domingo, mayo 17, 2009

Raúl González Tuñón, un poeta entre el lupanar y la insurrección


¿Santo laico o primer poeta comunista? Reconocido hoy, en su época Tuñón sufrió la soledad de hacer poesía militante y también versos de una lírica violenta protagonizados por ladrones y prostitutas.

Quién creen que era Raúl González Tuñón? ¿Era en realidad un santo laico, como lo recordamos muchos? ¿Era el primer poeta comunista de la Argentina? Tuñón nació hace 100 años (fue el 29 de marzo de 1905, en la calle Saavedra) y su propio mundo lo asaltó pronto. A los 21 años, en algún lugar de la ciudad y alguna noche, el poeta que acababa de nacer con El violín del diablo bajo el brazo recibía el chicotazo cálido y sarcástico de Roberto Arlt: "¡Tuñón, el poeta de las putas, de los ladrones y del puerto!" ("¿Un puerto? Yo he conocido un puerto. Decir yo he conocido es decir: algo ha muerto", respondería, y descubriría, años después, pobre, ligero y resplandeciente, acodado en una mesa de un café del Barrio Latino). No faltaba mucho para que cualquier otro pudiera saludarlo, diciendo: "¡Tuñón, el que blindó la rosa!" En 1933 estaba en España, cuando estalló un levantamiento minero en Asturias. Allí nació La rosa blindada, que con La calle del agujero en la media, escrito en París, permiten que Tuñón sea reverenciado en dos altares: como santo patrón de los lupanares y como arcángel de la insurrección.
Ese poeta que iba y venía entre un mundo ancho y ajeno que se agotaba y renacía en cada puerto y el mundo de la lucha social, los héroes antiburgueses y los obreros armados —o dicho de otro modo, el de los aventureros y los ladrones y el de la revolución organizada—, mal pudo ser entendido por quienes esperaban de él que se decidiera por la revolución o por la lírica fantasmagórica de los circos, de los cafetines y los reservados. La aparente ambigüedad de su figura, que era sutileza no más, lo privó de los laureles del estalinismo vernáculo y le deparó mal disimuladas muestras de desprecio, en otros ambientes, por su poesía política.
Hay un problema. Las revoluciones no las hacen los ladrones, y menos los que imaginó Tuñón. Y tampoco los revolucionarios son los santos inocentes que él cantaba. Apostaba en cambio a que, sin saberlo, ellos fueran los únicos que pudieran dar sentido a la palabra capitalismo: elogió los torturados mostradores donde "obreros y ladrones hablan de cosas importantes".
Tuñón era puro en el bien y era puro en el mal. No debió distinguir él mismo, como lo hizo, entre poemas "líricos" y poemas "civiles". Era el soñador que soñaba ambos. Estaba del lado de los ladrones porque se mueven en otra planimetría. A la ciudad que teje las relaciones de clase tanto como los amores prefería verla privada de fronteras. Nocturna, por ejemplo, con las ventanas iluminadas que sólo miran "los ladrones y los hombres de frac"; o como una selva virgen ("nos afeitamos todos los días, todos los días entramos a la ciudad como a un túnel luminoso, seguros de encontrar la aventura"). Por lo demás, la vida "es de los millonarios, de los atletas, de los perfumistas, de los aviadores, de los contrabandistas, de los escribanos". Definitivamente, la vida no era de Tuñón, de su extraño personaje al que llamó Juancito Caminador (traducción de Jhonny Walker, la marca de un whisky cuya etiqueta lo había inspirado), quien quería deslizarse "con suavidad y desenvoltura de fumador de opio".
Así pues, si se deplora que el comunista escribiera poemas intimistas o de los bajos fondos, valdría la pena reparar en que su lirismo no excluía la violencia, incluso en la intimidad de las callejuelas de París ("El ciego está cantando. Te digo: ¡amo la guerra!"); y si se deplora su socialismo militante, observar que no dejaba de ser ese mismo lírico demoníaco cuando, en la revuelta, "la ametralladora bailarina lanza sus abanicos de metralla". Era el mismo Jhonny Walker, sí, sin duda, el que escribía a los hermanos Genna (de los tiempos de Al, te regalaban una sonrisa con un tiro) y a Buenaventura Durruti, jefe anarquista durante la Guerra Civil española.
La fugacidad brillante de la vida lo hirió e incitó. Era la saudade de tiempos no ocurridos, tiempos del porvenir náufragos en el pasado, lo que inspiraba su poesía más visionaria que humana. Escribía de modo tan natural como su sonrisa luminosa y discreta. "Quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra". Como si no bastara la palabra bonita y hubiera que conocer para decir otra vez: "algo ha muerto".

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Jorge Aulicino
jaulicino@clarin.com
20/03/05

POESÍAS

ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA
(de El violín del diablo)

A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

II

Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.

III

Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.

IV

Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…

V

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo…

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!

VI

Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.


ALMACÉN

Las viejas cuerdas
de la guitarra honda o gemidora del
arrabal
sonaban.
Y junto al murallón en la calle más larga
y cargada de crónicas antiguas
—con olor a la hoja del último atentado—
cantaban los deseos de una moza
en la tristeza alegre y estirada de un tango.

Desde mi banco de almacén,
destrozaron pedazos de crepúsculos
las manos de mi alma.

El mozo aquel de la florcita roja
—con la oreja manchada de sangre—
requintado el sombrero y el espíritu
Era un reclamo de cortes y quebradas.

Me intimó a que bebiera.
Para no contrariarlo
me endulcé de una caña
amarga
como un cimarrón sin bombilla.

Y como no quería que se entrara
hasta mis pensamientos el camarada aquel
yo lo hice orilla
y estuve bordeando su silencio.
Bebimos más. De golpe
yo me salí a la noche
llevándome un pedazo de arrabal
inofensivo y trágico en los ojos.


EL CABALLO MUERTO
(de El violín del diablo)

Medianoche. Sobre las piedras
de la calzada, hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
para que venga el carro de "La Única"
y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.

Un hermano del pájaro. Un hermano del perro.
Fue el hermano caballo, que anduvo bajo el sol,

que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos,
tirando de los carros,
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.


LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA
(de La calle del agujero en la media)

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Yo conozco la música de un barracón de feria
barquitos en botellas y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el afiche apagado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
¡Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazos tendidos!
Tenía el resplandor de una felicidad
y veía mi rostro fijado en las vidrieras
y en un lugar del mundo era el hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios?
¿Y muñecos de trapo con alegres bonetes?
¿Y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?

Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento en primavera.
El ciego está cantando. Te digo: ¡Amo la guerra!
Esto es simple querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda
alegres en lo alto de una calle cualquiera.
Alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en tu media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo
solo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.


LA LIBERTARIA
(de La rosa blindada)

A la memoria de Aída Lafuente,
muerta en la cuenca minera de
Asturias, Madrid, 1935

Estaba toda manchada de sangre,
estaba toda matando a los guardias,
estaba toda manchada de barro,
estaba toda manchada de cielo,
Estaba toda manchada de España.

Ven, catalán jornalero, a su entierro,
ven, campesino andaluz, a su entierro,
ven a su entierro, yuntero extremeño,
ven a su entierro, pescador gallego,
ven, leñador vizcaíno, a su entierro,
ven, labrador castellano a su entierro,
no dejéis solo al minero asturiano.

Ven, porque estaba manchada de España,
ven, porque era la novia de Octubre,
ven, porque era la rosa de Octubre,
ven, porque era la novia de España.

No dejéis sola su tumba del campo
donde se mezclan el carbón y la sangre,
florezca siempre la flor de su sangre
sobre su cuerpo vestido de rojo,
no dejéis sola su tumba del aire.

Cuando desfilan los guardias de asalto,
cuando el obispo revista las tropas,
cuando el verdugo tortura al minero,

Ella, agitando su túnica roja,
quiere salir de la tumba del viento,
quiere salir y llamaros hermanos
y renovaros valor y esperanza
y recordaros la fecha de Octubre
cuando caían las frutas de acero
y estaba toda manchada de España
y estaba toda la novia de Octubre
y estaba toda la rosa de Octubre
y estaba toda la madre de España.

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