Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.
Augusto Monterroso
“Las luchas de clases no pasaron de moda”. Es quizá inusual titular así un artículo de opinión. Inusual, o tal vez irrespetuoso. Pero necesario. ¿Por qué?
En el desarrollo del pensamiento occidental va surgiendo desde hace tiempo, antes de Marx incluso, una corriente que toma lo social como objeto de reflexión. Con distintas lecturas y con diferentes objetivos perseguidos, muchos autores van haciendo del todo social un campo de estudio. Lo investigan, lo desmenuzan, ponen sobre él el ojo crítico transformándolo así en un nuevo sector del saber; antes aún de llamar a eso “ciencias sociales” (ya entrado el siglo XX), va ganando solidez y profundidad el pensamiento en torno a ese problema novedoso en la historia, apareciendo así líneas de desarrollo con autonomía y pretensión de mayoría de edad en el campo de los saberes.
Surgen entonces la economía política, la sociología, la ciencia política como proyectos epistemológicos independientes. En ese movimiento, desde distintos referentes teóricos (filósofos como Hegel, economistas como Adam Smith o humanistas varios que vienen desde el Iluminismo francés en adelante), en todos los casos sin el más mínimo ánimo de transformación social, aparecen conceptos novedosos en la historia del pensamiento: explotación del trabajo, plusvalía, conflicto social, dialéctica del amo y del esclavo, gobierno del pueblo. Fue Carlos Marx quien da un salto y propone una línea de acción política definida para cambiar el estado de cosas a partir de esos conceptos, fundando lo que él llamó materialismo histórico. Pero todo ese fermento de cambio ya estaba en el pensamiento de su época. La idea de lucha de clases, se expresara abiertamente o no, es algo que recorre buena parte del pensamiento político-filosófico occidental moderno.
Más allá del ámbito académico o intelectual en sentido amplio, la idea de lucha de clases es algo desde siempre conocido por los poderes, por las clases dominantes. Parafraseando a Hegel podría decirse que “el amo tiembla aterrorizado ante el esclavo, porque sabe que tiene los días contados”, lo cual no expresa sino la estructura más íntima de las relaciones de clases: quienes detentan el poder saben que lo hacen a base de un forzamiento, y que para ello necesitan día a día estar renovando ese estado de explotación. Como justamente saben que hay una inequidad no natural en juego –mantenida a base de fuerza (el engaño de la ideología, y cuando es necesario: la represión con fuerza bruta)– la cuerda en tensión puede romperse en cualquier momento. La explotación de clase se mantiene en un equilibrio inestable, pues siempre los explotados pueden rebelarse.
Esa tensión perpetua que rige todo el edificio social es lo que mantiene en vilo a las clases explotadoras; si no, no serían necesarias fuerzas armadas de seguridad ni todo el dispositivo que día a día invisibiliza la explotación, manteniéndola. Como el amo sabe que alguna vez el esclavo puede abrir los ojos y levantarse, día a día debe renovar sus mecanismos de seguridad para la defensa de sus privilegios, pero sabiendo siempre que eso no puede ser eterno. De ahí que, aunque mantiene altanero sus prerrogativas, tiembla porque sabe que alguna vez puede perderlas. La historia de la humanidad no es sino una continua lucha donde los detentadores del poder defienden a muerte sus beneficios de clase social contra los que no las tienen, por miedo a que se las arrebaten.
Esto es viejo como la humanidad. O, al menos, viejo como la humanidad desde que existen clases sociales, cuando el trabajo empezó a generar excedentes y alguien (el más fuerte, el más astuto, el más aprovechado…) se los apropió. Las luchas entre grupos sociales diferenciados no es un invento moderno. Pero sí lo es, sin dudas, su tematización como objeto de estudio, como referencia en el discurso. En la historia de nuestra especie no fue necesario en ningún momento que emperador alguno, rey o señor feudal, en cualquier faz del planeta, escribiera o hiciera escribir qué son las luchas de clases. Simplemente se limitó a ejercer su poderío, explotación mediante, dando por supuesto que el mundo está estratificado, que “la chusma” trabaja y que los poderosos usufructúan el producto de ese trabajo. Cuando ese mecanismo íntimo de las sociedades comienza a ser puesto como un objeto de estudio, surge un pensamiento político novedoso, pero que no necesariamente lleva a la proclama transformadora de la sociedad. Cuando Hegel, por ejemplo, formula la “dialéctica del amo y del esclavo” en el capítulo IV de la “Fenomenología del Espíritu”, en 1807, tocando el núcleo de las relaciones de poder entre los seres humanos, no está haciendo un llamado a revolucionar esas relaciones. Fue Carlos Marx el que lo hace, pero no porque descubriera que “las luchas de clases son el motor de la historia” sino porque ese conocimiento lo toma como punto de partida para un proyecto político, novedoso en su momento, un proyecto que es más que científico.
Decíamos que puede resultar absurdo afirmar que las luchas de clases “no han pasado de moda”. Obviamente no pasaron de moda, claro está. ¿Por qué esta aseveración entonces, rayana casi en lo ridículo? Por cierto, tiene un sentido el día de hoy: de lo que se trata es de recordar que ellas salieron del campo del discurso, no se las menciona, se las invisibiliza como asunto a discutir. Y lo que no se menciona, no existe.
Por supuesto que las luchas de clases siguen siendo el motor de la historia. ¿Alguien en su sano juicio podría negarlo? Lo importante a destacar –y esa es la razón de un título que, además de absurdo, pretende ser provocativo– es que hoy día, caídas las primeras experiencias socialistas del siglo XX y con un aparente triunfo absoluto del capitalismo, las ciencias sociales y la práctica política se han “amansado”. Al decretarse el presunto fin de las ideologías algunos años atrás, todas las ciencias contestatarias, aquellas que hacían de la denuncia social su razón de ser, quedaron algo huérfanas, sin referentes, perdidas. Fue así que en el campo de las ideas, en el ámbito del pensamiento crítico, en la academia, la noción de lucha de clases pareció opacarse. Hijos del pensamiento mágico-animista como seguimos siendo en algunos aspectos, la ilusión generalizada es que al no mencionar algo, no existe. Falacia insostenible a todas luces, pero lo humano no se rige sólo por la racionalidad. Si no, no podrían entenderse innumerables actitudes y comportamientos, totalmente irracionales vistos con la vara de la razón, que es la razón moderna, occidental, científico-técnica (que, además, es de tez blanca y en versión siempre varonil).
Por cierto que es irracional, desde el punto de vista del desarrollo de las ciencias sociales, abandonar el concepto de lucha de clases. Pero vemos que eso es lo que ha estado sucediendo en las últimas décadas del pasado siglo. Ahora bien: ¿irracional, o tendenciosamente manipulado, producto de los tiempos políticos que corren?
Caído el muro de Berlín, y con esa caída todo lo que ello significó –esperanzas y valores de justicia también caídos– el discurso de la derecha se sintió triunfal. En un sentido, claro está, lo fue. Aunque el capitalismo como sistema sigue sin ofrecer salidas para la totalidad de la humanidad –no sólo porque no quiere, sino porque no puede–, y aunque ahora, ya hacia fines de la primera década del siglo XXI vuelve a empantanarse de una manera fatal con todas las consecuencias monstruosas que ello podrá acarrear (¿una tercera guerra mundial quizá?), el discurso dominante, la cultura, el campo del quehacer académico sigue aún imbuido de las modas intelectuales dominantes en estos últimos años. Y en esa agenda adoradora del libre mercado, individualista, irresponsablemente consumista, salió de circulación aquello de “lucha de clases”.
Salió de circulación del mundillo académico, de los programas de estudio, del decir de las ciencias sociales, de muchos actores políticos inclusive. Pero ahí sigue estando. Aunque parezca tonto insistir en ello, es necesario, imprescindible agregaríamos, porque la tendencia actual la ha ido desdibujando a punto de intentar hacerla pasar al museo como rareza del pasado. Hoy día la línea dominante, cuando no es abiertamente neoliberal y apologista de la empresa privada, es complaciente con el sistema económico. Y es en esa lógica que se van inscribiendo las nuevas tendencias, las nuevas modas intelectuales. Ciencias sociales que no denuncian, que sólo sonríen al poder.
Sin negar en absoluto la pertinencia de nuevos sujetos teóricos y prácticos en el campo de las ciencias sociales como son todo tipo de exclusión (léase: discriminación de género, discriminación étnica), pareciera que estos nuevos campos dominan todo habiendo esfumado el tema de clases. ¿Es que acaso se resolvieron las contradicciones de clase?
Decir esto no pretende sino mantener viva la problemática que define todo el edificio social: las contradicciones de clases económicas siguen siendo el motor de la historia. De todos modos hoy, dadas las actuales circunstancias de agotamiento de los primeros modelos socialistas y aparente triunfo de la libre empresa (¡aparente!, por supuesto, porque tres cuartas partes de la humanidad siguen viviendo en condiciones de precariedad, aunque sean hijas de la economía de mercado), las contradicciones de clases han salido del discurso, no se las nombra, se las busca olvidar.
Desde hace algunos años, justamente desde que fue proclamado el “fin de la historia” con el grito triunfal de la globalización capitalista neoliberal, los conflictos sociales se ven con desconfianza (al menos, los poderes los ven así). Sin hacer una apología de la violencia, no deja de tener algo de ingenuidad el furioso llamado que se hace a la “resolución pacífica de los conflictos”. ¿Está fuera de moda hablar de lucha de clases entonces? ¿Es de mal gusto? Esa pareciera ser la tónica dominante: de Marx (Carlos Enrique, el pensador alemán fundador del socialismo científico, 1818-1883, ese judío de nacimiento que vivió buena parte de su vida en Londres) hemos ido a parar a marc’s (métodos alternativos de resolución de conflictos). ¿Y cómo se “resuelven” alternativamente las contradicciones de clase? ¿Alguien podrá decirlo con visos de seriedad? ¿O de eso no se habla?
Por supuesto, sin ningún lugar a dudas, la cuestión de género y la cuestión étnica tienen una importancia mayúscula. Incluso, en honor a la verdad, es sano tener en cuenta que el marxismo clásico tuvo estos puntos como asignaturas pendientes, que hay ahí una deuda histórica desde las izquierdas. Pero que todo se va a solucionar atacando estos factores, como mínimo es ingenuo. Solidario de eso es la visión de la pobreza como “cuerpo extraño”, como mal en sí mismo que habría que atacar. Pero la lucha ¿será contra la pobreza... o contra la injusticia? No se puede arreglar la primera sin resolver la segunda.
El visceral odio de clase de los explotadores, los que juegan golf y viajan en jets privados, los que viven de la explotación del trabajo de las grandes mayorías y no se lavan la ropa interior ni cocinan lo que comen, ¿acaso terminó? O más aún –esto es el nudo gordiano del asunto– el miedo estructural de las clases poseedoras, miedo a que alguna vez el “pobrerío” levante la voz, no ha terminado. “El amo tiembla aterrorizado ante el esclavo porque sabe que tiene sus días contados”. Mientras haya clases sociales, mientras haya propiedad privada de los medios de producción que defender, ese miedo seguirá presente. Y ello aunque haya quien diga que seguir pensando en lucha de clases sea algo del pasado.
Entonces, simplemente eso: recordémoslo, no olvidemos cómo está hecho el mundo y la causa de buena parte de nuestras desventuras. Que las modas intelectuales no terminen siendo eso: modas que se imponen. Mantengamos viva la esperanza en un mundo mejor, aunque para ello lamentablemente tengamos que seguir recordando que para llegar ahí hay que superar la sociedad de clases, lo cual implica lucha, mucha lucha. Porque, definitivamente, aquellos que siguen jugando golf y viajando en jets privados, aunque seamos civilizados e intentemos arreglar pacíficamente los conflictos, no cederán un milímetro de sus privilegios de buena gana. Al contrario, reaccionarán como siempre lo han hecho cada vez que se les cuestione. Lo cual, para concluir, no hace sino recordarnos que las clases siguen ahí.
Marcelo Colussi
Rebelión
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