Grupos de jóvenes de 15 a 20 años se autoconvocan en los shoppings de Brasil, sobre todo en São Paulo, aunque la práctica se está extendiendo a todo el país, para pasear, divertirse y cantar bailando funk ostentación, un género derivado del funk carioca que exalta el consumo, las marcas de lujo, el dinero y el placer. Son jóvenes que provienen de las periferias paulistas, pobres y, por lo tanto, negros.
El 7 de diciembre unos 6 mil confluyeron en el Shopping Metro Itaquera, habitualmente frecuentado por familias de la periferia. El día 14 varios cientos ingresaron bailando y gritando al Shopping Internacional de Guarulhos, y aunque no hubo destrozos ni robos, ni consumieron drogas, la policía volvió a reprimirlos y se llevó 23 detenidos sin motivo.
Los rolezinhos (de rolé, pasar el rato) se realizan desde hace varios años por parte de estudiantes o fans de músicos o celebridades del deporte. Uno de los rolezinhos más célebres lo realizan desde 2007 los estudiantes de economía de la Universidad de São Paulo (USP) en el Shopping Eldorado. Nunca fueron reprimidos, ni siquiera incomodados, por la seguridad, aunque llegan en masa sin previo aviso. Gritan de modo ofensivo y cuando algunos se suben a las mesas, la seguridad les pide educadamente que desciendan ( Folha de São Paulo, 21 de enero de 2014).
Por el contrario, cuando se trata de jóvenes de las periferias, los propietarios de los centros comerciales los filtran amparados en decisiones de la justicia, los vendedores cierran los comercios y los clientes los insultan y los tratan como delincuentes. Crean el clima propicio para la represión de la Policía Militar, una de las más letales del mundo.
La periodista Eliane Brum pregunta ¿Por qué la juventud negra de las periferias del Gran São Paulo está siendo criminalizada? ( El País-Brasil, 23 de diciembre de 2013). En el imaginario nacional, sostiene, para los jóvenes pobres divertirse fuera de los límites del gueto y desear objetos de consumo es algo transgresor, porque “los shoppings fueron construidos para mantenerlos del lado de afuera”. No sólo los shoppings: la sociedad toda los deja fuera.
Siempre que los de abajo se mueven, se muestran, así sea sólo para salir de la periferia usando los mismos códigos de la sociedad capitalista, son discriminados y golpeados, porque están ocupando espacios que no les corresponden. En este caso cometieron un delito mayor: no sólo desafían al ostentar sobre sus cuerpos morenos los mismos objetos que los ricos, sino que empezaron a ocupar espacios-templos sagrados para las clases medias y altas.
Cuando los periferias se mueven, develan las relaciones de poder que en la vida cotidiana aparecen veladas por las inercias, las creencias, las influencias mediáticas, religiosas e ideológicas. Lo primero que han mostrado es la textura del poder: el papel de los aparatos represivos y de la justicia como servidores del capital; cómo se entretejen racismo y clasismo como ejes de la opresión y la explotación; el papel de la ciudad como espacio para la especulación inmobiliaria, o sea el extractivismo urbano.
La segunda es la intransigencia de las clases medias, en particular ese sector de nuevos consumidores que salieron de la pobreza en los últimos años gracias al crecimiento económico por los altos precios de las commodities y las políticas sociales asistenciales. Aquí hay un problema generacional: los jóvenes que hacen rolezinhos son hijos de quienes los acusan de ladrones y los golpean con sus cachiporras. Pertenecen al mismo sector social, pero unos están agradecidos mientras ellos quieren más.
La tercera cuestión se relaciona con nosotros. Consulté a un amigo militante del Movimento Passe Livre (N de la R: viaje gratuito en el transporte público), que jugó un papel relevante en las manifestaciones de junio, para requerir su opinión sobre lo que está sucediendo. Molesto me dijo que están cansados de que los interpreten otros, sobre todo gente que no tiene la menor relación con las luchas pero se erigen en analizadores estableciendo una relación de poder colonial, sujeto-objeto, en que el segundo lugar siempre les toca a los de abajo.
En pocos días se dispararon infinidad de análisis que pretendían explicar lo que los jóvenes hacen, a menudo pateando lejos de la portería. Más dañinos son los discursos que vienen emitiendo las personas y grupos de izquierda. Durante las manifestaciones de junio, cuando la Copa Confederaciones, tacharon las movilizaciones de provocaciones que pueden favorecer a la derecha. Un cálculo absurdo pero eficiente para asilar y desmovilizar.
Respecto a los rolezinhos afirman que son acciones descomprometidas, despolitizadas, que finalmente sólo buscan integrarse a través del consumo. Aunque aquí aparece también un prejuicio de edad: las generaciones viejas (a las que pertenezco) suelen recitar a los jóvenes sermones sobre lo que es correcto y lo que es desviación, con el mismo aire de superioridad con que nos amonestaban los cuadros de partidos en los años 69 y 70.
Pero lo que parece más grave es la mitificación de las luchas sociales. Lo obreros de San Petersburgo que protagonizaron la revolución de 1905 y crearon los primeros soviets no fueron politizados por los discursos y textos de Lenin o Trotsky sino por las balas del zar cuando marcharon al Palacio de Invierno a entregarle un pliego petitorio, encabezados por el cura Gapón, que trabajaba para la policía secreta. El Domingo sangriento politizó a los obreros rusos. Algo similar sucedió a raíz de la marcha de mujeres a Versalles en octubre de 1789, que selló el fin de la monarquía.
Existe una profunda confusión sobre el papel de las ideologías y los dirigentes en las revoluciones y en los procesos de cambio. La espontaneidad pura, que según Gramsi no existe, no conduce muy lejos, a menudo a derrotas sangrientas. Pero la dirección consciente y externa no garantiza buenos resultados. Podemos probar aprender juntos, sobre todo cuando las periferias se mueven y ponen en cuestión nuestros viejos saberes.
Raúl Zibechi
La Jornada
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