Gran Colecta Nacionalpara reunir fondos para darle limosnas a las familias de los obreros muertos y mutilados.
En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena en Nueva Pompeya. La industria metalúrgica se había visto profundamente afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. Los obreros, a su vez, pretendían obtener mejoras en sus condiciones de trabajo y en sus salarios. La huelga pronto se convirtió en un conflicto social que excedió lo laboral con filosas aristas semiinsurrecionales y que terminó con una dolorosa victoria de los obreros de la fabrica por los 700 muertos y cerca de 4000 heridos que dejo la represión estatal, y que pasó a la historia como la Semana Trágica.
Como casi todos los veranos porteños el de 1918 fue muy tórrido, y no hablamos solamente de la temperatura sino también de la sensación térmica que en la semana del 7 al 14 de enero siguiente seria elevadísima.
Finalizada la Primera Guerra Mundial las secuelas de esta llegaron tan rápido a la Argentina como las noticias de la Revolución Rusa. Las materias primas y la inflación estaban muy altas y los sueldos muy bajos.
Hacia fin de año salen al parolos marítimos, el gremio mas grande del país. Esto envalentona a otros trabajadores que salen a pelear como los de los talleres Vasena cuyos 2.500 trabajadores metalúrgicos habían comenzado su huelgael 2 de diciembre de 1918.
Exigían jornadas de ocho horas de trabajo, condiciones de salubridad laboral, aumento de salario entre un 20 y un 40 % de acuerdo a la tarea, pago de horas extras, supresión del trabajo a destajo y reincorporación de los despedidos por actividad gremial.
Como los Vasena se pusieron duros decidieron tomar la fábrica y armar un piquete en la puerta del establecimiento en defensa de sus derechos. Los patrones tenían buenas relaciones con el gobierno, particularmente con el señor Melo, que además de ser un notable militante radical cercano a Yrigoyen era a la vez asesor legal de Vasena. Y por medio de estos contactos logró que enviaran rápidamente policías y bomberos.
Pasados ya el mes de huelga, el 7 de enero de 1918, a eso de las tres y media de la tarde, un piquete trata de impedir la llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores de los camiones comienzan a disparar armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales que estaban destacadas en la zona desde el comienzo de la huelga. Se vivió un clima de pánico en el barrio, la gente corría a refugiarse donde podía.
La situación era insoportable en general, así también parecen creerlo los vecinos: “se había vuelto casi imposible vivir cerca de la fábrica (...) Éramos perseguidos continuamente por la policía” (denuncia publicada en La Vanguardia del 20/12/18).
Cuando terminó de escucharse el ruido ensordecedor de los balazos el saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos habían sido baleados en sus casas y uno había perecido a causa de los sablazos propinados por la policía montada, los famosos “cosacos”. Hubo además, más de 30 heridos. Según La Prensa fueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110 policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas fueron levemente heridos. (…)
La historia oficial no recoge los nombres de los muertos del pueblo. Ellos fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., que fue muerto mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral; Toribio Barrios, español, 42 años, casado, recolector de basura, muerto en la avenida Alcorta frente al número 3189, de varios sablazos en el cráneo; Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, de un balazo en el temporal derecho mientras se hallaba en la fonda de avenida Alcorta 3521, de Lázaro Alberti; Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia también de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce La Nación, ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas.(…)
Los anarquistas de la FORA del V Congreso llaman inmediatamente al paro en tanto los sindicalistas de la Fora del IX Congreso hacen oídos sordos.
Para el día 8, la huelga general comienza a latir, aunque todavía limitada a algunas fábricas y a un número de sindicatos anarquistas. Pero ya para el mediodía lafuerza industrial de la Capital entra en paro y a inicios de la tarde el transporte deja de funcionar. Piquetes de huelguistas recorren las calles, son incendiados tranvías, vehículos de la empresa y las oficinas de Vasena rodeadas por manifestantes que impiden la salida de la cúpula patronal de la Asociación Nacional del Trabajo (ANT), presente para apoyar al burgués Vasena. Los pobres de las barriadas se unen a la lucha. La juventud y los anarquistas son los más decididos. Se asaltan las armerías para defenderse de los ataques de la represión. De este modo la huelga irá adquiriendo características semiinsurrecionales.

Todos nuestros muertos

Aquel jueves 9 de enero de 1919 Buenos Aires era una ciudad paralizada. Los negocios habían cerrado, no había espectáculos, ni transporte público, la basura se acumulaba en las esquinas por la huelga de los recolectores, los canillitas habían resuelto vender solamente La Vanguardia y La Protesta, que aquel día titulaba: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”.Los únicos movimientos lo constituían las compactas columnas de trabajadores que se preparaban para enterrar a sus muertos. Mientras tanto, las calles por donde pasará el cortejo se van colmando. El “gentío es inmenso: decenas de miles, 200.000 afirman los anarquistas”.
Elpidio González, el jefe de policía, previendo lo que haría había solicitado y obtenido aquel mismo día del presidente radical Yrigoyen un decreto que aumentaba en un 20 % el sueldo de los policías a los que les esperaba una dura faena.

Matanza en la Chacarita

A eso de las tres de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a un templo católico donde estaban escondidos policías y bomberos, estos comenzaron a disparar sobre la multitud cobrándose las primeras víctimas de la jornada. Al paso de la columna por las armerías, éstas eran asaltadas por algunos de los manifestantes que “expropiaban” armas cortas, carabinas y fusiles para defenderse y algunos para“la revolución social”.
Aproximadamente a las 17 horas de aquel 9 de enero la interminable y conmovedora columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando como pudo entre las tumbas y comenzaron los discursos de los delegados de la FORA. En primera fila estaban los familiares de los muertos. Madres, padres, hijos, hermanos desconsolados y acompañados en el dolor y la necesidad de justicia por miles de personas. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron desde detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Los “cosacos” cabalgaban sable en mano entre las tumbas degollando, mutilando a todos los que pudieran. Para facilitar su tarea habían cerrado las puertas. Según los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros.
Pese a todo, el pueblo movilizado no se amilanó y siguió en la calle exigiendo justicia y pidiéndoles a sus dirigentes que continuara la huelga general, cosa que efectivamente ocurrió. La agitación seguía, y mientras se producía la masacre de la Chacarita un nutrido grupo de trabajadores rodeó la fábrica Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encontraban reunidos Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena ( los mismos apellidos que hoy nos siguen negreando) de la Asociación Nacional del Trabajo y el empresario británico comprador de los talleres, que ante el devenir de los hechos pidió protección a su embajada, que rápidamente se comunicó con la Casa Rosada desde donde partió el flamante jefe de policía y futuro vicepresidente de Alvear, don Elpidio González, a parlamentar con los obreros y exigirles calma. No era el mejor momento y no fue bien recibido. La comitiva encabezada por el funcionario fue atacada, y el propio auto del jefe de policía fue incendiado por la multitud. González debió volverse en taxi a su despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados hasta los dientes que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando —según el propio parte policial— 24muertos y 60 heridos.
Para la noche del 9, el General Luis J. Dellepiane moviliza tropas de Campo de Mayo y se impone como comandante de la represión. Pasa a concentrar bajo su mando a 10.000hombres, entre policías, bomberos, soldados y la marina.
En toda la ciudad se produjeron actos de protesta expresando la indignación de los trabajadores por la acción represiva del Estado. Los mismos piquetes obreros que recorren la ciudad garantizando el paro ahora rodean algunas comisarías de la zona sur de la ciudad e impiden salir a los policías y los amenazan que en cualquier momento van a entrar a vengar a sus compañeros caídos.
Los nuevos incidentes y los muertos reavivan el fuego, haciendo que la huelga alcance su máxima expresión entre los días 10 y 11 de enero. El movimiento parecía volverse imparable. El radical Yrigoyen presionado por la derecha oligarca y los trabajadores se inclinacomo verdugo del pueblo al igual que el la Patagonia.
A todo esto se funda a los apurones la Liga Patriótica Argentina el 16 de enero la que esta formada por los nenes bien de la alta sociedad, con el fin de hacer justicia de clase y presionar al gobierno, la cual es acicateada por los contraalmirantes Domecq García y O’Connor quien les decía a la crema innata, e inmunda, el 10 de enero en las reuniones previas,que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se atreven a venir al centro”

El triunfo de la huelga

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad de los presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron inconsultamente la vuelta al trabajo.
Pese a todo, la huelga sigue hasta el 13 y se extiende a otros puntos del país como Rosario, Bahía Blanca, Paraná y Mar del Plata, para terminar de apagarse recién el 15. Sin dirección, con los anarquistas presos, diezmados y obligados a dar por finalizado el conflicto, la Semana Trágica llegaba a su fin. El rol conciliador de la FORA IXº Congreso había sido clave para liquidar el proceso en curso.
El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”. Pero el dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.
Finalmente, el jefe del Poder Ejecutivo de facto, general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. Pero la policía y miembros de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y destruyeron la sede de La Protesta.
Para el jueves 16, Buenos Aires era casi una ciudad normal: circulaban los tranvías, había alimentos en los mercados, y los cines y teatros volvieron a abrir sus puertas. Las tropas fueron retornando a los cuarteles y los trabajadores ferroviarios fueron retomando lentamente los servicios. Recién el lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero despedido ni sancionado, decidieron volver a sus puestos de trabajo.
No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Por su parte, Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.

¿Quién organizo la huelga?

¿Fueron los anarquistas? Es difícil creerlo. La FORA V Congreso ya no tenía el peso de antaño.
La tradición de un movimiento obrero forjado en luchas durísimas contra el régimen conservador cuenta como factor de peso. También, el odio generado por la acción represiva. Pero la miseria y el aumento en la explotación actuaron como factores fundamentales a la hora de la respuesta (el trabajador recibía un salario promedio menor de la mitad de lo requerido por la familia obrera).
Por otra parte, el fin de la guerra había dado paso a la revolución en Europa, esparciendo con la potencia de un huracán los aires de emancipación por todo el globo. La revolución además de ser posible, latía vigorosamente y salpicaba a todas las clases sociales generando los debates más acalorados. Bajo este “espíritu de época” se entiende la radicalidad del movimiento desatado y también el grado de virulencia con que la burguesía respondió para aleccionar a la clase trabajadora.
A la pregunta inicial de quién fue el artífice, habrá que contestar que la Semana Trágica tendría un alto carácter de espontaneidad. Según el historiador David Rock, “fue manifiesto que ninguna de las facciones dirigentes reconocidas de la clase obrera desempeñó una parte significativa en la organización de la huelga, en su liderazgo o conducción. En realidad esas fueron las cualidades de las que careció más notablemente el movimiento: un plan, una serie de objetivos, una cadena de comando articulada y coordinada. Esto reflejó en el estilo de la acción, en su incoherencia y en su tipo de agitación, tumultuosa y sin timón…”.
Más allá de sus límites, el proletariado argentino hacía surgir de sus entrañas un ardiente grito de venganza y de solidaridad provocando un estado de lucha de clases intenso.

Conclusiones

La Semana Trágica puso sobre el tapete quién era el dueño de la ciudad y, en consecuencia, abrió una crisis de gobierno.
En el frente proletario, la falta de una dirección política se desplegó en toda su magnitud. Ni anarquistas ni sindicalistas tenían una estrategia de poder.
La orientación de la FORA IXº Congreso haría prevalecer el carácter corporativo de sus gremios y en consecuencia adormecería todo lo que pudo la energía de las masas. El historiador Edgardo Bilsky demuestra cómo en la reunión de delegados del día l0, la FORA IXº Congreso desiste de aunar las demandas de los distintos sindicatos en conflicto y limita la huelga sólo a los sucesos de Vasena.
Los sindicalistas se opondrán a levantar un programa de unidad obrero y popular que contemplara el aumento de salarios para todos los trabajadores, la reincorporación de los despedidos en anteriores conflictos, reducción del costo de alimentos y alquileres, derogación de las leyes represivas y la libertad de todos los presos políticos.
Por su parte, los anarquistas de la FORA Vº Congreso desplegaron una enorme combatividad. Sin embargo, su llamado a la huelga general revolucionaria carecía de una orientación concreta contra el gobierno o el poder establecido. Tampoco levantaron una política para unir a todos los sectores obreros en lucha, ni a la clase trabajadora con el pueblo pobre en organizaciones comunes.
La radicalización obrera, al carecer de una dirección capaz de levantar una política a la altura de las circunstancias, arrojó que los hechos fueran desarrollándose de manera caótica, sin ideas ni objetivos claros. Se necesitaba un partido revolucionario experimentado y con autoridad, que orientara la huelga general contra el poder político e impulsara organismos de autodeterminación de las masas.
Una política hacia los sindicatos para que éstos impulsaran la creación de organismos más amplios (como los soviet o consejos obreros o coordinadoras que tuvieron peso decisivo en la Revolución Rusa), única forma de agrupar a todos los sectores en lucha y preparar la autodefensa generalizada. La espontaneidad de las masas no alcanzó a crearlos, pero lo cierto es que existía una tendencia a la unificación que incluía también a los sectores medios empobrecidos.
¿Era posible armonizar las distintas demandas y a la vez defenderse de la represión estatal y para-estatal de la Liga Patriótica? “La historia ya ha respondido a este problema: por medio de los soviets (Consejos) que reúnen los representantes de todos los grupos de lucha. (…) Los soviets no están ligados a ningún programa a priori. Abren sus puertas a todos los explotados. Por esta puerta pasan los representantes de las capas que son arrastradas por el torrente general de la lucha. La organización se extiende con el movimiento y se renueva constantemente y profundamente.
Todas las tendencias políticas del proletariado pueden luchar por la democracia del soviet sobre la base de la más amplia democracia” (León Trotsky, Programa de Transición). Había llegado el momento en que la lucha reivindicativa se convertía en lucha política (esbozando incluso elementos de guerra civil), y dicha orientación para los sindicatos no podía más que desempeñar un papel reaccionario.
Setecientos trabajadores asesinados como escarmiento ante la insolencia de los obreros de levantarse para exigir lo que nos corresponde. Las calles de Buenos Aires que caminaron los obreros armados y encrespados son las mismas por las que 82 años después de la semana trágica miles y miles, a costa de más sangre y generosidad, echamos a otro radical cipayo, De la Rua. Todos muertos en el altar de sus inmundas ganancias.

La sangre obrera jamás se derrama en vano.

La situación por la que se atraviesa no debe alarmar al elemento sano: las fuerzas de esta capital son suficientes para restablecer la normalidad. Es necesario, sólo, la cooperación de los ciudadanos; por ineludible deber patriótico, a la acción de aquella, no interrumpiendo su actividad ordinaria, denunciando a los malos elementos, para que sufran la justa sanción que su inicua conducta los hace acreedores. ¡Argentina: no desmintáis la tradición de nuestros padres! (La Prensa, 6/1/1919)
“Todos estos síntomas acusan la obra de una organización vigorosa, que ha estado al acecho de las perturbaciones huelguísticas para aprovecharlas en su favor. Y la investigación policial (...) descubre uno de los centros agitadores, constituido por un soviet de súbditos extranjeros, que ha venido expresamente a la república para tomar posesión de su gobierno y para proporcionarle fórmulas de anarquía disolvente, según el modelo de su país originario.” (La Nación, 13/1/1919)
“Cualquier huelga, al alterar un orden de su actividad, conspira directamente contra el restablecimiento de la prosperidad nacional. La liquidación de la guerra señala posibilidades para liberarse del pesado marasmo que la crisis hiciera pesar sobre el trabajo funcional de nuestro organismo económico. Es el momento, entonces, de subordinar toda acción particular a las necesidades del conjunto. Las huelgas, airadas e inoportunas, al desobedecer a una consigna impuesta por las circunstancias, conspiran contra el orden colectivo” (La Época, 8/1/1919)

Horacio Ramos en Kaos en la Red

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